Aurora

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Esquirolina corrió tras Borrascoso por un sendero rocoso que, tan sólo unos días antes, estaba oculto por una espesa capa de nieve. El guerrero parecía decidido a cruzar la cordillera entera en busca de presas. El sonido del goteo del hielo al derretirse resonaba entre las rocas. Incluso los ventisqueros más profundos estaban fundiéndose. Unas nubes de lluvia de color gris oscuro se dirigían hacia las montañas, empujadas por un viento más templado que estaba liberando a las cumbres de la presión de la nieve y el hielo.

No por primera vez, Esquirolina se preguntó por qué el guerrero del Clan del Río le había pedido que salieran a cazar, cuando, en la cueva, los clanes estaban preparándose para partir. No podrían llevarse carne fresca cuando se marcharan… Quizá Borrascoso quería cazar algo para agradecer a la tribu su hospitalidad.

—¿Por qué Rivera no ha venido a cazar con nosotros? —preguntó Esquirolina sin resuello.

En los últimos días, la apresadora parecía haberse convertido en la sombra de Borrascoso.

El guerrero se concentró en saltar a un peñasco, y no respondió.

—¿Has discutido con ella? —insistió la aprendiza.

Era evidente que Borrascoso estaba preocupado por algo. Iba encorvado y apenas había hablado desde que salieron de la cueva. Esquirolina trepó torpemente el peñasco. Su mente estaba concentrada en otras cosas: ¿acaso Borrascoso le había pedido a Rivera que se uniera a los clanes para viajar con ellos a su nuevo hogar? Esa idea hizo que le temblara la cola. No sería la primera vez que un forastero se unía a los clanes. Su propio padre se había criado como un minino doméstico. Sin embargo, Estrella de Fuego había nacido cerca del bosque… Rivera era una gata montañesa, y Esquirolina sabía que, fuera cual fuese el lugar donde se instalaran los clanes, no se parecería en nada a aquellas agrestes montañas.

Descubrió un ratón en una cresta: había salido sigilosamente de una grieta para buscar comida. Avisó a Borrascoso con un bufido, y el guerrero se detuvo y se agazapó, a la espera de que el ratón se internara en el sendero. Aunque Esquirolina ansiaba atrapar esa presa, sabía que el pelaje de Borrascoso se camuflaba mejor allí, y se pegó todo lo que pudo al suelo, esperando que la inmovilidad la mantuviera oculta a pesar de su color rojizo.

Borrascoso siguió quieto un instante más, y entonces atacó. Quebró la columna vertebral del ratón y se volvió hacia Esquirolina, con la presa colgando de la boca.

—¿Es un regalo de despedida para Rivera? —preguntó delicadamente la aprendiza.

Borrascoso parpadeó.

—Oye, ¿qué es lo que te pasa? —Esquirolina no soportaba ver a su amigo tan angustiado.

El guerrero dejó el roedor en el suelo, y de pronto pareció exhausto. Luego levantó la cabeza: sus ojos estaban empañados de incertidumbre.

—He decidido quedarme con la tribu —anunció.

—¡¿Qué?!

—He perdido a Plumosa y a Látigo Gris, y no llegué a conocer a Corriente Plateada. Ya no me queda familia en los clanes. Incluso mi mentor, Pedrizo, está muerto. Aparte de Plumosa, él era lo más cercano a un pariente que tenía en el Clan del Río. Ya ni siquiera tengo un hogar. Siento como si me lo hubieran arrebatado todo, una cosa tras otra.

—Pero ¿y qué pasa con tu clan? —protestó Esquirolina—. El Clan del Río te necesita.

—El Clan del Río tiene guerreros muy buenos y fuertes. —Miró a Esquirolina a los ojos, y debió de ver cierto recelo en ellos—. Incluso Alcotán —añadió, como si pudiera leerle el pensamiento—. El Clan del Río estará seguro sin mí.

—Pero este lugar es tan diferente… En cuanto encontremos nuestro nuevo hogar, podrás empezar de nuevo…

—Oh, Esquirolina, ¿es que no lo comprendes? Amo a Rivera y quiero quedarme con ella.

—Pero ¡yo pensaba que ibas a pedirle que se uniera a los clanes! —le espetó la aprendiza.

Borrascoso sacudió la cabeza.

—Ella estaría perdida sin sus montañas. Pero yo sí que podría vivir aquí. Aquí hay agua… más ruidosa que el río, pero sigue siendo agua. Hay abundantes presas, y ahora ya sé cazar como la tribu. Además, el espíritu de mi hermana está aquí… —Soltó un largo suspiro—. Todos los clanes han perdido su hogar, pero yo tengo la sensación de que he perdido más que nadie. Ésta es la primera vez en muchas lunas en que siento que he encontrado algo de verdad.

