Aurora

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4. Un beso

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UN BESO

Al final del día de colegio, me reuní con Jimmy en el vestíbulo. Se sentía muy descontento porque su profesora de matemáticas le había dicho que creía que estaba tan retrasado que tendría que repetir esa asignatura.

—Te advertí sobre faltar al colegio, Jimmy —le reñí suavemente.

—¿A quién le importa? —replicó, pero pude ver que estaba disgustado.

Mientras hablábamos, todos los otros alumnos se apresuraban a tomar los autobuses o a marcharse en sus propios coches. Los que eran internos, deambulaban lentamente.

—Todos esos chicos ricos tienen dinero para derrochar —refunfuñó Jimmy, viendo a algunos dirigirse a sus coches—. Vamos —dijo, dirigiéndose hacia la escalera—. Vamos a ver lo que tendremos que esperar por Padre.

Seguí a Jimmy al sótano, donde estaba situado el despacho de Padre. Había un taller al lado del despacho, que no era muy grande pero sí tenía una agradable mesa de madera con dos sillas. Había estantes en las paredes y una gran luz colgando, con una pantalla de metal azul oscura, al final de un cable y una cadena, justo encima de la mesa.

Jimmy se sentó detrás de la mesa de Padre, dejándose caer pesadamente en la silla. Yo acerqué la otra silla y abrí mis libros para empezar a hacer algo de mis deberes. Los recuerdos del día giraban confusamente por mi mente y cuando miré hacia arriba, sorprendí a Jimmy contemplándome

—¿Averiguaste quién te hizo eso? —preguntó.

—No, Jimmy —mentí—. Olvidémoslo. Todo fue un malentendido. —No quería que se metiera en un lío por mi causa.

—¿Malentendido? —Movió la cabeza—. Todos son unos snobs. Las chicas son estiradas y los chicos son unos imbéciles. Todos hablan sobre sus coches y sus trajes y sus colecciones de discos. ¿Por qué ese tipo llamado Philip estaba sentado contigo en la cafetería? —me preguntó.

—¿Philip? Se acercó y preguntó si había algún sitio libre —dije, haciéndolo parecer como si no hubiera sido nada, aunque lo había encontrado fantástico—. Cuando se enteró de que estaban todos libres, se sentó.

—Fue chocante la manera en que se puso amistoso tan de prisa. —Los ojos de Jimmy se empequeñecieron mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

—Sólo estaba siendo simpático. —Yo misma me había sentido insegura en confiar en el hermano de Clara Sue, pero por alguna razón tenía que defender a Philip ante Jimmy. Philip había sido la única persona que había actuado como un alma caritativa en el colegio hasta el momento. Recordé sus labios llenos, curvándose en una sonrisa torcida y sus ojos azules sosteniendo mi mirada hipnóticamente mientras me pedía que diera una vuelta con él en su coche. El mero recuerdo me hizo sentir un ligero estremecimiento.

—Ahora que lo pienso, no me inspira confianza —concluyó súbitamente Jimmy. Asintió con la cabeza, confirmando su teoría—. Todo esto puede ser parte de alguna broma por lo que te ocurrió esta mañana. Quizás alguien se apostó con él que no podía gustarte en seguida o algo por el estilo. ¿Qué pasará si hace algo que te avergüence?

—¡Oh, Jimmy, eso no puede ser verdad! ¡Es demasiado agradable para hacer una cosa así! —grité un poco demasiado desesperadamente.

—Si tengo razón, lo lamentarás profundamente. Si te lastima, tendrá que vérselas conmigo.

Sonreí para mí misma, pensando qué agradable era tener un hermano tan protector.

En ese momento apareció Padre en la puerta. A diferencia de sus otros trabajos, al final del día, Padre no tenía un aspecto sucio o cansado. Sus manos estaban tan limpias como lo habían estado por la mañana y no había manchas en su ropa.

Esperé, conteniendo la respiración, esperando que para entonces, ya se habría enterado del incidente en la clase de gimnasia, pero si era así, no dijo ni una palabra. No pareció fijarse en lo arrugado que estaba mi vestido.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Cómo os ha ido el día a vosotros, chicos? —Me dirigió una rápida sonrisa y me acarició el pelo durante un brevísimo momento.

Miré a Jimmy. Habíamos decidido que no le diríamos nada a Padre sobre lo que me había sucedido. Pero de repente me entraron ansias de esconder mi cara en su pecho y sintiéndome segura en sus brazos, soltar una catarata de lágrimas. Aun con los recuerdos de Philip y la clase de música para darme ánimo, la mayor parte del día había sido espantosa y ahora era una nube de caras que reían ante mis ojos. Sin embargo, sabía que no iba a poder contárselo, pues el temperamento de Padre era fogoso e impredecible. ¿Qué pasaría si decía algo y lo despedían o aún peor, si Mrs. Turnbell lo convencía de que todo era por mi culpa?

—Este lugar es lo que yo me esperaba. Está lleno de críos ricos y malcriados y maestros que lo desprecian a uno —comentó Jimmy.

—Nadie me desprecia a mí —contestó Padre ásperamente.

Jimmy miró hacia otro lado y después a mí, como para decir que, si lo hicieran, Padre no se enteraría.

