Aurora

Aurora


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La luz que proyectaba la luna menguante entre las desnudas ramas de los árboles hacía que el bosque resplandeciera con un misterioso fulgor plateado. Esquirolina caminaba junto a Zarzoso, cruzando una zona llena de helechos marchitos adornados por la escarcha.

—En los Cuatro Árboles hará frío —se lamentó, esperando que su hermana Hojarasca estuviera calentita, fuera donde fuese.

—Pero por lo menos la noche está despejada —respondió Zarzoso en voz baja—. El Manto Plateado se verá muy bien.

Iban siguiendo a Estrella de Fuego y a Carbonilla a través del bosque. El ritmo era algo más lento del que solían llevar los jóvenes en su largo viaje, y aun así Carbonilla tenía que hacer verdaderos esfuerzos para abrir la marcha. El frío y el hambre habían empeorado su cojera.

—Si hay una señal —preguntó Esquirolina—, ¿cuánto tiempo crees que pasará antes de que podamos partir?

Quería tener la oportunidad de encontrar a su hermana antes de que los clanes abandonaran el bosque.

—Es difícil saberlo —contestó Zarzoso—. Ya viste lo que sucedió anoche. Estrella de Fuego no puede obligar al clan a abandonar el bosque. Debe ceñirse al código guerrero tanto como cualquier otro gato, y, a pesar de que es nuestro líder, tiene que someterse a la voluntad del clan.

A Esquirolina se le hizo un nudo en la garganta al recordar la reacción del clan. Bajo las estrellas, apretujados para protegerse del gélido viento que azotaba la roca, Estrella de Fuego les había explicado el mensaje del Clan Estelar que ella y Zarzoso les habían llevado. Los gatos reunidos allí lanzaron un grito conmocionado al comprender lo que les decían.

—¡No podemos abandonar el bosque! —había gemido Escarcha—. Moriremos todos.

—¡Moriremos si nos quedamos! —replicó Acedera.

—Pero… ¡éste es nuestro hogar! —exclamó Cola Pintada con voz lastimera.

La reacción de Topillo, al menos, parecía encerrar un poco de ilusión:

—¿Cuándo partiremos?

Pero el quebrado maullido de Carrasquilla hizo que Esquirolina sintiera un estremecimiento, incluso al recordarlo ahora:

—No tenemos que irnos, ¿verdad? —había sollozado la cachorrita.

—¿Y si Manto Polvoroso tiene razón? —le preguntó Esquirolina a Zarzoso mientras saltaban sobresaltados ante una madriguera de zorro vacía, una boca abierta entre las sombras—. Lo que dijo ayer tiene sentido: ¿por qué los gatos deberían seguir el consejo de una tejona a la que ni siquiera conocen?

—Pero el Clan Estelar nos envió a ver a Medianoche —replicó Zarzoso—. Lo que Medianoche nos contó tiene que ser cierto.

Esquirolina se dio cuenta de que el guerrero estaba intentando convencerse a sí mismo tanto como a ella.

—Debemos tener la esperanza de que esta noche veremos la señal en los Cuatro Árboles —maulló la aprendiza—. Si el Clan Estelar tiene algo que decir al clan… a cualquiera de los clanes… no es cosa nuestra demostrarlo.

Tembló al pensar qué querría decir Medianoche con lo del «guerrero agonizante», pero, si la señal les decía qué hacer, quizá todavía pudieran salvar a los clanes.

El trayecto a los Cuatro Árboles les llevó más tiempo del habitual, no sólo por el ritmo lento, sino también porque debían rodear las partes del bosque que los Dos Patas habían arrasado, obligándolos a evitar una franja tras otra de barro y árboles talados. Al cabo de un rato, Esquirolina se detuvo a mirar uno de aquellos espacios desiertos y devastados.

—¿Cómo puede pensar ningún gato que esto sigue siendo nuestro hogar? —dijo en un susurro.

Zarzoso se limitó a sacudir la cabeza y a seguir a Estrella de Fuego hacia la cima de la ladera que llevaba a la hondonada de los Cuatro Árboles.

