Aurora

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10. Un nuevo hermano, un amor perdido

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UN NUEVO HERMANO,

UN AMOR PERDIDO

Durante los siguientes días, apenas vi a mi padre. Cada vez que lo veía, tenía el aspecto de estar como loco, apresurándose de un lado al otro, como una abeja obrera, mientras mi abuela deambulaba fríamente por el hotel como una reina. Cada vez que mi padre me veía, me prometía que pasaría más tiempo conmigo. Me sentía como una piedrecita en su zapato. Él se detenía para saludarme y entonces salía corriendo, olvidando de un encuentro al otro que me había visto y diciendo las mismas cosas.

Mi madre no bajó de su habitación durante muchos días. El día que apareció en la puerta del comedor, saludando a los huéspedes mientras entraban, vestía un bello traje color turquesa y se había peinado de forma que el pelo le formaba una onda justo sobre los hombros. Llevaba puesto un collar de brillantes que resplandecían tanto, que era cegador bajo la luz del candelabro que colgaba por encima y me hizo pensar que era una de las mujeres más hermosas que jamás, había visto. Tenía el aspecto de no haber estado enferma un solo día en su vida. Su cutis no podía estar más sonrosado, ni sus ojos más brillantes, su pelo más sano y rico.

Permanecí en un rincón del vestíbulo y contemplé como ella y mi abuela saludaban a la gente, ambas sonriendo cálidamente, estrechando manos, aceptando besos en las mejillas y besando a la vez a otras mujeres y hombres. Parecía como si todos los huéspedes del hotel fueran viejos amigos. Ambas, mi madre y mi abuela, tenían un aspecto radiante y vivo, activado por la muchedumbre de huéspedes que desfilaban ante ellas.

Pero cuando todo terminó, cuando todos los huéspedes habían entrado, mi abuela le lanzó a mi madre una mirada extraña, severa, y entonces entró en el comedor.

Mi madre no me vio observándola al principio. Pareció como si se fuese a echar a llorar. Mi padre vino a buscarla. Justo antes de que se volviese para acompañarle al comedor, miró en mi dirección.

Pensé que tenía la más extraña de las expresiones, tanto que al principio me asustó un poco. Me miró como si no me reconociese. Sus ojos estaban llenos de curiosidad e inclinó la cabeza ligeramente. Entonces le susurró algo a mi padre. Él se giró, me vio y saludó con la mano. Mi madre continuó hacia el comedor, pero mi padre atravesó el vestíbulo.

—Hola —saludó—. ¿Cómo te va? ¿Comes bien?

Asentí. Me había hecho la misma pregunta tres veces en dos días.

—Bien, mañana tendrás más para hacer y será más divertido. Philip y Clara Sue vuelven a casa. El colegio ha terminado.

—¿Mañana? —Había olvidado la fecha. Había perdido el sentido del tiempo.

—Ajá. Debo marcharme. El almuerzo está a punto de empezar. Tan pronto como tenga ese momento libre, charlaremos —añadió y me dejó rápidamente.

«Philip llegaba mañana», pensé. Tenía miedo de verle. ¿Cómo se sentiría por todo esto? ¿Estaría turbado? Quizá no se atrevería a mirarme a la cara. ¿Cuántas veces se habría acordado de que me había besado, de que me había tocado? ¿Le disgustaría ahora? Nada había sido su culpa ni la mía. No nos engañamos el uno al otro, pero ambos habíamos sido engañados.

Y había que pensar en Clara Sue. «Nunca podría enfrentarme con la realidad de que era mi hermana», pensé, y con la forma en que me odiaba… mañana… sólo la idea me hacía sudar y temblar.

Más tarde, ese mismo día, exploré el hotel. Después de haber terminado de trabajar con Sissy, las tardes habitualmente me pertenecían. El único problema era que generalmente no había nada que hacer. Estaba sola, sin nadie con quien hablar. Sissy siempre tenía otras cosas para hacer y no había nadie de mi edad entre los huéspedes ya que la temporada de verano aún no había empezado. Una parte de mí misma esperaba con ilusión la llegada de Philip y de Clara Sue. Por descontado que las cosas resultarían embarazosas al principio, pero nos adaptaríamos. Teníamos que adaptarnos. Después de todo, éramos una familia.