—Vale, vale. ¿Cuándo salimos de aquí? —preguntó.

—Nos vamos ahora mismo. Sólo quiero anotar unos números en mi libro de notas que está aquí —explicó sacando una libreta blanca y negra de un cajón lateral del escritorio.

—Te gusta este empleo, ¿verdad, Padre? —pregunté mientras salíamos. Miré fijamente a Jimmy para que se diese cuenta de lo mucho que todo esto significaba para nuestra familia.

—Claro que sí, niña. Bueno, vamos a casa a ver a vuestra madre y enterarnos de cómo ha sido su día.

Cuando llegamos a nuestro apartamento, estaba todo muy tranquilo. Al principio pensé que Madre y la pequeña Fern habrían salido pero cuando nos asomamos al dormitorio, las encontramos a ambas acurrucadas juntas profundamente dormidas.

—¿No es todo un cuadro? —murmuró Padre—. Vamos a dejar que duerman —continuó—. Jimmy, ¿qué te parece si tú y yo nos vamos a buscar un poco de helado para el postre de esta noche? Opino que tendríamos que celebrarlo un poco.

Tan pronto como Padre y Jimmy se fueron, me quité el vestido para que Madre no viese lo arrugado que estaba y comencé a preparar la cena. Fern fue la que se despertó primero y lloró para llamarme. Cuando entré a buscarla, Madre abrió los ojos.

—Oh, Dawn, ¿ya estáis de vuelta? —preguntó haciendo un esfuerzo para sentarse. Tenía la cara enrojecida y los ojos vidriosos.

—Padre y Jimmy han ido a buscar helado. Madre, tú todavía no te encuentras bien.

—Estoy bien, cariño, sólo un poco cansada porque he tenido un día fuerte con Fern. Es un bebé muy bueno, pero es muy agitada para una sola persona. ¿Cómo te fue en el colegio?

—¿Fuiste al médico? —le pregunté.

—Hice algo mejor. Salí y compré los ingredientes para hacer este tónico —me explicó señalando una botella sobre la mesa de noche al lado de su cama.

—¿Qué es eso, Madre? —Hice girar la botella varias veces entre las manos, después la abrí y olí. Apestaba.

—Son una serie de hierbas y cosas, una fórmula de mi abuela. Ya verás. Me pondré mejor en seguida. Ahora no hablemos más de mí. Cuéntame del colegio. ¿Cómo te fue? —preguntó algo animada y con la alegría volviéndole a los ojos.

—Estuvo bien —contesté desviando la mirada para que no pudiese leer mi mentira. «Por lo menos parte del día fue bueno», pensé volviendo a poner la botella en su sitio y cogiendo a la pequeña Fern en brazos. Después le conté a Madre sobre Mr. Moore y algunas de las maestras pero no le hablé de Clara Sue Cutler y las otras chicas, ni tampoco le dije nada de Philip.

Antes de que terminara, Madre había cerrado los ojos y se había llevado las manos al pecho. Parecía como si le costase trabajo respirar profundamente.

—¡Madre, mañana no iré al colegio y me quedaré a cuidar a Fern hasta que esta medicina casera te mejore o te decidas a ir al médico! —exclamé.

—Oh, no, cariño. No puedes empezar a faltar recién llegada a un colegio nuevo sólo por mí. Si te quedas en casa tendré un verdadero disgusto. Me sentiré peor y peor.

—Pero, Madre…

Me sonrió y me cogió la mano derecha mientras yo sostenía a Fern en el brazo izquierdo. Mientras tenía a la pequeña Fern, ésta se encontraba contenta, chupándose el pulgar y oyéndonos a Madre y a mí. Madre me hizo inclinar acercándome a ella hasta poder acariciarme el pelo.

—Estás tan bonita hoy, Dawn, cariño. No quiero que te estés preocupando y privando de cosas por mí. Yo puedo cuidarme sola. Créeme, me he encontrado en casos peores que éste. Tu padre ha conseguido meteros a ti y a Jimmy en un colegio elegante donde vas a tener todas las ventajas que nunca pensamos poder darte. No puedes continuar como ibas en los otros sitios —insistió.

—Pero, Madre…

De repente, sus ojos se volvieron oscuros e intensos y su cara adquirió una expresión seria que nunca había visto. Me apretó la mano tan fuertemente, que los huesos de mis dedos parecieron frotarse unos contra otros, pero los cambios en ella me asustaron y no me atreví a retirar mi mano.

—Perteneces a ese colegio, Dawn. Te mereces esta oportunidad.

Los ojos de Madre perdieron un poco de brillo, mientras revivía para sí un viejo recuerdo. Su doloroso apretón en mi mano no cedía.

—Tú debes tratar a los ricos y a los de sangre azul —insistió—. No hay en ese colegio un chico o una chica mejor que tu, ¿te enteras? —exclamó.

—Pero, Madre, las chicas en este colegio llevan ropa que nunca tendré la oportunidad ni de probarme y hablan sobre sitios a los que nunca iré. Nunca encajaré en su ambiente. ¡Parecen saber tanto!