Por unos instantes, pareció el inicio de una más de las Asambleas a las que había asistido Esquirolina. Cerrando los ojos, casi podía oír el murmullo de los gatos, compartiendo lenguas mientras los cuatro clanes se reunían en paz bajo la luna llena. Pero aquella noche no había luna llena, y aquello no era una Asamblea. La aprendiza abrió los ojos de golpe y se asomó por el borde de la cima. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, se le cortó la respiración. Aunque Carbonilla los había avisado de que los Dos Patas habían talado los cuatro grandes robles, Esquirolina no había querido siquiera plantearse qué aspecto tendría el lugar sagrado. Ni en nueve vidas juntas habría podido imaginar algo tan horrible como lo que estaba viendo.

Los cuatro gigantescos robles que antes custodiaban la Gran Roca habían desaparecido por completo: incluso habían arrancado sus raíces del suelo. Sus troncos yacían despedazados, laminados en limpias rodajas por las enormes zarpas mecánicas de los Dos Patas. Esquirolina captó el olor de la savia amarga que rezumaba como sangre de los trozos de madera mutilada.

Habían arrancado el corazón del bosque… y las raíces de la vida para los cuatro clanes. Ya nada volvería a ser lo mismo.

La joven aprendiza se preguntó cómo sus ancestros guerreros podían soportar aquella imagen del devastado claro desde el Manto Plateado.

—Manto Trenzado nos dijo que los Dos Patas habían destrozado los Cuatro Árboles, pero no imaginaba…

Enmudeció cuando su padre le dirigió una mirada comprensiva.

—Vamos —susurró el líder, guiándolos cuesta abajo.

Mientras avanzaba entre los árboles troceados, a Esquirolina se le pegó un grumo de savia en el pelaje, y el serrín que flotaba allí le irritó los ojos y la garganta. Parpadeando, examinó el claro y se quedó boquiabierta.

—¡La Gran Roca ha desaparecido!

Zarzoso frenó en seco a su lado, siguiendo la mirada de su amiga.

—¿Cómo ha podido pasar? —preguntó con voz estrangulada, acercándose al enorme agujero que se había abierto donde antes se alzaba la roca.

—Yo… yo pensaba que tenía raíces, igual que un árbol —murmuró Esquirolina aturdida, contemplando el agujero—. Creía que las raíces eran tan profundas que nada podría mover jamás la Gran Roca.

—¡Aquí! —exclamó Estrella de Fuego desde el otro lado del claro.

El líder y Carbonilla estaban plantados en medio del lodo, que les llegaba casi a la barriga, junto a una gran piedra gris. La roca estaba llena de trozos de tierra y barro, y su forma no resultaba familiar, pero, al mirarla mejor, Esquirolina se dio cuenta de que había sido volteada: era indiscutiblemente la Gran Roca.

Zarzoso sacudió la cola.

—¡Está claro que esto lo han hecho los Dos Patas! —bufó—. Deben de haber usado sus monstruos mecánicos para moverla.

Bajo la fría e insensible luna, Esquirolina vio marcas de zarpazos en la piedra: las garras del monstruo la habían desgarrado al moverla. Aquello era peor que perder a todos los árboles del bosque. Los gatos sabían que los árboles eran seres vivos que envejecían y morían igual que ellos, pero la Gran Roca había estado allí durante lunas y lunas antes de que los gatos llegaran siquiera a aquel bosque, y allí debería haber permanecido innumerables lunas más.

Una áspera voz recorrió el claro:

—Ya no habrá más Asambleas.

Esquirolina reconoció la voz de Estrella Negra, y vio cómo se movían algunas siluetas sobre los troncos que los rodeaban. Entonces comprendió que el olor de la savia había enmascarado el de los otros gatos que ya estaban allí. Recordando las advertencias agoreras de Musaraña sobre una posible emboscada, escudriñó la penumbra y descubrió, con una punzada de alivio, que Trigueña, Corvino y Borrascoso se encontraban entre los demás.

