Aurora

Aurora


2. Tierra a la vista

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Querían convertirla en pastora, en vaquera. Si no le importaba. Había mucha gente que acudía a La Pampa para convertirse en gaucho, para montar a caballo y lanzar bolas a las patas de los desdichados terneros. Era la actividad clásica de las pampas, pero rara vez se llevaba a cabo. Las vacas de a bordo pertenecían a una especie creada por ingeniería que únicamente medía una sexta parte del tamaño de las reses terrestres, por lo general se cuidaba de las cabezas en los pastos, de modo que principalmente había demanda de gente que acompañara a las ovejas y dejase en manos de los perros lo que fuese menester. Era también una excelente oportunidad de contemplar las aves, ya que las pampas servían de hogar a un gran número de ellas, incluidas unas muy grandes y elegantes a las que no faltaban quienes las consideraban todo lo contrario: las grullas.

Freya accedió. Les dijo que sería preferible a lo de la fábrica de salmón, y como también debía ayudar de noche en la cafetería, vería gente y tendría ocasión de conversar con ellos, todo sin descuidar sus paseos por las bajas y verdes colinas.

Se instaló. De noche, prestó atención a la gente que acudía a la cafetería. Reparó en que tendían a no discrepar con ella, y por lo general le hablaban con amabilidad. A menudo charlaban en su presencia, pero cuando ella decía algo, los silencios que seguían eran algo más extensos de lo habitual en una conversación. Todo lo suyo era irrefutable. Posiblemente se debía a la sensación de que era distinta; posiblemente era una muestra de respeto hacia su madre. Posiblemente era el resultado de ser más alta que los demás, una joven grande, que muchos consideraban atractiva. La gente la miraba.

Al cabo, la propia Freya reparó en ello. Poco después, inició un proyecto que ocupó buena parte de su tiempo libre. Al final de la jornada nocturna en la cafetería, se sentaba en compañía de la gente para hacerles preguntas. Empezaba declarando que se trataba de algo formal: «Realizo un proyecto de investigación durante mi peregrinaje, destinado al instituto de sociología del Fetch». Dicho instituto, admitía a menudo, era como denominaba ella a Badim, Aram y Delwin. Solía hacer dos preguntas a sus sujetos: qué querían hacer a su llegada a Tau Ceti, y qué no les gustaba de su vida a bordo de la nave, qué era lo que más les preocupaba. Qué os disgusta, qué anheláis. La gente suele hablar de estas cosas. Y así fue, y Freya activaba la grabadora del navegador y tomaba notas, y seguía formulando preguntas.

La sorprendió una de las cosas que averiguó que no gustaban a la gente, por la sencilla razón de que nunca se le había ocurrido pensar mucho en ella: no les gustaba que les dijeran si podían tener o no hijos, cuándo y cuántos. A todos les habían implantado artefactos de control de natalidad antes de alcanzar la pubertad, y seguirían siendo estériles hasta que el consejo de a bordo aprobara lo contrario. Dicho consejo constituía uno de los organismos principales al que contribuían los consejos de cada bioma, aportando miembros al comité. Este proceso, llegaría más adelante a entender Freya, se había convertido en una de las principales fuentes de discordia a lo largo de todos los años de duración del viaje, incluida buena parte de la violencia generada: sobre todo agresiones, pero también algunos asesinatos. Mucha gente no servía en ningún consejo debido a la norma que imperaba en muchos de ellos. En algunos biomas, los miembros del consejo eran escogidos al azar para el puesto, bien porque a la gente no le gustaba entrometerse en los deseos y funciones reproductoras del prójimo, bien porque temían las consecuencias de hacerlo. En el pasado, más de un bioma había intentado ceder la responsabilidad de esta función a un algoritmo de la Inteligencia Artificial de la nave, algo que nunca había dado resultado.

—Lo que espero para cuando alcancemos Tau Ceti —dijo a Freya un atractivo joven con ebria sinceridad— es que abandonemos de una vez este estado fascista en el que vivimos ahora.

—¿Fascista?

—¡No somos libres! ¡Nos dicen lo que debemos hacer!

—Creía que eso era totalitario. Como una dictadura. Ya sabes.

—¡Es lo mismo! ¡El consejo controla las vidas de las personas! Al final eso es lo que significa, no importa cómo lo llames. Nos dicen qué debemos aprender, qué podemos hacer, dónde vivir, con quién podemos estar, cuándo podemos tener hijos.

—Lo sé.

—Pues bien, eso es lo que espero cuando salgamos de aquí. No solo salir de la nave, sino del sistema.

—Estoy grabando esta conversación —dijo Freya—, y también tomo notas —añadió, tamborileando en la superficie del navegador—. No eres el primero que lo menciona.

—¡Pues claro que no! Es que es obvio. Este lugar es una cárcel.

—Parece mucho más agradable que una.

—Puede serlo sin dejar de ser una cárcel.

—Supongo que tienes razón.

Cada noche se sentaba en compañía de gente distinta que acudía a la cafetería, y formulaba sus preguntas. Entonces, si la noche no había pasado, se sentaba con conocidos y, cuando el negocio cerraba sus puertas, echaba una mano para acabar de limpiar. La preparación de alimentos y la limpieza eran sus especialidades en la cafetería, y le ocupaban mañana y noche. De día acompañaba a un rebaño de ovejas, o a veces a unas vaquillas, a los pastos que había a poniente de la población. Pronto tuvo la certeza de conocer a todos los habitantes del bioma, aunque se equivocaba al cometer un error cognitivo habitual del ser humano, conocido como facilidad de representación. De hecho, había personas que la evitaban porque o no aprobaban a los peregrinos en general, o a ella en particular. Lo que sí estaba claro era que todos los habitantes de la población sabían quién era.

