Atlantis

Atlantis


Capítulo 29

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—Jack Howard. Aquí el

Sea Venture. ¿Me recibes? Cambio.

Costas le pasó el receptor VHF portátil que habían cogido del Vultura un poco antes y Jack pulsó el botón de rellamada.

—Te recibo alto y claro. ¿Cuál es tu posición? Cambio.

Jack estaba emocionado al oír nuevamente la voz segura de Tom York. Había esperado lo peor, que jamás habrían podido sobrevivir al ataque que había provocado tamaña devastación en la cubierta de proa del

Seaquest.

—Estamos navegando a tres millas marinas al noroeste de la isla. Una escuadrilla de cuatro Seahawk con marines turcos y comandos antiterroristas georgianos se dirigen hacia vuestra posición. Ya deberías poder verlos.

Jack había oído el sonido distante de los aviones y deducido su identidad.

—¿Cómo conseguiste escapar del

Seaquest? —preguntó Jack.

—Cuando el Vultura nos atacó salí volando por los aires. Afortunadamente, el tripulante a cargo del sumergible de emergencia reconoció las vibraciones del combate que se libraba en la superficie y regresó a investigar. Tengo un feo corte en la pierna pero estoy bien.

—¿Y Peter?

Cuando volvió a oírse, el tono de voz de York había cambiado y ahora estaba tenso por la emoción.

—Aún lo estamos buscando. Tengo que ser sincero contigo, Jack. La cosa no pinta nada bien.

—Lo sé. Habéis hecho todo lo posible.

Aunque Jack estaba contento porque York había conseguido salvar la vida, Peter Howe había sido un amigo de la infancia. Era como perder a un hermano y el precio le pareció de repente demasiado alto. Jack cerró los ojos.

—Acabamos de recibir un mensaje de Ben y Andy, del

Kazbek. Consiguieron enviar a la superficie una radio baliza. Están listos para recibir señales.

El rugido de los helicópteros comenzó a ahogar la conversación.

—Tendremos que acabar la conversación. Llega la caballería —gritó Jack—. Dile al capitán que navegue siguiendo estas coordenadas y que mantenga esa posición hasta nueva orden. —Jack leyó las referencias del mapa correspondientes a un punto situado a un kilómetro al norte de las pirámides sumergidas—. Tengo que atender un asunto pendiente. Tendrás noticias nuestras. Corto.

Jack estaba subiendo una confusión emocional, angustiado por la suerte que pudiera haber corrido Peter y a la vez feliz de que el resto de la tripulación hubiera sobrevivido a la tragedia. Miró el rostro magullado de Costas y lo asombró la serenidad de su amigo. Estaban agazapados en los escalones, fuera de la entrada excavada en la roca. Habían dejado a Katya sentada dentro de la sala de audiencias, con un Heckler & Koch MP5 descansando sobre sus piernas. Además de los tres guardias atados juntos en la plataforma central, había veinte hombres pertenecientes a la tripulación del Vultura. Todos se habían rendido cuando Costas y Jack subieron al barco y los informaron de la muerte de su jefe. Costas había insistido en acompañarlo a pesar de sus heridas, afirmando que no estaba en peores condiciones de las que había estado Jack durante su viaje a través del volcán. Katya había pedido quedarse a custodiar a los prisioneros, una manera de poder estar a solas con sus pensamientos.

—Finalmente ganan los buenos —dijo Costas.

—Esto aún no ha terminado.

Costas siguió la mirada de Jack más allá de la isla, donde el Lynx del

Sea Venture llevaba a cabo una búsqueda sistemática en el lugar donde York y Howe habían tratado de resistir el ataque del Vultura. Cuatro zodiacs peinaban las olas debajo del helicóptero.

El primero de los Sikorsky S-70 Seahawk tronó por encima de sus cabezas lanzando una refrescante corriente de aire fresco sobre ellos. Las puertas del enorme helicóptero se abrieron sobre el círculo de piedra junto al otro pico y de él se descolgaron unos hombres profusamente armados, junto a los restos humeantes del Helix Ka-28. Cuando subieron los escalones hacia ellos, Jack y Costas se miraron y pronunciaron su viejo lema:

—Es hora de prepararse.

Una hora más tarde los dos hombres se encontraban chorreando agua en el interior de la sala de torpedos del submarino. Utilizando un equipo nuevo enviado desde el

Sea Venture habían regresado a través del laberinto volcánico, siguiendo las cintas que Costas había extendido durante la ascensión. Habían llegado por la membrana. Habían cerrado las puertas chapadas en oro y transmitido un mensaje golpeando el casco del

Kazbek. Momentos más tarde, la bomba vació la cámara y la escotilla se abrió revelando los rostros demacrados de Ben y Andy.