—¡Trigueña! —Zarzoso corrió a saludar a su hermana.

Esquirolina oyó que Estrella de Fuego soltaba un gruñido de desagrado, y sintió un hormigueo de frustración. ¿Cómo podía su padre cuestionar la lealtad de los viajeros si sabía que sólo estaban trabajando juntos para salvar a los clanes?

Cada uno de los elegidos había acudido con su líder y su curandero. Pero Esquirolina se sintió sorprendida al ver que se les habían unido otros dos gatos: Arcilloso, el anciano curandero del Clan del Río, había llevado a su aprendiza, Ala de Mariposa, y el hermano de ésta, Alcotán, también estaba allí. Esquirolina lo reconoció por las descripciones de Hojarasca. El guerrero marrón oscuro no estaba mirando hacia la Gran Roca, sino a los demás gatos congregados: sus ojos azul hielo eran inexpresivos bajo la luz de la luna.

—¡No puede ser cierto! —exclamó Arcilloso, mirando fijamente la Gran Roca.

Tenía todo el pelo erizado, y su cola se estremecía como un ratón moribundo. Ala de Mariposa intentó tranquilizarlo dándole lametazos en el pelaje del cuello, pero él no dejó de temblar. Carbonilla avanzó torpemente entre los troncos, casi sin tocar el suelo con la pata herida, y acarició con su lomo el de Arcilloso.

Esquirolina siguió a su padre cuando éste se unió a los demás gatos al pie de la Gran Roca. La aprendiza observó a Trigueña, Corvino y Borrascoso, desesperada por saber cómo los habían recibido sus respectivos clanes, pero permaneció en silencio junto a su líder.

—¿Cómo vamos a subir a ella? —preguntó Estrella Alta con voz temblorosa, mirando la escarpada pared rocosa que se alzaba ante ellos.

Incluso medio oculto por las sombras, el líder del Clan del Viento parecía tan frágil que a Esquirolina le sorprendió que hubiera llegado hasta allí.

—Estas marcas nos servirán para agarrarnos… —contestó Estrella Leopardina, estirando las patas delanteras hacia las cicatrices que las garras del monstruo habían dejado en la dura y lisa roca.

Se dio impulso entre el barro y saltó hacia arriba. Estrella Negra la siguió hasta lo alto de la roca; parecía fuerte y decidido, pero en su pelaje deslucido podían adivinarse los huesos de la espalda. Estrella Alta observó a sus colegas. Estaba tan flaco que parecía más menudo que nunca.

—Yo iré detrás de ti —se ofreció entonces Estrella de Fuego.

Estrella Alta asintió y saltó hacia la muesca más baja, y se quedó colgando de la resbaladiza roca. Estrella de Fuego se puso debajo de él, dejando que se apoyase en su espalda para impedir que se deslizase de nuevo hasta el suelo.

—¿Nosotros no deberíamos subir también para ver al guerrero agonizante de Medianoche? —susurró Esquirolina mientras los líderes desaparecían en lo alto y los curanderos se iban al otro lado de la roca.

—No creo que importe quién lo vea —dijo Zarzoso, aunque sus ojos estaban ensombrecidos de inquietud.

—Medianoche no especificó que tuviéramos que ser nosotros —intervino Borrascoso.

—Por lo menos ahora tenemos la ocasión de hablar —murmuró Trigueña—. Estrella Negra dice que está listo para abandonar el bosque.

Esquirolina pestañeó.

—¿En serio? ¡Eso es genial! —Ojalá la reacción de su clan hubiera sido la misma—. Estrella de Fuego… todavía no se ha decidido.

Trigueña agitó las orejas.

—Para ser sincera, creo que Estrella Alta ya había tomado la decisión de abandonar el bosque, incluso antes de que yo llegara con el aviso de Medianoche.

—Pero ¿qué te dijo cuando se lo contaste? —quiso saber Esquirolina—. ¿Te creyó?

La guerrera parda no respondió.

Zarzoso se acercó a su hermana.

