Atlantis

Atlantis


Capítulo 6

Página 11 de 42

Capítulo 6

Jack alzó los binoculares y los ajustó en el lejano barco, que era el único punto de referencia entre el cielo y el mar. Aunque ahora ya había oscurecido, podía discernir cada detalle del barco ya que el procesador óptico intensificaba la escasa luz disponible para proporcionar una imagen tan clara como el día. Podía leer incluso el nombre en caracteres cirílicos debajo de la proa.

Vultura. Muy apropiado, pensó, ya que vultur significa buitre en latín. Era exactamente eso, un carroñero repugnante merodeando la zona de caza hasta que llegase el momento de posarse en tierra y devorar el fruto del trabajo de otros.

Tom York estaba junto a él.

—Proyecto 911 —dijo, siguiendo la mirada de Jack—. Los rusos los llaman buque-escolta, el equivalente a las corbetas y fragatas en el código de la OTAN. Éste es el último modelo, construido después de los sucesos de 2001 para misiones de patrulla antiterroristas. Tiene aproximadamente el mismo tamaño que nuestros buques de la clase Sea pero son más estilizados, y su maquinaria es superior. Cuenta con dos turbinas diésel GT, que producen 52 000 caballos de fuerza, lo que le permite alcanzar una velocidad de crucero de 36 nudos. Propulsores a turborreacción capaces de alcanzar una velocidad de 60 nudos, casi tan veloz como un avión ligero. El Vultura es uno de los seis buques que vendió la armada rusa en su última reducción de flota. El Tratado de Oslo exige que la Federación Rusa venda los buques de guerra excedentes sólo a los gobiernos reconocidos por las Naciones Unidas, de modo que el Vultura debe de haber sido conseguido a través de algún trato dudoso.

Jack enfocó los binoculares en los turborreactores colocados a ambos lados de la popa del Vultura, luego los desvió ligeramente para examinar la torreta delantera, con su cañón apuntando directamente hacia ellos.

—Un cañón automático Tulamazavod de 130 mm —dijo York al advertir el leve movimiento de los prismáticos—. Calcula la distancia por ordenador mediante un GPS y realiza ajustes automáticos a partir del impacto. Capaz de disparar proyectiles perforantes de uranio que harían un agujero en el módulo de mando del Seaquest desde una distancia de treinta y cinco kilómetros.

Estaban en la cubierta de aterrizaje del Seaquest y la brisa fresca agitaba levemente la bandera de la UMI que pendía de la popa. Ambos habían observado con desasosiego cómo Katya, vestida ahora de un modo más apropiado, conducía una de las zodiac y se perdía en la oscuridad, propulsada por un potente motor fuera borda de 90 caballos. Antes de que ella descendiese por la escalerilla de babor, Jack la había llevado aparte un momento para repasar una vez más el manejo de la zodiac y las instrucciones que le habían impartido York y Howe en caso de que las cosas saliesen mal.

Hacía apenas veinte minutos que Katya había abandonado el Seaquest y la espera ya se le hacía interminable. Jack decidió comunicarse a través de una teleconferencia con Dillen y Hiebermeyer, para tener la mente ocupada de un modo más productivo y fue a reunirse con Costas en la sala de navegación, situada detrás del puente. Una vez instalado, Costas tecleó una orden y el monitor que tenían delante cobró vida, revelando dos figuras con tanta nitidez como si estuviesen sentadas al otro lado de la mesa. Jack se acercó a Costas para que su imagen fuese proyectada de un modo similar. Echarían de menos el juicio de Katya pero una teleconferencia era una buena manera de seguir con la reunión. Hiebermeyer y Dillen habían permanecido en Alejandría, esperando noticias del Seaquest, y Costas ya les había puesto al tanto de la situación.

—Profesor. Maurice. Bienvenidos.

—Me alegra volver a verlo, Jack —dijo Dillen—. Me gustaría empezar donde lo dejamos, con estos símbolos.

Al pulsar una tecla pudieron ver una serie de imágenes que habían sido escaneadas previamente. En la esquina inferior derecha del monitor podían ver el gran descubrimiento hecho por Costas, el maravilloso disco de oro del naufragio minoico. Los extraños símbolos de la superficie habían sido realzados digitalmente para que pudiesen estudiarlos mejor.

Hiebermeyer se inclinó hacia adelante.

