Aurora

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15. Secretos desvelados

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SECRETOS DESVELADOS

Sentí los dedos de mi padre asir mis hombros suavemente, mientras las luces del coche patrulla desaparecían por la calle. Mi abuela se adelantó para enfrentarse conmigo. Sus labios estaban apretados en una línea fina y sus ojos ensanchados y enloquecidos de rabia. Bajo las farolas y las brillantes luces del porche, su piel parecía de un blanco fantasmal. Con los hombros levantados y su cuello hundido entre ellos, parecía un águila a punto de cazar un ratón. En este momento me sentía como una especie de criatura atrapada.

—¿Cómo pudiste hacer una cosa semejante? —siseó. Se volvió severamente hacia mi padre—. Te dije que no era mejor que un animal salvaje de las calles. Es seguro que los traerá a todos aquí, si no ponemos remedio inmediato. Debe ser enviada a algún colegio privado que se especialice en este tipo de personas.

—¡No soy un animal salvaje! ¡Eres tú el animal salvaje! —grité.

—¡Eugenia! —exclamó cortante mi padre. Me escapé de sus manos.

—¡No soy Eugenia! ¡No lo soy! ¡Soy Dawn, Dawn! —insistí, golpeándome los costados con mis propios puños.

Miré hacia arriba y vi a los huéspedes que se habían congregado en la entrada principal y en el porche, observándome. Algunas de las mujeres de más edad, movían la cabeza y los hombres asentían expresando su aprobación. Repentinamente, Philip se abrió paso y nos miró confuso.

—¿Qué pasa? —exclamó. Se volvió a Clara Sue, que estaba hacia un lado con aspecto de estar muy satisfecha consigo misma. Le dirigió una sonrisa de satisfacción.

—Es mejor que entres —aconsejó mi padre en un fuerte y alto murmullo—. Hablaremos sobre esto cuando todo el mundo esté más tranquilo.

—No —respondí—. No debiste permitir que se lo llevaran —añadí y empecé a sollozar—. No lo deberías haber permitido.

—Eugenia —dijo mi padre suavemente, caminando hacia mí.

—Haced que entre —ordenó mi abuela entre dientes—. ¡Ahora! —Se volvió y le sonrió a sus huéspedes—. Todo está bien. Es sólo un malentendido. No hay por qué alarmarse.

—Por favor, Eugenia —dijo mi padre, acercándose para cogerme la mano—. Vamos dentro —suplicó.

—¡No! —Me eché más atrás—. No voy a entrar. ¡Lo odio, lo odio! —grité y me volví y empecé a correr por el camino.

—Francamente, papá, siempre estás tratando a Eugenia con guantes blancos —oí decir a Clara Sue—. Ya es mayor. ¡Se lo ha buscado! Ahora, que se atenga a las consecuencias.

Sus palabras dieron más fuerza a mis zancadas. Clara Sue era una gran mentirosa. Mientras corría, las lágrimas me fluían por mis mejillas. Sentí el pecho como si me fuera a explotar. Alcancé la calle y giré a la derecha, corriendo por la acera, la mitad del tiempo con los ojos cerrados, sollozando.

Corrí y corrí hasta que el dolor en mi costado se convirtió en un cuchillo que se hundía cada vez más profundamente, forzándome a reducir la velocidad a un trote y después a un paso más lento, con la mano en las costillas, la cabeza baja, luchando por respirar. No tenía idea de a dónde me dirigía o de dónde estaba. La calle iba ahora hacia la izquierda, acercándome al mar, y los golpes de las olas parecían resonar a mi lado. Finalmente me detuve junto a unas grandes rocas y me apoyé contra ellas para descansar y recuperar el aliento.

Contemplé el mar iluminado por la luna. El cielo estaba oscuro, profundo, incluso frío, y la luna tenía un color amarillo enfermizo. Me llegaban ocasionalmente gotas de espuma de las olas, salpicándome la cara.

Pobre Jimmy, pensé, obligado a desaparecer en la noche, como un vulgar criminal. ¿Le forzarían a volver con ese malvado campesino? ¿Qué había hecho para merecer esto? Me mordí el labio inferior para impedirme seguir sollozando me dolían muchísimo la garganta y el pecho.

De repente, oí que alguien me llamaba. Era Sissy, que recorría las calles buscándome.

—Tu papá me mandó buscarte —dijo.

—No es mi papá —escupí con odio—. Es mi padre y no voy a volver, no la haré.

—Bien, ¿y qué vas a hacer? —preguntó mirando a su alrededor—. No te puedes quedar aquí toda la noche. Tienes que volver.

—Se llevaron a Jimmy como a un animal atrapado. Lo tenías que haber visto.

—Lo vi. Lo vi todo desde el otro lado del porche. ¿Quién era?

—Era mi… El chico que creí que era mi hermano. Se había escapado de casa de un cruel padre adoptivo.

—¡Oh!

—Y no pude hacer nada para ayudarle —me quejé sin remedio, echándome hacia atrás y limpiándome las mejillas.

Suspiré profundamente y bajé la cabeza. ¡Qué frustrada y vencida me sentía! Sissy tenía razón: tenía que volver al hotel. ¿A dónde más podría ir?

—Odio a Clara Sue —dije entre dientes—. Le dijo a mi abuela que Jimmy se estaba escondiendo aquí y la hizo llamar a la Policía. Es malvada y rencorosa… Ella robó el collar de Mrs. Clairmont para que se me echara la culpa a mi. Después la vi entrar en mi habitación y dejarlo en mi cama.

—Pero yo creí que Mrs. Clairmont lo había encontrado.

—Lo llevé a escondidas a su cuarto y se lo devolví, pero lo había robado Clara Sue —repetí—. Sé que nadie me creerá, pero fue ella quien lo hizo.