—Te mereces esas mismas cosas, Dawn. Nunca lo olvides. —Con eso, el apretón de hierro se hizo aún más intenso, haciéndome gritar un poco. Mi quejido pareció despertarla, sus ojos se aclararon y soltó mi mano.

—Está bien, Madre. Lo prometo. Pero si no mejoras pronto…

—Iré a un médico elegante tal como prometí que haría. Ésta es una nueva promesa —proclamó y levantó la mano como lo haría un testigo pronunciando su juramento en el juzgado. Moví la cabeza. Vio que no la creía—. Lo haré, lo haré —repitió y se reclinó otra vez sobre la almohada—. Dale de comer al bebé antes de que te haga saber que te estás retrasando con su comida. Es capaz de gritar terriblemente cuando quiere algo.

Abracé a Fern y me la llevé para darle de comer. Padre y Jimmy volvieron y le susurré a Padre que Madre estaba más enferma que nunca. Las cejas de Padre se unieron cuando las frunció con gesto preocupado.

—Voy a hablarle —dijo. Jimmy entró también a verla y entonces volvió. Se mantuvo silencioso contemplando cómo alimentaba a Fern. Siempre que Jimmy estaba preocupado y asustado por Madre, se tornaba silencioso y quieto como una estatua.

—Madre está tan pálida y delgada y débil, Jimmy —le dije—. Pero no quiere que deje de ir al colegio para ocuparme de Fern.

—Entonces yo me quedaré en casa —masculló a través de sus dientes apretados.

—Eso la pondría aún más furiosa y tú lo sabes, Jimmy.

—Bien, ¿qué vamos a hacer entonces?

—Veamos si Padre consigue hacerla ir al médico —le indiqué.

Cuando él volvió, nos dijo que Madre había prometido que iría con toda seguridad si la fórmula no hacía efecto.

—Su familia siempre ha sido gente muy terca —explicó Padre—. Una vez su papá durmió en el techo de su cabaña para poder agarrar al pájaro carpintero que le picaba las tejas por las mañanas. Tuvo que estar dos días enteros pero no se bajó de ese tejado.

Las historias de Padre nos hicieron reír de nuevo a todos pero de vez en cuando yo contemplaba a Madre e intercambiaba una mirada de preocupación con Jimmy. A mí, Madre me parecía una flor que se estaba secando. Veía pequeñas cosas acerca de ella que llenaban la bolsa de mi preocupación con más y más angustia. Sabía que si continuaba así, estallaría de pánico.

Al día siguiente, Philip Cutler me sorprendió en mi casillero justo antes de que sonase la campana para clase.

—¿Vas a dejar que te lleve hoy a dar un paseo? —me preguntó susurrando en mi oído.

Lo había estado pensando toda la noche. Sería la primera vez que iba a pasear con un chico.

—¿Dónde iríamos?

—Sé de un sitio en esta colina que domina el río James. Se puede ver a lo lejos kilómetros y kilómetros. Es precioso. Nunca he llevado a nadie allí —añadió—, porque no había encontrado a nadie que me pareciese que lo iba a apreciar como yo. Quiero decir, que no lo había encontrado hasta ahora.

Miré sus suaves ojos azules. Deseaba ir, pero el corazón me hacía sentir rara, como si estuviese traicionando a alguien. Vio la duda en mi cara.

—A veces simplemente sientes estas cosas —comentó—. No invitaría a ninguna otra chica porque están tan mal acostumbradas que no se quedarían satisfechas con ver la Naturaleza o el paisaje. Querrían que las llevase a algún restaurante elegante o algo así. No es que no quiera llevarte a ti a uno —añadió rápido—. Sólo que pienso que es posible que lo aprecies como yo.

Asentí lentamente. ¿Qué estaba haciendo? No podía Irme con él sin preguntarle primero a Padre y además tenía que regresar a casa para ayudar a Madre con Fern. ¿Y si Jimmy tenía razón y todo esto era una broma preparada en secreto por la hermana de Philip y sus amigas?

—Tengo que regresar a casa lo bastante temprano para ayudar a Madre con la cena —le expliqué.

—Eso no es un problema. Está sólo a unos minutos de aquí. ¿Aceptas? Te esperaré en el vestíbulo justo después que suene el timbre.

—No lo sé.

—Más vale que nos vayamos a clase —dijo cogiendo mis libros en sus brazos—. Vamos. Te acompaño.

Mientras caminábamos juntos por el corredor, hicimos que se volviesen una serie de cabezas. Sus amigos sonrieron y me saludaron. En la puerta de mi clase me entregó los libros.

—¿Y bien? —preguntó.

—No lo sé. Veremos —contesté. Se echó a reír, sacudiendo la cabeza.

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo. Aún no, por lo menos —añadió.

Mi corazón se agitó y me sentí como si Philip hubiese podido leer todos mis pensamientos. No había podido evitar imaginarme historias, mi propio cuento de hadas, antes de dormirme anoche. Me había imaginado al guapo Philip Cutler y a mí convirtiéndonos en la pareja ideal, jurándonos amor eterno uno al otro y haciéndonos novios. Viviríamos en su hotel y yo podría traer a Madre y a Padre y a Fern, incluso Jimmy vendría con el tiempo porque Philip le haría gerente o algo así. Al final de mi fantasía, Philip forzaba a Clara Sue a convertirse en camarera.