—¿Te trataron mal?

Trigueña negó con la cabeza.

—Sólo actuaron como si fuera una extraña. —Sus ojos brillaron con tristeza—. Los cachorros de Amapola incluso se asustaron al verme.

—Para nosotros tampoco fue fácil —maulló Esquirolina—. Es como si ya no formáramos parte de nuestro clan.

—Por supuesto que somos parte del clan —la tranquilizó Zarzoso—. Las cosas no tardarán mucho en normalizarse.

Borrascoso resopló.

—¡Nada volverá a ser normal nunca más! —bufó—. He visto lo que los Dos Patas les han hecho al Clan del Viento y el Clan del Trueno, y me imagino que con el Clan de la Sombra habrá pasado lo mismo. —Miró a Trigueña, que asintió muy seria—. Y, aunque no hayan llegado todavía al territorio del Clan del Río, todo ha cambiado —añadió, sacudiendo la cola—. Vaharina ha desaparecido, y ahora Alcotán es el lugarteniente.

—¿Vaharina ha desaparecido? —repitió Esquirolina sin aliento.

—¿Se la han llevado los Dos Patas? —preguntó Zarzoso.

Borrascoso pareció desconcertado.

—¿Por qué iban a llevársela los Dos Patas?

—¡Se han llevado a Hojarasca! —le explicó Esquirolina—. Lo sabemos porque Acedera estaba con ella y consiguió escapar.

—Tojo también ha desaparecido —maulló Corvino, mirando a sus amigos.

—No falta ningún gato del Clan de la Sombra, pero supongo que sólo es cuestión de tiempo —dijo Trigueña—. Y mientras tanto, los Dos Patas han invadido una parte tan grande de nuestro territorio que estamos muriéndonos de hambre. Casi no quedan presas, y la estación sin hojas apenas acaba de empezar.

Zarzoso se sentó cuidadosamente en el suelo embarrado.

—No sé si será el mensaje de Medianoche o el hambre lo que expulse a los clanes del bosque, pero dudo que podamos quedarnos aquí.

—Pero los Dos Patas aún no han tocado el territorio del Clan del Río —le recordó Borrascoso—. Y está claro que Alcotán está convencido de que nunca lo harán. Prácticamente me llamó traidor por preocuparme por los otros clanes, y me dijo que nunca debería haber hecho ese viaje. —Sus ojos ámbar centellearon con tristeza—. Incluso se atrevió a decir que Plumosa estaría viva si yo no hubiera permitido que se involucrara en los problemas de otros clanes.

—No fue el viaje lo que mató a Plumosa. Fue el hecho de quedarnos tanto tiempo con la tribu —bufó Corvino.

Borrascoso se estremeció y bajó la mirada al suelo.

—¡Teníamos que ayudarlos! —exclamó Esquirolina.

La aprendiza se quedó mirando a Corvino, desconcertada. Al principio del viaje le había parecido un gato arrogante e impaciente, pero cada vez le había sido más fácil entenderse con él, y al final de su aventura lo consideraba uno de sus mejores amigos. Ahora volvía a ser tan quisquilloso como antes. ¿Es que la misión, la importancia del mensaje que todos tenían que transmitir a sus clanes, no significaba nada para él?

—Corvino —maulló Zarzoso—, ¿qué dijo el Clan del Viento cuando se lo contaste todo?

—Aceptaron las palabras de Medianoche sin cuestionarlas —masculló—. Es nuestra última esperanza de sobrevivir. —Su voz era apagada y sombría, como una piedra—. No imaginaba que el clan estuviera sufriendo más que cuando me marché, pero así es. En el páramo ya no queda nada que comer. Algún pájaro, si hay suerte. En ocasiones un ratón, sólo uno para todo el clan. Los cachorros del Clan del Viento nunca habían pasado tanta hambre como ahora.

—Entonces, ¿Estrella Alta quiere irse?

Corvino levantó la mirada para clavarla en Zarzoso.

