Aurora

Aurora


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—¿Y qué pasa con la señal? —le recordó la aprendiza. Se estremeció, y no sólo por el frío. ¿Dónde estaba esa señal que se suponía que iba a salvarlos?

En los ojos de la guerrera del Clan de la Sombra asomó la duda.

—Lo lamento, debo ir con ellos.

Corrió tras Estrella Negra y Cirro. La hondonada pareció incluso más vacía y expuesta sin los tres gatos del Clan de la Sombra.

—Buena suerte, Estrella de Fuego —maulló Estrella Leopardina. Luego miró a Ala de Mariposa, que estaba junto a su mentor—. ¿Arcilloso está lo bastante bien para caminar?

—¡Por supuesto que lo estoy! —exclamó el viejo curandero con voz ronca, poniéndose en pie a duras penas—. He llegado hasta aquí, ¿no?

—Entonces, vamos —ordenó Estrella Leopardina, al tiempo que daba media vuelta y guiaba a sus gatos fuera del claro.

Borrascoso rozó a Esquirolina al pasar.

—Intentaré hablar contigo y con Zarzoso pronto —susurró.

—¿Qué podemos hacer sin la señal? —siseó Esquirolina con nerviosismo.

Borrascoso le lanzó una mirada llena de desesperación.

—No lo sé —confesó. Se volvió hacia la Gran Roca, arrancada de su antiguo lugar—. Tal vez el Clan Estelar ya no tiene ningún poder aquí.

Esquirolina se quedó mirándolo, horrorizada. ¿Podría ser eso cierto?

Estrella de Fuego contempló cómo se marchaban los gatos del Clan del Río.

—No he podido convencerlos —suspiró.

—Entonces, nuestros clanes deberán irse solos —apuntó Estrella Alta con voz resollante. Se sentó para recuperar el aliento—. Estrella de Fuego —añadió con voz quebrada—, yo tengo que encontrar un nuevo territorio para mi clan antes de la próxima luna llena. Estamos muriéndonos de hambre —confesó, y Esquirolina sintió que se le encogía el corazón de pena—. Pero estamos demasiado débiles para hacer el viaje solos. Ven con nosotros, ayúdanos, como hiciste cuando devolviste al Clan del Viento a su hogar tras el exilio, después de que Estrella Rota nos desterrara.

Estrella de Fuego agitó desdichadamente las orejas.

—No podemos marcharnos sin los otros dos clanes. Siempre ha habido cuatro clanes en el bosque y, donde sea que vayamos, también deberá haber cuatro clanes. ¿Cómo si no podemos estar seguros de que el quinto clan nos acompañará?

«¿El quinto clan?», se preguntó Esquirolina. Miró a Zarzoso, pero su amigo parecía tan perplejo como ella.

—El Clan Estelar siempre estará con nosotros —objetó Estrella Alta, y sólo entonces Esquirolina lo comprendió: el Clan Estelar era el quinto clan. La aprendiza vio un destello de furia en los cansados ojos del líder del Clan del Viento—. Eres demasiado orgulloso, Estrella de Fuego —sentenció—. Sé que el Clan del Trueno está al borde de la inanición, al igual que el Clan del Viento. Si insistes en permanecer en el bosque mientras esperas a que los otros dos cambien de opinión, los miembros de tu clan morirán.

Estrella de Fuego desvió la mirada.

—Lo lamento, Estrella Alta —maulló—. Quiero ayudarte, pero el corazón me dice que el Clan del Trueno no puede marcharse hasta que los otros clanes accedan a marcharse también. Tendremos que seguir intentando convencerlos.

Estrella Alta sacudió la cola.

—Muy bien —bufó—. No podemos viajar sin vosotros, de modo que tendremos que esperar. No te culpo a ti por el hambre que sufrimos, pero me decepciona que no nos ayudes ahora.

El líder del Clan del Viento se alejó; Cascarón iba casi pegado a él, listo para sujetarlo si tropezaba, pues sus patas no parecían lo bastante fuertes para conducirlo hasta el lindero del claro, y muchísimo menos hasta el páramo.

Esquirolina se volvió hacia Zarzoso.

—¿Por qué no ha habido ninguna señal? —se lamentó.

El joven guerrero la miró fijamente.

—¿Crees que Medianoche estaba equivocada? —En sus ojos se reflejaba la luna—. Después de todo, ¿nos contó algo que no podamos ver por nosotros mismos a nuestro alrededor? —Apuntó con la cola al arrasado claro, con los montones de árboles caídos—. Todos los gatos saben que los Dos Patas están destrozando el bosque. A lo mejor Estrella Negra tiene razón, y cada clan debería intentar salvarse a sí mismo, sin esperar más señales.

Esquirolina trató de contener el vértigo que revoloteaba en su pecho.

—¡No puedes hablar en serio! ¡Debemos creer que Medianoche tenía razón! —protestó—. El Clan Estelar nos envió a hablar con ella, y eso sólo puede significar que el Clan Estelar quiere que salvemos a los clanes.

—Pero ¿y si no podemos? —murmuró el guerrero.

Esquirolina se quedó mirándolo, abatida. De pronto, su mente se llenó de imágenes de árboles caídos, monstruos rugientes y sangre bajando por las Rocas Soleadas hasta el río.

—No te rindas, Zarzoso —susurró—. No hemos hecho ese viaje y perdido a Plumosa para nada. ¡Tenemos que salvar a los clanes!

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