Atlantis

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Capítulo 11

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—Mantenerse estables a tres-uno-cinco grados. Profundidad sesenta y cinco metros, velocidad de ascenso un metro por segundo. Deberíamos ver la superficie dentro de poco.

Jack atisbo a través de la cubierta de plexiglás que había a su izquierda. A pesar de la penumbra pudo vislumbrar a Costas debajo de una cubierta idéntica situada a unos quince metros de distancia, su cabeza aparentemente separada del cuerpo por efecto de la luz fantasmal que proyectaban los paneles de instrumentos. Cuando continuaron el ascenso, el sumergible se volvió claramente visible. La cubierta de plexiglás se extendía sobre un habitáculo de gran tamaño, orientado hacia adelante para que el piloto pudiese sentarse con toda comodidad. Debajo había tanques de lastre similares a flotadores y detrás se encontraba el compartimento que alojaba la batería, que propulsaba una docena de surtidores de agua a presión colocados en torno a la estructura exterior. Dos brazos articulados en forma de pinzas conferían al sumergible el aspecto de un escarabajo gigante.

—Allí está.

Jack alzó la vista y divisó la silueta del

Seaquest a unos veinte metros encima de ellos. Ajustó la descarga de lastre para ralentizar el ascenso y volvió a mirar a Costas, quien estaba maniobrando para emerger a la superficie.

Costas le devolvió la mirada con una expresión de júbilo.

—Misión cumplida.

Costas tenía razones para estar satisfecho consigo mismo. Acababan de concluir las pruebas marinas con el

Aquapod IV, el sumergible unipersonal más moderno que su equipo había diseñado para la UMI. Podía operar a una profundidad máxima de mil quinientos metros, casi el doble de la cota anterior. La batería de ánodos de litio tenía una vida de cincuenta horas, a una velocidad óptima de tres nudos. Esa mañana su inmersión, de una hora de duración, hasta el fondo del mar Negro había demostrado que el equipo estaba preparado para llevar a cabo la tarea que le esperaba, una exploración a lo largo de la antigua línea costera, mucho más al este de lo que habían llegado antes.

Seaquest, éste es el

Aquapod Alfa. Estamos emergiendo sin problemas. Coito.

Desde el interior del sumergible podían ver a los cuatro submarinistas que los esperaban, justo debajo de la superficie, para servirles de guía. Cuando faltaban diez metros se detuvieron para unir los dos

Aquapod, un procedimiento rutinario para impedir que chocasen entre ellos cuando el mar estaba agitado. Mientras Jack permanecía inmóvil, Costas maniobró con sumo cuidado hasta que los engranajes de ajuste quedaron nivelados. Tras accionar un interruptor, cuatro varillas metálicas salieron disparadas del chasis.

—Ajuste completado. Pueden subirnos.

Los cuatro submarinistas descendieron rápidamente y sujetaron unos arneses para elevar las pequeñas naves. Jack y Costas apagaron los motores y se desprendieron de los reguladores de equilibrio que los mantenían en posición horizontal. Cuando los submarinistas se alejaron a posiciones más seguras, el operador del montacargas que izaba los pequeños sumergibles los introdujo en el casco del

Seaquest.

Jack y Costas emergieron dentro de una cámara, iluminada con reflectores, del tamaño de un pequeño hangar. El

Seaquest estaba equipado con un dique seco para atracar, una instalación sumamente útil cuando el mar estaba demasiado agitado para permitir operaciones desde cubierta o cuando querían mantener las operaciones ocultas a los ojos de los curiosos. El casco se había abierto como las puertas del compartimento de bombas de un avión gigante. Cuando las dos secciones volvieron a cerrarse, Jack y Costas abrieron las cubiertas correderas que también hacían las veces de compuertas de acceso. Una plataforma se deslizó debajo de ellos, se elevó como el ascensor de un portaaviones y se cerró herméticamente una vez que hubo salido toda el agua.

Tom York estaba allí para saludar a los dos hombres cuando salieron de los sumergibles.

