Ava

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Capítulo 30

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En un destello de emociones sus lágrimas se vertieron y cayeron al suelo alfombrado de la habitación. Ava sollozaba en el interior de la elevada alcoba en el dominio “Maktub”, luego de haber sido llevada a la fuerza, estaba retenida ante las posibilidades de un nuevo escape. De todos modos ya no había fuerza en su interior, la joven se había desmoronado en su totalidad y, viendo los días pasados con sumo dolor, solo podía afligirse y recordar las heridas que quedaban en su mente tras presenciar con sus propios ojos verdes como Lorenzo y Jesús perecían ante la muerte.

Los días ya había avanzado en la extensa línea de tiempo, Jesús y Lorenzo descansaban en el cementerio del distrito. A una semana de navegar a tierras africanas, la hermosa dama de tez pálida no tenía más que sentarse en un rincón de la sala, llorar y tratar de estar en soledad todo el tiempo que le fuera posible.

Aun así, Idrís estaba realmente ofendido con su hermano. Sus directivas esa noche habían sido estrictas y nadie debía morir o siquiera pelear mano a mano, sin embargo, como resultado, vio cómo su esposa regresaba exhausta por la angustia que sufría su alma y cómo sus trabajadores cargaban ambos cuerpos. Sin dudarlo, Idrís se había encargado de castigar a cada uno de los enviados e incluso, se peleó con Abbas y lo obligó a pedirle disculpas a su querida cónyuge. Idrís se lamentaba cuando veía a Ava condolerse, pero, ya sin nada por hacer, lo único que le bastaba era cuidarla como una reina y regresar en familia a la zona de Fez donde todo sería distinto.

Leylak y las demás servidoras del lujoso palacete también estaban acongojadas. Ellas procuraban cuidar de Ava e intentaban aliviarle aquellos momentos de pena, pero, como ella quería estar sola en el interior de su cuarto, nadie alcanzaba a establecer una pequeña conversación desde hacía varios días. Con un nudo en la garganta, la dama siguió llorando, se corrió el cabello de la cara, sintió dolor de vientre, respiró con profundidad, se puso de pie con sumo malestar y caminó hasta el borde de la cama, se recostó y siguió pensando en la vida. Su vista estaba difusa por la baja luminosidad del ambiente y por las muchas veces que había llorado sin detenerse.

Extendió su mano y se cubrió el rostro con uno de los cojines; estuvo en la misma posición durante algunos minutos hasta que oyó como Idrís abría la portezuela y entraba con cuidado.

—Oh, habibi… Bismillah —comentó sentándose a su lado en la cama—. No quiero que estés mal, oraré mucho para que te recuperes. Deberías comer más —añadió recibiendo silencio como única respuesta—. Sé que mi hermano estuvo mal, ya me lo has increpado, pero no hay nada que pueda hacer. —Volvió a indicar—. En fin… Solo subí para saludarte, a pesar de todo sabes que te quiero, te aprecio, en verdad. ¡Mi amada, ghazala!

Siendo testigo de aquel aterrador silencio, Idrís se levantó de la cama, la vio allí recostada con el almohadón sobre su semblante y, con su corazón colmado de amargura, salió hacia la biblioteca inferior mientras ella rodaba, se dejaba caer en la alfombra y, sin siquiera moverse, cerraba sus párpados y continuaba meditando en todo lo ocurrido.

La noticia seguramente era allí, en Cartagena el tema de mayor trascendencia de los últimos tiempos, pues dos importantes personas habían sido asesinadas en lo secreto de los montes lejanos y, tratándose nada más ni nada menos que de dos integrantes de la familia Esparza, la muchedumbre de la iglesia de las plazuelas hablaba y hablaba sin detenerse. De todos modos, Ava permanecía en el interior del cuarto viendo a través del ventanal como la oscuridad profanaba la luz de la estrella ambarina en un hechizado periodo vespertino donde el ocaso regalaba sus últimos destellos anaranjados hasta, finalmente, extraviarse en una vasta danza de sombras.

El resplandor de las velas de cera ya empezaba a iluminar el sector desde su posición en los candiles de mano y, apostada al margen del ventanal, la dama percibía las fragancias del jardín al tiempo que Leylak abría la puerta de la habitación, la miraba con aflicción, se arrimaba cierta cantidad de pasos y con delicadeza le dirigía el dialogo.