—Te creo. Es una malcriada —estuvo de acuerdo Sissy—. Pero algún día tendrá su merecido. Esa clase de chica siempre lo recibe, porque también se odian a sí mismas. Vamos, cariño —dijo Sissy, poniéndome el brazo sobre los hombros—. Caminemos hasta casa. Estás temblando muchísimo.

—No es de frío, sólo estoy disgustada.

—Aun así, estás temblando —dijo Sissy, frotándome el brazo. Empezamos a caminar en dirección del hotel—. Jimmy es un chico guapo.

—Sí que lo es. Y además es muy simpático. La gente no se da cuenta al principio, porque es muy reservado, pero eso es porque es muy tímido.

—Ser tímido no es malo. Es la otra clase de chicos la que no me gusta.

—¿Como Clara Sue?

—Como Clara Sue —respondió y ambas reímos. Era bueno reír, como dejando escapar un suspiro que se ha retenido durante mucho tiempo. Entonces tuve una idea.

—¿Conoces a la mujer que fue mi niñera cuando nací, Mrs. Dalton?

—¡Ajá!

—Vive con su hermana, ¿verdad? —Sissy asintió—. ¿Vive cerca?

—Bueno, como a tres o cuatro calles —dijo señalando hacia atrás—. En una casita tipo Cape Cod de la calle Crescent. De vez en cuando, mi abuelita me manda para que le lleve un pote de conserva. Ya sabes que está enferma.

—Mrs. Boston me lo dijo, Sissy. Quiero ir a verla.

—¿Para qué?

—Quiero hacerle preguntas sobre mi secuestro. ¿Puedes llevarme allí?

—¿Ahora?

—No es tan tarde.

—Es demasiado tarde para ella. Está muy enferma y a esta hora debe de estar durmiendo.

—¿Me llevarías por la mañana después de que terminemos el trabajo? ¿Lo harás? —le pregunté—. Por favor —supliqué.

—De acuerdo —contestó viendo lo importante que era para mí.

—Muchas gracias, Sissy —le dije.

Cuando regresamos al hotel mi abuela no estaba visible, pero mi padre nos saludó en el vestíbulo.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó y bajó la vista a la alfombra—. Creo que ahora deberías irte a tu habitación. Tendremos ocasión de hablar de todo esto mañana cuando todo el mundo esté más sereno y pueda pensar con claridad.

Mientras cruzaba el vestíbulo decidí lo que iba a hacer. Había llegado el momento de vérmelas con Clara Sue. No iba a salir bien librada de lo que había hecho.

Sin molestarme en llamar a la puerta, entré como una exhalación en su habitación, cerrando la puerta de golpe.

—¿Cómo has podido? —pregunté furiosa—. ¿Cómo pudiste decirles lo de Jimmy?

Clara Sue estaba echada sobre la cama, hojeando una revista. A su lado había una caja de bombones. A pesar de mis palabras airadas, no levantó la vista. En lugar de eso, continuó leyendo, cogiendo un bombón de vez en cuando, dándole un mordisco y tirándolo a un lado después.

—¿No vas a decir nada? —pregunté. Siguió sin contestar y me puso furiosa el modo tan descarado en que me estaba ignorando. Me tiré sobre ella y lancé a un lado la caja de bombones. Voló por los aires antes de aplastarse sobre el suelo con los chocolates esparciéndose por todas partes.

Esperé que Clara Sue me mirase. No podía aguardar a echarle en cara la traición que había cometido. Pero no levantó la vista. Simplemente continuó leyendo, ignorándome como si no estuviese allí. Por alguna razón esto me enfureció aún más. Le arranqué la revista de las manos, haciéndola tiras que se esparcieron por el aire.

—No me iré, Clara Sue Cutler. Pienso quedarme hasta que me mires.

Finalmente levantó los ojos azules, con una mirada de advertencia.

—¿No te ha enseñado nadie a llamar antes de entrar?

Es lo que hace la gente educada.

Decidí ignorar la mirada en los ojos de Clara Sue.

—¿Y a ti nadie te ha enseñado lo que es confiar en otro? ¿Que guardar un secreto es una cosa sagrada? Jimmy y yo confiamos en ti. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?

—¿Por qué no? —ronroneó suavemente. Después con más ira y un despliegue de energía saltó de la cama—. ¿Por qué no? Hacerte desgraciada es algo que me da placer, Dawn. Me hace feliz.

Me quedé mirándola indignada. Sin siquiera pensarlo, levanté la mano y le di una bofetada.

—¡No eres más que una chiquilla malcriada! Nunca te perdonaré esto. ¡Nunca!

Clara Sue se rió de mí, frotándose la mejilla.

—¿Quién quiere tu perdón? —se burló—. ¿Crees que estás haciéndome un favor?

—Somos hermanas. Las hermanas se supone que son las mejores amigas. Tú no me querías como amiga, Clara Sue, y ahora tampoco me quieres como hermana. ¿Por qué? ¿Por qué tienes tanto empeño en hacerme daño? ¿Qué te he hecho? ¿Por qué continúas haciendo estas cosas tan malvadas?

¡Porque te odio! —gritó Clara Sue con todas sus fuerzas—. ¡Te odio, Dawn! ¡Te he odiado toda mi vida!

Me quedé asombrada por su ira. Me cogió desprevenida y no supe cómo responder. Había fiereza en sus palabras, su cara se había puesto roja y los ojos se le salían como los de una loca. Ya había visto antes esa mirada, en la cara de la abuela Cutler. Pero no podía comprenderlo. ¿Por qué ambas me odiaban tanto? ¿Qué le había hecho a esta familia para producirles unas emociones tan desagradables?

—¿Cómo puede ser posible? —murmuré. Una parte de mí deseaba comprender los sentimientos de Clara Sue—. ¿Cómo puede ser posible?