A esas alturas era la persona más alta a bordo de toda la nave, con sus dos metros y dos centímetros, una joven fuerte, de pelo negro, atractiva y ágil, además de elegante en sus movimientos, teniendo en cuenta su tamaño. Poseía la capacidad de Badim de hablar con mesura, y la velocidad de Devi. Los hombres y los jóvenes se quedaban mirándola, las mujeres la mimaban, las niñas no se separaban de ella. Era atractiva, saltaba a la vista a juzgar por el comportamiento de los demás; también era humilde y modesta. ¡No lo sé!, decía. Háblame de ello. No entiendo de esas cosas. Para esas cosas soy un poco tonta. Cuéntamelo. Cuéntame más.

Quería ayudar. Trabajaba día sí día también durante toda la jornada. Miraba a la gente a los ojos. Recordaba todo cuanto le decían. Obviamente había cosas que no parecía entender, de lo cual se daban cuenta también los demás. Sus ojos se velaban levemente, como vueltos hacia su propio interior, en busca de algo. Había tal vez una especie de simplicidad allí, eso decía la gente de ella. Pero posiblemente esto formaba parte del motivo de que la quisieran. Fuera como fuese, era una persona amada. Eso decían todos cuando ella no estaba presente. Al menos, la mayoría. Otros no opinaban lo mismo.

Un día que pasó a solas en las pampas, acompañada por dos perros pastores y un rebaño de ovejas, Euan se presentó ante ella, salido de la hierba alta que bordeaba el río pantanoso que discurría a trompicones por el bioma.

Ella lo abrazó (él le llegaba a la altura de la barbilla), y luego lo apartó de sí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —quiso saber.

—¡Podría hacerte la misma pregunta! —Su sonrisa casi era de desprecio, pero había demasiada alegría en ella para considerarla así—. Pasaba por aquí, y pensé que te gustaría visitar algunas partes de la nave que no podrás ver durante tu peregrinaje.

—¿Qué quieres decir?

—Podemos acceder al Radio 2 desde la esclusa oeste —explicó el joven—. Si me acompañas y la subimos, puedo mostrarte toda clase de lugares interesantes. He superado las escotillas del anillo interior. Incluso podría llevarte por la columna hasta Sonora, para que pudieras saltarte la Pradera. Eso sería una bendición. Y podemos hacerlo sin llamar mucho la atención de la gente.

—A mí me gusta esta gente. Eso por no mencionar que llevamos el chip —le recordó Freya—. Así que no sé por qué dices que puedes escurrirte sin ser visto.

—Tú siempre llevas chip, yo no —replicó Euan.

—No te creo.

—No importa que lo hagas o no, sigo pudiendo mostrarte cosas que nadie puede.

Eso era verdad, tal como había demostrado anteriormente.

—Cuando esté lista para partir —dijo Freya.

Euan extendió los brazos para abarcar las pampas con un gesto.

—¿Quieres decir que no lo estás ya?

—¡No!

—De acuerdo, volveré dentro de un tiempo. Apuesto a que entonces estarás lista.

De hecho a Freya le encantaban Plata y sus gentes, la reunión nocturna en la plaza para cenar al aire libre y pasar parte de la noche charlando allí, sentados a las mesas bajo los cordeles de luces blancas y de colores. Una banda modesta tocaba música en un rincón, cinco ancianos que rascaban el violín y le daban a la zambomba para interpretar tonadas alegres que algunas parejas aprovechaban para bailar, pasos complejos, ajenas a todo.

Pero sentía curiosidad por ver más, tal como admitió a sus anfitriones, y cuando Euan apareció de nuevo durante una de sus excursiones a las colinas, accedió a acompañarlo; pero solo después de despedirse adecuadamente de la población, lo que resultó mucho más sentimental y desgarrador de lo que había sido su despedida de la taiga. Freya lloró cuando cerraron las puertas de la cafetería, y dijo a su jefa y a su marido:

—¡Esto no me gusta! Siguen pasando cosas, llegas a conocer a la gente, y les coges cariño, se convierten en todo para ti, y entonces se supone que debes seguir adelante. ¡No me gusta! ¡No quiero que las cosas cambien!

Ambos ancianos asintieron. Se tenían el uno al otro, y a su pueblo, y sabían a qué se refería Freya, de eso se dio cuenta. Lo tenían todo, así que la entendían. A pesar de todo debía marcharse, le dijeron. Eso era la juventud. Toda edad tiene sus pérdidas, dijeron, incluso la juventud, que primero perdía la niñez, antes de perderse a sí misma. Y todas las primeras cosas son vívidas, incluidas las pérdidas.

—Tú no dejes de aprender —le dijo la anciana.

—Esto te llevará a partes de la nave donde nadie podrá seguirte el rastro —dijo Euan mientras tamborileaba en el teclado situado junto a la portezuela que había al final del radio.

No era exactamente cierto. No estaba claro si Euan creía en lo que estaba diciendo o si no eran más que palabras. Posiblemente las cámaras de a bordo y los sistemas de micrófonos, que habían sido diseñados desde un principio para mantener un registro exhaustivo de todo lo que ocurría en la nave, ampliados tras los sucesos del año 68, quedaban lo bastante ocultos a la vista para evitar las miradas incluso de quienes pudieran estar buscándolos. Lo cierto es que de generación en generación, las personas olvidan cosas que algunos habían averiguado. Por tanto, era difícil discernir la naturaleza de la aseveración de Euan: ¿error?, ¿mentira?

Fuera como fuese, tenía el código para abrir la puerta de acceso al radio, y pudo conducir a Freya hasta el Radio 2.

Subieron por la imponente escalera de caracol que recorría las paredes interiores del radio. El espacio abierto medía unos cuatro metros, con algún que otro ventanuco desde el que pudieron contemplar el oscuro espacio estrellado. Freya se detuvo ante todas para echar un vistazo fuera, asombrada ante las estrellas que atestaban la negrura, y ante las curvas de la propia nave, con su leve fulgor. Por tanto, fue un ascenso lento, pero Euan no le metió prisas. También él se asomaba por los ventanucos para ver todo cuanto podía verse.

