Aura

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—Ha sido un día duro, señor. Siento mucho la pérdida de Troy —añadió, mirando al otro centinela, con el que nunca había llegado a cruzar una palabra—. ¿Se sabe algo de los rebeldes responsables?

El otro negó con la cabeza y añadió:

—Qué va..., pero, oye —dijo con una sonrisa de complicidad—, eso que nos llevamos. Una carga que no pienso desperdiciar.

Aidan se unió esta vez a las risas, aunque cada carcajada se le clavaba en el pecho con repugnancia. Todo era una pantomima, se recordaba en silencio. Él no era realmente así.

—Buenas noches, Walker —le dijo entonces su superior—. Vete a descansar, que mañana te toca muralla.

El hombre se dio la vuelta, pero Aidan se adelantó y preguntó:

—¿Os vais ya para casa? He oído... —después bajó la voz—. He oído que ha llegado mercancía nueva al Batterie.

El capitán Ludor y el joven centinela se miraron entre ellos antes de contestarle.

—¿Blue-Power? —preguntó el mayor.

—Pero más condensado. Dicen que es como saltar desde un precipicio y después navegar por el cielo.

—Eres todo un poeta, ¿eh, Walker?

—Yo me apunto —dijo el joven, pero no era a él a quien Aidan necesitaba, así que siguió insistiendo—. Vamos, capitán. Acompáñenos. Después de los días que llevamos, todos nos merecemos un descanso, incluso usted.

—No voy a negártelo. Pero hace tanto que no paso por allí...

—¡Pues con más razón! —exclamó Aidan—. Si no es por el Blue-Power, hágalo por las chicas: las últimas incorporaciones al club son... Mejor será que las valore usted mismo.

El capitán soltó una carcajada.

—Menudo experto estás hecho. Ten cuidado, que no serías el primero en arruinarte por culpa de un par de piernas bonitas y una adicción incontrolada a las cargas ilegales.

—Lo tengo, señor —contestó Aidan, mientras salían del cuartel.

No fue hasta que estuvieron los tres montados en el monorraíl, camino de la Milla de los Milagros, que Aidan respiró profundamente y tomó fuerzas para la siguiente parte del plan.

Era la tercera vez que Kore intentaba pintarse la raya del ojo y, como las anteriores, volvió a torcerse.

—¡Mierda!

Lanzó el lapicero negro contra el espejo del tocador y se reclinó en la silla. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan nerviosa? Por culpa de los rebeldes había puesto muchas veces su vida en peligro y siempre había salido airosa. ¿Qué tenía de diferente aquella noche?

No hacía falta que nadie contestara por ella. En el fondo, sabía la respuesta: que iba a estar sola. Que si Aidan cumplía con su parte de la misión y lograba atraer a su capitán al Batterie, ella tendría que quedarse a solas con el hombre y acarrear con las consecuencias en caso de que algo saliera mal.

Sus ojeras, ahora cubiertas por el maquillaje, delataban que llevaba días sin descansar bien. Cada noche, cuando no se desvelaba, la asediaban las pesadillas. Sueños en los que ella o Aidan o incluso Eden acababan en lo alto del escenario de las ejecuciones con la cabeza cortada.

Desde hacía unos días, su mundo había dejado de tener sentido. Por un lado, Eden había regresado. De repente. Cuando todos la daban por muerta. Cuando ella había luchado cada mañana por olvidarla y relegarla al rincón más oscuro de su mente. Había vuelto, y con ella todos los sentimientos que había estado reprimiendo durante tanto tiempo. Y no lo había hecho sola, no. Había traído consigo a Ray y a Dorian, con sus corazones libres de baterías. Y ellos, a su vez, habían inflamado una luz que Kore había creído casi extinta y que ahora amenazaba con incendiarlo todo.

Hasta que ellos habían aparecido, la labor de los rebeldes había consistido en realizar pequeñas escaramuzas que desestabilizasen algún sector del gobierno o causaran cierto caos entre la población. Nada más. Pero ahora..., ahora hablaban de una auténtica revolución. Una revolución que ya había comenzado y en la que la habían incluido a ella sin tan siquiera preguntarle o contarle de primeras toda la verdad. Ni siquiera Aidan. Desde que Eden había vuelto, Kore era incapaz de verle con los mismos ojos. Las dudas y los celos que tanto odiaba sentir la volvían débil.

Había pasado mucho tiempo enamorada en secreto del centinela; de hecho, hasta que Eden desapareció. E incluso después siguió esperando hasta que fue el propio centinela quien se acercó a ella. Durante años había estado reprimiendo tantos sentimientos que, cuando tuvo oportunidad, había olvidado cómo reaccionar a su cariño. Y ahora que por fin estaban juntos, el pasado volvía a visitarlos.

—Para... —se dijo, se sirvió un vaso de agua de la jarra que había en un extremo del tocador y bebió para tranquilizarse.

Siempre se lo decían: que de un grano de arena hacía una montaña. Que siempre se ponía en la peor de las situaciones. Pero lo que nadie decía después era que casi siempre acertaba. Esta vez estaba convencida de que la aparición de Eden, Ray y Dorian les traería muchos problemas. Que ya se los estaba trayendo. Y que si esa noche alguno cometía el menor desliz, ella sería quien acabase en la prisión de la Torre o, peor: como en sus pesadillas.

Los centinelas entraron en el Batterie y Aidan escogió uno de los sofás circulares que había al fondo. Se trataba de un reservado en el que solo los guardias de la Ciudadela podían sentarse.