—No hace falta que digas nada más —maulló Esquirolina con tristeza—. Lo comprendo.

Mientras regresaban a la cueva, su mente era un torbellino. Una vez más, todo había cambiado, justo cuando pensaba que ya no había nada más que perder. Pasaron por detrás de la cascada, y Borrascoso llevó el ratón hasta el montón de carne fresca; mientras tanto, Esquirolina se quedó en la entrada de la caverna, abrumada por las emociones.

—¡Esquirolina! —Hojarasca corrió hacia su hermana—. Narrarrocas nos ha dado hierbas fortificantes para que las repartamos entre los clanes.

Esquirolina se quedó mirándola.

—E… eso es genial… —maulló.

—¿Te encuentras bien?

—¡Hojarasca! —la llamó Carbonilla desde el otro extremo de la cueva.

—¡Tengo que irme! —exclamó la aprendiza de curandera, dando media vuelta—. El Clan del Viento está esperando las hierbas.

Esquirolina observó cómo su hermana se alejaba, mientras sus ojos se acostumbraban lentamente a la penumbra. Otra figura se le acercó desde las sombras, y se le cayó el alma a los pies al reconocer los anchos omóplatos marrón oscuro. ¿Qué quería de ella Alcotán?

—¿Esquirolina?

La joven parpadeó. Se trataba de Zarzoso. El guerrero estaba mirándola burlonamente.

—¿Entras o no? —maulló—. Tenemos que asegurarnos de que coman todos los gatos.

Ella se sintió mareada.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó Zarzoso, mirándola con atención.

La joven negó con la cabeza con impotencia. Vio que, al otro lado de la cueva, Borrascoso estaba susurrándole algo a Rivera.

Zarzoso siguió su mirada.

—Borrascoso se queda aquí, ¿verdad?

—Quiere quedarse con Rivera —susurró ella.

Hubo una larga pausa.

—Lo echarás de menos, ¿no? —preguntó el guerrero.

—¡Por supuesto que sí! —respondió Esquirolina, sorprendida. Y entonces vio un destello en los ojos ámbar de Zarzoso. ¿Es que estaba celoso?—. ¡Oh, Zarzoso! —exclamó con voz estrangulada—. Mi corazón está con el Clan del Trueno, ¿es que aún no lo sabes? —Rozó levemente su costado con la cola—. Mi corazón está contigo.

Él cerró los ojos, y Esquirolina esperó de repente no haber dicho lo que no debía. Pero luego el guerrero abrió los ojos y la miró con tanta dulzura, que ella sintió que podría quedarse así eternamente.

—Todos debemos seguir a nuestro corazón —murmuró Zarzoso.

Los temores de Esquirolina sobre lo que los aguardaba parecieron disolverse en un instante, como la bruma en la estación de la hoja verde. Perdería a un amigo cuando se marcharan de las montañas y dejaran atrás a Borrascoso, pero nunca estaría sola.

Un movimiento captó su atención. Narrarrocas estaba encaminándose al centro de la cueva.

—¡Los clanes se marchan! —anunció el sanador a la tribu—. Quiero que algunos de vosotros los acompañéis para mostrarles cómo salir de las montañas. Se dirigen a las colinas, no hacia el lugar donde se ahoga el sol, de modo que llevadlos por el camino que va hacia la Gran Estrella.

Esquirolina sintió una oleada de emoción. ¿Los gatos de tribu iban a llevarlos directamente al lugar por el que había desaparecido el guerrero agonizante, tras la cadena montañosa?

Narrarrocas inclinó la cabeza ante todos los líderes de clan, uno tras otro.

—Deseo buena caza a los gatos del Clan Estelar.

—Muchas gracias, Narrarrocas —respondió Estrella de Fuego inclinando también la cabeza—. Tu tribu nos ha tratado con más amabilidad de la que habríamos imaginado, y nos entristece tener que partir. Pero nos esperan en otro lugar, el que nos prometieron nuestros antepasados guerreros. —Se volvió hacia los demás líderes de clan—. Estrella Alta, ¿el Clan del Viento está preparado?

El líder del Clan del Viento lo miró fijamente, con los ojos nublados de confusión, y luego miró a Bigotes, que estaba a su lado. Bigotes le hizo un gesto de ánimo, pero, antes de que Estrella Alta lograra hablar, Enlodado levantó la cabeza.

—Estamos preparados —maulló.

—¡El Clan de la Sombra también está preparado! —exclamó Estrella Negra.

Estrella Leopardina alzó la cola.

—Todos mis gatos están preparados.

—No todos lo están… —Borrascoso se adelantó—. Yo me quedo aquí.