Familia. Era la primera vez que esa palabra había entrado en mi mente respecto a la nueva gente en mi vida. Éramos una

familia. Philip, Clara Sue, la abuela Cutler, mi verdadera madre, mi verdadero padre y

yo, éramos una familia. Eso no podía ser cambiado. Nos pertenecíamos unos a otros y nadie podría separarlos de mí.

Aunque el pensamiento de que los Cutler eran mi verdadera familia me daba una sensación de consuelo y seguridad que nunca había creído posible, también me hacía sentir culpable. Inmediatamente veía la imagen de Padre y Madre, de Jimmy y de Fern. Ellos también eran mi familia, no importaba lo que dijeran los demás. Siempre los querría, pero eso no significaba que no podía aprender a amar a mi verdadera familia también ¿verdad?

No queriendo insistir más sobre el tema de mis dos familias, al menos por el momento, me concentré en mi excursión exploratoria. Fui de habitación en habitación, de piso a piso, fijándome bien en lo que me rodeaba. El lujo y la opulencia de Cutler’s Cove era deslumbrante. Había elegantes alfombras, algunas de Oriente, ricas tapicerías, brillantes sofás y sillas de cuero, lámparas con radiantes pantallas de cristal de Tiffany, pulidas estanterías con hileras y más hileras de libros.

Había cuadros y esculturas, delicadas figuras y jarrones que desparramaban exuberantes y fragantes flores. La belleza de todo ello me dejó boquiabierta, pero lo más asombroso de todo era que yo pertenecía a este lugar. Éste era mi nuevo mundo. Había nacido en la riqueza de la familia Cutler y ahora había vuelto a ella. Me iba a tomar algún tiempo acostumbrarme.

Cada habitación en la que entraba superaba a la anterior y pronto perdí el sentido de dónde me encontraba. Tratando de orientarme para poder volver al vestíbulo del hotel, giré una esquina. Pero, en lugar de escaleras, había una puerta en la pared. No había ninguna habitación más. Intrigada por mi descubrimiento, abrí la puerta. Crujió sobre sus goznes y un olor a humedad surgió de ella. La oscuridad se extendía ante mí. Alargué una mano, buscando un interruptor para encender la luz. Al encontrarlo, la encendí. El baño de luz me tranquilizó y me dio el valor de avanzar por lo que parecía un pasillo que no se utilizaba.

Llegué al final y a otra puerta. Mordiéndome el labio, la abrí y entré. A mi alrededor había cajas embaladas, baúles y montones de muebles cubiertos. Me hallaba en alguna especie de almacén. De repente me sentí excitada. Era el sitio perfecto para conocer a la propia familia, el pasado, porque era examinar lo que habían dejado atrás los antepasados.

Ansiosamente me arrodillé ante un baúl, sin importarme el polvo que había en el suelo, consumida sólo por los pensamientos de lo que podía descubrir. ¡No podía esperar!

Abrí baúl tras baúl, mientras transcurría la tarde. Había fotos de la abuela Cutler de joven, con el mismo aspecto severo de siempre. Había fotos de mi padre desde el tiempo en que era un niño hasta que se casó con mi madre. También había fotos de mi madre, pero por alguna razón no parecía feliz. Tenía en los ojos una mirada lejana y triste. Miré las fechas en la parte de atrás de las fotos. Habían sido tomadas después de mi secuestro. No era extraño que tuviera el aspecto que tenía.

Había fotos de Clara Sue y de Philip y del hotel en varias etapas de su crecimiento al convertirse Cutler’s Cove en un lugar cada vez más y más próspero.

Una mirada a mi reloj me avisó que eran las seis. ¡La cena sería en media hora y yo estaba hecha una porquería! Un espejo al otro lado de la habitación me devolvió el polvoriento reflejo de mí misma. Tenía que apresurarme para arreglarme. Reuniendo las carpetas en donde estaban colocadas las fotos, me preparé para volver a meterlas en el baúl que había abierto. Cuando estaba a punto de volver a colocarlas dentro, vi una carpeta que no había examinado en el fondo del baúl. Aunque sabía que tenía poco tiempo, no pude resistir echarle un vistazo. Apartando las otras carpetas, recogí rápidamente la que no había visto. Después de vaciar su contenido, me quedé aturdida.

Eran recortes de periódicos… ¡Recortes de periódicos que hablaban sobre mi secuestro!

