Aurora

Aurora


4. Reversión a la media

Página 20 de 41

La votación ofrecía tres posibles elecciones, con todas las posibilidades que los retenían en el sistema de Tau Ceti agrupadas en una. A saber:

T

a

u

C

e

t

i

P

o

n

e

r

r

u

m

b

o

a

R

R

P

r

i

m

e

R

e

g

r

e

s

a

r

a

l

a

T

i

e

r

r

a

La votación se cerraba a medianoche. A las 12:02 h se publicaron los resultados:

T

a

u

C

e

t

i

4

4

p

o

r

c

i

e

n

t

o

P

o

n

e

r

r

u

m

b

o

a

R

R

P

r

i

m

e

7

p

o

r

c

i

e

n

t

o

R

e

g

r

e

s

a

r

a

l

a

T

i

e

r

r

a

4

9

p

o

r

c

i

e

n

t

o

Un estruendo de voces se extendió por los biomas durante las horas que siguieron a la publicación de los resultados. Los comentarios fueron tan variados como quepa imaginar. Al día siguiente, se dijo todo lo que podía decirse al respecto. Era una respuesta pluripotente, una incoherencia.

A la mañana siguiente, Aram visitó el apartamento de Badim y Freya.

—Acompañadme a una reunión —les pidió—. Nos han invitado, y creo que Freya es la persona a quien quieren ver en realidad.

—¿Qué clase de reunión?

—De quienes quieren evitar los problemas. El referendo no ha dado el mandato a nadie. Así que puede que surjan problemas.

Freya y Badim lo acompañaron. Aram los llevó a un edificio público junto a Long Pond, un pub cuya escalera subieron hasta una amplia estancia con una ventana que tenía vistas al lago.

Había presentes cuatro personas. Aram les presentó a Freya y a Badim:

—Doris, Khetsun, Tao y Hester.

Después los llevó a una mesa y los invitó a sentarse. Una vez sentados, Aram se situó junto a Freya y se inclinó para encender una pantalla que había en la mesa, que también Badim podía mirar.

—El referendo fue muy apretado —dijo Aram—. La mayoría de los votos se decantaron a favor de nuestra opción preferida, pero debemos convencer a más personas para inclinar del todo la balanza. Hacerlo podría resultar más sencillo si dejamos claro que la nave puede recuperar la fuerza de cuando partió del sistema solar.

Aram abrió unos diagramas en la pantalla. Badim se puso las gafas y se inclinó sobre ella para consultarlos.

—¿Qué me dices del suministro básico de energía? —preguntó—. Esa sería mi primera pregunta.

—Bien dicho, por supuesto. El reactor principal de a bordo dispone de combustible para otros quinientos años, así que ahí estamos bien. En cuanto al combustible de propulsión, podemos enviar sondas para recabar hidrógeno tres y deuterio de la atmósfera de Planeta F. Recogeríamos la misma cantidad que quemamos para desacelerar en la entrada, y luego la emplearíamos para acelerar durante la salida.

—Pero si la usamos para acelerar —planteó Badim—, ¿cómo vamos a desacelerar cuando regresemos al sistema solar?

—Eso también habrá que invertirlo. Debemos pedir a la gente del sistema solar que durante nuestra entrada nos apunte con el haz láser que nos permitió acelerar, para reducir nuestra andadura de igual modo que en su momento la aumentó. Posiblemente esté disponible el mismo generador láser que orbita alrededor de Saturno.

—¿De veras? —preguntó Badim—. ¿Es ese el plan?

Entonces alguien llamó a la puerta.

Había treinta y dos personas al otro lado de la puerta, veintiséis hombres y seis mujeres, varios de los hombres eran más altos y fornidos que el promedio de la población. La mayor parte de ellos procedía de los biomas del Anillo A. Cuando entraron todos en la sala, la atestaron.

Uno de ellos, llamado Sangey, de las Estepas, flanqueado por tres de los hombres de mayor tamaño, dijo:

—Esta reunión es ilegal. Estáis tratando de asuntos de interés público en una reunión privada de líderes políticos, lo que las leyes de disturbios del año 68 prohíben expresamente. De modo que vamos a proceder a arrestaros. Si nos acompañáis pacíficamente os permitiremos caminar; si os resistís al arresto, os esposaremos y os llevaremos a la fuerza.