—Supongo que la prueba ha ido bien.

Jack fue el primero en pisar la cubierta. Habló de prisa mientras se quitaba el traje de supervivencia.

—Ningún problema. Esta tarde utilizaremos los

Aquapod para nuestra misión de reconocimiento. Los brazos articulados deberán ser reemplazados por la videocámara digital y los reflectores.

—Es lo que están haciendo mientras hablamos.

Jack miró a su alrededor y vio que el personal de mantenimiento va estaba trabajando en ambos sumergibles. Costas estaba encorvado sobre la unidad de recarga de la batería, hablando con uno de los técnicos. Jack sonrió para sí al comprobar que su amigo había olvidado quitarse los auriculares en su entusiasmo por analizar el rendimiento del sumergible.

Jack continuó hablando con York mientras guardaba su traje de supervivencia en una de las taquillas que se alineaban en las paredes de la cámara.

—Tenemos una hora antes de que el

Seaquest esté en posición. Es una oportunidad para que repasemos una vez lo que vamos a hacer. Me gustaría que todo el personal estuviese en el puente de mando a las once.

Veinte minutos más tarde ambos se encontraban delante de un semicírculo de hombres y mujeres, dentro del módulo de mando del

Seaquest. York había conectado el sistema de navegación y vigilancia automáticas, activando así el puente virtual que permitía dirigir el barco desde la consola que estaba junto a Jack. La pantalla hemisférica que había encima de ellos mostraba una vista panorámica del mar. La superficie plomiza y agitada anunciaba la tormenta que se había estado formando en el norte durante las últimas veinticuatro horas.

Jack cruzó los brazos y se dirigió al grupo reunido delante de él.

—Somos una tripulación mínima y el trabajo que nos aguarda será muy duro. No me andaré con rodeos. Nos enfrentamos a un riesgo real, probablemente mucho mayor que cualquier otro al que nos hayamos enfrentado antes.

Después de haberse unido al

Seaquest en helicóptero el día anterior, Jack había decidido reducir al mínimo el número de integrantes de la tripulación. Ésta estaba formada ahora por voluntarios, pero él se había negado de pleno a poner en peligro las vidas de los científicos cuyo trabajo comenzaría realmente una vez que hubieran descubierto más. Aparte de los oficiales de cubierta y los ingenieros, había seleccionado a los técnicos en armamento con más experiencia, entre ellos, varios exintegrantes de las Fuerzas Especiales que Jack conocía desde sus tiempos en la armada.

—¿Qué apoyo exterior podemos esperar?

La pregunta la había formulado Katya, que se encontraba vestida con un mono de color azul que llevaba el logotipo de la UMI en un hombro. Jack había tratado de convencerla de que se marchase con el resto del grupo cuando el

Sea Venture se reunió con el

Seaquest en Trebisonda; pero ella había insistido en que su experiencia como lingüista sería fundamental para las inscripciones que pudiesen encontrar. En realidad, Jack sabía muy bien, después de las largas horas que habían compartido la noche anterior, que ahora Katya no lo dejaría, que tenían un vínculo que no podía romperse y que ella compartía su responsabilidad por el

Seaquest y su tripulación.

—Dejaré que nuestro jefe de seguridad responda a eso.

Peter Howe se adelantó y ocupó el lugar de Jack.

—La mala noticia es que estaremos en aguas internacionales, más allá del límite de las doce millas establecido mediante un protocolo acordado en 1973 entre la Unión Soviética y Turquía. La buena noticia es que Georgia y Turquía firmaron un Acuerdo de Cooperación de Seguridad Costera en 1988 y están dispuestos a proporcionamos apoyo en el caso de que se produzca un descubrimiento importante. El pretexto sería el acuerdo que acaban de firmar, con la ratificación de la ONU, para llevar a cabo una exploración geológica conjunta en esa isla. Ambos países estarían actuando conforme a las leyes internacionales.