El capitán Ludor chasqueó los dedos en el aire para llamar a una de las camareras. La que se acercó se llamaba Trixa, y también apoyaba el movimiento rebelde. Pero cuando el capitán le pidió tres cervezas y una carga de Blue-Power, su sonrisa fue tan genuina que Aidan estuvo a punto de creérsela.

Desde la barra, Kore cruzó una mirada fugaz con Aidan y él asintió. En la otra punta del local, Madame Battery también advirtió la señal del centinela y desapareció tras una de las cortinas rojas de la pared.

—Aún recuerdo mi primera redada aquí... —comenzó a decir el capitán.

—¿Como centinela? —preguntó Dowey.

El otro lo miró ofendido.

—No, idiota, como cliente. Mucho antes de cometer el error de entrar en la maldita guardia —añadió con hastío—. Por entonces el Batterie no estaba tan limpio. Los moradores que no podían entrar se agolpaban en las puertas, y los que sí, se arrastraban por el suelo como gusanos. Daba asco. Pero miradlo ahora —y señaló al frente—. Cuando se ven cosas así es cuando más orgulloso se siente uno de su trabajo, maldita sea.

La camarera regresó en ese momento con dos bandejas. En una llevaba las bebidas, en la otra, las cargas y los electrodos de Blue-Power.

—Invita la casa —dijo la chica, guiñándole el ojo al mayor de los tres.

Aidan alzó su bebida.

—¡Por nosotros! —exclamó, y los hombres brindaron. Antes de que se marchara, Aidan le dijo a la camarera—: Oye, ¿y no hay algún regalo especial para un capitán como el nuestro?

—Puede ser —respondió la chica—. Dejadme que lo pregunte.

Dowey se echó a reír en cuanto se quedaron solos y comenzó a desabrocharse la camisa. Mientras se colocaba los electrodos, Trixa regresó y dijo:

—Capitán, una de nuestras mejores bailarinas le está esperando detrás de aquellas cortinas para dedicarle un baile muy especial.

El hombre se puso de pie inmediatamente, con la cerveza en la mano, y les guiñó un ojo a sus subordinados.

—Portaos bien, niños, que papá tiene que ausentarse un rato.

Los otros respondieron con aplausos. Pero Aidan no apartó los ojos del hombre hasta que le perdió de vista. Después se giró hacia Dowey y sujetó la carga con el Blue-Power.

—¿Estás listo? —le preguntó.

—¿Tú no vas a probarlo?

—Esta carga disfrútala tú solo. Ahora pediré otra. ¿Preparado?

Dowey asintió con ansia.

—¡Dale! —exclamó. Y Aidan obedeció.

El centinela recibió el chispazo de electricidad con un gemido de éxtasis antes de caer inconsciente sobre el sofá con una sonrisa bobalicona en los labios.

—¿Ha funcionado? —preguntó Madame Battery, acercándose al reservado.

—Perfectamente —Aidan se levantó—. ¿Kore?

—Ya está en posición. Cuando Trixa os traiga la llave, tendréis quince minutos para estar aquí de vuelta.

El centinela rebelde asintió y se quedó en silencio, obligándose a no pensar en lo que podría estar ocurriendo detrás de aquellas cortinas rojas.

Era cuestión de mentalizarse. De pensar que no había nadie. De que bailaba para ella sola, como cuando era una niña y se recorría toda la Ciudadela a saltitos, siguiendo el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar. La música estaba suficientemente alta en aquel cuarto de luces azules y sofás blancos como para que no pudiera escuchar ni la respiración del hombre para el que bailaba cuando acercaba el rostro a su cuello o los comentarios que pudiera hacerle.

La única norma del club era que nadie podía tocar a las chicas, y para que todo el mundo cumpliera, había una cámara instalada en una de las esquinas del techo que vigilaba a los invitados en todo momento. Eso era lo único que tranquilizaba a Kore. Eso y que todos sus compañeros estaban pendientes de su señal para que el plan siguiera adelante.

La chica, vestida con unos pantalones cortos y una camiseta ajustada, se deslizaba por una barra que subía hasta el techo con la elasticidad de una serpiente mientras el capitán centinela la miraba extasiado. Con una sonrisa pícara, se acercó a él y continuó con el baile, esta vez más cerca de sus rodillas. Con sensualidad, le colocó las manos sobre los hombros y fue descendiendo por su chaqueta, escurrió los dedos por debajo y volvió a subir hasta el cuello. El hombre cerró los ojos y se dejó hacer, como Kore esperaba que ocurriese.

Aquella era su oportunidad. Con una habilidad maestra, perfeccionada durante años, la chica siguió acariciando la piel de la nuca del hombre con una mano mientras que con la otra hurgaba en el bolsillo interior de la prenda. Cuando dio con lo que buscaba, hizo una señal a la cámara y esperó sin dejar de contonearse.

Trixa apareció unos segundos después para recoger la botella de cerveza vacía que el hombre le tendió sin prestarle ni un segundo de atención y la tarjeta que Kore le había robado sin que se diera cuenta.

A partir de ese momento comenzaba la cuenta atrás.

En cuanto Aidan recibió la tarjeta de manos de Trixa, salió del Batterie corriendo. Dorian, Eden y Ray debían de estar ya esperándole en el lugar acordado.

Los almacenes de armas estaban repartidos por todos los distritos de la Ciudadela y los centinelas los utilizaban en caso de emergencia si se producía algún altercado que sofocar. En su interior siempre había un arsenal de armas suficiente como para cargar a un escuadrón pequeño que pudiera ir de avanzadilla mientras se avisaba a la Torre para que enviaran refuerzos. Sin embargo, el almacén del Barrio Azul era el doble de grande que el de los demás distritos por la cantidad de problemas que los moradores solían ocasionar a diario. Ese era su objetivo.