—Estaré detrás tuyo todo el día —prometió y se fue a su propia clase. Sus ojos azules parecían tan sinceros. «Esto no podía ser una broma», pensé. Por favor, que no sea una trampa.

Cuando me giré para entrar en mi aula principal, vi las miradas de sorpresa en las caras de algunas de las chicas que evidentemente me habían visto con Philip. Los ojos de Louise estaban redondos como monedas de medio dólar y vi que no podía esperar para hacerme preguntas.

—Quiere que vaya de paseo con él después del colegio —le conté finalmente—. ¿Tú crees que su hermana le dio la idea? —le pregunté tratando de pescar alguna pista.

—¿Su hermana? No es probable. Está furiosa con él incluso por dirigirte la palabra.

—Entonces quizás iré —murmuré soñadoramente.

—No lo hagas —me advirtió, pero pude ver la excitación en sus propios ojos.

Cada vez que iba de una clase a otra, Philip me estaba haciendo señas y preguntando:

—¿Y bien?

Justo después de sentarme en mi clase de matemáticas, sacó la cabeza por la puerta y arqueó las cejas inquiriendo. Sólo pude reírme. Desapareció rápidamente cuando la profesora se volvió hacia él.

El único incidente agrio ocurrió cuando encontré a Clara Sue esperándome en la puerta de mi próxima clase. Linda estaba junto a ella.

—He oído que Mr. Moore está considerando darte la parte solista en el concierto —dijo, con los ojos pequemos y observadores.

—¿Y? —Me latía el corazón con fuerza.

—También está considerando dármela a mí.

—Qué bien. Pues buena suerte —le dije y empecé a entrar en la habitación, pero me cogió por el hombro y me hizo girar.

—¡No creas que puedes llegar aquí y llevártelo todo, pequeña recogida por caridad! —gritó.

—¡No soy una recogida por caridad!

Clara Sue me inspeccionó de la cabeza a los pies, soltando un bufido desdeñoso.

—No te engañes, Dawn. Tú no perteneces aquí. Eres una extraña. No serás una de nosotros. Nunca lo has sido y nunca lo serás. No eres más que una pobre basura del lado malo de la ciudad. Todos en el colegio lo saben.

—Eso es —intervino Linda—. No eres más que una pobre basura.

—¡No te atrevas a decirme eso! —protesté airadamente, luchando por contener las lágrimas que sentía se me estaban formando en los ojos.

—¿Por qué no? —preguntó Clara Sue—. Es verdad.

¿Es que no puedes soportar la verdad, Dawn? Ya es hora de que aprendas. ¿A quién crees que engañas con tu actuación como «Señorita Inocencia»? —se burló—. Si crees que mi hermano se interesa por ti, estás loca.

—Le gusto a Philip —declaré—. Le gusto.

Clara Sue alzó una ceja.

—¡Apuesto que sí!

Había un tonillo en sus palabras… un tonillo que no me gustó.

—¿De qué estás hablando?

—Mi hermano adora a las chicas como tú. Las convierte en madres una vez al mes.

Linda se echó a reír estridentemente.

—¿De veras? —Me acerqué a Clara Sue de un empujón—. Bien, le diré a Philip lo que has dicho. —Mis palabras borraron la sonrisa de Clara Sue y durante unos momentos pareció llena de pánico. Sin darle ocasión a contestar abandoné a Clara Sue y sus odiosas palabras.

Philip se sentó conmigo y con Jimmy a la hora de comer y dedicó bastante tiempo a convencer a Jimmy de que se uniese al programa de baloncesto estudiantil. Jimmy no tenía muchas ganas pero yo podía ver cómo iba cambiando de parecer. Sabía que le gustaba el baloncesto.

—¿Y bien? —Me preguntó Philip al dirigirnos a clase—. ¿Ya te has decidido?

Dudé y después le conté lo que había sucedido entre Clara Sue y yo por la mañana. No le expliqué exactamente lo que ella había dicho, tan sólo que me había advertido en contra suya.

—Esa pequeña… bruja es la única palabra que le va. Espera que la coja.

—No le hagas nada, Philip. Me odiará más y tratará de crearme más problemas.

—Entonces ven conmigo a dar el paseo —dijo rápido.

—Eso parece chantaje.

—Eso es —contestó sonriendo—, pero un chantaje agradable.

Me eché a reír.

—¿Estás seguro que podrás traerme a casa temprano?

—Absolutamente. —Levantó la mano—. Por mi honor.

—Está bien —contesté—. Pediré permiso a mi padre.

—Estupendo. No te arrepentirás —me aseguró Philip. Sin embargo, yo me sentía nerviosa por el asunto y casi me olvidé de mostrarle mi guitarra a Mr. Moore. Verdaderamente caminaba dentro de una nube cuando entré en la clase y me senté.

—¿Hay verdaderamente una guitarra aquí o eso es sólo el estuche? —preguntó al ver que yo no lo mencionaba.

—¿El qué? ¡Oh, es una guitarra! —exclamé. Se echó a reír y me pidió que tocase. Después me dijo que lo había hecho muy bien para no haber tomado clases formales.