—¡No hay ninguna ley que prohíba tratar en privado la salud de la nave! —estalló Aram, furioso—. ¡Aquí sois vosotros quienes estáis incumpliendo las leyes!

Todas las voces alcanzaron como mínimo el doble de su volumen habitual.

—¿Vais a caminar por vuestra cuenta o preferís que os llevemos a la fuerza? —insistió Sangey.

—Vas a tener que llevarme a la fuerza —dijo Aram, que se abalanzó sobre Sangey. En la pelea entre gritos que siguió, fue reducido por los hombres que escoltaban a Sangey. Aram lanzó un golpe por encima del hombro de uno de sus guardias cuando lo incorporaron, y el puño aterrizó en la nariz de Sangey. Al ver la sangre, el resto de los acompañantes de Sangey se cerraron sobre Aram entre gritos furibundos.

Badim se levantó y puso una mano en el hombro de Freya para impedir que ella lo hiciera.

—Tú quédate al margen —le gritó a la cara—. ¡Esta no es nuestra pelea!

—¡Sí lo es! —gritó a su vez Freya. Pero como no podía levantarse sin desequilibrar a su padre, se zafó de él como buenamente pudo, abriéndose paso a patadas, haciendo que algunos de sus asaltantes toparan unos con otros y cayeran al suelo entre gritos de protesta. Quienes seguían de pie gritaron y forcejearon para tumbar tanto a Freya como a su padre, dándoles golpes y patadas. Al verlo, Aram perdió de nuevo los nervios y lanzó golpes a diestro y siniestro. Más labios partidos y más narices rotas que tiñeron de sangre los rostros, hasta el punto de que el volumen de las voces y los gritos volvió a doblar su intensidad.

La visión de la sangre durante la pelea provoca un aumento de adrenalina. Las voces gritan roncas, los ojos se abren como platos, de modo que al iris lo rodea un gran espacio blanco; los movimientos se vuelven más rápidos, más fuertes; aumentan el ritmo cardíaco y la presión sanguínea. Tal como se demostró en el año 68.

La previsión estratégica de hacerse acompañar por hombretones para arrestar al grupo reunido en la sala dio resultados, porque a pesar de que las siete personas allí reunidas pelearon en el caos resultante y la falta de espacio, fueron reducidas, maniatadas o aseguradas con camisas de fuerza, y las sacaron pataleando de la sala y del edificio para tumbarlas y atarlas en camillas en plena calle. Trataron a Badim y a Freya como a los demás, Freya con el ojo izquierdo morado.

La multitud que se reunió para observar lo sucedido se componía por entero de gente de los biomas del Anillo A. Los residentes del Fetch tardaron en asimilar lo que sucedía y no hubo una resistencia activa que se opusiera a este grupo exterior. Las camillas fueron transportadas hasta la columna y, a través de ella, hasta el Radio 3, y por él hasta la enfermería de Kiev, que se había utilizado como cárcel en el año 68, a pesar de que nadie vivo lo supiera. Las siete personas arrestadas fueron encerradas en las tres salas situadas en ese lugar.

En el resto de la nave, las noticias de la encarcelación del grupo de Aram no tardaron en extenderse. Cuando sus amigos y partidarios se enteraron, se reunieron en la plaza de San José y protestaron ruidosamente por lo ocurrido. Los administradores de Costa Rica dijeron no saber lo que había sucedido, y sugirieron tratarlo en una reunión de la asamblea general similar a la celebrada recientemente. Un número significativo de manifestantes se negó a debatir lo que llamaron un acto criminal; sus amigos debían ser liberados de inmediato, y solo entonces podrían tratarse los asuntos relevantes. El secuestro no debía jamás recompensarse con la legitimación política, gritaba la gente, o sucedería una y otra vez, y se perdería el discurso político a bordo, o cualquier tipo de planificación racional.

A medida que transcurrió la tarde, los gritos se volvieron como el sonido del oleaje al romper en la cornisa marina de Long Pond. Un rugido.