No todos los centinelas podían abrir los almacenes. De hecho, solo los capitanes de las brigadas y sus superiores tenían el acceso permitido gracias a las tarjetas electrónicas que se les proporcionaban cuando los ascendían. Por suerte, el ingenio de Madame Battery había encontrado la manera de burlar, una vez más, al sistema... poniendo en riesgo todas sus vidas.

Como esperaba, Eden y los chicos salieron de un callejón colindante cuando le vieron llegar. El almacén era un cubo gris de cemento, sin ventanas y con una sola puerta blindada imposible de abrir sin la tarjeta que Aidan llevaba guardada en el bolsillo. Por eso no contaba con ningún tipo de vigilancia externa, a excepción de una cámara que los moradores se encargaban de reventar cada vez que volvían a poner una nueva.

—Tenemos que darnos prisa —dijo el centinela apresurándose a abrir el portón blindado del almacén mientras los demás vigilaban que no los viera nadie. Una vez dentro, encendió la luz y comprobó que todo el arsenal estuviera en su sitio—. Recordad: lo que más nos interesan son los aturdidores. Tenemos que llevárnoslos todos. Si sobra tiempo y tenemos espacio en las bolsas, haceos con algunas de las armas de fuego.

Los demás no dijeron nada. Sacaron las bolsas de tela que habían llevado hasta entonces escondidas bajo la ropa, las abrieron, y comenzaron a vaciar los estantes en los que estaban ordenadas las porras eléctricas.

—¿No hay balas? —preguntó Eden.

Aidan terminó de cerrar la última bolsa y se levantó.

—No. La munición nos la dan a los centinelas y viene marcada. Intentaré conseguir unas cajas los próximos días. ¿Estáis listos?

Los demás se cargaron los macutos a la espalda y, a la orden de Aidan, fueron abandonando el lugar por caminos diferentes. Debían dejar la mercancía en varios pisos francos para llevarla al Batterie al día siguiente.

El centinela no esperó más. Cerró la puerta y echó a correr de vuelta al bar. Esta vez entró por la puerta principal y se acercó a toda prisa a la barra. Allí le esperaban Madame Battery y Trixa. Con un asentimiento de cabeza, el chico les informó de que la otra parte del plan había salido bien y sacó la tarjeta para dársela a la camarera.

A continuación, la chica rubia puso dos botellas de cerveza en una bandeja y fue hasta el cuarto donde Kore estaba realizando el baile privado más largo de su vida. Aidan no logró respirar tranquilo hasta que la vio salir con una sonrisa.

Lo habían logrado. El enfrentamiento podía dar comienzo.

17

Dorian abrió los ojos y se incorporó en la litera, temblando. Había vuelto a tener una pesadilla. Hacía mucho que no lograba dormir de un tirón, en concreto, desde que abandonó el complejo y la celda de cristal en la que el Ray original lo había retenido.

Agobiado, Dorian apoyó la espalda en la pared y se abrazó las rodillas con fuerza intentando normalizar la respiración.

Los retazos de la pesadilla se disolvían en el recuerdo como copos de nieve en la palma de la mano. Copos que él nunca había visto, que jamás había sentido, pero que conocía a pesar de no saber cómo ni por qué.

Ese era el origen de todas sus pesadillas, incluso cuando abría los ojos: el recuerdo constante de la falta de recuerdos. Sabía cosas, muchas. Cuanto más escuchaba a los demás, más se daba cuenta de la cantidad de conocimientos que su cerebro retenía, pero eso era todo: nada de aquello venía ligado a una memoria concreta, a un momento particular de su existencia.

Ray masculló algo debajo de él y Dorian se preguntó cómo podía su clon conciliar el sueño con tanta facilidad. ¿Acaso no se cuestionaba una y otra vez cada recuerdo que le venía a la memoria? Supuso que no, que él lo tendría más fácil, que bastaba con hacer un leve esfuerzo para creerse que la infancia que recordaba había sido suya, igual que la vida antes de aquel infierno.

También supuso que, con Eden a su lado, todo era más sencillo.

Pero él no tenía a nadie. Por mucho que los demás hicieran un esfuerzo por integrarle, no había día que no sintiera que su presencia estaba de más. Que solo cuando era necesario cargar con algo o realizar algún recado sencillo, y siempre supervisado por Ray, por supuesto, podía participar.

Quizás por eso había sucedido lo del callejón. En realidad no le había dado muchas vueltas al asunto. Tampoco había podido: una parte de él parecía haber olvidado ese momento, como si nunca hubiera sucedido o él no hubiera estado involucrado. Como si lo hubiera visto desde fuera y Ray hubiera dirigido aquella mirada cargada de pánico a otra persona, no a él.

Sin embargo, cada día que pasaba, más le costaba ignorar lo que había sentido cuando estaba golpeando a aquel morador borracho. Por primera vez desde que había abandonado su celda, desde que había despertado, de hecho, Dorian había notado que sus acciones podían tener un efecto decisivo en algo. Si Ray no le hubiera detenido a tiempo, aquel tipo probablemente habría muerto. Su vida habría terminado en ese instante, por su culpa. Y aquello le asustaba y le fascinaba a partes iguales. Se arrepentía de lo que había ocurrido, sí, pero sobre todo de haberse dejado llevar por aquel impulso animal sin apreciar su sentido.