Su mirada bondadosa me impulsó a revelarle mi secreta esperanza.

—Mi sueño es aprender a tocar el piano y llegar a poseer uno propio algún día.

—Te diré lo que podemos hacer —dijo inclinándose hacia delante y apoyando los codos sobre el escritorio de forma que podía descansar la barbilla sobre las manos—. Necesito otro flautista. Si tocas la flauta para la orquesta del colegio, yo dedicaré tres tardes a la semana después del colegio a darte lecciones de piano.

—¿Hará usted eso? —Casi salté de mi pupitre.

—Empezamos mañana. ¿Trato hecho? —Me tendió la mano por encima del escritorio.

—Oh, sí —contesté dándole la mía. Se echó a reír y me dijo que me reuniese con él en la sala de música inmediatamente después del día de mañana.

No podía esperar para bajar corriendo a decírselo a Padre. Cuando se lo conté a Jimmy me sentí preocupada de que a él no le gustase por tener que esperar solo en el despacho de Padre esas tardes. Me sorprendió con una noticia acerca de sí mismo.

—He decidido participar en el programa de baloncesto para estudiantes —me explicó—. Uno de los chicos de mi clase de matemáticas necesita otro jugador en su equipo. Y después puede que entre en primavera en el equipo que sale a jugar fuera.

—Eso es estupendo, Jimmy. Quizá podamos hacer amigos aquí. Posiblemente ayer nos encontramos con la gente equivocada.

—No he dicho que estuviera haciendo amigos —contestó Jimmy rápidamente—, pero pensé que podía matar el tiempo un poco, dos veces por semana.

Padre no estaba por allí, así que le pedí a Jimmy que le dijese que iba a dar un paseo con Philip y que después me traería a casa.

—No quisiera que te metieses en líos con ese tipo —me dijo Jimmy.

—No estoy metiéndome en líos, Jimmy.

Tan sólo voy a dar un paseo.

—Seguro que sí —comentó Jimmy reclinándose tristemente en la silla. Regresé corriendo escaleras arriba para reunirme con Philip. Tenía un bonito coche rojo con los asientos cubiertos de peluda piel de oveja. Me abrió la puerta y dio un paso atrás.

—Señora —me dijo haciendo una gran inclinación.

Entré y cerró la puerta. El coche era aún más bonito por dentro. Pasé la mano sobre las suaves cubiertas y contemplé el tablero de instrumentos encuadrado en cuero negro y la palanca del cambio de marchas.

—Tienes un hermoso coche, Philip —le dije cuando se puso tras el volante.

—Gracias. Fue un regalo de cumpleaños de mi abuela.

—¡Un regalo de cumpleaños! —Imaginé lo rica que debía de ser su abuela, para regalarle un coche por su cumpleaños. Sacudió los hombros, sonrió tímidamente y encendió el motor, puso una marcha y nos fuimos.

—¿Cómo encontraste este sitio, Philip? —le pregunté mientras nos alejábamos del colegio en dirección opuesta a donde yo vivía.

—Oh, estaba paseando solo cuando lo encontré. Me gusta dar paseos, mirar el paisaje y pensar —explicó. Hizo un giro que nos sacó de la carretera principal y se dirigió rápidamente a una calle sin demasiadas casas. Entonces giró otra vez y empezamos a subir por una colina—. No está mucho más lejos —dijo. Pasamos unas pocas casas, mientras continuábamos subiendo y entonces Philip tomó una carretera desierta que se extendía a través de un campo hacia un grupito de árboles. La carretera era sólo gravilla y piedras.

—¿Encontraste esto accidentalmente?

—Ajá.

—¿Y no has traído a ninguna otra chica del Emerson Peabody?

—No —contestó, pero yo empezaba a tener mis dudas.

Atravesamos el bosquecillo y salimos a un campo. Realmente ya no había carretera, pero Philip continuó conduciendo sobre la hierba hasta que llegamos al borde de la colina y pudimos ver el río James. Tal como prometió, era una vista espectacular.

—¿Bien?

—¡Hermosísimo! Philip —exclamé bebiéndome el paisaje—. Tenías razón.

—Y deberías verlo de noche, con las estrellas y las luces de la ciudad. ¿Crees que te podré invitar alguna noche? —preguntó con una sonrisa torcida.

—No lo sé —contesté rápidamente, pero albergué una esperanza. Eso sería una cita, mi primera cita de verdad. Se acercó hacia mí, con su brazo sobre el respaldo del asiento.

—Eres una chica muy guapa, Dawn. El momento en que te vi, me dije, ahí va la chica más guapa que he visto en el Emerson Peabody. Tengo que conocerla tan rápido como pueda.

—Oh, hay muchas chicas más guapas que yo en el Emerson Peabody. —No era falsa modestia. Había visto tantas chicas guapas, con bonita y costosa ropa. ¿Cómo podía compararme?, me asombré.

—Para mí no lo son —dijo—. Me alegro de que te hayas cambiado a nuestro colegio. —Sus dedos rozaron mi hombro—. ¿Has tenido muchos novios?

Negué con la cabeza.