Sobre ellos, la columna se extendía a proa en dirección a Tau Ceti. No podían apreciarse las explosiones de fusión que reducían su andadura, lo cual sin duda era una suerte para la salud de sus retinas. Alcanzaron otra escotilla sobre ellos, similar a la que habían encontrado cuando accedieron al radio, escotilla cuyo código tampoco tenía secretos para Euan.

—Esto es interesante —dijo a Freya cuando la escotilla se abrió y la empujó hacia arriba como si de una trampilla se tratara. Accedieron a una estancia pequeña y cúbica—. Aquí es donde el anillo interior interseca el radio, antes de que accedas a la columna propiamente dicha. Por lo visto, el anillo interior se utiliza principalmente para el almacenaje de combustible. Así que las salas se han ido vaciando a medida que frenamos, y disponemos de muchas más rutas abiertas de las que solíamos tener cuando veníamos. Nos hemos dedicado a explorar los anillos interiores, y encontramos modos de colarnos en los puntales que unen directamente los anillos interiores unos con otros. No incluyen aparatos de grabación.

Un nuevo error.

—Y puedes acceder al siguiente anillo interior sin tener que recorrer todo el trecho de subida a la columna. Eso podría resultar útil. La propia columna está cerrada a cal y canto…

Esto sí era cierto.

—… de manera que no podemos discernir. Así que está bien disponer de los anillos interiores y de los puntales que los unen. Es necesario conocer los recovecos y escondrijos, así como las puertas de servicio, además de qué habitaciones están vacías. Pero no dejamos de comprobarlas regularmente. De hecho, eso es lo que hacemos en este momento.

La llevó a través de una portezuela adentro del anillo interior, que no tenía un corredor propiamente dicho, sino que constaba de una serie de salas, vacías algunas de ellas, otras hasta los topes de contenedores de metal llenos, hasta tal punto atestadas que apenas había espacio para colarse y alcanzar la siguiente puerta. Las encontraron todas cerradas, pero Euan tenía todos los códigos necesarios. El anillo interior era lo bastante pequeño para que Freya comentase que tenía la impresión de moverse en círculos.

—No, es hexagonal —dijo Euan—. Hay seis radios, así que el anillo interior es un hexágono.

—Es como un laberinto móvil —comentó Freya.

—Lo es.

Concordaron en que los laberintos que había en Long Pond se habían contado entre sus pasatiempos infantiles favoritos. Intentaron razonar por qué no se habían conocido antes. Cada bioma albergaba un promedio de 305 personas, y Nueva Escocia se acercaba a ese promedio. La mayoría de la gente tenía la sensación de conocer a todas las personas con quienes convivía en el bioma. No era del todo cierto, tal como estaban descubriendo. A menudo, la tendencia o hábito se había repetido a lo largo de los años: un residente cualquiera podía reconocer cualquier rostro en el bioma, pero únicamente conocía a unas cincuenta personas. Esa era la norma humana, al menos tal como se había podido comprobar durante las siete generaciones que habían poblado la nave durante el viaje. Había quien decía que también había sido la norma en la sabana, así como en todas las culturas que habían existido.

Llegaron a una sala vacía con cuatro puertas, repartidas una por pared. Euan dijo que ese era el distribuidor al Radio 3, y su camino de vuelta al Anillo B, donde podrían salir en Sonora.

—¿Tienes buena memoria para los números? —le preguntó Euan mientras introducía el código de esa puerta.

—¡No! —exclamó Freya—. ¡Deberías saberlo!

—Lo sospechaba. —Rio—. De acuerdo, vas a tener que recordar el concepto. En este anillo, hemos programado el código de modo que sea una secuencia de números primos, una secuencia ascendente de números primos. Por tanto tenemos el segundo primo, el tercero, el quinto, y así hasta que introduzcas los siete. Recuerda este detalle y podrás hacerlo.

—U otro podrá —apuntó Freya.

Euan rio. Se volvió hacia ella y la besó, y ella respondió al beso, y se besaron un buen rato; luego se desnudaron y se tumbaron sobre la ropa, y retozaron. Ambos se sabían infértiles. Gimieron y se arrullaron. Rieron.

Después, Euan la llevó por el largo corredor descendente del Radio 3, de vuelta a Sonora. Anduvieron cogidos de la mano, y se detuvieron ante cada ventanuco por el camino para disfrutar de las vistas, riéndose de la nave, riéndose de la noche.

—La ciudad y las estrellas —proclamó Euan.

En Sonora, Freya se enteró de cómo Devi había reconstruido el sistema de extracción salina que les había permitido deshacerse del exceso de sales de los campos. Todo el mundo en Sonora quería conocer a Freya debido a las intervenciones de Devi, y a medida que transcurrieron las semanas y meses de su estancia, no solo tuvo la sensación de haber conocido, sino de haber conocido a fondo, a todas y cada una de las personas que poblaban la ciudad principal, Módena. No era así, pero noventa y ocho personas de un grupo compuesto por trescientas suele considerarse «todo el mundo». Probablemente esto sea el resultado de una combinación de errores cognitivos, especialmente los conocidos como facilidad de representación, ceguera probabilística, exceso de confianza y seguridad. Incluso quienes son conscientes de la existencia de estos errores cognitivos heredados genéticamente se muestran incapaces de evitarlos.

De día, Freya trabajaba en un laboratorio que criaba ratones para su uso en las instalaciones contiguas dedicadas a la investigación médica. Había unos treinta mil ratones blancos o sin pelo que vivían en el laboratorio, y Freya se encariñó de ellos, de sus brillantes ojos negros o de color rosa, de la continua inquietud que se demostraban unos a otros e incluso en su presencia. Aseguraba reconocerlos individualmente, y sabía en qué pensaban. Mucha gente en el laboratorio decía lo mismo. Era otra muestra de ceguera probabilística combinada con facilidad de representación.