Olvidando que tenía que arreglarme para cenar, estudié larga y detenidamente los recortes. Todas las descripciones eran exactamente iguales, explicando ni más ni menos lo que ya era conocido. Fotos de Padre y Madre, junto a las de mis verdaderos padres, acompañaban los artículos. Contemplé sus caras jóvenes, buscando respuestas, tratando de entender cómo se habían sentido todos ellos.

Leer sobre mí misma… sobre mi secuestro… era extraño. Una parte de mí misma aún no quería creer que Madre y Padre habían hecho una cosa tan terrible. Pero no obstante, en mis manos, en blanco y negro, tenía la prueba. Ya no existía la posibilidad de negar lo que había ocurrido.

—¡De manera que estás ahí! ¿Qué crees que estás haciendo aquí arriba? —inquirió un murmullo acerado.

No había error posible en reconocer esa voz. Sobresaltada, me caí al suelo, los recortes de Prensa desparramándose de mis manos. Me giré y se me heló la sangre al contemplar la violenta ira de mi abuela Cutler.

—Te hice una pregunta —dijo sonando como un latigazo—. ¿Qué estás haciendo aquí arriba?

—Sólo estaba mirando —pude contestar.

—¿Mirando? ¿Sólo

mirando? ¡Querrás decir

curioseando! ¡Cómo te atreves a revolver entre cosas que no te pertenecen! —dijo indignada—. No me sorprende. Fuiste educada por un ladrón y una secuestradora.

—No digas esas cosas sobre Madre y Padre —salté inmediatamente en su defensa.

La abuela Cutler me ignoró.

—¡Mira qué porquería!

¿Porquería? ¿Qué porquería? Los baúles sólo habían sido abiertos… su contenido había sido vuelto a colocar ordenadamente como lo había encontrado. Lo único que hacía falta era cerrar los baúles.

Tenía ganas de contradecirla, pero una rápida mirada a su cara me hizo cambiar de idea. Se le estaba poniendo roja y apenas podía controlarse.

—Lo siento —dije, jugando nerviosamente con las perlas que llevaba alrededor del cuello y que había decidido usar esa mañana. Cuando me desperté, repentinamente había extrañado a Madre más que nunca. El ponerme las perlas me había hecho sentir mejor. Sabía que había roto la promesa que me había hecho a mí misma, pero había sido incapaz de mantenerla. Además, había tenido las perlas escondidas bajo mi blusa. A Madre le hubiera gustado vérmelas puestas.

De repente la abuela Cutler abrió los ojos desmesuradamente.

¿De dónde has sacado eso?

Sobresaltada, la miré, estremeciéndome mientras se acercaba.

—¿Sacar qué? —No sabía de lo que estaba hablando.

—Esas perlas —siseó.

Intrigada, miré las perlas.

—¿Éstas? Siempre las he tenido. Pertenecían a mi familia.

¡Mentirosa! Las has robado ¿no? Encontraste estas perlas en uno de los baúles.

—¡No es cierto! —contesté airadamente. Cómo se atrevía a acusarme de robar—. Estas perlas pertenecían a Madre. Mi padre me las dio para que me las pusiera la noche del concierto. —Miré a la abuela Cutler desafiante, pese al hecho de que estaba temblando por dentro. No iba a asustarme—. Estas perlas son mías.

—No te creo. Nunca las has usado antes. Si son tan

especiales —dijo con sarcasmo—, entonces ¿por qué es la primera vez que las veo alrededor de tu cuello?

Estaba a punto de responder, cuando la abuela Cutler se adelantó. Con la velocidad de un rayo alcanzó mis perlas, arrancándomelas del cuello. Las bellas perlas de Madre, cada una individualmente anudadas, no se esparcieron ni se rompieron. Pero me las había quitado. Las sostenía con una mano triunfante apretando el puño.

—Son

mías ahora.

—No —protesté, poniéndome en pie de un salto y tratando de alcanzar su puño cerrado—. ¡Devuélvemelas! —No podía perder las perlas de Madre. ¡No podía! Era todo lo que me quedaba de ella después de que la abuela Cutler me había roto con odio su fotografía—. Te estoy diciendo la verdad. Te juro que es verdad.

La abuela Cutler me dio un malintencionado empujón, haciéndome caer con un sonido sordo, con el trasero dolorido del golpe.

¡No me vuelvas a levantar la mano otra vez! ¿Has entendido?

Echando fuego por los ojos, me negué a contestar. Mi silencio sólo sirvió para enfurecerla más.