—Dijiste que ya habías visto antes esa figura central, Jack.

—Sí… esos símbolos que se extienden por el borde, los pequeños remos y cabezas y lo demás. De pronto me di cuenta, cuando me alejaba de Alejandría en el helicóptero. Los discos de Festos.

Costas interrogó a Jack con la mirada mientras éste mostraba la imagen de dos discos de arcilla, ambos aparentemente idénticos y cubiertos por una banda helicoidal de símbolos en miniatura. Uno de los símbolos guardaba una notable semejanza con el dibujo en el papiro y el disco de oro. El resto parecía de otro mundo, especialmente las pequeñas cabezas de narices aguileñas y cortes de pelo estilo mohicano.

—¿Azteca? —aventuró Costas.

—Buen intento, pero no —contestó Jack—. Mucho más cerca. La Creta minoica.

—El disco que aparece a la izquierda fue encontrado en las proximidades del palacio de Festos hace casi cien años. —Dillen tocó la pantalla mientras hablaba y el proyector mostró una vista de una amplia pista de piedra que dominaba una llanura con montañas coronadas de nieve en el fondo. Un momento después la imagen volvió sobre los discos—. El material es arcilla, de unos dieciséis centímetros de diámetro, y los símbolos fueron impresos en ambas caras. Muchos de ellos son idénticos, estampados con el mismo molde.

Dillen agrandó el disco de la derecha.

—Este disco apareció el año pasado en la zona de excavaciones asignada a los franceses.

—¿Fecha? —preguntó Hiebermeyer.

—El palacio fue abandonado en el siglo XVI a. J. C., después de la erupción del volcán de Thera. A diferencia de Cnosos, nunca volvió a habitarse. De modo que es posible que los discos se perdiesen aproximadamente en la misma época en que se produjo el naufragio que están investigando en este momento.

—Pero su datación podía ser anterior —sugirió Jack.

—Muy anterior. —La voz de Dillen estaba teñida ahora de una emoción ya familiar—. Costas, ¿qué sabe usted acerca de la datación termoluminiscente?

Costas pareció azorado pero respondió con entusiasmo.

—Si uno entierra cristales de mineral en un punto, éstos absorben isótopos radiactivos del material circundante hasta igualar su nivel. Si luego calentamos el mineral, los electrones atrapados son emitidos en forma de termoluminiscencia. —Costas empezaba a deducir adonde quería llegar Dillen con su pregunta—. Cuando la arcilla es calentada emite la termoluminiscencia almacenada, volviendo a cero su reloj termoluminiscente. Si la enterramos comienza a reabsorber isótopos radiactivos a una determinada velocidad. Si uno conoce esa velocidad y también el nivel de termoluminiscencia del sedimento de los alrededores, se puede establecer la fecha de la arcilla sometiéndola al calor y midiendo esa termoluminiscencia.

—¿Con qué precisión? —preguntó Dillen.

—Los últimos adelantos en luminiscencia estimulada ópticamente nos permiten retroceder medio millón de años —contestó Costas—. Ésa es la fecha del material quemado descubierto en los hogares de los primeros hombres de Neandertal en varios lugares de Europa. En el caso de la arcilla cocida, que aparece en Oriente Próximo en el V milenio a. J. C., la combinación de termoluminiscencia y luminiscencia estimulada ópticamente puede datar un fragmento con un margen de error de unos pocos cientos de años si las condiciones son las adecuadas.

Costas había acumulado una formidable experiencia en ciencia aplicada a la arqueología desde que se había unido a la UMI. Lo movía su convicción de que la mayoría de las preguntas que Jack formulaba acerca del pasado remoto serían resueltas un día por la ciencia.

—El segundo disco, el que fue descubierto el año pasado, fue cocido. —Dillen cogió una hoja de papel mientras hablaba—. Un fragmento del mismo fue enviado al laboratorio de termoluminiscencia de Oxford, para que lo analizaran con una nueva técnica de estroncio capaz de establecer la fecha de cocción con una precisión aún mayor. Acabo de recibir los resultados de ese análisis.

Todos lo miraron expectantes.

—Con un margen de error de unos cien años, ese disco fue cocido en el 5500 a. J. C.

Se produjo una exclamación general de asombro.

—Eso es imposible —dijo Hiebermeyer.