De nuevo pasó muchas noches formulando sus preguntas sobre las esperanzas y miedos de la gente. El resultado en Sonora fue muy parecido al registrado en La Pampa. Como en Plata, se encargaba de la última limpieza del comedor, lo cual explicó era una de las mejores maneras de conocer a mucha gente. Hizo, también, amistades, que la acogieron con calidez; pero ahora, tal vez de resultas de sus anteriores experiencias, parecía mostrarse más reservada. Evitó entrometerse en las vidas de estas personas como si fuera a convertirse en un familiar más y a quedarse allí para siempre. Dijo a Badim que había aprendido que cuando llegaba la hora de seguir su camino, le dolía más si se había estado planteando quedarse, y no solo le dolía a ella, sino a quienes había tratado.

En la pantalla, Badim asintió con la cabeza cuando le dijo esto. Le sugirió mantener un equilibrio, haciendo ambas cosas. Le aseguró que la clase de dolor que decía experimentar no era un mal dolor, y que no debía evitarlo.

—Recibes lo que das, y no solo eso, dar es, de hecho, recibir. Así que no te reprimas. No mires mucho atrás ni adelante. Limítate a estar donde estés. Solo se vive en el presente.

En el Piamonte le contaron cómo en una ocasión Devi había salvado las cosechas, evitando que sufrieran un rápido declive que ella había identificado como una especie concreta de reacción del fértil suelo del bioma ante la corrosión del aluminio. Devi había ordenado aplicar una capa en todo el aluminio expuesto con aerosol de diamante, de modo que las superficies dejaron de constituir un problema. Por tanto, también allí era Devi popular, y de nuevo la gente quería conocer a Freya.

Esa fue la tónica habitual a medida que recorrió los biomas del Anillo B. Allá donde fue descubrió que su madre, la gran ingeniera jefe, había efectuado una intervención crucial, hallando solución a complicaciones que habían acuciado a los residentes. A Devi se le daba bien resolver problemas, dijo Badim cuando Freya lo mencionó; su método consistía en desandar varios pasos lógicos y abordar la situación desde un nuevo punto de vista en el que nadie había reparado aún.

—A menudo se llama evitar la aquiescencia —le explicó Badim—. La aquiescencia supone aceptar el marco de un problema, y trabajar en él en las condiciones que imponga el marco. Es una especie de economía mental, pero también una especie de pereza. Y ya sabes que Devi no tiene esa especie de pereza. Siempre cuestiona el marco del problema. La aquiescencia no forma parte de su modo de obrar.

—No. Definitivamente no.

—Pero no se te ocurra decir que esto es pensar fuera de la estructura —advirtió a Freya—. Odia esa expresión, sería capaz de decapitar a quien se la mencione.

—Porque nosotros vivimos dentro de una —aventuró Freya.

—Exacto. —Badim rio.

Freya no rio. Se mostró pensativa.

Freya aprendió durante los meses de duración del wanderjahr que, aunque la nave no contaba con un ingeniero jefe nombrado formalmente, era como si lo tuviera. Muchos años antes de que Freya iniciase su peregrinaje por los anillos, Devi había saltado de un bioma a otro, solventando problemas, o incluso prediciéndolos cuando situaciones concretas le sugerían la posibilidad de que surgieran, basándose en su experiencia en otro lugar. Nadie conocía la nave mejor que ella. Eso decía la gente.

Era cierto. De hecho, era mucho más cierto de lo que nadie sospechaba. Devi no compartía sus conversaciones con la nave, las cuales habían conformado el núcleo de su maestría. Nadie estaba al corriente de esta relación, puesto que no hablaba de ella. Badim y Freya tan solo la entreveían, ya que a menudo dormían cuando Devi conversaba con la nave. Tenía la naturaleza de una relación privada.

Freya continuó trabajando y después marchándose, aprendiendo todo lo que podía por el camino. Vivió en las copas de los árboles en el bosque nuboso de Costa Rica, y ayudó a los arbolistas, y fue admirada por su altura y la longitud de sus brazos. Hizo sus preguntas y tomó nota de las respuestas. En Amazonia volvió a buscar la compañía de arbolistas, después de haber disfrutado de ella en Costa Rica, pero allí eran más bien arbolistas de árboles frutales, ya que cultivaban un amplio abanico de frutas y frutos secos que se habían adaptado a la ecozona de bosque lluvioso tropical, la más cálida y húmeda a bordo. Conciliaban esa clase particular de agricultura con las plantas y animales más salvajes.

Mucho más fría era Olympia, un bosque lluvioso templado, oscuro bajo los altos árboles de hoja perenne, lleno de colinas y de gargantas pronunciadas. Decía la gente que allí era donde se congregaban los cinco fantasmas, y de noche era un lugar realmente tenebroso, con el viento en las pinochas y el canto de los búhos nivales. Allí la gente se reunía en torno a estufas en los comedores, y tocaban música en compañía hasta bien entrada la noche. Freya se sentaba en el suelo y escuchaba a estos círculos musicales, a veces tocando una melodía cuando un sonido agitanado parecía encajar en el tema; en otras ocasiones cantaba, era otra forma de socializar sin entrometerse, una obra de arte comunitaria que desaparecía en el preciso instante de su creación.