Tres horas después de reunirse, el gentío de San José se había inspirado a sí mismo para pasar a la acción, y marchó hacia Kiev entonando cantos y protestas al unísono. Eran unas 140 personas, habían llegado a la entrada del Radio 4, y se habían concentrado en torno a su túnel, cuya profundidad casi alcanzaba los doscientos metros, cuando un grupo numeroso, compuesto aproximadamente por cincuenta personas, accedió al túnel del radio, gritando y arrojando piedras.

Fue como si el fuego hubiese entrado en contacto con el combustible: Estalló una violenta refriega. Se limitó al principio a empujones y golpes, pero se envió a toda la nave un conjunto de fotos y vídeos de los combates, alertando a todos de la situación. Mientras, en los doce biomas del Anillo A, cuadrillas organizadas irrumpieron en las sedes de gobierno para asumir su control. Los grupos también cerraron y se apoderaron de todas las esclusas entre los biomas del Anillo A, así como de los seis accesos a los radios del Anillo A. Parecía probable que se tratase de acciones coordinadas, planificadas en espacios donde la nave no contaba con micrófonos, o donde los micrófonos habían quedado por alguna razón inoperativos. O bien eso, o bien se trataba de actos espontáneos improvisados y organizados rápidamente, que desde luego es lo que pasa en muchos fenómenos.

En la esclusa del Radio 4, donde continuaba la refriega, corrió la noticia de estos sucesos y fue evidente que los combates eran una especie de invasión del Anillo B por parte de grupos del Anillo A que habían asumido el control de las sedes de gobierno. La pelea en la entrada del Radio 4 se volvió entonces encarnizada, con gentes procedentes de todos los rincones del Anillo B franqueando a toda prisa las escotillas para sumarse a la brega. El grupo atacante siguió emergiendo del acceso al radio, más y más gente a medida que pasaba el tiempo, y se apoderaron de buena parte de Costa Rica y de muchas de las calles de San José. Las piedras empezaron a volar por los aires. Una alcanzó en la cabeza a un hombre, que cayó desplomado, inconsciente y sangrando. Se oyeron gritos. Llegaron refuerzos procedentes del Anillo B, suficientes para que el grupo que emergía del radio se viera detenido en su avance hacia la sede de gobierno. La gente de ambos bandos se arrojaba piedras del parque, losas de la plaza, cuchillos de las cocinas, platos, otros objetos contundentes. De los edificios llovían los muebles sobre las aceras para emplearlos a modo de barricada. Prendieron fuego a algunos de ellos.

Un incendio era muy peligroso en cualquier punto de la nave.

Contra una resistencia tan tenaz, el grupo invasor no pudo mantener la posición. Más de una docena de personas yacía sangrando en el suelo. A medida que los invasores se retiraban a la esclusa del Radio 4, sin dejar de arrojar objetos a sus oponentes, hubo grupos en todas partes en torno al Anillo B que se apresuraron a subir por los demás radios en dirección a la columna. Esta ya estaba ocupada por grupos del Anillo A, que cerraron las puertas de acceso al Anillo Interior de B para, independientemente de la intensidad de los asaltos por parte de quienes procedían del Anillo B, no pudieran seguir avanzando hacia la columna. Y en la columna estaba la planta de energía, junto a todas las demás funciones cruciales de la nave, incluida la Inteligencia Artificial de a bordo.

El Anillo A y la columna quedaron bajo el control de quienes se hicieron llamar «los que se quedan». Nadie que quisiera liberar a Aram, Freya y Badim, además de a sus cuatro compañeros, podría acercarse a la enfermería de Kiev.

En lugar de ello, los antagonistas se vieron separados por las puertas cerradas. Y dieciséis personas del Anillo B habían muerto, ya fuese de resultas de los golpes recibidos por objetos arrojadizos, por cortes o heridas de objetos punzantes, o arrolladas por la multitud. Otras 96 personas resultaron heridas. Todas las enfermerías del Anillo B no tardaron en llenarse de gente malherida, y los equipos médicos se vieron saturados. Otras dieciocho personas murieron en las horas siguientes como consecuencia de las heridas. Las calles de San José se cubrieron de los restos de los disturbios y charcos de sangre coagulada.

Habían vuelto los malos tiempos.