¿Lo has comprendido? —repitió agarrando un mechón de mis cabellos y retorciéndolo dolorosamente—. Cuando te hago una pregunta espero una contestación.

Los ojos se me llenaron de lágrimas que pugnaban por salir pero me contuve. No le iba a dar esa satisfacción a la abuela Cutler. ¡No se la daría!

—Sí —dije apretando los dientes—. Lo comprendo.

Sorprendentemente, mi contestación le devolvió un poco de apariencia de normalidad. Soltó mi pelo y me froté la dolorida cabeza.

—Bien —ronroneó—. Bien—Echó una mirada a los baúles abiertos—. Arregla esto y déjalo tal y como lo encontraste. —Recogió los recortes de periódicos caídos—. Quemaremos esto —declaró, lanzándome una mirada que me empezaba a ser familiar.

—Sabes que te estoy diciendo la verdad —le dije—. Tú sabes que esas perlas pertenecían a Sally Jean Longchamp.

—No sé nada de eso. Todo lo que sé —me escupió—, es que yo no había vuelto a ver estas perlas desde el día en que desapareciste.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté sin aliento.

Me miró con burla satisfecha.

—¿Qué crees que estoy diciendo?

—¡Esas perlas pertenecían a mi madre! —grité—. ¡Eran de ella! ¡No voy a creerme lo que estás insinuando! ¡No lo haré!

—Siempre he creído en la verdad, Eugenia. Sally Jean y Ormand Longchamp robaron estas perlas. No se puede escapar a ese hecho, de la misma forma que no se puede escapar al hecho de que te secuestraron.

Lo que estaba diciendo no podía ser verdad. ¡No podía ser! ¿Cómo podía soportar esta última mancha contra la memoria de Madre y de Padre? ¡Era demasiado para soportar!

Con esas palabras, la abuela Cutler se marchó, llevándose mi última conexión con el pasado. Esperé que me empezaran a caer las lágrimas, pero no fue así. Y era porque me había dado cuenta de algo. No importaba lo que hubiera venido conmigo de mi vida pasada. Tenía mis recuerdos y mis recuerdos de la vida con Padre y Madre, Jimmy y Fern, eran algo que la abuela Cutler nunca me podría arrebatar.

A la mañana siguiente me lancé a trabajar, tratando desesperadamente de no pensar en lo que iba a ocurrir o en lo que había sucedido el día anterior. No me quedé con las otras camareras o con el resto del personal tampoco. La mayor parte de ellos estaban muy molestos conmigo por haberme quedado con el empleo de Agatha. Si yo trataba de hablar o actuar amistosamente, alguno de ellos sacaba el tema de Agatha y preguntaba si alguien sabía algo sobre ella. Unas pocas veces tuve ganas de levantarme y gritarles: ¡Yo no la despedí! ¡Yo no pedí ser una camarera! ¡Ni siquiera pedí ser traída aquí! Todos son crueles y no tienen corazón. ¿Por qué no se dan cuenta?

Tenía esas palabras en la punta de la lengua pero tenía miedo de gritarlas, porque sabía que en el momento que lo hiciera, aún me quedaría más sola de lo que estaba. Incluso Sissy dejaría de hablarme y mi abuela tendría aún otra razón para castigarme y hacerme sentir más despreciable que un insecto. Aunque ya no me podía sentir más insignificante, relegada a un rincón que hacía de habitación en una parte lejana del hotel como si fuera una vergüenza que mi abuela quería tener escondida y olvidada.

Empezaba a sentirme como alguien atrapado en el limbo, aún no aceptada realmente como un miembro de la familia Cutler y tampoco aceptada por el personal del servicio. Mi única verdadera compañía era mi propia sombra. La soledad se plegaba sobre mí como una mortaja. Me sentía invisible.

Estaba sola en mi habitación durante el período de descanso después del almuerzo cuando llamaron a mi puerta y Mrs. Boston apareció, con los brazos llenos con un montón de ropa y una bolsa de zapatos y bambas.

—La pequeña Mrs. Cutler me pidió que te trajera esto —dijo entrando en mi habitación.

—¿Qué es?

—Acabo de terminar de poner orden en la habitación de Miss Clara Sue. Esa niña es de lo peor en cuanto a ser ordenada y organizada. Se creería que una joven de una buena familia como ésta tendría más cuidado con sus cosas y con su habitación pero esa chica… —movió la cabeza y lo dejó caer todo al pie de mi cama.