Uno de los guitarristas y cantantes de estos círculos musicales era un joven llamado Speller. A Freya le gustaba su voz, su alegría, el modo en que conocía la letra de lo que parecían centenares de canciones. Siempre era uno de los últimos que dejaban de tocar, y siempre animaba al resto a tocar hasta bien entrada la noche, incluso hasta el desayuno. «¡Más tarde ya habrá tiempo de dormir!». Su alegre sonrisa volvía acogedoras incluso las lluvias de invierno, tal como explicó Freya a Badim. Comía con él, y hablaba con él de la nave. Él la animaba a ver todo cuanto pudiera, pero, al menos mientras estuviera en Olympia, debía trabajar con él. El trabajo tenía que ver con ratones, así que ella quería intentarlo. Trabajó en el laboratorio de ratones que suministraba al programa de investigación de Speller, y también se encargaba de la limpieza del comedor. Dormía arriba y tenía una ventana con un tejadillo cubierto de musgo que goteaba constantemente. Speller le enseñó los conceptos básicos de genética, los principios iniciales de los alelos, de los dominantes y los recesivos, y mientras le dibujaba las cosas, y ella las dibujaba también, parecía recordar más de lo que había aprendido. Speller consideraba que era muy buena aprendiendo.

—Es posible que no se te dieran bien los números —sugirió—. No veo por qué aseguras que se te dan tan mal estas cosas. A mí me parece que no tienes ningún problema. Todos concebimos los números de forma distinta. A mí tampoco me entusiasman.

Es uno de los motivos de que me dedicara a la biología. Me gusta ver imágenes en la cabeza, y en pantalla. Me gusta que las cosas sean simples. Claro que la genética se vuelve compleja, pero al menos la matemática se limita a un área. Y al menos mientras permanece allí, puedo seguir contemplándola.

Freya asentía cuando le oyó decir eso.

—Gracias —dijo—. De veras.

Él la miró a los ojos y luego le dio un abrazo. Estaba emparejado con una música del grupo, y habían solicitado permiso al consejo infantil para tener descendencia; al abrazar a Freya con la cabeza hundida bajo su barbilla, no parecía tener el menor interés en nada que fuese más allá de la amistad. Eso se estaba volviendo poco habitual en su vida.

Partir de Olympia supuso haber dado la vuelta entera al Anillo B, y de vuelta al Fetch explicó a Badim que tenía la sensación de que apenas acababa de empezar. Tenía un método, decía, y también quería dar la vuelta al Anillo A, dedicarse a cualquier cosa de día, trabajar en el comedor de noche, y hacer de socióloga aficionada como de costumbre. Quería conocer y hablar con todas las personas que habitaban en el anillo.

Buena idea, dijo Badim.

Así que anduvo el Radio 5 en B hasta la columna, donde tenía permiso para acceder al túnel de tránsito, se adentró en la microgravedad del túnel, desplazándose de saliente en saliente hasta alcanzar el distribuidor del radio que daba al Anillo A. De allí pasó de largo el compartimento móvil que le hubiese permitido ahorrarse ese trecho, de modo que notó en sus propios músculos cuán separados estaban los anillos; no le pareció que fuese mucho, más o menos la longitud de un bioma. Bajó por el Radio 5 de A hasta Tasmania, y se asentó en un poblado costero llamado Hobart, otro pueblo dedicado a la pesca del salmón. Conocía bien esa clase de trabajo manual, así que se dedicó un tiempo a ello, junto al empleo en el comedor, y de nuevo conoció gente y tuvo ocasión de grabar sus relatos y opiniones. Ahora era algo más exhaustiva y organizada; tenía hojas de cálculo, bases de datos, gráficas, y sacaba partido de ellas, aunque al no haber concebido hipótesis, su estudio resultaba algo vago, y era muy posible que únicamente resultase de utilidad integrado en un estudio ajeno. Podía ser de utilidad a la nave, por ejemplo.

La gente seguía encantada de conocerla, y también ellos compartieron sus relatos de las brillantes hazañas de las reparaciones efectuadas por Devi. Tampoco a ellos les gustaba tener que llevar una vida tan encorsetada por las normas, las restricciones y las prohibiciones. También anhelaban llegar al nuevo mundo, donde podrían extender las alas y echar a volar. No faltaba mucho ya.

Seguidamente, Europa del norte, seguida por los asombrosos acantilados del Himalaya; las granjas del Yangtsé; Siberia; Irán, donde Devi había localizado en una ocasión una fuga en el fondo del lago que nadie había sido capaz de encontrar; Mongolia, las Estepas, los Balcanes, Kenia, Bengala, Indonesia. A lo largo de sus viajes, decía a Badim que el Viejo Mundo parecía más colonizado, más poblado, lo cual no era verdad, pero posiblemente su proyecto, y el modo en que deliberadamente intentaba conocer a todos los habitantes del bioma, le hacían pensar de ese modo. También solía ceñirse a las poblaciones, y trabajar en los comedores y laboratorios, por tanto rara vez lo hacía en los campos.

A medida que hizo más y más preguntas, las formulaba mejor, hasta tal punto que no efectuaba sesiones de entrevistas, sino conversaciones. Estas sonsacaron más información, más sentimientos, suscitaron una mayor intimidad; pero también resultaron más y más complejas de circunscribir a una gráfica. Seguía sin concebir una hipótesis, no llevaba a cabo suficiente investigación; tan solo le interesaba conocer gente. Era pseudosociología, pero el contacto era real. Como había sucedido en anteriores ocasiones, la gente se encariñó de ella, quiso que se quedara, quiso que pasara tiempo en su compañía.

Y que tuviese relaciones con ellos. Freya a menudo aceptaba. Puesto que todo el mundo era estéril, exceptuando a quienes habían obtenido el aprobado para el periodo de gestación, las relaciones de esa clase eran a menudo casuales, ya que no tenían consecuencias reproductoras. Si las conexiones emocionales con el acto habían cambiado también era una pregunta que solían hacerse, y que de hecho a menudo comentaban. Pero no parecían capaces de alcanzar conclusiones en firme. Era una situación fluida, generación tras generación, que no obstante siempre suscitaba interés.

Tienes que andarte con ojo, le advirtió en una ocasión Badim. Te marchas y dejas a tu paso un camino sembrado de corazones rotos. Me llegan noticias al respecto.

No es culpa mía, decía Freya. Vivo el momento, como me dijiste que hiciera.