—¿Cómo puede ser posible? —remedó Clara Sue cruelmente—. ¿Cómo puede ser posible? Te lo explicaré. ¡Te lo explicaré! ¡Has sido parte de mi vida sin estar en ella! ¡Desde el día que nací he vivido a tu sombra y he odiado todos los minutos!

—Pero eso no ha sido culpa mía. —Una parte de mí estaba empezando a comprender. La secuela de mi secuestro se había convertido en un aspecto permanente de la vida de Cutler’s Cove y Clara Sue había nacido en él.

—¡Oh! ¿Que no era culpa tuya? Yo no era la primogénita como Philip o la primera niña como tú. Ni siquiera se me consideraba el bebé de la familia. ¡Oh, no! ¡Yo no era más que el bebé que había nacido para sustituirte! —Clara Sue acortó la distancia entre nosotras—. Sal de mi habitación. ¡Lárgate! Me enfermo de sólo verte. Pero antes de que te vayas, Dawn, te hago una promesa. Una promesa muy especial que pienso cumplir. Jamás te aceptaré como parte de esta familia. Jamás te recibiré con los brazos abiertos o te facilitaré la vida. ¡Nunca! En su lugar, haré todo lo humanamente posible para convertir tu vida en un infierno. Y cuando eso no sea suficiente, aún haré más. Me esforzaré por crearte penas y dolor en el corazón. Tu desgracia traerá una sonrisa de felicidad a mi rostro y me parecerá que el sol aún brilla más. Destruiré tus sueños hasta que no sean más que unas retorcidas ruinas de tus esperanzas y te traigan sólo pesadillas. ¡Ninguna otra cosa será suficiente!

Me quedé muda.

—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamé. Ahora estaban clarísimos los motivos de Clara Sue para entregar a Jimmy y aunque yo aún seguía furiosa con ella una parte de mi ser la compadecía. Con todo lo que tenía, Clara Sue era una desgraciada. Deseaba ayudarla a vencer su desdicha. Quizás entonces no me odiaría tanto.

Los ojos de Clara Sue tenían el brillo de la locura mientras me contemplaba con absoluto asombro.

—¡No te creo! ¡Sinceramente no te creo! Tú no cedes nunca, ¿verdad? Esto no es una película cursi en la cual nos abrimos el corazón la una a la otra, lloramos a placer y luego nos damos un beso haciendo las paces. Saca de las nubes tu bonita cabecita, Dawn. ¿No has oído una sola palabra de cuanto he dicho? Jamás seremos amigas y ciertamente no seremos hermanas. ¡Nunca!

Clara Sue se acercó más y yo fui retrocediendo hasta la puerta de la habitación.

—Nunca bajes la guardia conmigo, Dawn —me advirtió—. Ten cuidado conmigo. Siempre.

Con estas últimas palabras me volvió la espalda. Busqué torpemente el pomo de la puerta, ansiosa de huir de mi hermana porque en el fondo de mi corazón sabía que lo que me había prometido era verdad.

Ni mi padre ni mi abuela tenían tiempo para verme a la mañana siguiente, puesto que era día de entrada y salida de muchos huéspedes. De todos modos, yo estaba ocupada con Sissy porque teníamos cinco habitaciones de más para limpiar y arreglar. Sin embargo, había anticipado la aparición de mi abuela en la cocina cuando el personal estaba desayunando. Yo no había dormido bien la noche anterior y no estaba de humor para que me regañasen o avergonzasen delante de los otros empleados. Me decidí a plantarle cara aunque esto significase que iba a verme de nuevo encerrada en mi habitación y sin comida.

Como Clara Sue tenía el primer turno de la noche en recepción siempre dormía hasta tarde, así es que no iba a encontrármela, pero Philip estaba levantado y con los otros camareros. Estuvo evitándome hasta el momento de ir a trabajar. Entonces me siguió fuera y me llamó.

—Por favor —me suplicó cuando pareció que yo no iba a detenerme. Me volví abruptamente.

—Tengo trabajo, Philip —le dije—. Tengo que ganarme el sustento —añadí amargamente—. Y no creo lo que dice la abuela. No estoy aprendiendo el negocio de abajo arriba. Siempre estaré abajo por lo que a ella se refiere.

Me quedé contemplándolo. Ahora me parecía tan distinto, tan miserable y patético desde que me había atacado. ¡Pensar que había estado a punto de enamorarme de él!

—Dawn, tienes que creerme. No tuve nada que ver con que mi abuela se enterase de lo de Jimmy. No sabe que fui yo el que lo llevó allí abajo para esconderlo cuando llegó —me dijo mostrando el miedo en sus ojos—. De modo que así están las cosas, pensé.

—¿Tienes miedo de que se lo cuente? —No contestó pero su rostro lo hizo por él—. No tengas miedo, Philip. No soy como nuestra queridísima hermana pequeña. No voy a meterte en un lío deliberadamente sólo por vengarme, aunque debiera —dije secamente y di media vuelta para alcanzar a Sissy.

Durante el resto de la mañana, cada vez que oía pasos en el corredor pensaba que iban a ser mi padre o mi abuela. Después que terminamos nuestro trabajo y que ninguno de ellos había venido me llevé a Sissy a un lado.

—Llévame a casa de la hija de Mrs. Dalton, Sissy. Por favor, antes de que mi abuela nos dé más trabajo.

—No sé por qué quieres ver a esa mujer. No recuerda tanto las cosas —dijo Sissy mirando hacia otro lado rápidamente.

—¿Por qué dices eso, Sissy? —Noté un cambio en su actitud.

—Es lo que dice mi abuela —me dijo levantando la vista a toda prisa y volviendo a bajarla.

—¿Le dijiste que ibas a llevarme y no le gustó? —Sissy movió la cabeza—. No tienes que ir conmigo, Sissy. Tan sólo indícame cuál es la casa y no le diré a nadie que tú me la mostraste. Te lo prometo.