¿Cómo habría sido él en caso de que Ray y Eden no lo hubieran encontrado? ¿Qué habría pasado si el original le hubiera liberado y ahora no conociera a nadie? ¿Consideraría a los rebeldes los buenos o los malos de toda aquella historia? ¿Se habría inmiscuido en aquella guerra que a él no le afectaba? Y, lo que más le reconcomía por dentro, ¿qué hubiera pasado si el que hubiera despertado en Origen hubiese sido él en lugar de Ray?

Poco a poco, con aquellas preguntas sin respuesta sonando en su cabeza como una perversa nana, Dorian se fue quedando dormido de nuevo...

—Dorian, despierta.

Cuando el chico abrió los ojos, le dio la sensación de que apenas habían pasado unos segundos desde que había cerrado los ojos, pero los sonidos que llegaban desde el pasillo le hicieron comprender que ya era de día. Ray se encontraba a su lado, con la mano sobre su hombro y una sonrisa cansada en los labios.

—Tenemos que ponernos en marcha. Hay que traer las armas y Darwin quiere hablar con nosotros.

No le dio tiempo a responder. Antes de que pudiera incorporarse y se diera cuenta de que había dormido retorcido después de desvelarse a media noche, su clon había abandonado el cuarto y le había dejado solo. Como cada mañana, fue a las duchas, se pintó las marcas del pecho y subió a la cocina, donde Berta le dejó un plato de gachas que se comió sin hablar. Todo el mundo se quejaba de la comida de la mujer, pero para él era una maravilla. El mero hecho de que alguien le saludara todos los días con una sonrisa y un bol de comida caliente hacía que su contenido supiera mil veces mejor. Supuso, aunque le dolió reconocerlo, que no haber desayunado nunca de verdad facilitaba todo.

Cuando terminó, Ray fue a buscarle y le pidió que le acompañara fuera. Aquella mañana la Ciudadela se había levantado neblinosa y la Torre parecía ahogada entre los nubarrones grises. El calor seguía siendo igual de intenso, si no más con la humedad. Caminaron en silencio por el Barrio Azul hasta el piso franco donde ellos mismos dejaron el día anterior las armas, bajo unos tablones sueltos del suelo.

—¿Y si escapamos con ellas y nos montamos nuestro propio escuadrón? —dijo Ray, antes de echarse a reír—. Es broma. Vamos, ayúdame.

Regresaron al local por los callejones menos transitados y fueron directamente al despacho de Madame Battery. Allí encontraron a la mujer, a Jake, que descansaba en el diván, a Darwin y a Eden, que sonrió a Ray un instante antes de volver la vista hacia la mujer. Kore, según les dijeron, seguía dormida y después del magnífico trabajo que había realizado el día anterior no la despertarían hasta que hubiera descansado; y Aidan, como todos los días, había tenido que marcharse a patrullar.

—Vosotros debéis de ser Dorian y Ray —dijo el chico malherido, señalándolos sonriente—. O Ray y Dorian. La verdad es que tenía razón mi hermano, sois idénticos. ¿Y esos son los brazaletes falsos? Están genial, ¡dan el pego!

Mientras se saludaban con la mano, Darwin se aclaró la garganta y dijo:

—Estamos todos, ¿no? Pues acompañadme. Logan nos espera abajo.

Con ayuda de su hermano, Jake se puso de pie y en comitiva bajaron hasta el subsuelo del local. Allí, pasaron de largo las habitaciones y siguieron caminando hasta los baños. Darwin corrió entonces una cortina de ducha en la que ninguno había reparado hasta ese momento y descubrió una puerta de metal cerrada. Madame Battery sacó una llave de su escote y, tras un par de vueltas, abrió el cerrojo.

—Para los nuevos —dijo la mujer, poniéndose seria; parecía cansada y Dorian imaginó que no había sido el único en pasar una mala noche—: si alguna vez se os ocurre hablarle a alguien de este lugar, me encargaré personalmente de que os arranquen el corazón, necesitéis o no baterías.

Dorian estuvo a punto de preguntar que a quién pensaba que podría contarle él nada, pero al final decidió guardar silencio, como siempre.

La puerta, que Darwin se encargó de cerrar en cuanto hubo pasado la comitiva entera, daba a un nuevo tramo de escaleras iluminado con una diminuta bombilla que colgaba del techo como una lágrima de oro en la oscuridad.

—Muy pocos rebeldes saben lo que hay debajo del Batterie —explicó mientras bajaban—. Antes que el cabaret que es ahora o el teatro que fue, el local se utilizó durante muchos años como casino, y desde aquí vigilaban que la banca siempre ganara.

—Lo descubrí yo —añadió Jake, entre resoplido y resoplido por el esfuerzo—. Aunque no me dejaron quedármelo como habitación y ahora lo utilizamos de garaje y taller.

La sala en la que desembocaban las escaleras era circular y la iluminaban tres halógenos del techo que teñían la realidad de dorado. Logan se encontraba allí, sentado en una silla y volcado sobre un artilugio que parecía estar construyendo. Cuando les escuchó entrar, alzó la vista.

—¿Ya es de día? —preguntó, con un bostezo.

—Deberías irte a descansar —le sugirió Battery, pasando un dedo por la superficie de la mesa que tenía más cerca y comprobando con asco lo sucia que estaba.

—¿Qué? ¡No! Ahora, no. Os voy a enseñar en lo que estoy trabajando.

Aún se le veía demacrado, pero parecía que se hubiera inyectado varios litros de cafeína en el cuerpo y el ánimo le subiera y le bajara como la marea. Mientras todos se acercaban, el hombre abrió un armario que había junto a la pared y comenzó a depositar varios inventos sobre la mesa. Algunos de ellos parecían solo un puñado de trastos inútiles y chatarra atornillados entre sí.