—No me lo creo —dijo.

—Es verdad. No nos hemos quedado en el mismo sitio el tiempo suficiente —añadí. El rió.

—Dices las cosas más divertidas.

—No estoy tratando de ser divertida, Philip. Es verdad —repetí, abriendo mucho los ojos para hacer énfasis.

—Seguro —contestó, moviendo sus dedos hacia mi pelo y su índice jugueteando con un mechón—. Tienes una nariz diminuta —dijo inclinándose a besar la punta de mi nariz.

Me cogió por sorpresa y me eché hacia atrás.

—No lo pude evitar —dijo y se inclinó de nuevo hacia adelante, esta vez para besar mi mejilla. Miré hacia abajo mientras su mano izquierda se colocaba sobre mi rodilla. Me hizo sentir un cosquilleo por el muslo hacia arriba—. Dawn —susurró suavemente en mi oído—. Dawn, me encanta decir tu nombre. ¿Sabes lo que hice esta mañana? Me levanté al salir el sol para poder ver el amanecer.

—Seguro que no lo hiciste.

—Si que lo hice —me dijo poniendo sus labios sobre los míos. Nunca había besado a un chico en los labios antes, aunque había soñado con ello. Anoche, en mis fantasías, había besado a Philip y ¡ahora me encontraba haciéndolo! Sentía como si en todo mi cuerpo hubiese docenas de explosiones y mi rostro se calentó. Hasta las orejas me ardían.

Como no me retiré hacia atrás, Philip soltó un gemido y me besó de nuevo, esta vez con más fuerza. De repente sentí que la mano que había estado sobre mis rodillas viajaba hacia arriba pasando por mi cintura hasta que sus dedos se agarraron alrededor de mi pecho. En ese mismo momento me retiré atrás y le empujé alejándolo. No pude evitarlo. Todas las cosas que me habían dicho de él desfilaron en un relámpago por mi mente, especialmente la horrible amenaza de Clara Sue.

—No te asustes —dijo él rápidamente—. No voy a hacerte daño.

El corazón me latía con fuerza. Apreté la palma de mi mano sobre el pecho e hice una profunda aspiración.

—¿Te encuentras bien?

Asentí.

—¿Ningún chico te había tocado ahí antes? —preguntó. Cuando negué con la cabeza, él inclinó la suya dudando—. ¿De veras?

—De verdad, no.

—Pues te lo estás perdiendo todo entonces —dijo acercándose de nuevo a mí—. No tienes que tener miedo —murmuró.

Y volvió a poner su mano en mi cintura.

—¿Nunca te habían besado por lo menos antes? —preguntó. Sus dedos comenzaron a subir por mi costado. Yo negué con la cabeza—. ¿De veras?

Puso su mano firmemente por el lado de mi pecho.

—Relájate —dijo—. No querrás ser la única chica de tu edad en el Emerson Peabody que nunca ha sido tocada y besada de este modo, ¿verdad? Lo haré muy despacio. ¿Te parece bien? —murmuró, apenas deslizando su mano sobre mi pecho.

Respiré hondo y cerré los ojos. Nuevamente apretó sus labios sobre los míos.

—Eso es. Tranquila —iba diciendo—. ¿Ves?

Las puntas de sus dedos agarraron el botón de mi blusa. Sentí que lo desabrochaba y después sus dedos sobre mi piel moviéndose como una araña gruesa bajo mi sujetador. Cuando las puntas de sus dedos encontraron mi pezón sentí una oleada de excitación que me cortó la respiración.

—No —dije retirándome de nuevo hacia atrás. El corazón me latía tan fuerte que estaba segura que podía oírlo—. Yo… más vale que regresemos. Tengo que ayudar a Madre con la comida.

—¿Qué? ¿Ayudar a tu madre con la cena? Estás de broma. Si acabamos de llegar aquí. —Me contempló un instante—. No será que ya tienes otro amigo, ¿verdad?

—¡Oh, no! —exclamé casi saliéndome del asiento. Se echó a reír y pasó la punta de su índice por mi clavícula. Sentí su aliento caliente sobre la mejilla—. ¿Volverás aquí conmigo una noche?

—Sí —contesté sin pensarlo. Era tan guapo que a pesar de mis temores su roce me había hecho sentir mariposas revoloteando por mi estómago.

—Está bien. Entonces te dejaré escapar por esta vez —exclamó riéndose—. Eres muy mona, ¿sabes?

Se inclinó y me besó de nuevo, bajando después la mirada hacía mi blusa abierta. Me abroché rápidamente.

—En realidad, me alegro de que seas tímida, Dawn.

—¿Te alegras? —Yo que había pensado que iba a odiarme porque no era tan sofisticada como la mayoría de las chicas del Emerson Peabody.

—Claro. Son tantas las chicas que lo saben todo estos días. Que no tienen nada de inocencia o de honradez. No como tú. Quiero ser yo el que te enseñe, el que te haga sentir cosas que nunca has sentido. ¿Me dejarás? ¿Quieres? —suplicó con sus suaves ojos azules.

—Sí —contesté. Quería aprender esas cosas nuevas y sentirlas y ser tan mujer y tan sofisticada como las chicas que conocía en el Emerson Peabody.

