Ava

Ava


Capítulo 12

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Su mundo entero se detuvo por escasos minutos. Como si su corazón se hubiera resecado en un duro estupor de asombros, Ava quedó paralizada ante la situación que estaba viviendo allí en el segundo piso de la distinguida vivienda. Se abalanzó sobre el cura Cirilo, lo obligó a caer en el suelo alfombrado y se puso de pie y corrió lo más rápido posible, abrió la puerta, se fugó de la biblioteca, bajó al primer piso y avanzó hasta cruzar el arco de la salida secundaria donde terminó topándose con doña Trinidad.

La mujer abrió los párpados de par en par mientras observaba a la joven Eiriz allí en la galería y, sin siquiera tener tiempo de hablarle, Ava la miró, retrocedió algunos pasos y, percibiendo como un escalofrío le recorría la espalda, siguió corriendo, descendió las escaleras de un brinco. Dejando la marca de sus zapatillas entre la verde hierba llegó finalmente junto al corcel y lo montó. Arrojando un último vistazo a la vivienda, distinguió como Trinidad la observaba desde las escalinatas. La opulenta mujer algo sospechaba. Dejando aquello de lado, la dama acarició la cabeza de Araél y cogió las riendas con fuerza, cuando estaba trotando fuera del “Penúltimo sueño” Jesús se paró en medio de la calleja de tierra. —¿Por qué te vas tan deprisa? —–preguntó el muchacho deteniendo al corcel—. ¿Estás bien, Ava?

—Lo siento, Jesús, debo irme ahora. —La joven trató de ignorarlo al tiempo que sujetaba las cuerdas—. Adiós.

—No, detente. —Jesús le tomó las manos, la sujetó por la cintura y la bajó al suelo—. Me dirás qué te ocurre. ¿Por qué tan deprisa?

—Solo quiero regresar a mi casa, por favor, Jesús… —murmuró mientras las sombras del ocaso los abrigaba—. Olvidé que debía ayudar a mi madre a cocinar, se hará tarde.

—Está bien, solo que parecías muy asustada. —El joven le acarició el cuello y besó su frente—. Nunca olvides que te quiero, Ava, no lo olvides… ¿Será una promesa?

—Sí, Jesús. —La joven volvió a subir a la montura.

—No. —Abrió los brazos y se paró con firmeza delante de la criatura—. Quiero que seas sincera, jamás puedes romper una promesa. Entonces… Jamás debes olvidar que te amo, ¿lo prometes? —volvió a indagar con una sonrisa—. Y debes conocer perfectamente el significado de la palabra jamás.

—Lo prometo —respondió conteniendo el llanto—. Lo prometo —mencionó con dolor en su alma para luego dar una sacudida al caballo y comenzar a galopar de regreso al rincón agreste donde solía vivir.

Los ojos de Jesús la vieron extraviarse al extremo de aquel camino. La tenue luz de la luna erizaba la magia de aquellos hermoseados paraderos en las afueras del condado español. Aún pasmada por lo que había escuchado detrás del cortinaje, la joven se esforzaba por captar los detalles que en movimiento paulatino le dibujaban las realidades de su afligido pasado. Pues en respuesta a sus dudas, Lorenzo Esparza había abusado de su madre mudéjar. Al descubrir Trinidad el embarazo, la aberrante mujer envió hombres y perros para destruir la morería y saquear el pequeño grupo de residentes foráneos, sin embargo la historia parecía desdibujar los propios infortunios, ya que Ava había sobrevivido y paraba bajo la protección de Oscar y Natalia. Con eso, la joven era, en verdad, descendiente de Lorenzo y hermana de Sofía y Jesús.

Aquello desequilibraba sus ideas y, cuando llegó por fin a la finca de sus queridos padres, la dama de tez pálida llevó el corcel a su respectivo cuarto de techo pajoso, se percató al mirar el cielo oscuro de la velocidad con que acababa de viajar y cerró la portezuela del establo, corrió a la granja, ingresó a su casa y sin importarle más nada, observó a su padre Oscar, a su madre Natalia y a su amiga Agustina comiendo algunos bocadillos alrededor de la mesa.

—¡Necesito hablar! —gritó frente a todos—. ¡Soy hija de Lorenzo Esparza! Soy hija de aquel hombre…

Sus piernas y brazos temblaban sin control tras sentarse en una de las chirriantes sillas de madera y comenzar a relatar las extrañas palabras que había oído de boca de Trinidad. Era demasiado el apremio que la afligía, todavía no lograba concebir las verdades que había oído. Acomodó su espalda sobre el respaldo de la silla, sintió como su madre le acariciaba las manos y, viendo el gesto de sorpresa de su padre continuó contándoles lo acaecido.