—Me alegró ver que aún conservas todo esto —dijo el hombre—. Habría sido horrible tener que empezar desde cero. Bueno, ¿cuál os enseño primero? ¡Ah, este! —y eligió una especie de arma con forma de pistola con varios tubos conectados a una base en la que claramente encajaba una batería.

—Es un lanzadescargas —explicó—. Funciona como una pistola: aquí está el gatillo y por aquí sale disparada la energía almacenada en la batería, que va aquí.

—¿Es como el Detonador? —preguntó Ray.

—Es menos eficaz. A no ser que antes de disparar la cargaras al límite, un disparo sencillo solo aturdiría al electro, no lo mataría. De todos modos, estoy trabajando para mejorarlo.

—¿Cuántas tenemos como esa? —preguntó Darwin.

—Una decena.

—¡Me pido una! —exclamó Jake, levantando la mano para después bajarla con un gemido de dolor.

Logan sonrió y fue a por otro aparato de la mesa.

—¡El Detonador! —dijo Ray cuando lo vio.

—Es una versión mejorada. La que Ferguson utilizaba fuera de la Ciudadela estaba construida con peores materiales, aunque funciona más o menos igual.

Aunque nunca se la habían contado a él directamente, Dorian había oído la historia del Detonador, de Ferguson y de la traición a Eden y a los rebeldes varias veces desde que habían entrado en la Ciudadela; por eso comprendió el gesto de dolor que cruzó el rostro de la chica cuando escuchó el nombre de su antiguo compañero.

—Lo único que tiene diferente es esta extensión que tengo aquí. Yo lo llamo el amplificador, y permite pasar la energía de la batería al Detonador para recargarlo constantemente.

—¿Utilizar la energía de nuestro corazón como munición? No me parece muy buena idea... —comentó Darwin.

—Es por eso por lo que este Detonador es solo para Ray —dijo Logan, dirigiéndose al chico—. Como no dependes de las baterías, podrás utilizarlas de munición.

—¡¿Cómo?! —Jake se levantó del taburete sin dar crédito, pero su hermano le pidió que se tranquilizara y tuviera paciencia, que luego se lo explicaría todo.

El nombre de Ray retumbaba en la cabeza de Dorian cada vez que alguien lo pronunciaba. Ray. Ray. Ray. Todo el mundo tenía en cuenta a su clon, mientras él pasaba completamente desapercibido. Una vez más tuvo la sensación de no ser lo suficientemente bueno para ellos.

—El caso es que este amplificador no solo sirve para alimentar al Detonador —dijo el ingeniero mientras agarraba el arma y toqueteaba el dispositivo—. Es extraíble, ¿ves? Así puedes utilizarlo con cualquier otra arma u objeto.

—Fascinante —admiró Darwin—. ¿Has utilizado la misma tecnología que las baterías?

Logan asintió para después añadir:

—Con esto puedes traspasar la energía de un sitio a otro. Incluso si alguno de nosotros nos quedamos sin batería, con esto podríamos obtenerla.

—¡Pues construye más de esos para todos! —exclamó Jake.

—No, para nosotros puede ser peligroso, porque del mismo modo que puede darte energía, te la puede quitar. Pero tranquilo, estoy trabajando en una versión especial —Logan se acercó a Ray y le dio el Detonador—. Todo tuyo, Ray.

Dorian comenzó a sentir que le costaba respirar. De pronto aquella habitación le parecía demasiado grande, demasiado llena. Apenas había espacio para él. Ni allí, ni en la Ciudadela ni en el mundo entero. Si había nacido en una celda de cristal era por una razón, y no debería haber salido nunca de allí.

Cuando levantó los ojos, se encontró con Ray, que le miraba con preocupación. Y ya fuera porque, al final, había sido incapaz de ocultar por más tiempo lo que sentía o porque su clon le había leído los pensamientos, dijo:

—¿Y... no hay otro para Dorian?

Una vez más, el grupo se giró hacia él y el chico tuvo que contener las ganas de huir de allí o esconderse debajo de la mesa.

—Por el momento solo hay uno —explicó Logan—, pero...

—...Pero ambos podríais utilizarlo —intervino Darwin, acercándose a ellos—. Los dos sois idénticos, tanto que es imposible distinguiros. Es más, se me ha ocurrido una idea: ¿y si Dorian se hiciera pasar por Ray? Si les cortáramos el pelo de la misma manera y los vistiéramos igual, nadie en el exterior sería capaz de advertir la diferencia.

—¿Y para qué querríamos hacer eso? —preguntó Eden.

—Para cubrir más terreno. Si mientras uno descansa o ayuda en otras tareas, el otro siguiera difundiendo el mensaje de que el gobierno esconde baterías autorrecargables mostrándose con el brazalete falso, llegaríamos a mucha más gente en menos tiempo. ¿Qué opináis?

El silencio que siguió a aquella pregunta también se produjo en la cabeza de Dorian. ¿Había entendido bien? ¿Querían que se hiciera pasar por Ray? ¿Que fuera él?

Se giró para mirar a su clon, casi con una súplica en los labios para que se negase, pero entonces Ray contestó:

—No es mala idea. ¿Tú qué opinas, Dorian?

—Pues que tendrá que hacerlo, por supuesto —dijo Madame Battery, antes de que pudiera responder el chico—. Me parece una gran idea, y acelerará el proceso. ¿Quieres enseñarnos algo más, Logan?