Ella dudó.

—Mi abuelita dice que la gente que desentierra el pasado generalmente encuentran más huesos de los que esperaba y es mejor dejar en paz el pasado.

—Para mí no, Sissy. No puedo. Por favor. Si no me ayudas buscaré de todos modos hasta que encuentre la casa —le dije poniendo en mi cara para impresionarla un aspecto de decisión.

—Está bien —me dijo y suspiró—. Te mostraré el camino.

Salimos del hotel por una puerta lateral y rápidamente bajamos a la calle. Era raro lo distinto que me parecía todo a la luz del día, especialmente el cementerio. Había desaparecido su atmósfera opresiva y llena de presagios. Hoy tan sólo era un lugar de descanso, agradable y bien cuidado, fácil de pasar.

Hacía un día brillante casi sin nubes y con una suave y cálida brisa del océano. El mar parecía sereno, pacífico, atractivo, la marea peinaba la playa suavemente y se retiraba en pequeñas olas. Todo parecía más limpio y amistoso.

Había una constante línea de tráfico en la calle pero se movía perezosamente. Nadie parecía tener prisa. Todo el mundo parecía hipnotizado por el brillo del sol sobre el agua azul y el vuelo de las golondrinas de mar y las gaviotas que flotaban sin esfuerzo en el aire veraniego.

Pensé que éste bien podía haber sido un lugar maravilloso en el cual crecer. No pude menos de preguntarme cómo hubiese sido yo si me hubiesen criado en el hotel y en Cutler’s Cove. ¿Me hubiese vuelto tan egoísta como Clara Sue? ¿Hubiese querido a mi abuela y hubiese sido mi madre una persona completamente diferente? El destino y los sucesos más allá de mi control habían dejado para siempre sin respuesta estas preguntas.

—Ahí está, justo enfrente de nosotros —dijo Sissy señalando una acogedora casita blanca estilo Cape Cod con un pequeño trozo de césped, una pequeña acera y un pequeño porche. Tenía delante una cerca de madera. Sissy me miró—. ¿Quieres que te espere aquí?

—No, Sissy. Puedes regresar. Si alguien te pregunta dónde estoy diles que no sabes.

—Espero que estés haciendo lo correcto —me dijo y se volvió para regresar caminando rápido con la cabeza baja como si tuviese miedo de ver un fantasma en pleno día.

Yo misma no podía dejar de temblar al acercarme a la puerta y llamar al timbre. Al principio pensé que no había nadie en casa. Volví a tocar el timbre y oí a alguien gritar.

—Espera un poco. Ya voy, ya voy.

Finalmente una mujer negra con el pelo completamente gris abrió la puerta. Estaba en una silla de ruedas y me miraba con ojos enormes, ampliados por los gruesos cristales de sus gafas. Tenía una cara suave y redonda. Llevaba una bata de casa azul claro y los pies descalzos. Su pierna derecha estaba vendada desde el tobillo hasta que el vendaje desaparecía bajo el vestido.

La curiosidad brillaba en sus ojos y grababa profundas arrugas en su frente. Apretó los labios y se inclinó hacia delante para mirarme con detenimiento. Después levantó las gafas y limpió su ojo derecho con su pequeño puño. Vi que llevaba un anillo de matrimonio en el dedo, pero aparte de eso ninguna otra joya.

—¿Sí? —dijo finalmente.

—Estoy buscando a Mrs. Dalton, la Mrs. Dalton que era enfermera.

—La está viendo. ¿Qué es lo que quiere? —preguntó reclinándose en su silla de ruedas—. Ya no trabajo, aunque no es por falta de ganas.

—Quisiera hablar con usted. Mi nombre es Dawn, Dawn Lon… Dawn Cutler —dije.

—¿Cutler? —me estudió—. ¿De la familia hotelera?

—Sí, señora.

Continuó mirándome.

—¿No eres Clara Sue?

—Oh, no, señora.

—No me lo pareciste. Eres más guapa de lo que la recuerdo —me dijo—. De acuerdo, pasa —añadió.

Finalmente movió su silla de ruedas.

—Siento no poder ofrecerte nada. Tengo ya bastantes problemas en ocuparme de mí misma —me explicó—. Vivo con mi hija y su marido, pero tienen sus propias vidas y sus propios problemas —murmuró, con la mirada baja y moviendo la cabeza.

Hice una pausa y miré hacia la entrada. Era pequeña, con el suelo de madera dura y una alfombra azul y blanca. Había una percha a la derecha, un espejo ovalado y un globo de luz.

—Bien, si vas a entrar, hazlo —dijo Mrs. Dalton cuando miró hacia arriba y me vio aun en la entrada.

—Gracias.

—Pasa al salón, allí —señaló cuando entré. Me dirigí hacia la izquierda. Era una pequeña habitación con una alfombra de color marrón oscuro bastante gastada. Los muebles también estaban muy usados, pensé. La funda estampada en flores que cubría el sofá estaba muy rozada por los brazos. Frente a éste había un balancín, un sillón y un sofá haciendo conjunto, todos con el mismo aspecto viejo. Había una mesa cuadrada de arce oscuro en el centro. De la pared del fondo colgaban cuadros, marinas y pinturas de casas de playa. A la izquierda había una librería con puertas de cristal lleno de chucherías y algunas novelas. Sobre la chimenea de piedra, colgaba una cruz de cerámica, aunque pensé que la cosa más bonita de toda la habitación era un viejo reloj de pared de pino oscuro en el rincón de la izquierda.

La habitación tenía un agradable olor a lilas. Las ventanas del frente daban al mar y con las cortinas abiertas proporcionaban una vista muy bonita y hacía que la habitación fuera luminosa y alegre.

—Siéntate, siéntate —me ordenó Mrs. Dalton y entró detrás de mí.