»Todo esto es lo que Clara Sue ya no usa. Algunas cosas son del año pasado o así, pero aunque ella es un poco más grande que tú por todos lados, te servirá. Hay cosas que ni siquiera estrenó. Ya ves lo malcriada que está. Mira, mira esto —añadió, alcanzando algo de la pila de ropa. Levantó una blusa—. Mira, esto todavía tiene la etiqueta.

Ciertamente parecía completamente nuevo. Empecé a repasar la ropa. Por supuesto que no sería la primera vez que yo había llevado ropa usada. Pero era la idea de llevar la ropa de Clara Sue, de heredar su ropa, lo que me molestaba. No podía evitar acordarme de todas las cosas horribles que me había hecho en el colegio.

Por otro lado, mi madre, a quien no había vuelto a hablar desde nuestro primer encuentro, pensaba en mí. Supuse que debía sentirme agradecida.

—¿Mi madre escogió todo esto para mí? —pregunté.

Mrs. Boston asintió y levantó sus manos.

—No lo escogió exactamente. Me pidió que reuniera todo lo que yo supiera que Clara Sue no usaba o no quisiera y viese si tú lo podías usar.

Me probé un par de bambas. Clara Sue tenía un año menos que yo, pero era mucho más grande. Los zapatos viejos y las bambas me quedaban perfectamente. También las blusas y las faldas. Había incluso una bolsa con ropa interior.

—Todo eso le queda demasiado pequeño —dijo Mrs. Boston. Estaba segura de que las braguitas me servirían pero los sujetadores aún eran demasiado grandes para mí.

—Puedes separar lo que te sirve y lo que no. Dime lo que no quieras. Hay mucha gente pobre que conozco que verdaderamente apreciarán todo esto. Especialmente Agatha Johnson.

—Bien, ahora no tengo tiempo de probarme —dije cortante—. Tengo que ir a la sala de juego. Debo limpiarla entre una y dos mientras la mayor parte de los huéspedes no están. —Aparté la ropa. Mrs. Boston hizo una mueca y se marchó. La seguí y fui a hacer mis deberes de la tarde.

Acababa de pulir la última mesa en el salón de juego y había colocado la última silla, cuando oí que Philip me llamaba.

—Dawn —me giré y le encontré detrás mío en la puerta. Llevaba una camisa azul claro con botones en el cuello y unos pantalones color caqui. Con el pelo bien peinado, ni un mechón fuera de sitio, tenía su acostumbrado aspecto imperturbable.

Había perdido interés en mi propio aspecto desde el día en que llegué a Cutler’s Cove. Por las mañanas simplemente me recogía el pelo y me ataba un pañuelo de cabeza alrededor en la forma que lo hacían las otras camareras. Mi uniforme estaba sucio después de haber limpiado el salón de juego.

Era el primer día oscuro y lluvioso desde que había llegado al hotel. El cielo opresivo había hecho que este día, en especial, fuera más triste y tedioso para mí. El aire era fresco y húmedo y trabajaba más rápido y más duro para evitar enfriarme.

—Hola, Philip —dije volviéndome completamente.

—¿Cómo estás? —me preguntó.

—Supongo que bien —respondí, pero me empezaron a temblar los labios y los hombros se me estremecieron. Cuando le miré, me hizo pensar que el tiempo que pasé en el Emerson Peabody fue parte de un sueño que se había convertido en una pesadilla el día en que murió Madre.

—Me puse a buscarte tan pronto como llegué —me dijo Philip, sin dar un paso para acercarse—. Ni siquiera he deshecho mis maletas. Simplemente lo tiré todo y le pregunté a Mrs. Boston dónde te podía encontrar. Me dijo que la abuela te había colocado abajo y que te había hecho empezar a trabajar como camarera —añadió—. Así es mi abuela, quiero decir,

nuestra abuela.

Hizo una pausa de nuevo. Los silencios entre nuestras frases eran profundos, y la pequeña distancia que había entre nosotros parecía de kilómetros. Los acontecimientos rápidos y dramáticos le habían hecho sentir como un extraño hacia mí. Yo estaba tratando de pensar qué decirle y cómo decírselo.

Pero de repente, él sonrió en la misma forma que siempre lo hacía, con ese brillo en los ojos, esa expresión traviesa en la cara. Movió la cabeza.

