Atlantis

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Capítulo 25

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Capítulo 25

—Detenga el helicóptero y espere la escolta. Obedezca de inmediato o será abatido. No habrá una segunda advertencia.

Jack sólo había oído esa voz una vez antes, maldiciendo guturalmente en ruso, pero no había duda de que era la voz de Dalmotov la que llegaba a través del audio. Había mantenido abierta la radio bidireccional durante el vuelo y había estado esperando el contacto tan pronto como sus perseguidores aparecieron en su campo visual. Durante los últimos diez minutos había estado controlando la pantalla del radar mientras dos puntos rojos convergían hacia él desde el norte. Su velocidad y su trayectoria no dejaban dudas de que se trataba del Havoc y el Werewolf de la base de Asían.

Ahora se encontraba a sólo diez millas marinas de la isla, menos de cinco minutos de vuelo. Había decidido sacrificar la velocidad máxima manteniéndose a ras del mar para suprimir su silueta en el radar, una maniobra que había estado a punto de dar resultado. A pesar de su antigüedad, el Hind era un poco más veloz y potente que los otros dos aparatos, pero ellos habían cobrado ventaja volando a mayor altitud, donde la resistencia del aire era menor.

Además de un cañón fijo de 30 mm de alta velocidad y dos compartimentos con capacidad para veintidós cohetes de 80 mm, tanto el Havoc como el Werewolf portaban una combinación letal de misiles aire-aire y antibarcos guiados por láser, armas que Jack había visto en la zona de carga. En contraste, las ojivas y los rieles de las alas del Hind estaban vacíos y la única potencia de fuego procedía de la ametralladora de 12,7 mm, de cuatro cañones, instalada en la cabina del mono. Era una arma potencialmente devastadora, una asesina implacable en las guerras de Afganistán y Chechenia; pero, al no contar con un artillero, Jack sólo podía operar con ella en una trayectoria fija. Con una frecuencia de 1200 disparos por minuto y cañón, las cuatro cintas de alimentación de cien proyectiles perforantes cada una sólo le permitirían realizar un ataque de cinco segundos, suficiente para provocar daños graves a corta distancia, pero no para acabar con dos adversarios tan formidables.

Jack sabía que no tendría ninguna posibilidad en un combate a distancia. Su única posibilidad era un enfrentamiento brutal y próximo.

—De acuerdo, Dalmotov, tú ganas esta vez —murmuró Jack sombríamente para sí mientras reducía la velocidad y hacía girar el helicóptero para quedar frente a sus enemigos—. Pero no cuentes con volver a ver tu hogar.

Los tres helicópteros volaron en línea a unos treinta metros por encima de las olas; la aspiración de las aspas levantaba remolinos de rocío. En el centro, el Hind parecía notablemente voluminoso, ya que los otros dos aparatos habían sido diseñados para contar con una gran capacidad de maniobra en el campo de batalla. A la derecha de Jack, el Mi-28 Havoc parecía un chacal hambriento con su cabina baja y su morro prominente. A su izquierda, los rotores gemelos coaxiales del Ka-50 Werewolf parecían exagerar su potencia y reducir la estructura del helicóptero a las proporciones de un insecto.

Jack pudo distinguir la voluminosa forma de Dalmotov a través de la cabina a prueba de balas del Werewolf.

Dalmotov le indicó a Jack que volase a cincuenta metros por delante. El ruido de los rotores aumentó hasta convertirse en un estrépito ensordecedor cuando las tres máquinas se inclinaron hacia adelante para volar en dirección noreste.

Jack, obedeciendo órdenes, apagó la radio bidireccional que le habría permitido pedir ayuda. Después de haber activado el piloto automático se apoyó en el respaldo de su asiento y colocó el Barrett sobre su regazo, fuera de la vista de sus enemigos. El fusil, completamente montado, medía casi un metro y medio de largo y pesaba catorce kilos. Se había visto obligado a quitar el cargador de diez proyectiles para poder mantener el cañón oculto debajo de la cubierta del motor. Con la mano derecha comprobó el mecanismo donde había alojado uno de los poderosos proyectiles BMG calibre 50. Sus oportunidades menguaban con cada kilómetro que pasaba y sabía que debía actuar pronto.