Escogí el sofá. Los cojines gastados se hundieron profundamente con mi peso, de manera que me senté hacia delante tanto como pude. Ella giró su silla de ruedas para ver mi cara y puso las manos sobre su regazo—. Y bien, querida, ¿qué puedo hacer por ti? Ya no hay mucho que pueda hacer por mí misma —añadió secamente.

—Espero que pueda contarme algo sobre lo que me sucedió —dije.

—¿Qué te sucedió? —Sus ojos se entrecerraron—. ¿Quién dijiste que eras?

—Dije que era Dawn Cutler, pero mi abuela quiere que use el nombre que se me dio cuando nací, Eugenia —añadí. Le hizo el mismo efecto que si hubiera atravesado la habitación y le hubiera dado una bofetada. Dio un respingo en su silla y se llevó las manos a su pecho caído. Entonces se santiguó rápidamente y cerró los ojos. Le temblaban los labios y su cabeza empezó a temblar.

—¿Mrs. Dalton? ¿Está usted bien? —¿Qué le ocurría? ¿Por qué mis palabras le habían causado esa reacción? Después de un momento asintió. Entonces, abrió los ojos y me contempló con asombro, con los labios temblándole todavía.

Movió la cabeza suavemente.

—Eres el bebé Cutler que desapareció.

—Usted fue mi enfermera, ¿verdad?

—Sólo durante unos pocos días. Debí saber que algún día volvería a verte… Debí saberlo —murmuró—. Necesito beber un poco de agua —decidió rápidamente—. Tengo los labios como un pergamino. Por favor, en la cocina. —Hizo un gesto hacia la puerta.

—En seguida —contesté, levantándome velozmente. Salí al vestíbulo y lo seguí hasta encontrar una pequeña cocina. Cuando volví con el agua, estaba desplomada hacia el lado de la silla de ruedas, parecía que estuviera inconsciente.

—¿Mrs. Dalton? —grité presa del pánico—. ¡Mrs. Dalton!

Se incorporó lentamente.

—Estoy bien —dijo en un fuerte susurro—. Estoy bien. Mi corazón todavía está fuerte aunque la razón por la que aún quiera seguir latiendo en este cuerpo roto y retorcido está más allá de mi comprensión.

Le alcancé el agua. Bebió un poco y movió la cabeza. Entonces me miró con grandes y escrutadores ojos.

—Te has convertido en una chica muy guapa.

—Gracias.

Pero has tenido que pasar por una serie de trances, ¿verdad niña?

—Sí, señora.

—¿Ormand Longchamp y Sally Jean fueron buenos padres para ti?

—Oh, sí, señora —dije contenta al oír esos nombres en sus labios—. ¿Les recuerda bien? —Me volví a sentar nuevamente sobre el sofá con rapidez.

—Los recuerdo —admitió. Bebió un poco más de agua y se reclinó—. ¿Por qué has venido? ¿Qué quieres de mí? —preguntó—. Soy una mujer enferma, tengo una diabetes avanzada. Es casi seguro que me van a tener que amputar esta pierna y después de eso… es igual que me muera —añadió.

—Lamento su problema —dije—. Mi madre… Sally Jean… se enfermó y sufrió terriblemente.

Su cara se ablandó.

—Quiero que me diga usted la verdad, Mrs. Dalton —le pedí—. Hasta el último detalle que recuerde, pues mi padre… el hombre a quien llamaba mi padre, Ormand Longchamp, está en la prisión y mi madre, Sally Jean, ha muerto, pero no puedo pensar que son malvados como todo el mundo me dice. Siempre fueron buenos conmigo y siempre se ocuparon de mí. Me quisieron con todo su corazón y yo les quise a ellos. No puedo permitir que se digan esas cosas tan malas sobre ellos. Simplemente no puedo. Les debo el averiguar la verdad.

Vi entonces un pequeño gesto de aprobación en la cara de Mrs. Dalton.

—Me caía bien Sally Jean. Era muy trabajadora, una buena mujer que jamás menospreciaba a nadie y que tenía una agradable sonrisa, aunque las cosas fueran difíciles para ella. Tu padre también era un hombre trabajador que trataba bien a todos. Jamás pasó por mi lado sin saludarme y sin preguntarme cómo estaba.

—Es por eso que no puedo concebir que sean malas personas, Mrs. Dalton, no importa lo que me digan —insistí.

—Ellos te secuestraron —dijo.

Sus ojos se volvían vidriosos.

—Lo se, pero el porqué…, eso es lo que no entiendo.

—Tu abuela no sabe que has venido aquí, ¿verdad? —preguntó, asintiendo con la cabeza porque ya sabía lo que iba a contestarle.

—No.

—¿Ni tu padre ni tu madre?

Negué con la cabeza.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó, metiendo hacia adentro las comisuras de sus labios.

—Casi siempre encerrada en su habitación por una u otra razón. Sufre enfermedades nerviosas y se hace llevar todo a su cuarto, aunque a mí no me parece enferma. —Me negaba a sentir lástima de mi madre. En su propio estilo, era tan egoísta como Clara Sue—. Ocasionalmente acompaña a mi abuela en la cena y saluda a los huéspedes.

—Cualquier cosa que quiera tu abuela —murmuró Mrs. Dalton—, ella la hará.

—¿Por qué? ¿Cómo es que sabe tanto sobre los Cutler? —pregunté rápidamente.

—Estuve con ellos durante largo tiempo… Siempre trabajaba para ellos cuando alguien estaba enfermo. Me caía bien tu abuelo. Era una persona dulce y gentil. Cuando murió lloré lo mismo que cuando murió mi propio padre. Entonces fui enfermera de tu hermano, de ti y de tu hermana.

—¿Cuidó usted a Clara Sue también?

Ella asintió.

—Entonces mi abuela en verdad no estaba enfadada con usted por lo que sucedió y no la culpó por mi secuestro.