En la enfermería de Kiev, los captores habían requisado los navegadores de muñeca y demás instrumentos de comunicación de Freya y compañía, lo que obviamente los conmocionó. Khetsun conservaba aún un auricular que había escondido cuando lo registraron, y a medida que lo escuchaba fue compartiendo con los demás en la estancia lo que oía en las noticias sobre las luchas.

—Con todo lo que está pasando, creo que podemos escapar de nuestros captores. Seguro que están distraídos —dijo Freya.

—¿Cómo? —preguntó Aram.

—Conozco un camino de vuelta al Anillo B. Euan me lo mostró.

—Pero ¿cómo vamos a salir de este edificio?

—No es más que una sala normal y corriente. No creo que las cerraduras, las bisagras o las puertas estén hechas para impedir que alguien pueda romperlas. Probablemente estos gilipollas confían en que los guardias impedirán que podamos salir de aquí, y es posible que los guardias estén distraídos por lo que sucede.

—La solución del ingeniero —dijo Aram.

—¿Por qué no?

—Buena pregunta. —Aram pegó la oreja a la puerta y pasó un rato escuchando—. Probemos.

Arrancaron una de las patas de la cama y se sirvieron de ella para golpear el tirador de la puerta. Después de descargar 42 golpes, el tirador cedió; otros 62 golpes, principalmente propinados por Freya, bastaron para forzar una de las bisagras, y la puerta finalmente cedió con un empujón.

—Rápido —los apremió Freya. Mientras se apresuraban por el pasillo que había a la salida en dirección a la escalera, un joven salió de otra habitación y les gritó que se detuvieran. Freya se acercó a él, diciendo—. Eh, nosotros solo… —Y descargó un golpe en su rostro. El muchacho cayó de espaldas contra la pared, fuera de combate, y aunque hizo ademán de levantarse, estaba demasiado aturdido para lograrlo. Freya se inclinó sobre él y le arrancó el navegador, luego condujo a los demás hacia la escalera, por donde bajaron hasta llegar a un acceso que daba a la calle. La gente se había reunido frente a las pantallas situadas a la salida del comedor, cerca de las grandes puertas de Kiev, y Freya y los demás se alejaron en dirección contraria, hacia la escotilla que llevaba a Mongolia y al extremo del Radio 2.

La escotilla que llevaba al Radio 2 estaba cerrada.

El bioma de las Estepas estaba tan lejos de Nueva Escocia como un bioma pudiese estarlo de otro. Aram y Tao se decantaban por intentar cruzar el Anillo A hasta Tasmania, donde tenían unos amigos en el bosque de eucaliptos que pensaban que podían acogerlos.

Freya insistió en que se dirigieran a casa.

—Conozco el camino —dijo—. Seguidme.

Los llevó a Mongolia, y cerca de la pared contigua al Radio 2, entró en una cabaña de pastores con techo de teja que había visitado nueve años atrás, en una excursión que hizo con Euan. Introdujo un código en el teclado de acceso.

—Euan se las ingenió para hacer que fuese mi nombre, porque así no se me olvidaría —dijo mientras tecleaba. Se abrió la puerta, y dentro de la cabaña pidió a los demás que la ayudasen a apartar unas losas del suelo—. Rápido, no tardarán en seguirnos; podrán captar nuestra señal, porque no dudo que pueden rastrearnos, por no mencionar el navegador que hemos requisado. ¿Alguien tiene un aparato para que podamos comprobarlo?

Pero nadie disponía de tal cosa.

—Entonces debemos actuar con rapidez. Vamos.

Bajo las losas se abría un túnel estrecho y oscuro que, después de un giro y de hacer un poco de pendiente, conducía a un acceso de ventilación del Radio 2. Ninguno de ellos llevaba linterna, pero Freya juzgó más adecuado devolver las losas a su lugar y avanzar por el túnel totalmente a oscuras, contando con la débil iluminación del navegador del desdichado que se había cruzado en su camino. A la luz resultante, avanzaron por el túnel hasta llegar al acceso de ventilación del Radio 2, donde Freya desatornilló la rejilla trasera y salieron a un pasillo.