Dorian no pudo evitar lanzar una mirada de odio a la mujer que ni se había molestado en buscar su reacción. Parecía como si no estuviera en aquella sala con ellos. Estaban hablando de él y no se molestaban en preguntarle si estaba conforme o no. Y, lo que más le molestaba, no podía intervenir porque cuando se trataba del plan rebelde y de Ray, todo el mundo tenía que estar de acuerdo.

Logan revisó los últimos detalles y dio por finalizada la charla. Antes de que se fueran, les pidió a él y a Ray que le dejaran las armas que habían conseguido la víspera para hacerles algunos ajustes.

—¿Vas a seguir trabajando? —le preguntó Eden, preocupada—. Deberías descansar.

—En la guerra uno no descansa —contestó el otro, de nuevo sentado y con las manos dentro de la carcasa de uno de sus inventos.

Cuando salieron del laboratorio, Madame Battery les pidió a Ray y a Dorian que la siguieran. En lugar de subir a la primera planta, los llevó hacia los baños y les dijo que esperasen allí.

Una vez solos, Ray se giró hacia Dorian.

—Oye, esta idea... No era lo que yo quería. Si te parece mal, siempre puedes negarte.

—¿Puedo? —contestó Dorian, y a Ray le sorprendió tanto la pregunta que no supo qué replicar.

—¡Vale, ya estoy aquí! —anunció Madame Battery, trayendo consigo un maletín de maquillaje. Tras ella llegó Eden cargando con dos taburetes en los que les pidió que se sentaran—. Ya puedes marcharte. Yo me encargo a partir de aquí.

Mientras Eden se marchaba, la mujer abrió la caja que había traído y sacó una maquinilla eléctrica. La encendió y comprobó que aún le quedaba batería. Al verlo, Ray se levantó del taburete.

—Espera, ¿tenemos que hacerlo ya mismo?

—Por supuesto —contestó ella—. No hay tiempo que perder. ¿Quién quiere ser el primero?

Ray miró a su clon alarmado, pero Dorian respiró hondo y levantó la mano.

—¡Estupendo! No sabéis lo mucho que echaba de menos volver a abrir este maletín.

Ray se acuclilló delante del otro chico.

—Dorian, ¿estás seguro?

No lo estaba, no. Aunque quizás, pareciéndose a él llegaría a entenderse a sí mismo.

18

Cuando Ray y Dorian subieron a desayunar a la mañana siguiente, se encontraron con un bullicio poco habitual en la cocina. Más de una decena de desconocidos intentaba hacerse escuchar a voces mientras Berta iba de un lado a otro sirviendo tazas de café humeante.

—Es una trampa —exclamó una mujer vestida con pantalones de cuero y cara de pocos amigos.

—Desde luego, ¡quieren castigarnos! —le contestó un tipo barbudo, sentado en uno de los taburetes—. Deberíamos ignorarlo.

—A lo mejor tú puedes ignorar esta maldita luz —intervino otro tipo bajito y con el pelo recogido en una coleta señalando la luz parpadeante de su brazalete—, pero los centinelas no lo harán.

Los dos clones se miraron entre sí y fueron a acercarse para ver a qué se referían cuando Eden apareció a su lado.

—No podéis estar aquí —les dijo, antes de quedárselos mirando igual que la noche anterior al verlos con el mismo corte de pelo. Pero enseguida salió del trance y los arrastró fuera de la cocina, escaleras abajo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ray—. ¿Quién es toda esa gente?

—Rebeldes. ¿Creías que solo estábamos nosotros?

—Hasta el momento, tampoco habíais dado muchas razones para pensar lo contrario...

Eden los metió de nuevo en la habitación que compartían y cerró la puerta.

—El gobierno ha anunciado una nueva Rifa.

—¿Y nos ha tocado algo? —preguntó Ray.

La chica puso los ojos en blanco y se sentó en la litera inferior.

—Cada año suele haber al menos dos Rifas, aunque hubo una ocasión en que tuvimos hasta cinco. Nunca coinciden en fecha y nadie entiende la razón por la que el gobierno se vuelve tan amable de pronto. No siguen ningún patrón, aparentemente.

—Ya, Kore nos lo estuvo contando cuando nos enseñó la Ciudadela... ¿Qué le daban al ganador? Vivir en zona leal o algo así, ¿no?—preguntó Dorian.

—Vivir en la Torre. Y eso implica no volver a preocuparse jamás por trabajar ni tampoco por recargar el corazón. Se reparten cupones a todos los habitantes de la Ciudadela, tanto moradores como leales, pero nunca hemos vuelto a saber de ninguno de los que han ganado en años anteriores. Tan solo proyectan un saludo de los ganadores de la vez anterior, y eso es todo.

—Como para volver aquí... —masculló Ray—. ¿Y dónde está el truco?

—Ese es el problema: que no lo sabemos. Después de años intentando averiguar las razones por las que el gobierno organiza estos sorteos, aún no hemos logrado averiguarlas. Ni siquiera el chivato de Diésel ha logrado aclararnos nada.

—A lo mejor es lo único que el gobierno hace de manera altruista por vosotros —sugirió Dorian.

Eden rio entre dientes.

—No seas ingenuo.

—Pues si creéis que es una trampa, no participéis y listo —respondió Ray.

Eden levantó el brazo y se remangó para mostrar su brazalete.

—No es tan fácil: las luces de todos los dispositivos han comenzado a parpadear y no volverán a la normalidad hasta que recojan el número.

—¿Y la tuya?

—Antes de huir de la Ciudadela, Logan alteró nuestros brazaletes para que no pudieran monitorizarnos y parece ser que también ha afectado a la función de la Rifa.

