Atlantis

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Segunda parte » Capítulo 18

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Capítulo 18

—El sonar ha identificado el primer objeto, señor —informó el comandante Sills—. Es el submarino estadounidense Scorpion.

Rogers lo miró con incredulidad. Todos los submarinistas conocían la historia del Scorpion, perdido en el océano en 1968.

—¿Y el segundo?

—Ni idea, señor, pero está persiguiendo al Scorpion.

—Ponnos en posición para enfrentarnos al segundo.

—A la orden, señor.

La tripulación del Wyoming estaba muriéndose, pero tenía suficientes fuerzas para librar la última batalla. El submarino se precipitó hacia el Scorpion, que avanzaba muy despacio. No tenían ni idea de qué podía ser el segundo y enorme objeto, pero el capitán Rogers estaba decidido a proteger a toda costa al Scorpion. No sabía cómo un submarino que había sido dado por desaparecido en las profundidades del océano hacía treinta años podía aparecer de pronto, pero si había la más remota posibilidad de que la tripulación estuviera con vida, el sacrificio que su propia tripulación ya había hecho merecería la pena.

Los tubos de los torpedos delanteros estaban cargados, y Rogers ordenó disparar tan pronto como estuviera a tiro.

***

—Las puertas están disminuyendo —informó Foreman.

—Advierto que está cambiando —dijo Sin Fen por el teléfono vía satélite. Chelsea estaba a su lado con el morro levantado, percibiendo también la diferencia.

—¿Estás en contacto con Dane? —preguntó Foreman.

Sin Fen se proyectó hacia el oeste, pero no recibió respuesta.

—No está allí. O no está vivo.

—¡Maldita sea, lo necesitamos! Lo ha detenido, pero no creo que hayamos visto el final. Necesitamos saber qué ha pasado, y le necesitamos a él.

De pronto, Sin Fen sintió una débil caricia, como el roce de un pelo en la piel.

—Está vivo.

—¿Dónde?

Sin Fen se concentró y vio por un instante lo que Dane veía.

—¡Está en el Scorpion, en el Triángulo de las Bermudas!

***

—El Scorpion sigue moviéndose, señor—informó Sills.

—¿Cuánto marcan los indicadores?

—La radiación ha bajado. La puerta se está cerrando sobre sí misma, pero tanto el Scorpion como el gran objeto siguen dentro.

—¿Distancia del Scorpion?

—Dos kilómetros y sigue acercándose.

—¿Podemos hablar con ellos?

—En el sesenta y ocho las radios eran muy diferentes de las que utilizamos ahora —respondió Sills, atusándose el pelo—. Ellos…

—¿Podemos hablar con ellos o no?

—Lo intentaré, señor.

***

—Se pondrá bien —dijo Dane a Freed cuando se disponía a seguir al marinero. Comprobó el improvisado torniquete que le había hecho en el brazo y añadió—: Pediré al médico de a bordo que venga.

El marinero seguía mirándolos, no tanto a ellos como a la enorme cabeza de serpiente cortada de la que manaba sangre.

—¿Quiénes son?

—Llévame ante tu capitán. —Dane le puso una mano en el hombro y lo apremió con la mente.

—A la orden, señor.

El marinero dio media vuelta y cruzó la escotilla, y Dane lo siguió. El siguiente compartimiento era la cocina y pasaron junto a un par de marineros. A continuación entraron en la sala de control del submarino. Los hombres trabajaban frenéticos mientras se gritaban órdenes.

En el centro, junto al periscopio, había un hombre de unos treinta y cinco años. Llevaba en el cuello el águila del capitán. Al ver a Dane, se detuvo en mitad de una orden.

—¿Quién demonios eres?

—No hay tiempo, señor—respondió Dane—. ¡Tenemos que salir de aquí!

—¿Qué está pasando? —preguntó Bateman con frustración—. Mi reactor se ha desconectado y hemos perdido todo contacto con la superficie…

—¡Señor! —gritó un hombre—. He establecido contacto por radio con un submarino estadounidense que se llama Wyoming.

—No existe ningún submarino con ese nombre —replicó Bateman—. Pásalo al altavoz.

Se oyó un crujido y a continuación una voz por el altavoz.

—Aquí el capitán Rogers del Wyoming. Deben tomar un rumbo de doscientos setenta grados inmediatamente. Se encuentran en grave peligro.

—Identifíquese —ordenó el capitán Bateman—. Nunca he oído mencionar su barco.

—No hay tiempo —replicó Rogers—. Estamos en 1999. ¡Llevan treinta años desaparecidos, y si no empiezan a moverse, volverán a desaparecer!