Desde allí subieron corriendo por una escalera de caracol pegada a las paredes de todos los corredores principales de los radios, hasta el conjunto de cabinas de almacenaje arracimado en torno al anillo interior en el punto donde se cruzaba con el Radio 2. De nuevo Freya los llevó hasta una puerta, introdujo un código en el teclado de esta y los condujo dentro.

Una vez allí, con la puerta cerrada, Freya los hizo sentarse en el suelo para descansar. Habían subido a la carrera la escalera del Radio 2.

—Muy bien. Ahora viene lo difícil —informó a los demás—. Los puntales situados entre los anillos interiores no son pasillos, pero sí lo bastante anchos por dentro ahora que el combustible que transportaban se ha consumido, y hay una puerta de servicio que lleva a la cámara de combustible que es realmente estrecha. Está llena de mamparos, pero Euan y su banda superaron todas las escotillas de este puntal. Así que deberíamos ser capaces de acceder a la estación del Anillo Interior B 2 a través de él, y desde allí descender a Nueva Escocia.

—Entonces, vamos —dijo Khetsun.

—Claro. Pero vigilad dónde ponéis el pie. Aquí es donde nos gustaría disponer de más luz. Caminad con cuidado.

Se levantaron dispuestos a reanudar el camino, y avanzaron por el angosto corredor de servicio del puntal a la luz del navegador robado. El corredor medía únicamente tres metros de diámetro, y a menudo el espacio estaba invadido por una pasarela lateral, además de cable a raudales y cajas diversas. Los puntales que unían los anillos interiores quedaban tan próximos a la columna que el efecto de la gravedad de la rotación de la nave no era tan fuerte en el toroide de los biomas, de modo que debían caminar con cuidado para evitar verse arrojados al techo metálico o a la estructura superior de los accesos al mamparo. A la tenue luz del navegador de Freya, y a las sombras negras que proyectaba el haz, no era fácil, de modo que no avanzaron ni muy rápido ni en silencio. Tardaron casi una hora en recorrer el puntal.

Finalmente, alcanzaron la última puerta, que daba a la estación del Anillo Interior B 2, y la encontraron cerrada. Por un instante permanecieron en silencio, mirando fijamente el teclado de acceso a la luz que Freya proyectaba sobre él. No parecía una de esas puertas que ceden con facilidad ante la fuerza bruta, y tampoco disponían de nada contundente con que golpearla.

—¿Alguien puede refrescarme los números primos? —preguntó Freya, por último.

—Claro —dijo Aram—. Dos, tres, cinco, siete…

—Un momento —lo interrumpió Freya—. Necesito que me digas los primos en orden ascendente de primos, si entiendes a qué me refiero. Dame el segundo primo, seguido por el tercero, luego el quinto, el séptimo, y sigue así. Creo que necesito siete en total.

—De acuerdo, pero ayúdame. —Aram hizo una pausa para concentrarse—. El segundo primo es tres, el tercero es cinco. El quinto primo es once, el séptimo es diecisiete. El décimo primero es… treinta y uno. El décimo tercero es… cuarenta y uno. El décimo séptimo es… cincuenta y nueve, creo. Sí.

—De acuerdo, estupendo —dijo Freya, que empujó la puerta abierta—. Gracias, Euan —añadió, sacudida por un espasmo facial que le imprimió una expresión furiosa.

Abrió un poco la puerta, y aguzaron tanto el oído como pudieron, intentando determinar si había alguien en el pequeño complejo de almacenes que albergaba la intersección del Anillo Interior B con su Radio 2. No oyeron nada, pero no sabían qué significaba eso; Freya no recordaba si en los viejos tiempos habían escuchado a escondidas a gente dentro del corredor de servicio o no. Nunca se habían jugado tanto como en ese momento, y en el pasado habían recorrido kilómetros a gatas durante las salidas de exploración que había efectuado con Euan.

Pero todas las medidas de precaución fueron para nada cuando la puerta se abrió al otro lado y les ordenaron salir del túnel. Estaban pendientes de Freya, que parecía dispuesta a emprender la huida, cuando uno de ellos los apuntó con algo, algo cuya forma anunciaba un propósito, a pesar de que ninguno de ellos había visto una excepto en fotos. Un arma.

Salieron uno tras otro, presos de nuevo.