Howe retrocedió y observó el mapa que mostraba la región oriental del mar Negro.

—El problema es que sólo acudirán en nuestra ayuda si se pueden calmar las sospechas de los rusos acerca del submarino que desapareció en esa zona en 1991. Cualquier indicio de que otras naciones están participando en la investigación hará que preparen sus misiles balísticos. Ni más ni menos. Y hay otras preocupaciones. Desde comienzos de los años noventa, los rusos han participado de manera activa en la guerra civil de Abjasia, aparentemente como una fuerza de estabilización pero, de hecho, para llevar nuevamente la región a la órbita de Moscú. Su principal interés es el petróleo. En 1999 su monopolio en la extracción de crudo en el mar Caspio se vio amenazado por el primer oleoducto que evitaba territorio ruso, desde Bakú, en Azerbayán, hasta Supsa, en la costa de Georgia, cerca de Abjasia. Los rusos harían cualquier cosa para impedir futuras inversiones occidentales, aunque ello signifique la anarquía y la guerra civil.

Howe se volvió para mirar al grupo.

—Hemos informado a la embajada rusa de que estamos llevando a cabo una investigación hidrográfica respaldada por un convenio entre los gobiernos de Turquía y Georgia. Aparentemente se lo han creído. Pero si ven que llegan buques de guerra a la zona supondrán que nuestro verdadero objetivo es encontrar el submarino desaparecido en 1991. Es posible que el oso ruso haya perdido la mayor parte de sus ganas, pero sigue contando con la mayor flota en la región. Las relaciones entre Ankara y Moscú se encuentran bajo mínimos debido al tráfico de drogas. Se podría llegar a producir un incidente internacional, muy posiblemente una guerra abierta.

—Un detalle de interés —dijo Costas—. No pensé que Georgia tuviese una marina de guerra.

—Ése es otro problema —contestó York con tristeza—. Los georgianos no heredaron casi nada de la flota soviética del mar Negro. Disponen de un buque Project 206MP, de fabricación ucraniana, y de un guardacostas estadounidense, que estaba fuera de servicio y fue transferido a través del Programa de Excedentes de Artículos de Defensa de Estados Unidos. Pero no debemos hacernos ilusiones. El Project 206MP no cuenta con misiles porque Georgia no dispone de instalaciones para almacenamiento y pruebas. Y el buque sólo está armado con una ametralladora de calibre 50.

—Ésa no es la verdadera armada de Georgia.

Todos se volvieron hacia Katya.

—La verdadera armada de Georgia está escondida a lo largo de la costa norte del país —dijo ella—. Es la armada de los señores de la guerra, hombres procedentes de Asia central que utilizan Abjasia para acceder a los ricos botines que ofrecen el Mediterráneo y el mar Negro. A ellos es a quienes hay que temer, amigos míos, no a los rusos. Hablo por experiencia.

La tripulación escuchaba a Katya con evidente respeto, pues había resuelto sin ayuda la complicada situación que habían vivido en el Egeo dos días antes.

—¿Y qué hay de la armada turca? —Costas miró con optimismo a Mustafá, quien había llegado desde el

Sea Venture el día anterior.

—Tenemos una fuerte presencia en el mar Negro —replicó el turco—. Pero nuestras fuerzas están muy ocupadas con la guerra contra el contrabando. Para apoyar al

Seaquest, la armada turca necesitaría transferir unidades desde el Egeo. No podemos transferir navíos de forma preventiva, porque cualquier cambio que se produzca en nuestra flota en el mar Negro despertaría inmediatamente las sospechas de los rusos. Mi gobierno sólo correría ese riesgo si se confirmase la existencia de un gran descubrimiento.

—De modo que estamos solos.

—Eso me temo.

En el breve intervalo que siguió a la charla, York envió a dos de los miembros de la tripulación a cubierta, pues las rachas de viento, cada vez más violentas, hacían aconsejable sujetar las piezas del equipo con cabos. Jack intervino rápidamente para centrar la discusión en el tema más apremiante y la urgencia de su tono reflejaba el poco tiempo del que disponían hasta que el

Seaquest llegase al lugar previsto.