—Oh, sí —admitió—. Quiere que el clan se vaya tan pronto como sea posible. Su mayor temor… —Se le quebró la voz y tragó saliva—. Su mayor temor es que no estemos lo bastante fuertes para hacerlo.

—¡Oh, Corvino! —exclamó Esquirolina, olvidando de inmediato las duras palabras del joven aprendiz a Borrascoso—. Cuánto lo lamento…

—No necesitamos tu compasión —gruñó Corvino—. Yo lucharé con todas mis fuerzas para asegurarme de que mi clan sobreviva —añadió, mirándola ceñudo y con ojos fríos.

Esquirolina sintió que una oleada de furia le subía desde las entrañas. Dio un paso hacia él:

—¿De qué estás hablando? ¡Te comportas como si fueras el único que puede salvar a tu clan! ¿Ya no recuerdas que estamos juntos en esto? ¿Acaso has olvidado que éramos seis en ese viaje?

—¡Esquirolina! —Zarzoso la detuvo con una sacudida de la cola—. No es momento para pelear.

La aprendiza se detuvo y guardó silencio a regañadientes. Corvino desvió la mirada, pero flexionó las garras, clavándolas en la fría tierra.

Trigueña miró a lo alto de la roca. No había ni rastro de sus líderes. Desde allí abajo no podían ver la cresta de la imponente roca.

—Todo sería más fácil si supiéramos adónde se supone que tenemos que ir —maulló—. ¿Creéis que habrá una señal?

—Quizá hemos llegado demasiado tarde —murmuró Borrascoso—. Estuvimos mucho tiempo en las montañas. —Miró de reojo a Corvino—. Creedme, ojalá no nos hubiéramos quedado tanto allí.

—Estuvimos todos de acuerdo en su momento —le recordó Zarzoso.

Corvino se limitó a mirarse las patas sin decir nada.

Sonó un aullido de desaprobación en lo alto, y se oyó a Estrella de Fuego exclamar:

—¡Deberíamos esperar un poco más!

—¿Por qué? ¿De qué serviría? —gruñó Estrella Negra. Su huesuda figura apareció en la cima, perfilada contra las estrellas, al borde de la roca—. Hemos perdido el tiempo viniendo aquí. Esta noche no habrá ninguna señal. Además, ¿de verdad creéis que necesitamos que alguien nos diga que están destrozando el bosque? ¡No hay más que mirar a nuestro alrededor!

Esquirolina y los demás retrocedieron mientras el líder del Clan de la Sombra descendía de la roca y aterrizaba sobre el barro, junto a ellos. Estrella Leopardina lo siguió.

—Pero ¡si la luna ni siquiera ha alcanzado su cénit! —protestó Estrella de Fuego, asomándose desde la cima.

Estrella Leopardina levantó la vista hacia él.

—Incluso aunque el Clan Estelar envíe una señal para abandonar el bosque, ¡no es asunto del Clan del Río! —maulló.

Por mucho que la frustrara el egoísmo de Estrella Leopardina, Esquirolina comprendía que la líder no estuviera tan preocupada como sus colegas. Su reluciente pelaje revelaba que ella y sus compañeros de clan estaban tan bien alimentados como siempre, y que su sueño no se veía perturbado por el miedo a que los rugientes monstruos se abrieran paso hasta su campamento.

—El hambre hará que cambie de opinión dentro de poco —bufó Corvino.

—Pero seguro que queréis saber lo que el Clan Estelar cree que deberíamos hacer, ¿no? —insistió Estrella de Fuego.

—Hace demasiado frío para continuar esperando —maulló Estrella Negra—. Últimamente, mi pelaje es más fino de lo que me gustaría… y eso no es una señal del Clan Estelar. Es culpa de esos Dos Patas con corazón de zorro que roban las presas de mi clan.

—¡No puedes marcharte todavía! —gritó Estrella de Fuego cuando el líder del Clan de la Sombra echó a andar sobre los troncos.

—Esta noche no va a haber ninguna señal —contestó Estrella Negra por encima del hombro—. ¡Mira este lugar! Está arrasado.

