Aurora

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—Tendrás que esperar a después, a ver si consigues encontrar un ratón o dos —maulló Estrella de Fuego al oír el ruido de las tripas de su hija—. Primero debemos alimentar a Fronda y los veteranos. Ahora que has vuelto con nosotros, vas a tener que habituarte al hambre.

Esquirolina asintió, intentando hacerse a la idea. Se había acostumbrado a cazar cada vez que tenía hambre, y a compartir la comida sólo con sus compañeros de viaje.

Antes de volver de nuevo hacia el saledizo, Estrella de Fuego le ordenó a Espinardo:

—Reparte el pez entre Fronda y los veteranos.

Al deslizarse debajo del saliente rocoso, Esquirolina vio que era mucho más profundo de lo que se esperaba. Una piedra lisa protegía los lados de la cueva, pero un viento glacial se colaba por la entrada, agitando los olores mezclados de muchos gatos. La aprendiza suspiró, apenada, recordando el orden y la comodidad del viejo campamento, y cerró los ojos, deseando ver, al abrirlos de nuevo, las ramas estrechamente entrelazadas de la guarida de los aprendices, en vez de aquella piedra fría y dura.

—Todos los guerreros comparten esta guarida —le dijo Manto Polvoroso al oído, casi como si le hubiera leído el pensamiento—. Aquí no hay muchos sitios adecuados para dormir.

Esquirolina entrecerró los ojos y miró a su alrededor con un arrebato de rabia. ¡Los Dos Patas habían empujado a su clan a esto! Lo mínimo que ella podía hacer era guiarlos a un lugar seguro, donde hubiera sitios apropiados para dormir y suficientes presas para todos los gatos.

—Al menos esto nos proporciona cierto cobijo —murmuró Tormenta de Arena, aunque su pelo encrespado sugería que estaba helada hasta los huesos.

Estrella de Fuego se sentó cerca del fondo. Tormenta de Arena y Látigo Gris se acomodaron a su lado, flanqueándolo. El lugarteniente del Clan del Trueno apenas podía ocultar su profunda aflicción. Carbonilla estaba junto a él, con los ojos ensombrecidos de inquietud.

—Y ahora —empezó Estrella de Fuego, enroscando la cola alrededor de las patas—, contádnoslo todo, desde el principio.

Esquirolina notó cómo los inquisitivos ojos de sus compañeros de clan se clavaban en su piel. Zarzoso le acarició el costado con la cola antes de dirigirse a Estrella de Fuego.

—El Clan Estelar me visitó en un sueño y me dijo que fuera al lugar en que se ahoga el sol —explicó—. Al principio… al principio no sabía si debía creerlo, pero el Clan Estelar le envió el mismo sueño a un gato de cada clan: Corvino, del Clan del Viento; Plumosa, del Clan del Río, y Trigueña, del Clan de la Sombra —especificó, y Estrella de Fuego ladeó la cabeza—. Nos indicaron a todos que nos pusiéramos en camino para oír lo que tenía que decirnos Medianoche.

—¿Lo que tenía que deciros… «medianoche»? —repitió Manto Polvoroso, confundido.

Los ojos verdes de Estrella de Fuego se posaron en Esquirolina, y ella se obligó a no amilanarse.

—¿Tú también tuviste ese sueño? —le preguntó el líder a su hija.

—No —confesó ella—. Pero tenía que… Quería ir… —Buscó las palabras para explicar por qué se había marchado, pero no quería decirle a su padre que necesitaba escapar de sus continuas discusiones. Guardó silencio, cabizbaja.

—¡Yo me alegro de que Esquirolina viniera finalmente con nosotros! —exclamó Zarzoso—. ¡Ha estado a la altura de los guerreros!

Después de lo que parecieron nueve vidas, Estrella de Fuego asintió.

—Continúa, Zarzoso.

—Nos encaminamos al lugar donde se ahoga el sol, gracias a la ayuda de Cuervo. Él había oído hablar a otros gatos solitarios de un lugar de aguas interminables.

—Fue un viaje muy largo —intervino Esquirolina—. En más de una ocasión pensamos que nos habíamos perdido.