En aquellos días otoñales la tibia brisa que deambulaba por los campos brindaba un repetido paso de buenas energías; las hojarascas se desprendían de los árboles, las flores perfumaban distinto, algunas cortezas crujían, los pastizales se matizaban con delicados colores ambarinos, la hora vespertina se retrasaba y hasta los cielos acogían otra pigmentación. La vida en Cartagena era de estímulo para aquellos aventureros que amaban la paz de la naturaleza. Sintiendo allí, en la granja como la danza del vendaval irrumpía a través de la aldaba de la puerta y los ventanales abiertos, Ava acomodaba los rizos de su cabello mientras narraba los pormenores de la historia.

—Y fue en esa biblioteca donde me oculté detrás del cortinaje. ¡Y oí todo! —acotó—. Trinidad y el padre Cirilo hablaban entre ellos sobre aquel tema.

—¿¡Como puede ser verdad!? —renegó Oscar—. No pueden existir personas tan malvadas en este mundo, pero dime, querida, —añadió asentando su mano en el hombro de Ava—. ¿Cómo fue que lo dijeron?

—Ella lo contaba como si no fuese nada grave. ¡Incluso estaba enfadada! —recordó con desesperación—. Al parecer ella dio dinero para que los hombres atacaran el asentamiento de mi madre… Porque ella había descubierto que en realidad estaba embarazada de su esposo, ¡de Lorenzo!

—Oh, amiga… —susurró Agustina—. ¿Entonces, Sofía y Jesús son tus hermanos? —preguntó afligida.

—Sí, por lo que escuché ellos son mi familia, pero nadie sabe nada. ¡Trinidad esconde la verdad! Y descubrió todo… —mencionó rememorando aquellas palabras—. Descubrió todo por una mancha de nacimiento que tenemos con Sofía. La historia concuerda.

—¡Por la santa Virgen! —exclamó Natalia—. Esto es imposible de entender, ¡oh, mi niña!, cuánto dolor debe tener tu alma.

—No, madre… Más que dolor, estoy desorientada. ¡Es demasiado para un solo día!

—Es comprensible querida, es totalmente entendible —le habló Oscar—. Hace pocos días eras la simple hija de dos granjeros, luego descubriste que tus padres en verdad eran mudéjares, y ahora sabes que tu padre es Lorenzo Esparza. —El hombre se puso de pie, cerró su puño y dio un golpe sobre la mesa—. Terco que es el destino por empecinarse con una pobre muchacha. ¡Oh, juzgada y desdichada sea la vida! ¿¡Por qué lo haces!?

—No, tesoro, no te aflijas. —Su esposa se puso de pie y le dio un abrazo—. Saldremos adelante, Ava sabrá cómo hacerlo…

—Eso es verdad —dijo Agustina—. Eres fuerte, Ava, confiamos en ti… Es claro que este golpe es muy duro para ti, pero después de todo es la verdad. ¡La tan ansiada verdad! —Le apretó las manos con fuerza—. Y te ayudaremos a superarlo… Te ayudaré siempre.

—Gracias, gracias, gracias… —ultimó la dama soltando el llanto—. Ustedes son mi verdadera familia. ¡Los amo! Mi padre, mi madre y mi amiga incondicional. ¡Gracias por todo! —Ava se inclinó y lloró en los brazos de la otra joven.

Como si todo se tratase de un soterrado disfraz durante la festiva noche de mascaradas, la dama se sentía cómplice ante las jugarretas de un hábil titiritero. Cuando ella terminó de contarles todo lo que había escuchado allí en la mansión, Natalia se retiró para preparar un té, Oscar tomó asiento, luchando por controlar su cólera y Agustina quedó allí al lado de su amiga regalándole un cálido abrazo.

Con la puntilla de sus dedos Ava acariciaba el collar que su madre musulmana le había regalado instantes antes de abandonarla al amparo del destino. Dio un profundo suspiro, cantó en voz baja durante breves segundos, secó las lágrimas de sus ojos y sintió el olor del brebaje que Natalia le servía en una delicada taza.

—¡Iré a buscar a esa pilla mujer! No me detendré —dictaminó el hombre—. Aprenderá a no meterse con mi pequeña niña. —dio otro golpeteo en la mesa y se paró—. ¡Los malditos aprenderán!

—Pero ya cállate, hombre tonto… —Lo detuvo Natalia—. Ahora iremos a dormir y mañana actuaremos.

—Gracias, padres, pero de este asunto me encargaré yo… No quiero que surjan más inconvenientes e incluso… —les solicitaba cuando una piedra rompió uno de los cristales de la ventana.

—¿Y ese ruido? —preguntó Natalia.

—Una roca —les dijo Agustina—. Iré a ver. ¡Alguien la arrojó por la ventana! Rompieron el vidrio. —La joven se puso de pie y corrió hasta el tragaluz, deslizó la cortina y tratando de mirar para el exterior se sorprendió al recibir un puñetazo en el rostro.

—¡Agustina! ¡Agustina! —Ava marchó en su ayuda, se inclinó y la cubrió—. ¿¡Qué está sucediendo!? —gritó asustada mientras sus padres se arrimaban al ventanal y se espantaban al ver como el padre Cirilo y sus hombres de trabajo secreto rodeaban la casa con pinchos y antorchas.

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