Los gatos se sumieron en un silencio atónito. Un instante después, Manto Polvoroso replicó:

—¡No puedes abandonar a tu clan ahora!

—Es libre para elegir —murmuró Amapola, mirando a Rivera con expresión comprensiva.

—El hijo de Látigo Gris no tomaría una decisión así a la ligera —intervino Tormenta de Arena.

Estrella de Fuego miró pensativamente a Borrascoso.

—Recuerdo lo difícil que fue para Látigo Gris escoger a Corriente Plateada en vez de a su clan —maulló—. Pero de esa difícil decisión nacisteis Plumosa y tú. Sin vosotros dos, todo habría sido distinto para la tribu y para los clanes. Plumosa mató a Colmillo Afilado, y tú concluiste un viaje difícil y complicado para comunicarnos un mensaje del Clan Estelar. Nadie cuestiona tu lealtad y tu valor, ni critica tu decisión, porque, como tu padre demostró, escuchar al corazón produce grandes cosas.

Murmullos de aprobación recorrieron la cueva, hasta que Estrella Leopardina silenció a los gatos con un aullido cortante.

Esquirolina notó un hormigueo en la piel. ¿Estrella Leopardina dejaría ir a su guerrero?

La líder del Clan del Río se quedó mirando a Borrascoso con los ojos entornados.

—Borrascoso —maulló al cabo—, el Clan del Río echará de menos tu valentía y tu destreza, pero han cambiado tantas cosas en nuestra vida que no es imposible que nos encontremos de nuevo, en esta vida o en la otra. —Inclinó la cabeza, aceptando sin ira la decisión de Borrascoso—. Te deseo lo mejor.

Rivera acarició el costado de Borrascoso con la cola cuando los clanes comenzaron a salir de la cueva. Esquirolina miró apenada a su amigo, deseando que al menos formara parte de la patrulla que iba a acompañarlos hasta el límite del territorio de la tribu. Pero Borrascoso se quedó donde estaba; su pelaje gris relucía bajo la centelleante luz de la cascada, y sus ojos delataban la profundidad de su tristeza. Por mucho que el guerrero quisiera vivir con la tribu, Esquirolina sabía que ver cómo los clanes partían sin él sería como perder a Corriente Plateada, Plumosa y Látigo Gris una vez más.

—¿Crees que Borrascoso estará bien? —le preguntó la aprendiza a Zarzoso.

Él le dio un breve lametazo en la oreja.

—Sí, lo creo.

Siguieron a los demás gatos por el desfiladero, dirigiéndose hacia las cumbres. Tenían el sol a un costado mientras avanzaban por la cordillera.

—¿Crees que nos están llevando por el camino correcto? —le susurró Esquirolina a Zarzoso.

El joven guerrero parpadeó.

—Esperemos que sí. —Miró hacia la cumbre—. Parece la misma dirección por la que vimos caer la estrella fugaz. Sólo espero que no nos lleven demasiado lejos y nos pasemos de largo.

En ese momento, los gatos de tribu tomaron un sendero que descendía por un sinuoso desfiladero. De pronto, la tierra se expandió ante ellos, en una colina tras otra, herbosa por un sitio, salpicada de arboledas por otro. Desde donde se encontraban los clanes, en el límite de las montañas, el color verde resultaba raro tras el interminable gris y blanco de los peñascos. Bajo la luz del sol, Esquirolina vio arroyos centelleando entre los árboles desnudos, como los abedules plateados en un bosque de robles.

—¿Es eso? —preguntó Zarzoso sin aliento.

—«Colinas, arboledas en las que refugiarse, arroyos». —Esquirolina se sorprendió recitando la profecía de Medianoche.

—Pero… ¡ahí hay mucho de todo eso! —exclamó Trigueña, que se les había acercado—. ¿Cómo sabremos dónde detenernos?

Zarzoso sacudió la cabeza, y los tres se quedaron mirando en silencio hasta que algo en lo alto captó la atención de Esquirolina: algo que se movía en la cresta rocosa que bordeaba el desfiladero. Notó un hormigueo de miedo. ¿Sería un águila? Se obligó a mirar hacia arriba, y descubrió que no se trataba de un ave. Eran Borrascoso y Rivera, que corrían a lo largo de la cresta, despidiéndose de los clanes.

Borrascoso saltaba ágilmente de una roca a otra, y Rivera lo seguía como si fuera su sombra, de modo que se rozaban con cada salto. El pelaje cubierto de barro del guerrero sólo se distinguía cuando cruzaba una zona nevada, y Esquirolina no pudo evitar pensar que el gato del Clan del Río casi parecía haber nacido en la tribu.

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