—Cuervo nos dijo en qué dirección debíamos ir, pero no sabíamos exactamente cómo llegar hasta ese lugar —prosiguió Zarzoso—. Sin embargo, el Clan Estelar nos había elegido, así que teníamos que seguir adelante.

—Y eso a pesar de que no sabíamos por qué nos había elegido ni para qué nos había enviado —añadió la aprendiza.

Zarzoso sacó las uñas, arañando levemente el duro suelo.

—Sólo estábamos intentando cumplir con nuestra obligación con el clan.

—Un solitario nos ayudó a cruzar el poblado de los Dos Patas —explicó Esquirolina, recordando el sentido de la orientación de Puma, que era bastante errático.

—Y finalmente llegamos al lugar donde se ahoga el sol —maulló Zarzoso—. Unos altos acantilados de granito con cuevas subterráneas, y un agua azul oscuro hasta donde alcanzaba la vista, que bañaba interminablemente la orilla. Al principio, el estruendo de la gran catarata nos asustó, porque era ensordecedor.

—Luego Zarzoso cayó al agua. Yo lo rescaté, y de pronto estábamos en una cueva, donde encontramos a Medianoche. —Las palabras de Esquirolina se atropellaron con incoherencia.

—¿Qué significa «encontramos a medianoche»? —quiso saber Manto Polvoroso.

Zarzoso arañó el suelo.

—Medianoche es una tejona —respondió al cabo—. El Clan Estelar quería que la encontráramos porque sólo ella podía decirnos lo que deseaban comunicarnos nuestros antepasados.

—¿Y qué os dijo esa… Medianoche? —preguntó Estrella de Fuego, agitando las orejas.

—Que los Dos Patas destrozarían todo el bosque y que acabaríamos muriendo de hambre —contestó Esquirolina, con el corazón repentinamente desbocado, como la primera vez que oyó la advertencia de Medianoche.

—También nos dijo que os condujéramos lejos del bosque y que buscáramos un nuevo hogar —añadió Zarzoso.

—¿Un nuevo hogar? —Tormenta de Arena se quedó mirándolo con incredulidad.

—O sea, que deberíamos abandonar el bosque sólo porque una tejona de la que jamás hemos oído hablar cree que sería una buena idea, ¿es eso? —gruñó Manto Polvoroso.

Esquirolina cerró los ojos. ¿Es que el Clan del Trueno iba a ignorar la advertencia de Medianoche? ¿Acaso su viaje y la muerte de Plumosa no iban a servir para nada?

—¿Y dijo cómo debemos encontrar ese sitio? —preguntó Látigo Gris, incorporándose y agitando la punta de la cola.

Las palabras de Medianoche resonaron de nuevo en la cabeza de Esquirolina, que se encontró repitiéndolas en voz alta:

—«No careceréis de guía». Eso es lo que dijo. «Cuando volváis, subid a la Gran Roca cuando el Manto Plateado brille en lo alto. Un guerrero agonizante os mostrará el camino».

—¿Ya habéis estado en la Gran Roca para ver esa… señal? —preguntó Estrella de Fuego.

Zarzoso negó con la cabeza.

—Vamos a reunirnos allí mañana con Trigueña, Borrascoso y Corvino. Pensábamos ir acompañados de nuestros líderes, si conseguíamos convencerlos de que acudieran…

—¿Tú vas a ir? —le espetó Musaraña a Estrella de Fuego con las orejas gachas.

—Nada me lo impedirá —contestó él.

Manto Polvoroso se quedó mirándolo con los ojos como platos.

—No estarás pensando en sacar al clan de nuestro bosque, ¿verdad?

—En este momento, aún no sé qué voy a hacer —admitió Estrella de Fuego—. Pero no estoy seguro de que el clan pueda sobrevivir a la estación sin hojas en estas condiciones.

Le sostuvo la mirada a Manto Polvoroso, y, por unos segundos, Esquirolina vio cómo llameaban sus ojos.

—No puedo permitir que mi clan sufra si hay algo que pueda hacer para evitarlo. No podemos pasar por alto este mensaje, a pesar del modo en que lo hemos recibido. Quizá suponga nuestra única esperanza de sobrevivir. Si hay una señal, quiero verla por mí mismo. —Se irguió, volviéndose hacia Zarzoso—. Mañana iré con vosotros a los Cuatro Árboles.

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