—Perdón que te moleste, Ava… Pero tu hermana Sofía ha venido a visitarte por primera vez en todos estos días. ¿Quieres recibirla? —le preguntó con tacto.

—Oh, sí… Por favor, Leylak, hazla pasar. Necesito hablar con ella —le suplicó—. ¿Dónde está?

—En la sala de abajo. Ahora le digo que venga. Radi Allah anha.

—Shukran… ¡Shukran!

Sin más, Ava vio como la puerta se cerraba, dio algunos pasos por la habitación, respiró con profundidad, advirtió como le temblaban las manos y, escuchando como su hermana subía por las escaleras del ostentoso recinto, se desplazó sobre el colorido alfombrado y la observó ingresar a los pocos segundos.

—Sofía… —suspiró al distinguir su imagen en lo privado de aquel cuarto.

—Ava… —suspiró ella y corrió para darle un abrazo—. Oh, hermana, ¿cómo estás? No te veo desde el día del funeral. ¿¡Cómo te encuentras!?

—Y mal… —respondió haciendo fuerza para no romper en llanto—. Día a día mi vida se trasforma en una pesadilla. Aún no puedo olvidar aquella noche, todo fue tan rápido…

—Es comprensible —agregó dándole una palmada en el hombro—. Yo también estoy destruida. En mi casa, sola. No dejo de llorar y de recordarlos. ¡Los amé demasiado! Mi padre… mi hermano... ¡Mi familia se desvaneció de un momento a otro! —exclamó con pena—. Necesitaba venir a verte, Haala me comentó en el mercado que están planeando regresar a Marruecos. ¿Eso es verdad?

—Sí –asintió mientras ambas jóvenes tomaban asiento en un confortable sofá—. Idrís y Abbas ya están planificando todo. Pronto volverán a aquellas tierras de tibias brisas y mágicas sinfonías…

—¿Y cómo te sientes al respecto, Ava? No hay nada que puedas hacer…

—Es que ya no siento nada Sofía, la vida se convirtió en una simple usanza para mí —le explicó acariciándose al cabello—. ¿Qué más me queda? Perdí todo lo que amaba… Padres, amigos, el amor de mi vida e incluso, perdí la libertad. ¿Qué más me queda, qué más puedo hacer? Me siento vacía, mi vida ha perdido su órbita.

—No, Ava, por favor, no te rindas. Sé que es doloroso, pero debes resistir —la animó con una abrazo—. Para mí esto también es terrible, no comprendo cómo puede haber tanta injusticia. ¡Pero tú, Ava, tú eres única! Pronto hallarás el camino correcto, solo es cuestión de tiempo.

—Pero sucede, Sofía… Tengo miedo del tiempo, entre más avanza, más daño me causa.

—Y quizás tu vida sea como la flecha de un arco, Ava… Para ser lanzada hacia adelante, necesita primero ser empujada hacia atrás. ¡Y algún día eso ocurrirá!

—Aún debo escribir mi historia, siento que todavía mi vida ni siquiera ha empezado —se expresó ya poniéndose de pie y yendo hasta el margen de la ventana.

—Eres joven al igual que yo… Pero es momento de que te cuente por lo que he venido —le informó la muchacha Esparza.

—Dime, ¿qué ocurre?

—¿Puedo acompañarlos a Fez? —inquirió mientras Ava oía con asombro—. Eres lo único que me queda, mi familia ya es un mero reflejo del pasado y me siento demasiado sola en esa casa. Incluso Jazmín partirá mañana a Sevilla donde su hermano mayor la recibirá. Ella se encargará del bebé. Una de las curanderas de la ciudad le dijo que será un varón.

—Podríamos hablarlo con Idrís, aunque si yo se lo digo, aceptará de inmediato… Pero dime, Sofía. ¿Estás realmente segura de tu decisión? Claro que a mí me encantaría —le aseguró—. Pero Fez es una tierra totalmente distinta, sus costumbres… tradiciones… la gente… Todo es diferente allá.

—¿Y qué me queda por perder? —preguntó—. Es momento de lanzarme a la aventura, de conocer una nueva vida. No me quedaré aquí pensando en mi doloroso pasado.

—Entonces solo será cuestión de hablarlo. ¡Gracias! —prorrumpió estrechando a su hermana con un nuevo abrazo—. Gracias de verdad, serás mi sostén en ese lugar.

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