—Pues bien, ¿no? Entonces nosotros podemos decir lo mismo.

—Sí, pero por eso tendremos que esperar aquí dentro, con Jake y Logan, al menos hasta mañana para que nadie sospeche nada raro.

Ray se sentó a su lado.

—¿Por eso están los rebeldes arriba?

—Están asustados. Algunos creen que esta es la manera que tiene el gobierno de censar a la gente y prefieren no tener que pasar por los controles. La cuestión es que siempre que hay una Rifa, hay revueltas. Y, por desgracia, las peores se producen entre nosotros, los propios rebeldes.

—Porque todos quieren que les manipulen los brazaletes como a ti, ¿no?

Eden asintió.

—Por eso no pueden veros, ni los centinelas ni los rebeldes: si alguno descubre que vuestros brazaletes no están marcados, habiendo llegado los últimos, se nos echarán encima. Panda de idiotas... —masculló para sí—. Por mucho que se lo expliquemos son incapaces de entender que si todos desactiváramos nuestros brazaletes, nos cazarían enseguida. ¡Por eso Battery, Kore y las demás chicas del club lo tienen activado siempre!

Ray le pasó un brazo sobre los hombros y dejó que ella se apoyara sobre él.

—¿Y qué pasa si alguien no quiere ir a por la papeleta? —preguntó Dorian.

—La luz sigue parpadeando. Incluso después de que haya tenido lugar la Rifa y hayan elegido un ganador. Ten en cuenta que en el momento en el que te dan la papeleta, te desactivan la luz. Y si un centinela ve a alguien con ella aún encendida porque no ha pasado por el control después de la Rifa, se lo cargan sin miramientos. En todas las ocasiones hay al menos dos o tres idiotas que acaban muertos por esa razón. Así que ya os podéis imaginar las colas que se montan... —añadió la chica, con una sonrisa cansada.

—O sea, que lo único que tenemos que hacer estos días es esperar aquí abajo, encerrados en esta habitación e intentar no hacer mucho ruido —resumió Ray, acercando sus labios al cuello de Eden—. Pues tampoco suena tan mal.

Dorian, aún de pie, carraspeó y preguntó:

—¿Puedo bajar a ver a Logan?

—Claro. Déjame que vaya a pedirle la llave a Darwin —Eden se separó de Ray, se levantó y salió de la habitación.

Una vez solos los dos chicos, Dorian comenzó a pasear en círculos por el poco espacio que quedaba libre en la habitación.

—Me gustaría que dejaras de hacer eso —dijo, de pronto, con la mirada puesta en la pared.

Ray levantó la cabeza, desprevenido.

—¿El qué?

—Actuar como si yo no estuviera delante. Como si fuera sordo o ciego o...

—Dorian...

—O no existiera —concluyó el otro, girándose y clavando los ojos en Ray.

—Tío, te tengo presente todo el rato. ¿Te molesta que aproveche los únicos momentos a solas con Eden?

—¿A solas? —contestó el otro, esgrimiendo una sonrisa dolida.

—Tú me entiendes...

—Sí, Ray. Yo te entiendo. Estoy harto de entenderte sin que tú te esfuerces en hacer lo mismo por mí.

Ray se puso de pie.

—¿De qué estás hablando? —masculló entre dientes, mientras sentía el enfado crecer en su pecho—. ¿Te parece poco todo lo que he hecho por ti? ¡Si no fuera por mí, ahora mismo seguirías encerrado en una maldita caja de cristal!

—Y ahora estoy encerrado aquí —contestó el otro.

—Eres un capullo egoísta —replicó el otro.

Su clon ladeó la cabeza y se quedó en silencio observándole. Era como si su propio reflejo lo estuviera analizando, midiendo, retando. Solo que no era su reflejo. Era otra persona, que parecía ser él... sin serlo. Por primera vez desde que sus vidas se habían cruzado, Ray sintió cómo esos ojos, que eran los suyos sin serlo, le hablaban directamente a su interior, a esa alma que extrañamente compartían en un idioma tan salvaje y ancestral como el propio tiempo. Y sintió miedo. Porque existía alguien que le conocía tan bien como él mismo. Y por eso, cuando Dorian respondió, no pudo controlarse.

—Y tú eres una marioneta, Ray.

Las palabras se le clavaron como flechas en el orgullo. Palabras que él mismo había pensado más de una vez, pero que dolían mucho más al escucharlas en voz alta... y con su propia voz. Fue inmediato. No le dio tiempo a comprender que era injusto dirigir su rabia hacia Dorian. Simplemente, se dejó envolver por la ira y antes de darse cuenta se abalanzó sobre su clon con las manos convertidas en garras y un ansia incontrolable de hacerle daño.

Dorian esquivó el primer golpe y se zafó de la mano de Ray para agarrarlo de los hombros y propinarle un empujón contra la pared. Con la respiración entrecortada, Ray cogió impulso y volvió a lanzarse contra su clon con el puño en alto. El golpe en el estómago hizo que Dorian retrocediese. Pero no era suficiente. Las palabras seguían muy presentes en su cabeza. Una marioneta. «Eres una marioneta». Marcaban el ritmo de los latidos acelerados de su corazón, de la ira inexplicable que se había desatado en su interior y que solo parecía capaz de silenciar a base de golpes.

Con un rugido, volvió a arremeter contra Dorian, pero esta vez el clon lo sujetó por el brazo y le tiró contra la litera. Ray sintió el golpe contra la espalda, pero encontró fuerzas para estamparle el codo en el costado. No era una pelea elegante, más bien todo lo contrario. Eran movimientos, instintivos, animales.