Una noche, sin embargo, uno de esos encuentros adquirió tintes extraños. Conoció a un hombre mayor que le prestó mucha atención, trabó conversación con ella, la sedujo y pasaron la noche en su habitación, copulando y charlando. Luego, mientras el sistema de luz solar iluminaba el extremo oriental del techo, llevando a los Balcanes la «rosada aurora», se sentó a su lado y pasó la mano por su estómago.

—Soy la razón de tu existencia, chica.

—¿A qué te refieres?

—Sin mí tú no existirías. A eso me refiero.

—Pero ¿cómo?

—Estuve con Devi, de jóvenes. Fuimos pareja, en el Himalaya donde ambos trabajábamos y ascendíamos a las alturas. Íbamos a casarnos. Yo además quería tener hijos. Pensé que ese era el motivo de casarse, y además la amaba y quería ver cómo podíamos obrar en ese sentido. Contaba con todos los permisos habidos y por haber, había hecho los cursos y eso. Soy algo mayor que ella. Pero ella no dejaba de decir que no estaba preparada, que no sabía cuándo lo estaría, que tenía mucho trabajo, que no estaba segura de si alguna vez estaría lista. De modo que peleábamos a menudo por ello, incluso antes de casarnos.

—Puede que no fuese el momento adecuado —dijo Freya.

—Puede. En fin, habíamos discutido cuando se marchó de vuelta a Bengala, y para cuando logré llegar allí, me dijo que todo había terminado entre ambos. Había conocido a Badim, y se casaron al año siguiente, y poco después me enteré de que tú habías nacido.

—¿Y?

—Pues que creo que le di la idea. Creo que le puse la idea en la cabeza.

—Es raro —dijo Freya.

—¿Te lo parece?

—Sí. No estoy segura de que dormir juntos haya sido buena idea. Eso es lo raro.

—Fue hace mucho tiempo. Sois personas distintas. Además, me dio por pensar que sin mí tú no existirías, así que quería hacerlo.

Freya negó con la cabeza.

—Eso es raro.

—Todas las mujeres de a bordo soportan la presión de tener al menos un hijo —dijo el hombre—. Si son dos, mejor. La tasa de sustitución se sitúa en torno a dos coma dos hijos por mujer, y aquí la política consiste en mantener una población constante. Así que si una mujer se niega a tener dos, otra mujer deberá tener tres. Eso da pie a mucho estrés.

—Estrés que no he experimentado —admitió Freya.

—Lo harás. Y cuando suceda, quiero que pienses en mí.

Freya apartó la mano, se levantó y se vistió.

—Lo haré —dijo.

Afuera se despidió del hombre a la luz matinal, y anduvo hasta la Plaza de la Constitución, en Atenas, donde tomó el tranvía a Nairobi.

Cuando se apeó del tranvía, Euan la esperaba, atento, en un quiosco situado en un rincón.

Echó a correr hacia él y lo abrazó, besándole la frente. A ella debía parecerle normal que todo el mundo fuese más bajito.

—Me alegro tanto de verte —dijo—. Acaba de pasarme algo muy raro.

—¿De qué se trata? —preguntó él, alarmado.

Mientras caminaban fuera de la ciudad, hacia la sabana, donde Euan había trabajado durante varias estaciones, ella le contó lo sucedido y lo que le había confesado aquel hombre.

—Eso es muy raro —dijo Euan cuando ella hubo terminado—. Vamos a darnos un baño para que desaparezca el menor rastro de las manos de ese tipo de tu enorme y precioso cuerpo. Creo que necesitas tener las huellas de otra persona en tu piel cuanto antes, y aquí me tienes, ¡dispuesto a servirte!

Ella se rio de él, y se dirigieron hacia un arroyo que conocía Euan.

—Si Devi nos descubre, me pregunto qué sería capaz de hacer —dijo Freya.

—Olvídalo —le aconsejó Euan—. Si todo el mundo supiera todo lo que todos hemos hecho aquí, sería un lío. Es mejor olvidar y pasar página.

Devi: Nave, describe otra cosa. Recuerda que hay otros. Cambia de foco.

Aram y Delwin visitaron la pequeña escuela en Olympia, en un típico día lluvioso. Estaba ubicada en terreno montañoso, en un punto elevado próximo al sistema de luz solar. Había postes totémicos delante de la escuela. También piedras de los ancestros, como en Hokkaido.

Dentro se reunieron con el director del centro, un amigo suyo llamado Ted, quien los condujo a una sala llena de sofás, con un ventanal enorme donde se proyecta un paisaje lluvioso, todo uves y equis en afluentes recombinados que difuminaban el verde paisaje exterior.

Se sentaron, y la profesora de matemáticas de la escuela, otra amiga suya llamada Edwina, entró acompañando a un niño muy delgado. Parecía tener en torno a doce años. Aram y Delwin se levantaron para saludar a Edwina, quien les presentó al muchacho.

—Caballeros, os presento a Jochi. Jochi, saluda a Aram y a Delwin.

El joven se miró los pies y murmuró algo. Los dos visitantes lo observaron con atención.

Aram le dijo:

—Buenas, Jochi. Hemos oído que se te dan bien los números. Nos gustan los números.

Jochi levantó la vista y lo miró a los ojos, interesado de pronto.

—¿Qué clase de números?

—De todo tipo. Especialmente los números imaginarios, al menos en mi caso. A Delwin, aquí presente, le interesan más los conjuntos.

—¡A mí también! —exclamó Jochi.

Se sentaron a charlar.

Un relato narrativo se centra en individuos representativos, lo cual da pie a un problema de malinterpretación pues la mayoría queda relegada. Y en un grupo aislado —podría decirse que el grupo más aislado posible, compuesto a todos los efectos por náufragos que navegan a la deriva por toda la eternidad—, es importante no dudar a la hora de contemplar al propio grupo como protagonista. También su infraestructura, hasta el punto en que esta sea significativa.