Su oportunidad se presentó antes de lo que esperaba. Cinco minutos más tarde encontraron una corriente térmica, un efecto residual de la tormenta que había azotado la zona el día anterior. Los tres helicópteros se agitaron en una especie de montaña rusa. En la fracción de segundo que los llevó a los otros dos pilotos ajustar sus controles, Jack decidió actuar. Cuando los sacudió otra turbulencia, hizo girar la palanca de aceleración y tiró con fuerza del timón. A pesar de la reducción en la potencia del motor, la aspiración directa era suficiente para elevarse. El Hind dio un brinco veinte metros por encima de su curso original, luego vaciló y comenzó a descender. Los otros dos aparatos pasaron por debajo como a cámara lenta, las hojas de los rotores casi rozando la parte inferior del Hind. Un segundo después, Jack se encontraba detrás de sus enemigos. Era una maniobra clásica de los combates aéreos de la primera guerra mundial y que había sido empleada con efectos devastadores por los Harrier británicos contra los más veloces Mirage argentinos durante la guerra de las Malvinas.

Con el cañón del fusil encajado debajo de la ventanilla izquierda, Jack decidió utilizar toda la potencia de fuego del Hind contra el helicóptero de la derecha. Hizo girar la palanca del gas al máximo y viró bruscamente de costado hasta que tuvo al Havoc en el punto de mira. Toda la maniobra había llevado menos de cinco segundos, muy poco tiempo para que sus enemigos se percatasen de su ausencia y mucho menos para que iniciaran una maniobra evasiva.

Cuando el Hind se colocó en posición, a unos cincuenta metros detrás del Havoc, Jack abrió la tapa de seguridad del timón y pulsó el botón rojo de fuego. Los cuatro cañones situados en la torreta delantera cobraron vida con un estruendo ensordecedor, un staccato que lanzó a Jack hacia adelante. Cada cañón escupió veinte proyectiles por segundo y los casquillos salieron disparados hacia ambos lados, describiendo sendos arcos. Durante cinco segundos múltiples puntas de fuego asomaron de debajo del morro del Hind y una lluvia de proyectiles cayó sobre su enemigo.

Al principio, el Havoc pareció absorber los impactos a medida que atravesaban el blindaje trasero del fuselaje. Entonces, de pronto, un gran orificio apareció cuando las balas destrozaron todo lo que encontraron a su paso, y tanto la cabina como sus ocupantes se desintegraron en un géiser sangriento. Cuando el Hind alzó el morro, el torrente final de balas alcanzó el montaje de la turbohélice, seccionando el rotor y haciendo que saliese disparado como si fuese un bumerán enloquecido. Segundos más tarde el fuselaje estalló en una gigantesca bola de fuego.

Jack tiró con fuerza del timón y se elevó por encima del ahora inexistente helicóptero. Luego se lanzó hacia el Werewolf, su siniestra forma situada ahora a unos treinta metros a su izquierda y ligeramente adelantado. Jack pudo ver que el piloto luchaba con los controles mientras la ligera estructura era agitada por las corrientes térmicas y la onda expansiva del helicóptero destruido. Dalmotov parecía estar paralizado por la incredulidad, incapaz de aceptar lo que había ocurrido, aunque Jack sabía que sería algo momentáneo. Sólo disponía de unos segundos antes de perder la ventaja que había obtenido.

Asomó el Barrett por la ventanilla y abrió fuego. El proyectil salió disparado con un estruendo y el ruido resonó dentro de sus auriculares. Maldijo al comprobar que saltaban chispas del fuselaje superior del Werewolf y cargó rápidamente otro proyectil. Esta vez apuntó a la derecha para compensar la corriente de aire. Disparó justo en el momento en que Dalmotov volvía la cabeza para mirarlo.

Al igual que la mayoría de los helicópteros de apoyo, el Werewolf estaba bien protegido contra el ataque terrestre, la protección blindada que rodeaba la cabina estaba diseñada para soportar impactos de cañón de 20 mm. Su vulnerabilidad estaba en la parte superior del fuselaje y en la zona del motor, áreas menos susceptibles de ser alcanzadas por el fuego terrestre y donde el blindaje había sido sacrificado para que la máxima protección se concentrase alrededor del compartimento ocupado por la tripulación. La superficie aerodinámica antigiratoria era a la vez su fuerza y su debilidad. Era una máquina muy ágil, pero necesitaba el eje que sobresalía por encima del fuselaje para poder alojar las dos cabezas de los rotores axiales de tres hojas.