—Eso se remonta a un poco antes de nuestro naufragio —musitó Costas.

—Sólo cuatro mil años —dijo Jack con calma.

—Dos mil quinientos años antes de que se construyera el palacio de Cnosos. —Hiebermeyer seguía meneando la cabeza—. Sólo unos pocos siglos después de que llegasen a Creta los primeros agricultores. Y si eso es una forma de escritura, entonces es la más antigua conocida, por dos mil años. La escritura cuneiforme descubierta en Oriente Próximo y los jeroglíficos egipcios no aparecen hasta finales del IV milenio a. J. C.

—Parece increíble —admitió Dillen—. Pero muy pronto verán por qué estoy convencido de que es verdad.

Jack y Costas observaron atentamente la pantalla mientras Dillen cargaba un CD-ROM en su ordenador portátil y lo conectaba al proyector. La imagen de los discos de arcilla fue reemplazada por los símbolos dispuestos en columnas, cada uno de los grupos unidos como si fuesen palabras. Los tres pudieron comprobar que Dillen había estado aplicando técnicas de análisis similares a las que había empleado para estudiar lo escrito en el papiro.

Jack volvió a activar la modalidad de teleconferencia y los cuatro volvieron a estar frente a frente, con Hiebermeyer y Dillen a más de trescientos kilómetros, en Alejandría.

—Ésos son los símbolos de los discos de Fastos —dijo Jack.

—Correcto. —Dillen pulsó una tecla y los dos discos volvieron a aparecer en la pantalla, en esta ocasión en la esquina inferior izquierda—. El detalle que más ha desconcertado a los estudiosos es que los discos son prácticamente idénticos, excepto en un aspecto crucial. —Movió el cursor—. En uno de los lados, que yo llamo el anverso, ambos discos poseen exactamente ciento veintitrés símbolos. Ambos discos aparecen segmentados en treinta y cuatro agrupamientos, cada uno de ellos integrado por dos a siete símbolos. El menú, por decirlo así, es el mismo, comprendiendo treinta y un símbolos diferentes. Y la frecuencia de aparición es idéntica. De modo que la cabeza mohicana aparece trece veces, el hombre que camina seis veces, el buey desollado once veces, etcétera. Y lo mismo ocurre en el reverso del disco, con veintisiete palabras y ciento dieciocho símbolos.

—Pero el orden y los agrupamientos son diferentes —señaló Jack.

—Precisamente. Miren el primer disco. Hombre que camina más árbol, tres veces. Disco solar más cabeza mohicana, ocho veces. Y dos veces la secuencia completa de flecha, bastón, barca, remo, buey y cabeza humana. Ninguno de estos agrupamientos aparece en el segundo disco.

—Es extraño —murmuró Costas.

—Creo que los discos fueron mantenidos juntos formando un par, uno legible y el otro sin sentido. Quienquiera que lo haya hecho estaba tratando de sugerir que los tipos, número y frecuencia de los símbolos era lo que realmente importaba, no sus asociaciones. Era una artimaña, una forma de desviar la atención del agrupamiento de los símbolos, de disuadir a los curiosos de buscar un significado.

—Pero sin duda hay un significado obvio en estos discos —interrumpió Costas con impaciencia. Pulsó su ratón para destacar las combinaciones que aparecían en el primer disco—. Bote junto a remo. Hombre que camina. Mohicano mirando siempre en la misma dirección. Haz de trigo. El símbolo circular, presumiblemente el sol, en aproximadamente la mitad de los agrupamientos. Es alguna clase de viaje, tal vez no uno real pero sí un viaje a través del año, el ciclo de las estaciones.

Dillen sonrió.

—Precisamente ésa es la interpretación que han hecho los eruditos, que creen que el primer disco contiene un mensaje, que no se trata simplemente de un objeto decorativo. De hecho, parece tener más sentido que el segundo disco, un contenido más lógico en la secuencia de las imágenes.

—¿Pero?

—Pero eso puede formar parte de la artimaña. El creador del primer disco puede haber emparejado de forma deliberada aquellos símbolos que parecen ir juntos, como barca y remo, con la esperanza de que la gente intentase descifrarlos precisamente de esa manera.

—Pero bote y remo van unidos, eso es algo indiscutible —objetó Costas.