—Debemos estar seguros de encontrar el lugar preciso en el primer intento. No hay duda de que en este momento nos vigilan varios satélites. Estamos bajo la atenta mirada de unas personas que no se creerán durante mucho tiempo la historia de la investigación hidrográfica.

Uno de los exintegrantes de las Fuerzas Especiales alzó la mano.

—Perdón, señor, pero ¿qué estamos buscando exactamente?

Jack se apartó para permitir que la tripulación viese la pantalla del ordenador.

—Mustafá, dejaré que seas tú quien explique cómo llegamos hasta aquí.

Mustafá llenó la pantalla con la imagen isométrica del mar Negro y resumió brevemente la interpretación que habían hecho del texto hallado en el papiro. Luego hizo avanzar la embarcación a lo largo de la costa, hasta alcanzar el sector sureste. Ahora que habían abandonado puerto, Jack había decidido depositar toda su confianza en la tripulación que permanecía a bordo del

Seaquest. Aquellos que aún no sabían los detalles parecían hipnotizados; incluso los veteranos estaban paralizados por la enormidad de un hallazgo que parecía surgir de la niebla de una fabulosa leyenda.

—Alcanzamos el objetivo siguiendo la línea de la costa antes de la inundación. En este momento, el

Seaquest se encuentra justo dentro de las doce millas náuticas, pero nos iremos alejando gradualmente a medida que avancemos en dirección este.

A continuación pulsó una tecla y en la pantalla apareció un mapa en primer plano.

—Éste es un boceto verosímil de lo que debió de ser la Atlántida. Se trata de una superficie de lecho marino de veinte millas náuticas de largo por cinco millas náuticas de ancho. Esa costa, sumergida a unos 150 metros de profundidad, discurre a lo largo del lado norte, de modo que lo que estamos viendo aquí era tierra seca. Si hacemos descender el nivel del mar hasta el lecho de la costa sumergida podemos tener una idea aproximada de cuál era su aspecto antes de que se produjese la inundación.

La imagen se transformó para mostrar una llanura interior que llevaba a una línea de colinas que discurría a lo largo de varios kilómetros, junto a la costa. Detrás de ella estaba el volcán.

—Los detalles son escasos porque carecemos de suficientes datos batimétricos de la zona. Pero estamos convencidos de que el sitio que buscamos debe estar en esa zona de colinas o bien en el volcán. Las colinas se elevan un centenar de metros por encima de la antigua línea costera. El problema es la ausencia de una acrópolis o de afloramiento rocoso que pudiese servir para una ciudadela. El texto del papiro resulta difícil de entender sin ese dato.

—El accidente topográfico más notable es el volcán —observó Howe.

—El lado noroccidental forma una serie de plataformas en forma de tenazas antes de llegar a un risco. Una ciudadela en este punto habría gozado de una situación extraordinaria, dominando varios kilómetros a la redonda a ambos lados. Es posible que hubiera una ciudad a lo largo de las laderas inferiores, junto a la costa.

—La defensa era probablemente un factor, aunque no sería determinante si no había otras ciudades-Estado próximas —afirmó Jack—. La única amenaza podría haber venido de bandas de cazadores-recolectores dedicados al saqueo, un último vestigio de la Edad de Hielo, pero su número habría sido escaso. El hecho de buscar un terreno elevado se debía principalmente a la necesidad de evitar las áreas inundables y las marismas.

—¿Qué hay de la actividad volcánica? —preguntó York.

—Ninguna erupción significativa durante más de un millón de años —contestó Mustafá—. Lo que hoy puede observarse es una actividad gaseosa ocasional, géiseres que arrojan gas y vapor periódicamente cuando se acumula la presión en su interior.