En otras partes de la nave, los grupos que se habían hecho llamar «los que se quedan» se habían armado con pesadas pistolas que habían impreso gracias a materiales de plástico, acero y diversos fertilizantes y compuestos químicos. Sirviéndose de ellas para la coacción y amenaza, asumieron el control de las sedes de gobierno de cuatro de los doce biomas del Anillo B, avanzando metódicos de bioma en bioma. Todo aquel que había abogado en público por el regreso al sistema solar fue detenido, y se creía que las fuerzas de los que se quedan se habían hecho con todos los datos del referendo, que emplearían para reunir a todos los que denominaban «los que se marchan». A esas alturas, la comunicación en la nave era casi normal gracias al uso de teléfonos individuales; pero quienes eran arrestados veían cómo les requisaban los navegadores y otros instrumentos de comunicación, cuando no los averiaban electrónicamente de modo que perdiesen la capacidad de discutir la situación entre ellos.

Sin embargo, en mitad de todo esto, la primera vez que uno de los que se quedan, armado con una pistola impresa, efectuó un disparo, intentando abatir a un joven que se había liberado de sus captores a puñetazo limpio para echar a correr, vio cómo el arma explotaba. La persona que efectuó el disparo perdió buena parte de la mano y hubo que hacerle un torniquete antes de llevarlo a la enfermería más cercana. La sangre y los restos de los dedos quedaron dispersos por el túnel entre Nueva Escocia y Olympia, dejando a la gente de esa esclusa aturdida por la visión.

Las noticias de este incidente se extendieron en un abrir y cerrar de ojos, y cuando un trío de mujeres bajo custodia se enteraron de lo sucedido y se volvieron contra sus captores, uno de ellos efectuó un disparo sobre las detenidas y el arma también explotó, volándole la mano. Casi todo el mundo a bordo se enteró de este segundo incidente en un plazo de media hora, y, nuevamente, todo el que presenció la escena quedó salpicado de sangre, aturdido, traumatizado, presa de las náuseas, incapacitado durante unos instantes, o al menos incapaz de tomar una decisión sobre cómo obrar a continuación.

Después se orquestaron asaltos furiosos contra aquellos integrantes de los que se quedan que iban armados pero temían efectuar disparos; la mayoría se deshizo del armamento y echó a correr. En la retirada, les arrojaron piedras y otros objetos, y cuando los alcanzaban la muchedumbre los molía a golpes. Varios pistoleros murieron a patadas de resultas de estos encuentros. La sangre y las heridas desquician la mente humana.

Como había pocas salas aseguradas a bordo, los presos abandonaron muchas de las utilizadas a modo de celda. Otros fueron liberados por grupos recién reunidos que circulaban por el Anillo B, decididos a liberar a todo aquel que permaneciese preso.

Se declararon peleas en toda la nave. Hubo que volver a combatir con objetos punzantes y a puño desnudo, y el resultado fue una carnicería. Los biomas del Anillo A no tardaron en adoptar los conflictos sangrientos que habían estallado el día anterior en el Anillo B, incluso más cruentos. En estos combates, otras dieciocho personas resultaron muertas y hubo 117 heridos. Se declararon dieciocho incendios, y muy poca gente se personó para desempeñar las labores de lucha contra incendios que tenían asignadas.

Un incendio es muy peligroso en cualquier punto de la nave.

Ese día, 170.180, durante seis horas, la situación fue tan mala como lo había sido durante las peores jornadas del año 68. Como en el 68, las luchas fueron a muerte, a pesar de que las fuentes de conflicto tenían que ver con abstracciones muy alejadas del alimento o la seguridad. Aunque tal vez en esta ocasión no fuera exactamente el caso; puede que esta vez fuese una cuestión de vida o muerte. De cualquier modo, fuera como fuese, el caos de la guerra civil se había abatido de nuevo sobre ellos. Hubo sangre por doquier, y el número de muertes bastaba para aturdir a cualquiera. Todos a bordo de la nave conocían a alguien que había muerto: amistades, familiares, padres, hijos, maestros, colegas. El humo y un estruendo ensordecedor llenaron ambos anillos, así como la columna.

Ir a la siguiente página

Report Page