—No puedo pensar en ti como si fueses mi hermana. No puedo. Esto es demasiado —me dijo.

—¿Qué podemos hacer, Philip? Es verdad.

—No lo sé —continuaba moviendo la cabeza—. ¿Te gusta el hotel? —preguntó acercándose más—. ¿Verdad que es un gran lugar? Los terrenos son muy hermosos. Cuando no está lloviendo como ahora —añadió.

—Sólo he podido explorar el interior del hotel. No he tenido mucha ocasión de ver el exterior —repliqué—. La mayor parte del tiempo he estado trabajando o sola en mí cuarto.

—Oh. —La sonrisa de él se hizo más amplia—. Ahora que he llegado tendrás más que hacer. Te enseñaré todos los rincones y escondrijos. Volveré a explorarlo todo contigo, te mostraré mis sitios favoritos, mis viejos escondites…

Durante un momento permitimos que nuestras miradas se quedasen fijas la una en la otra. Sentí calor en mi cara y mi corazón se aceleró. ¿Qué veía cuando me miraba? ¿Pensaba aún que yo era la chica más bonita y atractiva que había conocido?

—En nuestro día libre —continuó hablando rápido— caminaremos por la playa y buscaremos conchas y…

—No tengo día libre —le expliqué.

—¿Qué? ¿No tienes días libres? Claro que lo tienes. Todo el mundo tiene un día libre. En seguida le hablaré de ello a Mr. Stanley.

Me encogí de hombros y puse mi paño de limpiar y el líquido en mi carrito. Él se acercó más.

—Dawn —me dijo cogiéndome la mano. Al notar el contacto de sus dedos me eché hacia atrás instintivamente. No podía evitarlo.

Lo que una vez había sido emocionante ahora parecía tan sucio como la ropa que tenía que cambiar cada mañana. Sentía que era malo mirar profundamente a sus ojos, malo oírle hablarme suavemente, malo que me quisiera. Hasta me sentí culpable de hablar con él a solas en el salón de juego.

—No ha pasado un día que no pensase en ti y en el horror que estabas atravesando. Quería llamarte, incluso dejar el colegio y venir a casa a verte, pero la abuela pensó que era mejor que esperase —explicó y yo le lancé una mirada intensa.

—¿La abuela?

—Sí.

—¿Qué le contaste sobre nosotros? —le pregunté rápidamente.

—¿Contarle? —Se encogió de hombros como si todo hubiese sido tan sencillo y sin malicia—. Sólo cómo tú y yo nos habíamos hecho tan buenos amigos y qué persona tan maravillosa eres y lo muy bien que cantas. Me preguntó sobre tu padre y tu madre y le conté sobre la enfermedad de tu madre y su muerte y lo sorprendido que me quedé al saber lo que habían hecho.

—No sé por qué hicieron lo que hicieron ni por qué ha sucedido nada de esto —contesté bajando la cabeza. Miré a otro lado para esconder las lágrimas de mis ojos.

—La abuela sintió lo mismo. Para ella también fue una terrible sorpresa cuando sucedió —me dijo.

Giré en redondo.

—¿Por qué… por qué llamaste a tu abuela? ¿Por qué no hablaste con tu padre o tu madre? —Aún me era difícil pensar que ellos también eran mis padres.

—Oh, siempre he acudido a la abuela para la mayoría de las cosas —me contestó sonriendo—. Siempre ha estado al frente de todo. Por lo menos, desde que puedo acordarme y… ya has conocido a mamá —explicó levantando los ojos al cielo—. Tal y como son las cosas ya se lo pasa bastante mal. De todos modos, papá lo único que haría es pedirle consejo a la abuela si yo necesitase algo de él. Es una mujer de cuerpo entero ¿verdad?

—Es una tirana —repliqué.

—¿Qué dices? —Él sostuvo su sonrisa.

—Quiere cambiar mi nombre de Dawn a Eugenia, sólo que yo no estoy de acuerdo. Insiste en que todo el mundo en el hotel me llame Eugenia y todos tienen miedo de hacer lo contrario.

—Yo hablaré con ella. Haré que lo comprenda. Ya verás.

—No me importa si lo comprende o no. No voy a cambiarme el nombre sólo para darle gusto —declaré firmemente.

Asintió, impresionado al verme tan decidida. De nuevo nos miramos el uno al otro.

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