Todos miraron la pantalla de realidad virtual, donde ahora podían ver una isla en el horizonte. Era el pico del volcán, que había permanecido sobre la superficie del agua después de la inundación. Los jirones de vapor que salían de la cima parecían unirse al cielo, gris y bajo, que anunciaba la tormenta que llegaba desde el norte a alarmante velocidad.

Jack volvió a tomar la palabra.

—En la antigüedad los movimientos sísmicos se consideraban casi siempre señales de los dioses. Un volcán con una actividad moderada podría haberse convertido en un foco para la observación ritual, quizá una de las motivaciones originales para establecerse en ese lugar. Yo esperaría que en una región tan fértil se ocupasen tanto el volcán como la cadena de colinas. Pero debemos elegir entre ambos. Es posible que no tengamos la oportunidad de aventurar una segunda reclamación antes de que lleguen visitantes no deseados. Disponemos de veinte minutos antes de que el

Seaquest se encuentre encima de esa cadena de colinas. Acepto sugerencias.

Se produjo otra breve pausa mientras Jack conferenciaba con York. Ambos realizaron varios ajustes con el teclado de navegación y examinaron las imágenes del radar. Cuando los dos hombres se volvieron hacia la tripulación, Katya abrió su pequeño ordenador y tecleó una secuencia.

Ahora quien tomó la palabra fue Katya.

—Cualquiera de los dos lugares coincidiría con el texto. Tanto el volcán como las colinas dominan un amplio valle hacia el sur, con una cadena de montañas distantes y lagos salados en medio.

—¿Hay en el papiro algún otro dato que pudiese servirnos de ayuda? —preguntó uno de los miembros de la tripulación.

—No. —Katya volvió a leer el texto y sacudió la cabeza—. Los fragmentos finales parecen referirse al interior de la ciudadela.

—Hay algo más.

Todos miraron a Costas, que había estado mirando fijamente la imagen de la isla a medida que aumentaba de tamaño y se volvía más definida. Apartó la mirada y se volvió hacia Katya.

—Léanos esa primera frase después de llegar a Atlántida.

—Katya tecleó una secuencia y leyó de la pantalla.

—«Bajo el signo del toro».

Todos interrogaron a Costas con la mirada.

—Todos conocen el bar que hay en la azotea del Museo Marítimo en Cartago.

Hubo un murmullo general de asentimiento.

—La vista a través de la bahía de Túnez hacia el este, el sol del crepúsculo bañando de rosa el mar, los picos gemelos de Baal Qamain perforando el cielo.

Todos asintieron.

—Bien, estoy seguro de que muy pocos de ustedes estarán tan familiarizados con esa vista a primera hora de la mañana. El sol de pleno verano se eleva directamente por encima de la depresión que hay entre ambos picos. Para los fenicios era una montaña sagrada, consagrada al dios del cielo. Baal Qamain significa «Señor de Dos Cuernos». —Se volvió hacia Jack—. Creo que el «signo del toro» se refiere al perfil de esa isla.

Todos dirigieron la mirada hacia la vaga masa de tierra que se veía en la pantalla.

—Estoy desconcertado —dijo Howe—. Desde donde nos encontramos, la isla no se parece en nada a eso.

—Intenta otra dirección —dijo Costas—. Estamos mirando desde el sureste. ¿Y si lo hacemos desde la línea costera, desde debajo del volcán, dónde habría habido un asentamiento humano?

Mustafá pulsó en el teclado para reorientar la vista desde el noreste, aumentando el tamaño mientras lo hacía para tener la perspectiva desde la antigua línea costera que discurría debajo del volcán.

Cuando la imagen ocupó la pantalla todos se quedaron boquiabiertos y un murmullo de incredulidad se extendió por la sala. Encima de ellos había dos picos separados por una profunda depresión.

Costas miró la pantalla con expresión triunfal.

—Y aquí, damas y caballeros, tenemos nuestros cuernos de toro.

Jack sonrió a su amigo antes de volverse hacia York.

—Creo que tenemos nuestra respuesta. Fija un rumbo hacia esa isla a toda máquina.

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