—Cielos, no, ¿quién te dijo eso?

—Mi madre.

Asintió nuevamente. Entonces abrió más los ojos.

—Si tu abuela no sabe que estás aquí y tampoco tus padres, ¿quién te envió? ¿Ormand?

—Nadie me envió. ¿Por qué iba a enviarme mi padre? —pregunté rápidamente.

—¿Qué es lo que quieres? —inquirió de nuevo esta vez más agudamente—. Ya te dije que estoy enferma, que no puedo permanecer sentada mucho rato hablando.

—Quiero saber lo que realmente ocurrió, Mrs. Dalton. Hablé con Mrs. Boston…

—¿Mary? —sonrió—. ¿Cómo está Mary?

—Está muy bien, pero cuando le pregunté sobre lo que había sucedido no me dijo que estaba usted haciéndole una visita cuando fui secuestrada y no quiso hablar del asunto.

—Yo estaba con ella. Simplemente se le olvidó. No hay nada más que contar. Estabas dormida. Salí de tu habitación. Ormand te cogió y luego él y Sally Jean se fugaron. Ya conoces el resto.

Bajé la mirada mientras las lágrimas se me agolpaban rápidamente en los ojos.

—No te están tratando muy bien desde que regresaste, ¿verdad? —preguntó Mrs. Dalton con percepción. Negué con la cabeza y me sequé las lágrimas que habían brotado de mis ojos.

—Mi abuela me odia. Está molesta porque me han encontrado —le dije y miré hacia arriba—. Y ella fue la que ofreció el dinero de rescate que llevó a que me recuperasen. No lo comprendo. Quería que me encontrasen, pero se molestó cuando lo hicieron y no fue solamente porque había pasado todo este tiempo. Hay algo más. Puedo sentirlo. Lo sé. Pero nadie quiere explicármelo o nadie lo sabe.

»Oh, Mrs. Dalton, por favor —le supliqué—. Padre y Madre no eran mala gente. Hasta usted lo ha dicho. No puedo entender que le robasen un bebé a alguien, aunque Madre acabara de perder uno. No importa lo que me digan, no puedo aprender a odiarles y no soporto pensar en Padre encerrado en la cárcel.

»Mi hermanita Fern y mi hermano Jimmy han sido enviados a vivir con extraños. Jimmy tuvo que escaparse de un malvado granjero y esconderse en el hotel, hasta que Clara se chivó. La Policía se lo llevó anoche. Fue horrible.

Respiré hondo y moví la cabeza.

—Es como si nos hubieran hecho una maldición, ¿por qué? ¿Qué hemos hecho? No somos unos pecadores —añadí vehemente. Eso le hizo abrir más los ojos de nuevo. Se llevó las manos a la garganta y me miró como si fuese un fantasma. Entonces asintió lentamente.

—Él te ha enviado —murmuró—. Él te ha enviado a mí. Ésta es mi última ocasión de redimirme, mi última ocasión.

—¿Quién me ha enviado?

—Dios Todopoderoso —me dijo—. Todos los días de ir a la iglesia no han servido para nada. No ha sido suficiente para dejarme limpia. —Se inclinó hacia delante y me tomó la mano firmemente en la de ella. Sus ojos se habían vuelto enormes y habían adquirido una mirada salvaje—. Es por eso que estoy en esta silla de ruedas. Es mi penitencia. Siempre lo he sabido. Esta vida tan dura es mi castigo.

Permanecí absolutamente quieta mientras ella me miraba a la cara. Después de un momento, movió la cabeza y soltó mi mano. Se recostó sobre el respaldo, respiró profundamente y me miró.

—Está bien —dijo—. Te lo contaré todo. Tú estabas destinada a saberlo y yo destinada a contártelo. Si no Él no te hubiese enviado a mí.

—Tu madre proviene de una rica, distinguida y vieja familia de la Playa de Virginia —empezó Mrs. Dalton—. Recuerdo la boda de tu padre y de tu madre. Todo el mundo se acuerda. Fue uno de los grandes acontecimientos en Cutler’s Cove y todos en la buena sociedad fueron invitados, incluso gente de Boston y de Nueva York. La gente pensó que era el matrimonio perfecto, dos personas muy atractivas de las mejores familias. Incluso la gente aquí comparaban esa boda con la de la actriz Grace Kelly, y ese príncipe en Europa. Tu padre era aquí como un príncipe y tu madre tenía un buen número de pretendientes tras ella. Pero incluso entonces, oí historias.

—¿Que clase de historias? —pregunté cuando pareció que no iba a continuar.

—Historias de que a tu abuela no le gustaba esa boda, que pensaba que tu madre no era la chica adecuada para tu padre. Di lo que quieras sobre tu abuela, es una mujer poderosa con ojos de águila. Ve cosas que otra gente se niega a ver y va y hace lo que debe ser hecho.

»Sí, es una señora distinguida que no haría nada para avergonzar a la familia. A tu abuelo sí le gustaba tu madre. A cualquier hombre le hubiera gustado. No sé si sigue siendo tan bonita como era, pero parecía una muñequita encantadora, sus facciones eran diminutas pero perfectas y cuando agitaba las pestañas… Los hombres se volvían como niños. Lo he visto con mis propios ojos —añadió Mrs. Dalton, mirándome y levantando las cejas—. Así pues, tu abuela, silenció su oposición, creo. No sé lo que sucedió a puerta cerrada naturalmente, aunque algunos miembros del personal más antiguo, gente que había estado con los Cutler mucho tiempo, gente como Mary Boston, tenían una idea acertada de lo que estaba sucediendo y dijeron que había una lucha.

»No es que Mary sea el tipo de persona que va contando chismes, no creas. No lo hace. Yo siempre estuve muy unida a Mary y por eso me contaba lo que sabía. Yo ya era enfermera y había hecho algún trabajo especial en el hotel, cuidando huéspedes que se enfermaban y luego, como ya te he dicho, cuidando al viejo Mr. Cutler cuando se enfermó.