El segundo disparo alcanzó el Werewolf justo debajo del rotor inferior, destrozando el mecanismo y cortando la transmisión del timón. Por un momento pareció que no ocurría nada y el helicóptero continuó volando con el morro bajo. Luego comenzó a agitarse y se elevó por la cola en un ángulo absurdo. Jack pudo ver que Dalmotov manipulaba frenéticamente los mandos del aparato. Incluso desde esa distancia era evidente que el timón no funcionaba y que los pedales no respondían. Dalmotov alzó la mano para tirar de una anilla roja que pendía encima de su cabeza.

El Werewolf era único entre los helicópteros de apoyo, ya que disponía de un asiento de eyección del piloto. El problema con la eyección desde un helicóptero siempre había sido el rotor, colocado justo encima de la cabina de los pilotos; pero se había ideado un ingenioso sistema para que las hojas del rotor no fueran un problema y el asiento del piloto era expulsado a una altura segura para que el paracaídas pudiese abrirse.

Desde el momento en que tiró de la anilla, Dalmotov debió de percatarse de que algo iba mal. En lugar de salir disparadas, las hojas del rotor permanecieron fijas mientras que las cargas explosivas dispuestas alrededor de la cubierta corredera detonaban en rápida sucesión. La cubierta chocó contra el rotor y fue expulsada al espacio, dejando las hojas dobladas pero plenamente operativas. Segundos más tarde el asiento fue expelido en medio de una nube de humo. Por una espantosa casualidad quedó atrapado entre los dos juegos de hojas y comenzó a dar vueltas como la silla de una noria de fuego. Después de dos revoluciones completas, cada parte prominente del cuerpo de Dalmotov había sido cercenada. Su cabeza, encajada dentro del casco, había salido volando como un balón de fútbol. Después de un último giro, los rotores se deshicieron del resto de su macabra carga, que cayó al mar levantando una columna de agua.

Jack observó cómo el Werewolf ejecutaba una enloquecida danza describiendo círculos cada vez más pequeños, y cómo las hojas se desprendían una a una bajo la creciente presión del aire hasta que el fuselaje cayó a plomo al mar y explotó.

Sin perder un segundo, Jack viró hacia el sur y empujó al máximo la palanca de aceleración. Dalmotov podría haber enviado un mensaje de socorro y fijado su posición, y los técnicos del centro de control de Asían podrían estar dirigiendo el SATSURV hacia la mancha de aceite y restos del lugar donde los helicópteros se habían hundido. La visión de la catástrofe no haría más que multiplicar la furia de Asían, va encendida como consecuencia de los daños sufridos por el Vultura. Jack sabía que cualquier valor que él pudiese tener como rehén para Asían estaría ahora bajo mínimos.

Jack comprobó alarmado que el indicador de combustible se acercaba peligrosamente a «Vacío». La última vez que lo había comprobado, hacía apenas diez minutos, había leído que había tres cuartos de tanque y era imposible que el breve ataque hubiese consumido la mitad del depósito. Entonces recordó el impacto que había sufrido el Hind cuando Dalmotov disparó con su fusil de francotirador en el momento en que él despegaba del helipuerto. Si el proyectil había alcanzado un conducto de combustible, la agitación del aparato al atravesar la zona de turbulencias podría haber agravado los daños, cortando la conexión y provocando una pérdida de carburante.

No tenía tiempo para confirmarlo. Redujo la presión sobre la palanca de aceleración para reducir al máximo el consumo de combustible y descendió a treinta metros. La forma distante de la isla apareció entre la niebla matutina, los picos gemelos con su característica forma tal como los había visto la primera vez desde el Seaquest, hacía tres días. Ahora su única esperanza era que el Hind volase lo suficiente para dejarlo a una distancia de la costa septentrional que pudiese cubrir a nado.

Cuando las turbohélices gemelas comenzaron a renquear y resollar, la visión de Jack se vio momentáneamente oscurecida por un manto de humo negro. Echó la cabeza hacia atrás a causa del intenso olor, un tufo ácido a cordita y plástico quemado. Segundos después el humo se despejó y Jack se encontró con el casco del Seaquest a menos de doscientos metros delante de él.