Bateman se volvió hacia Dane y lo miró perplejo.

—Es verdad —asintió Dane—. Llevan treinta años perdidos.

—No es posible. —Bateman sacudió la cabeza—. Estamos en 1968.

—Ha cruzado una puerta —explicó Dane—. Lo sabe porque trabajaba para Foreman. Entraron en algo muy extraño. —Dio un paso adelante y lo sujetó por los hombros—. Tiene que salvar su barco. Ponga rumbo de doscientos setenta grados. ¡Ya!

Bateman sacudió la cabeza, pero gritó al timonel:

—Dos—siete—cero grados. A toda máquina.

***

—Los torpedos están siguiendo la trayectoria. —Sills seguía mirando la pantalla de un ordenador mientras transmitía los datos—. Han hecho impacto.

Rogers esperó mientras su barco se acercaba al Scorpion. Sabía exactamente cuánto tiempo tardaría en viajar por el agua el sonido de la explosión. Pasados unos segundos, miró a Sills.

—Ha pasado el tiempo, señor. Debemos de haber errado el blanco.

—¿Cómo demonios vamos a errar un blanco seis veces mayor que un Tifón? —preguntó Rogers.

***

—¿Qué nos ha pasado? —inquirió Bateman.

Dane era el centro de atención de todos los presentes en la sala de control.

—No lo sé —respondió—. Primero tenemos que salir de aquí y luego intentaremos averiguarlo.

***

—El objeto está a menos de un kilómetro de distancia.

—¿A qué distancia del Scorpion?

—A ochocientos metros. El Scorpion está moviéndose. Con un rumbo de dos—setenta grados.

—Reducid a un tercio —ordenó Rogers—. Virad todo a babor. —Observaba el símbolo que representaba el Scorpion en su pantalla e imaginó las posiciones relativas de su submarino y el objeto desconocido.

—El objeto vuelve a acercarse al Scorpion.

—¡Señor! —exclamó el operador de radio, tendiéndole un auricular a Rogers.

—¿Sí? —respondió Rogers.

—Aquí Foreman. Debe salvar el Scorpion. ¿Entendido?

—Entendido. —Rogers devolvió el auricular y se volvió hacia Sills—. Estupendo. ¿Cuánto calculas que tardará el Scorpion en salir de la puerta del Triángulo de las Bermudas a esa velocidad?

—Un minuto y veinte segundos —respondió Sills, tras apretar una tecla de su ordenador.

—¿Y cuánto falta para que lo alcance el gran objeto?

—Cuarenta y cinco segundos —respondió inmediatamente Sills, que ya había calculado el tiempo.

—Sitúanos entre los dos.

—A la orden, señor.

—¿Cuánto tardará?

—Treinta segundos.

—Capellán, me temo que va a tener que rezar más deprisa —dijo Rogers, mirando hacia un lado.

Capítulo 19

Alcanzó a ver la niebla detrás del Scorpion, pero se alejaba por segundos, y la tormenta se cerraba sobre sí misma.

Carpenter, Beasley, Freed y Ariana se reunieron con él y miraron en la misma dirección.

—¿Estamos a salvo? —preguntó Freed.

—De momento —respondió Dane.

La euforia de Foreman se enfrió con el siguiente informe del cuartel general de la marina.

—El Wyoming ha desaparecido, señor.

El Wyoming se deslizó entre el Scorpion y el gran objeto que aparecía en sus pantallas. Era una esfera gigantesca, de más de dos kilómetros y medio de ancho, cuya superficie negra mate estaba hecha de alguna clase de metal. En el centro de la parte delantera se abría una enorme puerta en espiral, de más de cien metros de ancho.

La esfera se dirigía hacia el Scorpion, pero el Wyoming se interpuso en su camino. Frenó cuando el Wyoming se deslizó en la abertura.

***

—El Scorpion acaba de aparecer en el SOSUS. —Foreman escuchaba el informe del cuartel general de la marina—. ¡Ha dejado atrás la puerta! ¡Está saliendo a la superficie!

—Conners, ¿qué es lo último que se sabe de la puerta del Triángulo de las Bermudas? —preguntó Foreman, descolgando el auricular.

—Sigue disminuyendo —informó ella—. A una velocidad aún mayor.

—¿Y de la puerta de Ankor?

—Se ha reducido a una pequeña extensión de unos seis kilómetros de ancho, y sigue disminuyendo.

***

El capitán Bateman abrió la escotilla y subió, seguido de cerca por Dane, que parpadeó a la brillante luz del sol. Miró alrededor.

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