»No era un secreto lo que tu abuela opinaba de tu madre. Pensaba que era demasiado ligera y egoísta para ser la mujer de un buen hotelero, pero tu padre estaba locamente enamorado. No había nada que deseara más.

»Se casaron de todas formas y durante una temporada pareció que tu madre serviría para ser la mujer de un buen hotelero. Se portaba bien, hacía lo que tu abuela quería, aprendió a ser amable con los huéspedes y a ser una anfitriona… Verdaderamente disfrutaba vistiéndose elegantemente y usando sus joyas caras, de modo que podía ser la princesa de Cutler’s Cove, y en aquellos días, como lo sigue siendo ahora, Cutler’s Cove era un hotel muy especial que atendía a las familias más ricas y distinguidas de toda la Costa Éste… ¡Y hasta de Europa!

—¿Qué sucedió para que cambiaran las cosas? —pregunté sin poder contener mi impaciencia. Conocía todo lo del hotel y lo famoso que era. Quería que llegara a la parte que no sabía.

—Estoy llegando, niña. No te olvides que no estoy ágil y mi mente se distrae muchísimo a causa de esta enfermedad, debería decir esta maldición. —Agitó la mano y adoptó un aspecto de estar mirando a lo lejos.

Permanecí sentada obedientemente, esperando, hasta que ella se volvió a mí.

—¿Dónde estaba?

—Estaba usted contándome de mi madre, de la boda, de lo bien que iban las cosas al principio…

—Oh, sí, sí. Bueno, no fue mucho después de que tu hermano naciera.

—Philip.

—Sí, Philip, cuando tu madre empezó a salirse un poco del camino recto.

—¿Salirse del camino recto?

—¿No sabes lo que quiere decir eso, niña? Tú sabes lo que hace un gato cuando sale por las noches, ¿no? —me preguntó inclinándose hacia mí.

—Creo que sí. ¿Coquetea? —dije adivinando.

Negó con la cabeza.

—Hizo algo más que coquetear. Si tu padre lo sabía no se dio por enterado. Por lo menos con la gente, pero tu abuela sí lo sabía. Nada sucede en ese hotel que ella no lo sepa en el mismo minuto o poco después. Siempre pareció que tu abuelo era el que dirigía pero ella es la fortaleza, siempre lo ha sido, por lo menos desde que yo puedo acordarme —añadió parpadeando mucho.

—Lo sé —dije tristemente.

—De todos modos, por lo que conozco del asunto, vino ese artista, pianista y cantante, tan guapo como pueda ser un hombre. Todas las mujeres jóvenes se derretían con él, y él y tu madre… —Hizo una pausa y se inclinó nuevamente hacia mí como si hubiesen otras personas en la habitación y no quisiera que la oyesen.

»Estaba esa camarera, Blossom, que me dijo que los había encontrado una noche detrás de la caseta de la piscina. Ella solía ir con un hombre llamado Félix, que era el que hacía las reparaciones. Nada atractivo —añadió torciendo la nariz— pero Blossom estaba dispuesta a irse a la cama con el primero que se detuviera lo suficiente para mirarla.

»De todos modos, ella sabía que era tu madre y se asustó y sacó a Félix de allí. Blossom no contó lo que había visto más que a una o dos de sus íntimas amigas además de mí, y tu madre y su amante no supieron que Blossom había estado por allí en esos momentos, pero no fue mucho después que tu abuela se enteró de todo. Tenía ojos y oídos que trabajaban para ella por todas partes en ese lugar, si sabes lo que quiero decir —dijo Mrs. Dalton moviendo la cabeza.

—¿Que fue lo que hizo? —pregunté con una voz que apenas se oía.

—El cantante fue despedido y poco después… bueno, poco después tu madre estaba embarazada.

—¿De mí?

—Me temo que sí, niña. Y tu abuela hizo ir a tu madre a su oficina y con sus palabras le dio tal paliza que la dejó pidiendo misericordia. Naturalmente, tu madre juró por todo lo más sagrado que tú eras hija de Randolph, pero tu abuela era demasiado suspicaz y sabía demasiado sobre lo que había estado sucediendo. Sabía las fechas, las veces… Tu madre finalmente confesó que posiblemente no eras hija de Randolph. Además —aquí volvió a levantar las cejas—, no creo que las cosas fueran tan bien entre tu padre y tu madre como se supone que deben de ir entre un hombre y su mujer. ¿Entiendes?

Negué con la cabeza. No lo entendía.

—Bueno —dijo ella—. Ésa es la historia. De todos modos, la única razón por la que me enteré de todo esto fue porque tu abuela iba a obligar a tu madre a abortar a escondidas. Quería que yo la llevase a alguien para eso.

Moví la cabeza asombrada. Randolph Cutler no era mi padre. Una vez más, lo que yo había creído no era verdad, no lo era. ¿Cuándo terminaría todo esto? ¿Cuándo cesarían las mentiras?

—¿Cómo se llamaba el cantante?

—Oh, no me acuerdo. En aquellos días los artistas pasaban por aquí como un huracán. Algunos se quedaban toda la temporada, otros apenas una semana, porque iban camino de Nueva York o Boston o Washington D. C. y, como ya te he dicho, no era el primero que tu madre llevaba a la caseta de la piscina.

No podía creer lo que estaba oyendo respecto a mi madre. Mi pobre madre enferma. ¡Já! Qué farsa más complicada había logrado crear. ¿Cómo podía haberle hecho una cosa así a Randolph? ¿Cómo podía haber traicionado su amor y sus promesas matrimoniales durmiendo con otros hombres? Me asqueaba. Ella me asqueaba, porque sus acciones no eran más que las de una mujer egoísta que no piensa más que en sí misma y en lo que desea.