—¡El Clan Estelar no nos abandonará en una situación como ésta!

Estrella de Fuego bajó de la roca de un salto y trepó torpemente a un tronco, detrás del líder del Clan de la Sombra.

Estrella Negra se encaró a él con el pelo erizado.

—¡Yo no he dicho que el Clan Estelar nos haya abandonado! Pero mi clan preferiría fiarse del juicio de su líder antes que de los rumores confusos de unos guerreros inexpertos y una tejona.

—Pero ¡el Clan Estelar va a mostrarnos el camino! —Estrella Alta se deslizó por el borde de la Gran Roca, medio resbalando y medio cayendo. Corvino saltó hacia delante, alzando las patas para suavizar el aterrizaje. El líder llegó al suelo penosamente, pero se puso en pie, rechazando la ayuda de Corvino—. Nuestros antepasados sabrán dónde podemos encontrar nuevos territorios, lejos de todos estos peligros —insistió.

—Nosotros somos perfectamente capaces de encontrar un nuevo hogar para el Clan de la Sombra —declaró Estrella Negra con una seguridad escalofriante.

—Tú ya tienes un lugar en mente, ¿verdad? —preguntó Carbonilla, que estaba junto a Arcilloso.

—Vamos a irnos a vivir al poblado de los Dos Patas que antes dominaba el Clan de la Sangre —anunció—. Todavía tengo a uno de sus antiguos miembros entre mis veteranos. Él nos mostrará los mejores sitios donde localizar comida y cobijo. Ahora que Azote está muerto, seremos los gatos más fuertes del lugar.

—¡No puedes hacer eso! —protestó Estrella de Fuego—. ¡Así sólo quedarán tres clanes en el bosque!

—Pronto no habrá bosque —señaló Estrella Negra muy serio—, y aquí sólo quedarán cadáveres de gatos. En esta batalla, no veo de qué podría servir que los cuatro clanes se unan. No se trata de combatir a un enemigo, sino de encontrar las presas suficientes para alimentar las bocas que ya tenemos. Lo siento, pero nosotros nos vamos solos.

Dio media vuelta para marcharse, pero Estrella de Fuego se interpuso en su camino. Estrella Negra bufó y le mostró sus afilados colmillos.

—¡No podemos permitir que se peleen! —le susurró Esquirolina a Zarzoso.

—Lo sé —coincidió. Luego saltó al tronco, al lado de su líder—. Estrella de Fuego, ¡tienes que convencer al Clan de la Sombra para que venga con nosotros! Eso es lo que quiere el Clan Estelar. Si no hay ninguna señal, como dijo Medianoche, entonces deberíamos volver al lugar donde se ahoga el sol y preguntarle si ella sabe qué tenemos que hacer.

—¿Estás diciendo que vayamos a un sitio desconocido sólo porque crees que el Clan Estelar te envió allí? —gruñó Estrella Leopardina—. ¿Desde cuándo tomas decisiones por todos los clanes? —Paseó la mirada por Esquirolina, Trigueña y Borrascoso—. De hecho, ¿por qué deberíamos fiarnos de vosotros? ¡Todos formáis parte del Clan del Trueno!

Trigueña desenvainó las uñas.

—¿Estás cuestionando mi lealtad al Clan de la Sombra?

—¡Mi hermana murió en el viaje para recibir ese mensaje! —bufó Borrascoso.

Esquirolina se preguntó si el Clan Estelar estaría observándolos y pensando que quizá aquellos clanes pendencieros no merecían ser salvados.

—¡Ya basta! —exclamó una voz débil y ronca. Estrella Alta se adelantó con pasos débiles—. Si nos peleamos, ¡no llegará la señal!

—¿Cuántas veces tengo que decíroslo? Nosotros no necesitamos una señal —gruñó Estrella Negra—. El Clan de la Sombra va a largarse de este bosque moribundo, y ya sabemos adónde ir.

Estrella de Fuego no discutió con él. En vez de eso, se volvió hacia Estrella Leopardina.

—¿Qué planeáis hacer vosotros?