Igual que el gruñido de Dorian cuando se recuperó del último ataque y empotró su cabeza contra el estómago de Ray para tirarlo sobre el colchón de la cama inferior. Antes de que Ray pudiera escapar, se colocó sobre él con las piernas alrededor de la cintura y le soltó un puñetazo en la mandíbula. Ray aulló de dolor, pero el grito se cortó de golpe cuando las manos de Dorian se cerraron alrededor de su cuello.

Ray abrió los ojos e intentó quitarse a su clon de encima a base de golpes, pero Dorian parecía no advertir el dolor. Sus ojos, inyectados en sangre, miraban a Ray con la cólera de una fiera herida.

Era como en su pesadilla, pensó de pronto. Aquella en la que el reflejo salía del espejo e intentaba estrangularle. Pero eso no era una pesadilla, y no bastaba con desearlo para abrir los ojos y despertar. Con las pocas fuerzas que le quedaban, quiso apartar a Dorian de encima, pero no fue capaz. Sentía sus dedos apretar la piel y cerrar su garganta.

—Do... rian... —gimió, sin aliento—. Para...

Fue en vano. El chico estaba fuera de sí. Sus ojos parecían tan carentes de misericordia como en el callejón. Manchas de luz comenzaron a nublar su visión. Dejó de escuchar la respiración entrecortada de Dorian, sus propios pensamientos, todo se volvió oscuro...

Y entonces sintió cómo los dedos se aflojaban alrededor de su cuello. ¿Lo estaba imaginando? Ray parpadeó despacio y comprobó que no era una ilusión. Tosió hasta tres veces antes de recuperar el aire que le faltaba a base de bocanadas. Dorian se separó de él, bajó del colchón y la luz de la bombilla del cuarto lo cegó durante un instante. Ray cerró los ojos de nuevo y cuando los volvió a abrir, Dorian se encontraba de pie, junto a la litera, mirando alternativamente sus manos y a Ray con expresión asustada.

El chico tosió una vez más justo cuando la puerta del cuarto se abrió y Eden apareció por ella.

—Logan me ha dejado la llave para... ¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó asustada. Miró a Dorian y después se arrodilló junto a Ray—. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? Tu cuello...

La chica se giró hacia el otro clon.

—No quería...

—¿Qué has hecho? —musitó Eden, mientras se levantaba despacio—. ¿Qué le has hecho?

De un empujón le estampó la espalda contra la pared. Dorian no se defendió.

—¡Eden! —exclamó Ray mientras se levantaba y luchaba contra el mareo que le sobrevino—. Déjalo. No es nada. Ha sido una pelea sin importancia. ¿Verdad, colega?

Dorian lo miró aún más aturdido que antes, pero al cabo de unos segundos, asintió.

—Lo siento —repitió, y salió corriendo hacia el cuarto de baño, donde se encerró. Ni Eden ni Ray lo siguieron.

—¿Vas a decirme lo que ha pasado? —insistió la chica.

—Ya me has oído: nos estábamos peleando.

—Esas marcas que tienes en el cuello no son de una simple pelea. Se ha pasado, como en el callejón, ¿verdad? —insistió, y Ray se apartó de ella, molesto.

—¡No sabe lo que hace! ¿Vale? Dorian no es como nosotros. Ha pasado toda la vida encerrado, sin recuerdos implantados o reales; tiene miedo, ¡todo esto es demasiado para él!

—Lo es para todos y ninguno cruzamos los límites como hace él.

—No lo hace por placer —dijo Ray, con tanta seguridad que esperó llegar a creérselo él también—. Eden, tenemos que ayudarle. No le cuentes a nadie lo que acaba de pasar.

La chica fue a responder algo, pero al final pareció darse por vencida y mientras negaba dijo:

—Vale, pero tú también ándate con ojo. Aunque creas que le conoces, que sois iguales... No sabemos quién es. Y, por mi parte, ya ha perdido el voto de confianza. No quiero que cuando pierda el tuyo, sea demasiado tarde.

Ray se acercó a ella y la abrazó. Aún estaba temblando. Había estado tan cerca de morir... A manos de Dorian. ¿Por qué lo había defendido? Hubiera bastado una sencilla orden para que los demás rebeldes se hubieran desecho de él.

Sin embargo, no podía. No lo habría permitido en ninguna circunstancia, y menos en esa. Cuando le prometió a Dorian que serían como hermanos, lo pensaba de verdad. ¿Y acaso los hermanos no se peleaban de vez en cuando? Además, él había lanzado el primer golpe. Y todo porque Dorian había sido capaz de pronunciar en voz alta las palabras que él no se atrevía a escuchar.

No. Ahora Dorian formaba parte de su vida, como Eden. Eran las dos únicas personas en las que podía confiar. Y nunca se habría perdonado que le hicieran daño a su clon.

Ray había llegado a la Ciudadela motu proprio, pero a Dorian lo habían traído con ellos sin ni siquiera preguntarle. Sin ofrecerle otra posibilidad. Y después lo habían seguido paseando de un lado a otro como si fuera su sombra... hasta que lo habían convertido en él mismo. Su mismo peinado, la misma ropa. Le habían convertido también a él en la marioneta de los rebeldes.

—Sé que esto te va a sonar raro en mí, pero sabes que podemos dejar toda esta locura cuando quieras, ¿verdad? —dijo la chica.

Ray se separó de ella, confuso.

—¿Quieres irte? —preguntó él—. ¿Ahora que estamos tan cerca de lograr el cambio?

—No..., no quiero irme, pero todas las noches me pregunto la razón por la que estás luchando en esta guerra.

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