—Sólo si damos por sentado que son pictogramas, en cuyo caso «remo» significa «remo», «barca» significa «barca». «Remo» y «barca» juntos significa «ir por el agua», «navegación»…

—Los pictogramas fueron la primera forma de escritura —añadió Hiebermeyer—. Pero incluso los primeros jeroglíficos egipcios no siempre eran pictogramas.

—Un símbolo también puede ser un fonograma, donde el objeto representa un sonido, no una cosa o una acción —continuó Dillen—. En inglés podríamos utilizar un remo para representar la letra «P» o la sílaba «pa[2]».

Costas asintió lentamente.

—¿De modo que quiere decir que los símbolos que aparecen en los discos podrían ser una especie de alfabeto?

—Sí, aunque no en el sentido estricto de la palabra. La primera versión de nuestro alfabeto fue un tipo de alfabeto semítico septentrional precursor del fenicio del II milenio a. J. C. El rasgo innovador era la presencia de un símbolo diferente para cada uno de los sonidos de las principales vocales y consonantes. Los primeros sistemas tendían a ser silábicos y cada símbolo representaba una vocal y una consonante. Así es como interpretamos la escritura Lineal A de los minoicos y la escritura Lineal B de los micénicos.

Dillen pulsó otra tecla y en la pantalla volvió a aparecer la imagen del disco de oro.

—Lo que nos lleva nuevamente al hallazgo que hizo usted entre los restos del naufragio.

Aumentó la imagen para mostrar el misterioso símbolo que aparecía impreso en el centro del disco de oro. Después de una pausa, a la primera se le unió una segunda imagen, una piedra gruesa e irregular de color negro, cubierta con tres líneas de escritura finamente espaciada.

—¿La piedra de Rosetta? —Hiebermeyer parecía confundido.

—Como sabemos, el ejército de Napoleón que llegó a Egipto en 1804 incluía a una legión de eruditos y dibujantes. La piedra de Rosetta fue su descubrimiento más espectacular, hallada cerca de la antigua Sais. —Dillen realzó cada sección del texto, comenzando por la parte superior—. Jeroglíficos egipcios. Demótico egipcio. Griego helenístico. Veinte años más tarde, un filólogo llamado Champollion intuyó que los tres textos de la piedra de Rosetta eran el mismo. Champollion utilizó sus conocimientos para descifrar los jeroglíficos y descubrió que la piedra de Rosetta representaba un decreto, en tres idiomas, de Tolomeo V, promulgado en el 196 a. J. C.

Dillen pulsó una tecla y la imagen de la piedra desapareció de la pantalla, siendo reemplazada por el disco de oro.

—Ignoremos por un momento el dibujo del centro y concentrémonos en los símbolos dispuestos en el borde. —Realzó cada una de las tres bandas, desde fuera hacia adentro—. Micénico Lineal A. Minoico Lineal A. Los símbolos de Fastos.

Jack ya lo había deducido, pero aun así la confirmación hizo que su corazón se acelerase por la excitación.

—Caballeros, estamos delante de nuestra piedra de Rosetta.

Los micénicos que se apoderaron de Creta después de la erupción del volcán de Thera no poseían originalmente una escritura propia y tomaron prestados los símbolos del Lineal A de los navegantes minoicos que comerciaban con la Grecia continental. Su escritura, el Lineal B, fue brillantemente descifrada después de la segunda guerra mundial como una versión temprana de griego. Pero la lengua de los minoicos continuó siendo un misterio hasta comienzos de este año, cuando se descubrió en Cnosos el yacimiento más grande de tablillas escritas en Lineal A. Por una gran suerte varias de las tablillas contenían el mismo texto escrito también en Lineal B, por lo que el disco de oro ofrecía la extraordinaria posibilidad de descifrar también los símbolos de los discos de Fastos.

—No hay símbolos de Fastos procedentes de Cnosos y no hay ningún texto bilingüe para ellos —explicó Dillen—. Yo diría que podría tratarse de una lengua perdida, una muy diferente del minoico o del micénico.

Los otros escuchaban atentamente, sin interrumpir, mientras Dillen avanzaba metódicamente a través de los símbolos de la escritura Lineal A y Lineal B en el disco de oro, y mostraba su correspondencia con otros ejemplos de escritura de la Creta de la Edad de Bronce. Había dispuesto todos los símbolos en filas y columnas para estudiar su concordancia.