—¿Randolph no se enteró? —pregunté.

—Se enteró de que tu madre estaba embarazada —replicó—. Y eso fue lo que la salvó de tener que abortar. Como ves, Él pensó que tú eras su bebé. Así que Laura Sue suplicó a tu abuela que le permitiese tener la criatura, llevar el embarazo a término y evitar que Randolph supiese su infidelidad.

»Tu abuela no quería escándalos pero no se sentía contenta de tener que mantener al hijo de otro hombre y que la criatura llevase el nombre de Cutler. Está demasiado orgullosa de su sangre y nadie jamás ha podido vencerla.

—Pero yo nací. Permitió que eso sucediese —dije.

—Sí, tú naciste, pero justo antes de que sucediese, tu abuela decidió que después de todo, no podía vivir con esa mentira en el hotel. Creo que se estaba recomiendo al ver a Laura Sue cada día más y más abultada con la criatura y ver a la gente mimándola y hablando de una nueva nieta mientras que ella sabía que la criatura no era verdaderamente su nieta. Además, tu madre aprovechaba todas las ocasiones para presumir ante tu abuela. Ése fue su gran error.

—¿Qué fue lo que hizo? —pregunté sintiendo que el corazón empezaba a latirme con fuerza. Temía respirar demasiado alto por miedo a que Mrs. Dalton se detuviese o cambiase de tema.

—Se enfrentó a Laura Sue. Yo ya estaba trabajando en el hotel cuidándola durante su último mes y viviendo dónde viviría, en la suite de los niños, después de que tú nacieses. Estaba muy cerca —agregó irguiéndose en la silla de ruedas y levantando las cejas.

—¿Quiere decir que oyó lo que estaban hablando? —le pregunté. No quise decir: «Oyó a escondidas». Podía notar que era un tema sobre el que se sentía especialmente sensible.

—Lo hubiese sabido de todos modos. Me necesitaban. Y tuvieron que contármelo.

—¿La necesitaban? —Yo estaba confusa—. ¿Por qué?

—Tu abuela había hecho un plan. Había rescindido el acuerdo original con tu madre y le había dicho que tenía que ceder el bebé. Si lo hacía, tu abuela guardaría el secreto de su infidelidad y podría continuar siendo la Princesa de Cutler’s Cove.

—¿Qué dijo mi madre? Debieron de tener una terrible discusión. —A pesar de que mi madre creaba la ilusión de estar enferma, yo sospechaba que cuando quería algo, podía tener una gran fuerza de voluntad, si era para su propio provecho.

—No hubo discusión. Tu madre era demasiado egoísta y mimada. Tenía miedo de perder la buena vida, así que aceptó el engaño.

—¿Engaño? ¿Qué engaño?

—El plan, niña. Sally Jean Longchamp acababa de dar a luz una niña que había nacido muerta, como sabes. Tu abuela fue a verlos a ella y a Ormand e hizo un trato con ellos. Tendrían que secuestrar al bebé recién nacido. Les dio joyas y dinero para ayudarles en la fuga.

»Sally Jean estaba alterada por haber perdido una criatura y aquí estaba la abuela Cutler ofreciéndole otra niña que, de todos modos, nadie parecía querer. Laura Sue había aceptado y creo que se les dijo que Randolph también.

No estoy segura sobre ese punto.

»Tu abuela lo había preparado todo con ellos y había prometido cubrir bien su fuga y enviar a la Policía en otra dirección.

»Entonces vino a mí —dijo Mrs. Dalton, bajando la vista—. Yo no pude discutir con ella cuando dijo que Laura Sue sería un desastre como madre. Podía ver cómo era con Philip. Jamás tenía tiempo para él. Estaba demasiado ocupada con almuerzos o compras o tomando el sol en la piscina, y tu abuela estaba muy alterada porque la criatura no era una verdadera Cutler.

»De todos modos, me ofreció el sueldo de todo un año para que cooperase. Era mucho dinero por limitarme a volver la espalda y puesto que ni tu madre, ni tu abuela querían al bebé…, bueno, hice lo que ella me pidió y me fui a visitar a Mary Boston a su habitación y a esperar mientras Ormand entraba y te robaba.

»Mary sabía lo que estaba sucediendo. Había cazado una frase aquí y otra allí y entonces yo le conté el resto. A ella nunca le había gustado tu madre. No gustaba a casi nadie del personal porque era muy malcriada y los despreciaba.

»De todos modos, a Mary y a mí nos daba lástima de Sally Jean Longchamp, que acababa de perder una criatura que había deseado. Pensamos que todo el asunto era una buena idea. Nadie iba a perder nada con ello.

»Aparentemente, Randolph aún no sabía lo que estaba sucediendo y lo que había decidido, así que tu abuela continuó el engaño, ofreciendo un rescate. Hubo veces que pensamos que la Policía había localizado a Ormand y Sally Jean. Randolph iba a identificar a los sospechosos pero nunca eran ellos. Creo que ya conoces el resto.

»Excepto —dijo, mirándose las manos sobre la falda—, que llegó un momento en que tuve remordimientos por mi participación. No importaba lo mala madre que Laura Sue hubiese sido y lo mucho que Ormand y Sally Jean desearan otra hija, todo estaba mal. Se convirtieron en fugitivos. Tú creciste creyendo que eras su hija y el pobre Randolph parecía estar sufriendo terriblemente porque su bebé había sido secuestrado.

»Varias veces me sentí tentada de decirle la verdad, pero cada vez que me disponía a hacerlo, perdía el valor. Mary seguía diciendo que todo había sido para bien y mi hija… Tenía miedo de lo que podía suceder si traicionábamos a la vieja Mrs. Cutler, y ella y mi yerno ya tenían bastantes problemas al tener que cuidar de mí.

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