—El Clan del Río no tiene ninguna necesidad de marcharse a un lugar remoto por las palabras de unos cuantos guerreros soñadores —contestó la líder—. El río sigue estando lleno de peces. Sería una estupidez por nuestra parte si nos fuéramos. Los problemas de los demás clanes no son los nuestros, y no deben preocuparnos.

—Entonces, si nuestros problemas no son también los vuestros, ¿por qué el Clan Estelar envió a Plumosa junto con los demás gatos? —preguntó Carbonilla con voz calmada y desafiante.

—Sólo Plumosa podría responder a eso, y está muerta —replicó Estrella Leopardina.

Alcotán se situó al lado de su líder.

—Si vosotros ya no podéis vivir en el bosque, apruebo que os vayáis —maulló, paseando la mirada por los reunidos—. Al fin y al cabo, ¿qué clase de líder permitiría que su clan se muriera de hambre?

Esquirolina se quedó desconcertada por el atrevimiento con el que aquel guerrero se había dirigido a los otros líderes. Después de todo, no era mucho mayor que ella.

Zarzoso fulminó con la mirada a Alcotán.

—Tú sólo quieres que nos marchemos para apoderarte de nuestro territorio.

—Si ya no estáis aquí, entonces ya no vais a necesitarlo.

A Zarzoso se le erizó el pelo de todo su cuerpo.

—Quizá sentirías las cosas de otro modo si hubieras nacido dentro de un clan.

—¡Muestra un poco de respeto, Zarzoso! —le espetó Estrella de Fuego—. Alcotán no es responsable de su nacimiento.

Zarzoso abrió la boca, dispuesto a replicar, pero pareció pensárselo mejor y bajó la vista al suelo. Esquirolina creyó adivinar cómo Alcotán agitaba los bigotes con satisfacción, y sintió una oleada de rabia. ¿Cómo se atrevía el guerrero del Clan del Río a regocijarse de los problemas de los demás?

—Esto no nos lleva a ninguna parte —maulló Estrella Alta con tristeza.

—Los cuatro clanes deben permanecer unidos —insistió Estrella de Fuego—. Hemos vivido juntos bajo el Manto Plateado hasta donde alcanza nuestra memoria. Compartimos los mismos ancestros. ¿Cómo puede cuidar de nosotros el Clan Estelar si nos separamos?

Pero Estrella Negra había bajado del tronco caído y estaba alejándose; le hizo una seña a Cirro, el curandero del Clan de la Sombra, para que lo siguiera.

Trigueña miró a sus amigos con inquietud.

—Tengo que irme —le susurró a Esquirolina.

—¿Y qué pasa con la señal? —le recordó la aprendiza. Se estremeció, y no sólo por el frío. ¿Dónde estaba esa señal que se suponía que iba a salvarlos?

En los ojos de la guerrera del Clan de la Sombra asomó la duda.

—Lo lamento, debo ir con ellos.

Corrió tras Estrella Negra y Cirro. La hondonada pareció incluso más vacía y expuesta sin los tres gatos del Clan de la Sombra.

—Buena suerte, Estrella de Fuego —maulló Estrella Leopardina. Luego miró a Ala de Mariposa, que estaba junto a su mentor—. ¿Arcilloso está lo bastante bien para caminar?

—¡Por supuesto que lo estoy! —exclamó el viejo curandero con voz ronca, poniéndose en pie a duras penas—. He llegado hasta aquí, ¿no?

—Entonces, vamos —ordenó Estrella Leopardina, al tiempo que daba media vuelta y guiaba a sus gatos fuera del claro.

Borrascoso rozó a Esquirolina al pasar.

—Intentaré hablar contigo y con Zarzoso pronto —susurró.

—¿Qué podemos hacer sin la señal? —siseó Esquirolina con nerviosismo.

Borrascoso le lanzó una mirada llena de desesperación.

—No lo sé —confesó. Se volvió hacia la Gran Roca, arrancada de su antiguo lugar—. Tal vez el Clan Estelar ya no tiene ningún poder aquí.