De modo que debería decirse que los viajeros a Tau Ceti ascendían en número a 2124 (25 nacimientos y 23 muertes desde que se inició el proceso narrativo), constituido por 1040 mujeres y 949 hombres, además de 235 personas a las que debía asignarse algo más complejo que el género, por una u otra razón. El promedio de edad se situaba en 34,26; los latidos por minuto en 81; su presión sanguínea en 125 sobre 83. El número promedio de sinapsis cerebrales, tal como se ha calculado mediante autopsias aleatorias, era de 120 billones, y la duración de la vida de 77,3 años, sin incluir la mortalidad infantil, que se extrapolaba a un índice de 1,28 muertes por cada 100 000 nacimientos. La altura promedio era de metro setenta y dos centímetros en los hombres, y de metro sesenta y tres centímetros en las mujeres; el peso promedio ascendía a 74 kilogramos en los hombres y a 55 kilogramos en las mujeres.

Hasta aquí la población de a bordo. Debería añadirse que las alturas promedio, pesos y longevidad habían experimentado una reducción situada en torno al diez por ciento respecto a la primera generación de viajeros. El cambio puede atribuirse al proceso evolutivo denominado «aislamiento».

El total del espacio habitable en los biomas ascendía aproximadamente a 96 kilómetros cuadrados, de los cuales el 70 por cierto se dedicaba a la agricultura y el pastoreo, el 5 por cierto era urbano y residencial, el 13 por cierto masas de agua y el 13 por cierto espacios naturales protegidos.

Aunque por supuesto existían conductos para que pequeños vehículos de mantenimiento salieran del cuerpo principal de la nave, ubicados todos ellos en los anillos interiores, con los puertos de atraque mayores situados a proa y popa de la columna, no dejaba de ser cierto que con cada excursión de esta naturaleza al exterior de la nave se perdía una cantidad pequeña, pero con el tiempo mesurable, de volátiles a través de las esclusas. Como no existía un medio de reabastecerse antes de la llegada al equivalente a la Nube de Oort de Tau Ceti, estas pérdidas eran evitadas por los viajeros, quienes no abandonaban la nave a través de los amarraderos principales excepto en circunstancias extraordinarias. Una escotilla triple en el interior del Anillo B se utilizaba de manera regular por individuos vestidos con traje de vacío, incluidos los pertenecientes a la paleo cultura originaria de Labrador.

En los diversos confines de la nave había 2 004 589 cámaras y 6 500 000 micrófonos, ubicados de tal modo que quedase una grabación visual y oral de casi cualquier espacio interno de a bordo. El exterior se vigilaba visualmente. El ordenador de la nave conservaba permanentemente las grabaciones, que se archivaban por año, día, hora y minuto. Posiblemente pueda considerarse que este montaje conformaba los ojos y oídos de la nave, y las grabaciones su vida personal o memoria vital. Una metáfora, obviamente.

Freya continuó sus viajes de wanderjahr regresando al Anillo B, y luego al Anillo A. En todos los biomas que visitó, pasó uno o dos meses, dependiendo de su alojamiento y de las necesidades de sus anfitriones y amigos. Conoció «a todo el mundo», lo que significa que conoció en torno a un promedio del 63 por ciento de la población de todos los biomas. Eso bastó para convertirla en uno de los individuos más conocidos de toda la nave.

Euan solía verla a menudo, y ambos se adentraban en la infraestructura de la nave, explorando de manera cada vez más sistemática los doce radios, las doce salas del anillo interior, los cuatro puntales que unían los anillos interiores y los dos puntales exteriores que unían Costa Rica y Bengala, y la Patagonia y Siberia. A veces se reunían con otras personas, muchas de las cuales no se conocían entre sí, empeñadas en explorar hasta el último rincón de la nave. Estas personas solían denominarse fantasmas, o espectros, o espectros del camino. Devi también había pertenecido a ese grupo, aunque no había conocido a la misma gente que conocieron Freya y Euan. La nave calculaba que había 23 personas vivas que habían hecho de ese su proyecto, y durante el transcurso del viaje había habido un total de 256, pero el promedio de personas descendía a medida que la nave hacía avante. Habían transcurrido treinta y seis años desde que Devi hiciese sus propias exploraciones. La mayoría de los fantasmas salían de exploración cuando eran jóvenes.

Freya continuó haciendo preguntas a todo el mundo, y de resultas de esta costumbre su conocimiento de la población, aunque anecdótico, era muy extenso. No podía efectuar cálculos cuantitativos que derivasen de análisis estadísticos que pudieran dotar a sus investigaciones de rigor social y científico, de validez. Seguía sin elaborar hipótesis.

No era la única, ni siquiera estaba fuera de lo normal, en lo referente a lo bien que conocía la nave y a su tripulación; cada generación de la población de a bordo había incluido peregrinos, que se relacionaban con más gente que la mayoría. Estos peregrinos no eran los mismos que los fantasmas, y de estos había más; por promedio ascendían al 25 por ciento de la población viva en un momento determinado, aunque las reglas que regulaban el peregrinaje habían cambiado con el transcurso de las generaciones, y había menos de los que hubo en los primeros sesenta y ocho años de travesía. Lo que los peregrinos ayudaban a demostrar era que un ser humano podía llegar a conocer bastante bien, no sin esfuerzo, a una población compuesta por tan solo dos mil personas. Sin embargo, ese empeño tenía que formar parte de su proyecto, o no sucedería.

En la mayoría de los biomas la esperaban por adelantado, como si su llegada estuviese anotada en el calendario, le daban la bienvenida y la integraban en la rutina diaria de cualquiera que fuese el asentamiento al que llegase. La gente quería tenerla cerca. Posiblemente podía decirse que muchos parecían mostrarse protectores con ella. Era como si fuese una especie de figura totémica, puede incluso que fuese posible llamarla una hija de la nave (esto por supuesto es una metáfora). Quizá el hecho de que fuese la persona más alta a bordo contribuyera a la imagen que la gente tenía de ella.

