Atlantis

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Capítulo 20

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York se puso de pie, con la pierna izquierda inutilizada y los oídos zumbándole. Y contempló el agujero oscuro donde hacía un momento había estado el puente. Para un hombre que vivía en el mar era una visión espantosa, como si estuviese contemplando los últimos estertores de la mujer amada, ciega, sin poder hablar, el rostro destrozado.

—Acabemos con esos cabrones.

La voz de York era fría y decidida a pesar del dolor.

—A la orden, señor.

Howe estaba instalado nuevamente en el asiento del artillero, con la RIB en la mira mientras la veloz embarcación se encontraba a menos de doscientos metros del

Seaquest. Con los cañones gemelos en su posición más baja disparó el resto de los proyectiles a intervalos de un segundo. El primero de ellos no alcanzó el blanco pero elevó los flotadores de la RIB hasta que pareció despegar. El segundo pasó por debajo del fondo plano de la lancha y la lanzó completamente fuera del agua, con la popa inclinada hacia arriba, de modo que pudieron ver a seis hombres, vestidos con sus trajes de neopreno, aferrándose desesperadamente a las tablas de la base. El tercer proyectil explotó contra la popa e incendió el combustible. Unos segundos después la lancha y sus ocupantes se volatilizaban en una bola de fuego que se dirigió hacia ellos a una velocidad alarmante.

Ninguno de los dos hombres tenía tiempo para celebraciones. Cuando llegó el fin fue tan violento y despiadado como era de prever.

Cuando los primeros fragmentos ardientes de la embarcación enemiga hicieron impacto en la torreta, York y Howe sintieron una gigantesca sacudida bajo sus pies. Los remaches saltaron y el metal se retorció de una manera grotesca, de un lado para otro de la cubierta. Un momento después otro proyectil arrancó la torreta de su montura y los lanzó a ambos contra la barandilla de estribor. Estaban envueltos en un incendio voraz, un torbellino ardiente que los arrastraba hacia un vacío cada vez más negro.

Mientras York luchaba contra lo inevitable pudo ver por última vez al

Seaquest, una pira de destrucción aún milagrosamente a flote, un barco destrozado hasta volverlo irreconocible y, sin embargo, tan desafiante como el volcán que asomaba su figura amenazadora en la distancia.

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