Esquirolina se quedó mirándolo, horrorizada. ¿Podría ser eso cierto?

Estrella de Fuego contempló cómo se marchaban los gatos del Clan del Río.

—No he podido convencerlos —suspiró.

—Entonces, nuestros clanes deberán irse solos —apuntó Estrella Alta con voz resollante. Se sentó para recuperar el aliento—. Estrella de Fuego —añadió con voz quebrada—, yo tengo que encontrar un nuevo territorio para mi clan antes de la próxima luna llena. Estamos muriéndonos de hambre —confesó, y Esquirolina sintió que se le encogía el corazón de pena—. Pero estamos demasiado débiles para hacer el viaje solos. Ven con nosotros, ayúdanos, como hiciste cuando devolviste al Clan del Viento a su hogar tras el exilio, después de que Estrella Rota nos desterrara.

Estrella de Fuego agitó desdichadamente las orejas.

—No podemos marcharnos sin los otros dos clanes. Siempre ha habido cuatro clanes en el bosque y, donde sea que vayamos, también deberá haber cuatro clanes. ¿Cómo si no podemos estar seguros de que el quinto clan nos acompañará?

«¿El quinto clan?», se preguntó Esquirolina. Miró a Zarzoso, pero su amigo parecía tan perplejo como ella.

—El Clan Estelar siempre estará con nosotros —objetó Estrella Alta, y sólo entonces Esquirolina lo comprendió: el Clan Estelar era el quinto clan. La aprendiza vio un destello de furia en los cansados ojos del líder del Clan del Viento—. Eres demasiado orgulloso, Estrella de Fuego —sentenció—. Sé que el Clan del Trueno está al borde de la inanición, al igual que el Clan del Viento. Si insistes en permanecer en el bosque mientras esperas a que los otros dos cambien de opinión, los miembros de tu clan morirán.

Estrella de Fuego desvió la mirada.

—Lo lamento, Estrella Alta —maulló—. Quiero ayudarte, pero el corazón me dice que el Clan del Trueno no puede marcharse hasta que los otros clanes accedan a marcharse también. Tendremos que seguir intentando convencerlos.

Estrella Alta sacudió la cola.

—Muy bien —bufó—. No podemos viajar sin vosotros, de modo que tendremos que esperar. No te culpo a ti por el hambre que sufrimos, pero me decepciona que no nos ayudes ahora.

El líder del Clan del Viento se alejó; Cascarón iba casi pegado a él, listo para sujetarlo si tropezaba, pues sus patas no parecían lo bastante fuertes para conducirlo hasta el lindero del claro, y muchísimo menos hasta el páramo.

Esquirolina se volvió hacia Zarzoso.

—¿Por qué no ha habido ninguna señal? —se lamentó.

El joven guerrero la miró fijamente.

—¿Crees que Medianoche estaba equivocada? —En sus ojos se reflejaba la luna—. Después de todo, ¿nos contó algo que no podamos ver por nosotros mismos a nuestro alrededor? —Apuntó con la cola al arrasado claro, con los montones de árboles caídos—. Todos los gatos saben que los Dos Patas están destrozando el bosque. A lo mejor Estrella Negra tiene razón, y cada clan debería intentar salvarse a sí mismo, sin esperar más señales.

Esquirolina trató de contener el vértigo que revoloteaba en su pecho.

—¡No puedes hablar en serio! ¡Debemos creer que Medianoche tenía razón! —protestó—. El Clan Estelar nos envió a hablar con ella, y eso sólo puede significar que el Clan Estelar quiere que salvemos a los clanes.

—Pero ¿y si no podemos? —murmuró el guerrero.

Esquirolina se quedó mirándolo, abatida. De pronto, su mente se llenó de imágenes de árboles caídos, monstruos rugientes y sangre bajando por las Rocas Soleadas hasta el río.

—No te rindas, Zarzoso —susurró—. No hemos hecho ese viaje y perdido a Plumosa para nada. ¡Tenemos que salvar a los clanes!

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