Las imágenes recogidas por el satélite no lo habían preparado para la terrible realidad. El principal buque de investigación de la UMI flotaba con su cubierta de proa prácticamente a flor de agua, su superestructura aplastada hasta lo irreconocible y su banda de estribor con agujeros cavernosos allí donde los proyectiles disparados desde el Vultura habían atravesado el blindaje. Parecía un milagro que aún pudiese mantenerse a flote, pero Jack sabía que muy pronto los mamparos delanteros cederían y el barco se iría a pique.

El Hind apenas se sostenía en el aire mientras temblaba encima del casco arrasado. Casi inmediatamente comenzó a descender ya que el rotor no era capaz de mantenerlo en el aire. Cuando el motor exhaló sus últimos estertores, Jack apenas tuvo tiempo de actuar.

Se quitó rápidamente las correas de seguridad y empujó el timón hasta el límite. Al inclinar el aparato hacia abajo, elevó las alas cortas y gruesas que había detrás del compartimento apartándolas de su camino, pero, al hacerlo, también dirigió el helicóptero de morro hacia el agua. Sólo tenía unos segundos. Se quitó el casco y se lanzó fuera del helicóptero, agarrándose las piernas contra el pecho para impedir que se le rompieran los miembros cuando chocara contra el agua.

Sin el casco redujo el riesgo de desnucarse, pero aun así el impacto fue muy fuerte. Entró en el mar con los pies por delante y se hundió lo suficiente como para sentir el frío de las aguas menos superficiales. Extendió los brazos y las piernas para frenar el descenso. Cuando nadó de regreso a la superficie sintió un dolor lacerante en el costado. La herida se había vuelto a abrir. En el momento en que estaba a punto de alcanzar la superficie se produjo un tremendo impacto que envió una onda a través del agua. Cuando salió a la superficie vio los restos ardientes del Hind a escasa distancia. Aquella escena de muerte podría haber sido perfectamente su pira funeraria.

Rompió el cariucho de dióxido de carbono de su chaleco salvavidas y nadó hacia el Seaquest. De pronto se sintió abrumado por la fatiga, la oleada de adrenalina se había cobrado su precio en sus reservas ya seriamente agotadas.

El Seaquest estaba tan hundido por la proa que pudo nadar por encima del castillo de proa, sumergido, y arrastrarse por la cubierta inclinada hasta el emplazamiento del cañón. Era el escenario del último acto de resistencia protagonizado por York y Howe el día anterior. Después de inspeccionar la escena con expresión sombría, Jack se quitó el chaleco salvavidas y avanzó con mucho cuidado hacia los restos de la cabina de cubierta. Justo antes de alcanzar la escotilla perdió pie y cayó de bruces. Descubrió espantado que había resbalado sobre una zona de sangre coagulada, un reguero color carmesí que continuaba hacia la banda de estribor del casco.

Jack sabía que no ganaría nada pensando en los últimos momentos vividos por su tripulación. Se tomó un momento de respiro junto a la escotilla mientras reunía todas las fuerzas y la voluntad que aún le quedaban.

Vio el helicóptero con el rabillo del ojo cuando ya era casi demasiado tarde. Aún estaba lejos, justo en una esquina de la isla, y el sonido del rotor quedaba ahogado por el ruido del Seaquest al romperse. Jack sabía que Asían disponía de un cuarto helicóptero y dedujo que se trataba del Kamov Ka-28 Helix que estaba en el Vultura. Entrecerró los ojos y vio que el helicóptero volaba a ras del agua, directamente hacia él. Jack había sufrido bastantes ataques de helicópteros para saber lo que debía esperar. Esta vez, sin embargo, se sentía más vulnerable que nunca.

Hubo un destello distante cuando un halo delator se desprendió del helicóptero y comenzó a crecer a una velocidad aterradora. Era un misil antibarco pesado, probablemente uno de los Exocet A.39 que había visto apilados en el cuartel general de Asían. Jack se lanzó a través de la escotilla y cayó pesadamente en la cubierta inferior, justo encima del módulo de mando. Cuando hacía girar la manivela de cierre se oyó un enorme estampido. Fue arrojado violentamente contra un mamparo y el mundo se oscureció.

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