—Comencé con el primero de los discos de Fastos, el que encontraron hace cien años —dijo Dillen—. Igual que ustedes, yo pensé que éste era el que ofrecía más probabilidades de ser descifrado.

Pulsó una tecla y los treinta y cuatro grupos de símbolos del anverso aparecieron en la pantalla con la traducción fonética debajo de ellos.

—Aquí está, siguiendo la dirección del hombre que camina y los símbolos del rostro, como resultaría lógico dictarlos.

Jack examinó rápidamente las líneas.

—No reconozco ninguna palabra correspondiente al Lineal A ni al Lineal B y tampoco veo ninguna de las combinaciones de sílabas familiares.

—Me temo que tiene razón. —Dillen volvió a pulsar el teclado y aparecieron otros treinta y cuatro agrupamientos en la parte inferior de la pantalla—. Aquí están de atrás hacia adelante. Es la misma historia. Absolutamente nada.

La pantalla se quedó en blanco y se produjo un breve silencio.

—¿Y el segundo disco? —preguntó Jack.

La expresión de Dillen no revelaba prácticamente nada, sólo la insinuación de una sonrisa delataba su emoción. Pulsó una tecla y repitió el ejercicio.

—Aquí el proceso se ha realizado hacia el exterior.

El corazón de Jack dio un vuelco al no ver nuevamente nada que fuese capaz de reconocer en el texto que aparecía en la pantalla. Luego empezó a detectar emparejamientos que le resultaban extrañamente familiares.

—Aquí hay algo, pero no está del todo correcto.

Dillen le permitió que contemplase la pantalla un momento más.

—De atrás hacia adelante —dijo.

Jack estudió nuevamente la pantalla y, de pronto, golpeó la mesa con la palma de la mano.

—¡Por supuesto!

Dillen ya no fue capaz de seguir conteniéndose y sonrió ampliamente mientras pulsaba el teclado por última vez y la secuencia aparecía en la pantalla en orden inverso. Jack contuvo el aliento al comprender súbitamente lo que estaban mirando.

—Extraordinario —musitó—. Ese disco data de más de dos mil años antes de que comenzara la Edad de Bronce. Sin embargo, está escrito en Lineal A, la lengua que se utilizaba en Creta en la época de nuestro naufragio. —A él mismo le resultaba increíble lo que estaba diciendo—. ¡Es minoico!

En ese momento se oyó un crujido en un altavoz y el hechizo se hizo pedazos.

—Jack. Ven a cubierta inmediatamente. Hay actividad en el Vultura.

El tono de urgencia en la voz de Tom York era inequívoco. Jack saltó de su asiento sin decir palabra y se dirigió al puente, con Costas pisándole los talones. Pocos segundos después los dos se reunieron con York y Howe, los cuatro con los ojos fijos en el distante brillo de las luces en el horizonte.

Delante de ellos se advertía en el mar una ligera perturbación, un remolino de espuma que muy pronto adquirió la forma de la zodiac del Seaquest. Un minuto después comprobaron que Katya estaba al timón, su larga cabellera flotando al viento. Gracias a Dios estaba bien. Jack se aferró a la barandilla y sintió que toda la ansiedad de las últimas horas era súbitamente reemplazada por una oleada de alivio.

Costas miró a su amigo. Lo conocía muy bien.

Cuando la pequeña embarcación llegó junto al barco y el motor fuera borda redujo las revoluciones, el aire se llenó con un nuevo sonido, el rugido apagado de unos motores diésel a distancia. Jack cogió los binoculares de visión nocturna y los orientó hacia el horizonte. La forma gris del Vultura llenó la imagen, su casco bajo y amenazador. De pronto, una luz blanca apareció en popa, un arco ondulante que brillaba por la fosforescencia producida por los motores. Lentamente, casi con pereza, como una bestia que se despierta sin nada que temer, el Vultura describió un amplio arco y se alejó rugiendo en la oscuridad, su estela permaneciendo como los gases de escape de un cohete mucho después de que el barco hubiese sido engullido por la noche.

Jack bajó los binoculares y miró la figura que acababa de salvar con elegancia la barandilla. Ella sonrió y saludó con la mano. Jack habló en voz apenas audible y sólo Costas pudo oír lo que decía.

—Katya, eres un ángel.

Ir a la siguiente página

Report Page