—Está bien, pero no traigas otros chicos aquí a espaldas mías —añadió.

—¿Qué? No lo haría.

Rió y se colocó detrás del volante.

—Eres muy diferente, Dawn. Eres algo muy bueno.

Le expliqué cómo llegar a mi casa y terminé de abotonarme la blusa.

—Nuestra parte de la ciudad no es muy simpática —traté de prepararle—. Pero estamos viviendo ahí solamente hasta que Padre encuentre algo mejor.

—Sí, claro —comentó mirando las casas en las calles de mi vecindad—. Por ti espero que no se demore mucho. ¿No tenéis familia aquí? —preguntó.

—No. Nuestra familia está toda en fincas de Georgia —repliqué—. Pero hace bastante que no los vemos porque hemos estado viajando mucho.

—He hecho viajes aquí y allá —explicó—. Pero los veranos, cuando la mayor parte de los chicos se van a Europa o a otros lados del país, tengo que quedarme en Cutler’s Cove y ayudar en nuestro hotel —explicó haciendo una mueca de disgusto. Se volvió hacia mí—. Se espera que algún día me haré cargo y seré el que lo lleve.

—¡Qué maravilloso, Philip!

Se encogió de hombros.

—Hace generaciones que está en nuestra familia. Comenzó siendo sólo una posada cuando había balleneros y pescadores de todas partes. Tenemos cuadros y toda clase de antigüedades en el desván del hotel, cosas que pertenecieron a mi tatarabuelo. Nuestra familia es la más importante de la ciudad, es una de las familias fundadoras.

—Debe de ser fantástico tener todo ese patrimonio familiar —le dije. Él notó el tono de añoranza de mi voz.

—¿Cómo eran tus antepasados?

¿Qué iba a decirle? ¿Sería posible decirle la verdad, que nunca había visto a mis abuelos y mucho menos sabía cómo habían sido? ¿Y cómo iba a explicar no haber visto, ni conocido, ni había oído hablar de primos, tíos y tías?

—Eran… campesinos. Teníamos una gran finca con vacas y pollos y hectáreas y más hectáreas —expliqué mirando hacia fuera por la ventanilla—. Recuerdo haber ido montada sobre una carreta de paja cuando era una niña pequeña, delante con mi abuelo, que me sujetaba con un brazo mientras con la otra mano retenía las riendas. Jimmy solía colocarse sobre la paja mirando al cielo. Mi abuelo fumaba en una pipa de campesino y tocaba la armónica.

—De manera que es de ahí de donde sacas tu don para la música.

—Sí. —Continué entretejiendo los hilos de mis fantasías, casi olvidando mientras hablaba, que mis palabras eran tan falsas como podían ser—. El se sabía todas las viejas canciones y me las cantaba, una tras otra, mientras íbamos en su carreta y también por la noche, en el porche de nuestra gran granja, mientras se mecía y fumaba y mi abuela hacía ganchillo. Los pollos corrían sueltos por el patio, pero siempre lo hacían demasiado aprisa. Aún puedo escuchar a mi abuelo reír y reír.

—En realidad, no me acuerdo demasiado de mi abuelo y nunca he estado muy apegado a mi abuela. La vida es mucho más protocolaria en Cutler’s Cove —explicó.

—Gira aquí —dije rápidamente, lamentando ya mis mentiras.

—Eres la primera chica que he conducido hasta casa —me indicó.

—¿De veras? Philip Cutler, ¿es eso verdad?

—Te lo prometo. No te olvides, acabo de obtener el permiso de conducir. Aparte de que, Dawn, no podría mentirte. Por alguna razón, sería como mentirme a mí mismo. —Se inclinó y acarició mi mejilla tan suavemente que apenas podía sentir la punta de su dedo. Mi corazón se desanimó. El estaba siendo tan considerado y veraz y yo estaba inventando historias sobre mi imaginaria familia, historias que lo entristecían por su propia vida, una vida que estaba segura tenía que ser mil veces más maravillosa que la mía.

—Por esta calle —señalé. Giró hacia nuestra manzana. Vi su mueca cuando vio los solares llenos de desperdicios y los desordenados patios delanteros—. Ése es el edificio de apartamentos donde vivo, el que tiene el camión rojo de juguete en la acera.

—Gracias —le dije mientras se acercaba.

Se inclinó para besarme y cuando me acerqué a él, nuevamente llevó su maño hacia mi pecho. No me retiré.

—Tienes un sabor muy agradable, Dawn. Me permitirás que te lleve a dar otro paseo pronto, ¿verdad?

—Sí. —Mi voz sonó apenas más alta que un murmullo. Reuní mis libros en los brazos rápidamente.

—Oye —dijo—. ¿Cuál es tu número de teléfono?

—Oh, todavía no tenemos teléfono —le contesté. Y cuando me miró de una forma extraña, añadí—: aún no hemos podido ocuparnos.

Salí del coche rápidamente y corrí hasta la puerta, segura de que él había visto a través de mi estúpida mentira. Estaba segura de que nunca querría volver a verme.

Padre y Madre estaban sentados a la mesa de la cocina. Jimmy, que estaba en el sofá, me miró por encima de una revista de dibujos.