Así, durante el año siguiente pasó más tiempo en Himalaya, Yangtsé, Siberia, Mongolia, las Estepas, los Balcanes, y Kenia. Luego se enteró de que en los biomas a los que no volvía lo consideraban una especie de menosprecio, e inmediatamente revisó sus planes, y fue a todos aquellos lugares donde se había alojado con anterioridad, sin saltarse ni uno de ellos, y diseñó una pauta que era temporalmente flexible, pero precisa en cuanto al destino, en tanto en cuanto daba la vuelta al Anillo B y luego al Anillo A, uno o dos meses en cada uno, y que siempre discurría hacia poniente. Continuaron las excursiones con Euan, pero con menor frecuencia, ya que Euan se había establecido en Irán, y se había convertido en ingeniero de lagos y lo que él denominaba un ciudadano «modélico». Todo esto duró casi otro año.

Durante este tiempo, debe mencionarse que la nave era consciente, de un modo en que ningún ser humano podía serlo, de que también había gente a bordo a quienes no les gustaba Freya, o a quienes no les gustaba su popularidad. Esto a menudo guardaba relación con un desprecio dirigido a varios consejos y órganos de gobierno, especialmente el comité de natalidad, un desagrado que a menudo había precedido a la existencia de Freya e iba dirigido a Devi, Badim, a los padres de Badim, que seguían ejerciendo de responsables importantes en Bengala, y a Aram, entre otros miembros del consejo. Pero como Freya era la cabeza más visible, se convirtió en el objetivo de toda esta negatividad, que adoptaba la forma de comentarios como por ejemplo:

—Se lía con cualquiera que se lo pide, la muy rompecorazones, la muy zorra.

—Ni siquiera sabe sumar. Apenas puede articular palabra.

—Si no tuviera ese aspecto, nadie le prestaría la menor atención.

—No hay un solo pensamiento en su cabeza, por eso no deja de hacer las mismas preguntas una y otra vez.

—Por eso se pasa todo el tiempo con los ratones. Son los únicos a quienes es capaz de entender.

—Ellos y las ovejas y las vacas. Cuando los comparas puedes ver el parecido.

—Menuda vaca está hecha, tetas grandes y poco cerebro.

—Y tranquila como las vacas.

—Como si no tuviera nada en la cabeza.

Fue interesante anotar y tabular comentarios de este tipo, y encontrar correlaciones entre la gente que los hacía y los problemas que tenían en otros aspectos de sus vidas. Resultó que había muchas otras cosas que desagradaban a estas personas, y, de hecho, ninguna de ellas centró mucho tiempo su desprecio en Freya. Iba y venía, pero su descontento se mantuvo constante, y se centró en otras personas y cosas.

También fue interesante reparar en el hecho de que la propia Freya parecía ser consciente, hasta cierto punto, de quiénes eran estas personas. Se envaraba en su presencia, no los miraba a los ojos, ni hacía esfuerzos por entablar conversación; tampoco se dirigía a ellas, ni reía en su presencia. Que dijeran lo que quisieran sobre su simpleza, que ella parecía ver o percibir todo aquello que nadie decía en voz alta, lo que el resto hacía a veces esfuerzos ímprobos por ocultar; y todo esto sin prestar siquiera atención, como por el rabillo del ojo.

Un día, se hallaba de camino entre Costa Rica y Amazonia en el túnel que conecta a ambas. El corredor que mediaba entre dos biomas era donde se podía apreciar con mayor claridad la configuración de la nave; los biomas con sus diversos terrenos, lagos y ríos, sus cielos azules diurnos, los mundos de las ciudades-estado, a un ángulo de quince grados desde los túneles, y desde la mitad de los túneles, que tan solo medían 70 metros de longitud, era posible atisbar que los biomas se inclinaban hacia afuera o hacia dentro sobre otros biomas en un ángulo de 30 grados. Se decía que desde los corredores las cosas eran distintas. Los mundos trazaban ángulos, se contraían; la tierra se encontraba con el cielo de un modo que revelaba que el cielo era techo en realidad, los paisajes suelos, los horizontes paredes. De hecho, una se hallaba en un túnel corto, como si de una entrada que diera a una ciudad de la vieja Tierra se tratara.

De pronto, ahí ante ella en el túnel llamado Canal de Panamá, pintado de azul en tiempos de la primera generación, se encontraba Badim.

Freya corrió a abrazarlo, y se apartó de él un poco sin soltarle los brazos.

—¿Qué pasa? Te veo más delgado. ¿Está bien Devi?

—Está bien. Ha estado enferma. Creo que podría ayudarle que fueras a verla.

En 164.341 llevaba tres años de peregrinaje.

Ya había guardado la ropa y otros efectos en la bolsa que le colgaba del hombro, así que volvieron a Costa Rica y tomaron el tranvía que se dirigía a poniente, a través de Olympia a Nueva Escocia. Freya aprovechó el trayecto para bombardear a su padre a preguntas. ¿A qué se refería con eso de que Devi estaba enferma? ¿Cuándo había empezado? ¿Por qué nadie se lo había dicho? Badim y ella hablaban cada domingo, a menudo también en mitad de la semana; Freya y Devi hablaban siempre que la primera se trasladaba a otro lugar. Nada le había parecido raro en el transcurso de estas llamadas. Devi, aunque más delgada de cara, y con bolsas oscuras en los ojos en algunas ocasiones en que hablaron, era la misma de siempre. Nunca se mostraba alegre con Freya, y aunque Freya lo ignoraba, rara vez se mostraba alegre con nadie, Badim incluido. Ni siquiera con la nave.

Badim le respondió que se había desmayado unos días antes, y que se había lastimado un hombro por la caída; ahora se encontraba mejor y deseaba volver al trabajo, pero aún no habían sido capaces de determinar la causa de su desmayo. Badim negaba con la cabeza a medida que la informaba de ello.

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