—¿Dónde has estado? —me preguntó Padre con una voz que me sobresaltó.

Le miré. Sus ojos no se ablandaron y nuevamente había aparecido la expresión sombría en su cara, una expresión que hizo que mi corazón latiese cada vez más fuerte.

—Fui a dar un paseo. Pero he regresado a casa lo bastante pronto como para ayudar a hacer la cena y ayudar con Fern —añadí en mi propia defensa.

—No nos gusta que pasees todavía con chicos, Dawn —dijo Madre, tratando de apaciguar las traidoras aguas del enfado de Padre.

—Pero ¿por qué, Madre? Estoy segura que las otras chicas de mi edad en el Emerson Peabody van de paseo con chicos.

—Eso no importa —cortó Padre con sequedad—. No quiero que vuelvas a dar un paseo con ese chico.

Padre me miró y su hermosa cara estaba encendida con fiera ira. Mi mente se aceleró, buscando desesperadamente una razón para el enfado de Padre.

—Por favor, Dawn —dijo Madre. Tosió de una forma que casi se le cortó la respiración.

Miré hacia Jimmy. Tenía la revista tan alta, que no le podía ver la cara ni él podía ver la mía.

—Está bien, Madre.

—Buena chica, Dawn —dijo ella—. Ahora podemos empezar a cenar. —Le temblaban las manos, pero yo no sabía qué lo causaba, si su tos o la tensión en el cuarto.

—¿No llegas un poco pronto, Padre? —pregunté. Había tenido la esperanza de llegar a casa antes que él y Jimmy.

—Salí un poco pronto. No tiene importancia. No estoy tan entusiasmado con este empleo como creía —contestó para sorpresa mía. ¿Se había enterado de lo que me habían hecho las chicas? ¿Se había puesto por eso en contra del colegio?

—¿Has discutido con Mrs. Turnbell, Padre? —pregunté sospechando que su mal humor había levantado la cabeza.

—No. Hay mucho trabajo. No sé. Ya veremos. —Me echó una mirada que significaba que no íbamos a hablar más de eso. Desde que Padre había empezado a trabajar en el Emerson Peabody, esas miradas y su mal humor habían desaparecido. De repente todo regresaba y me sentí asustada.

Esa noche, después que Fern se durmió y Padre y Madre se fueron a la cama, Jimmy se volvió hacia mí deslizándose bajo las sábanas.

—No dije nada para ponerlos inquietos y preocupados porque hubieras ido a dar un paseo con Philip. —Los oscuros ojos de Jimmy me suplicaban que le creyese—. Sólo se lo dije a Padre y al momento siguiente lo único que supe era que veníamos a casa a toda velocidad. De verdad.

—Te creo, Jimmy. Supongo que deben de estar preocupados. No necesitamos más problemas —le contesté.

—Naturalmente que me preocupa tanto que vayas a dar paseos con Philip —rezongó—. Todos esos chicos ricos son unos malcriados y siempre consiguen lo que quieren —dijo amargamente, mirándome con esa mirada oscura que se apoderaba de la mía y la apresaba.

—También hay muchos malos entre los pobres, Jimmy.

—Ésos, por lo menos, tienen una disculpa, Dawn. —Hizo una pausa—. Ten cuidado.

Con eso, Jimmy dio media vuelta y se alejó de mí tanto como pudo a pesar de permanecer en la misma cama.

Tardé muchísimo en dormirme. En lo único que podía pensar era que no podía salir con Philip, ni siquiera ir a dar un paseo. Esta idea me hacía desear cavar un pozo para llenarlo con mis lágrimas. El pozo se hubiese llenado en muy poco tiempo si Jimmy no hubiese estado tratando de dormir.

¿Por qué no podía tener esta sola cosa que deseaba? Bastante poco había tenido hasta ahora, gritaba mi cerebro y yo me había esforzado tanto por hacer feliz a mi familia, ¿no había tratado de hacer sonreír a Padre? ¿Cómo podían quitarme esto también?

Philip era algo especial. Volví a vivir su beso, la forma en que puso sus labios sobre los míos, el azul profundo de sus ojos, el modo en que mi cara se encendía y la excitación que relampagueaba por mi cuerpo cuando sus dedos tocaban mi pecho. Sólo de pensarlo, me producía calor y las mariposas de mi estómago despertaban de nuevo.

Hubiese sido excitante estar aparcada con él en aquella colina, por la noche, con todas las luces a nuestros pies y las estrellas por encima de nosotros. Cuando cerré los ojos, me lo imaginé en la oscuridad, acercándose cada vez más, llevando sus manos a mis pechos y sus labios sobre los míos. La imagen era tan vivida que sentí como si una ola de calor subiese todo a lo largo de mi cuerpo igual que si me hubiese sumergido suavemente en un baño templado. Cuando la ola llegó a mi garganta, solté un gemido. No me di cuenta de que lo había hecho en voz alta hasta que Jimmy habló.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—No he dicho nada —contesté rápida.

—Oh, está bien. Buenas noches —repitió.

—Buenas noches —le contesté y di la vuelta para obligarme a mí misma a dormir y olvidar.

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