—No nos queda mucho tiempo —advirtió Ben—. Los depuradores de peróxido de hidrógeno están saturados y los tanques de aire de reserva del DSRV están casi vacíos.

Costas y Jack se quitaron rápidamente el equipo y siguieron a Ben y Andy a través de la sala de torpedos, y luego hacia arriba. La puerta de la sala del sonar, con su macabro centinela, estaba cerrada y en su interior pudieron oír unos golpes apagados.

—Dos de los hombres de Asían —indicó Andy—. Los dejaron vigilando después de que el resto huyó en el sumergible. Se rindieron casi inmediatamente después. Pensamos que les gustaría hacer compañía a su amigo del KGB.

—Los demás no tuvieron tanta suerte —dijo Jack sombríamente.

El aspecto macilento que presentaban Ben y Andy era similar al de ellos, pero aun así Jack se maravilló de la resistencia demostrada por esos hombres durante tantas horas encerrados en el submarino.

Momentos más tarde estaban dentro de la sala de control. Jack se detuvo en el mismo lugar donde había recibido el balazo que a punto había estado de costarle la vida. En un rincón, una manta cubría el cadáver del pistolero de Asían. Las marcas del tiroteo se habían convertido en parte del escenario, otra capa a la destrucción provocada hacía muchos años, durante la última y desesperada resistencia de la tripulación.

—¿Dónde está el control del lastre? —preguntó Jack.

—Aquí —contestó Andy—. Está bastante deteriorado, pero afortunadamente no tenemos necesidad de hacer nada complejo. Creemos que en los depósitos de aire queda suficiente presión para provocar una maniobra de emergencia. Todo lo que tenemos que hacer es tirar de estas anillas y las válvulas se abren manualmente.

Andy señaló dos piezas en forma de hongos que sobresalían de la parte superior del panel de control, ambas diseñadas para ser empujadas hacia abajo por un operador situado delante de la consola.

—Muy bien —dijo Costas—. Manos a la obra.

Mientras los dos hombres y él se dirigían a la popa para desacoplar el DSRV, Jack se concentró en la segunda fase de su plan, el acto final que acabaría de una vez y para siempre con el imperio del mal de Asían.

Cuando Costas regresó del conducto de emergencia, Jack estaba sentado detrás del panel de armamento. Era una de las pocas zonas que había conseguido salir indemne de la refriega.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Costas.

—Tengo una cuenta que saldar. —Jack tenía una mirada helada—. Llámalo ajuste de pérdidas.

Costas parecía intrigado y desconcertado.

—Tú eres el jefe.

—Dejar el cuartel general de Asían intacto es buscarse problemas. Habrá un montón de buenas intenciones, pero ni los turcos ni los georgianos se atreverán a tocarlo por miedo a intensificar la guerra civil y provocar a los rusos. Y ahora no estamos hablando solamente de otro señor de la guerra. Ese lugar es un centro terrorista hecho a la medida, un auténtico sueño para todos los elementos operativos de Al Qaeda, que deben de tener el número de Asían y han estado esperando esta oportunidad. —Jack hizo una pausa, pensando en Peter Howe—. Y es una cuestión personal. Se lo debo a un viejo amigo.

Jack activó las dos pantallas de LCD que tenía delante y realizó una serie de rápidas comprobaciones.

—Katya me dio algunas instrucciones antes de que nos marchásemos. Aparentemente, incluso los jóvenes oficiales de inteligencia de su graduación eran entrenados para disparar estas armas. En el caso de que se produjese un holocausto nuclear, ellos podrían ser los últimos supervivientes en un submarino o un búnker. Todos los sistemas eran autónomos y estaban diseñados para que fuesen operativos en condiciones extremas. Katya pensó que el ordenador de apoyo aún estaría operativo, incluso después de todos estos años.

—No pensarás disparar un misil de crucero —dijo Costas casi sin respiración.

—No te quepa la menor duda.

—¿Y qué me dices de todas esas obras de arte?

—La mayoría de ellas están en el complejo residencial. Es un riesgo que debo correr.

Jack controló rápidamente los monitores.

—Hice una comprobación después de que desactiváramos esas cabezas nucleares. El tubo número cuatro está ocupado por un Granat Kh-55, listo para ser disparado. El cartucho aún está cerrado por la cápsula de presión de la membrana. Ocho metros de largo, un alcance de tres mil kilómetros, velocidad de crucero punto siete cero, mil kilogramos de carga de fusión HE de impacto directo. Básicamente una versión soviética del misil de ataque terrestre Tomahawk.

—¿Sistema de dirección?

—Software de igualación de contorno del terreno y GPS similares al del Tomahawk. Por suerte, nuestro curso es una ruta directa sobre el mar, de modo que no hay necesidad de programar tácticas evasivas. Tengo las coordenadas exactas del objetivo, así que no necesitaré la cabeza guiadora y tampoco el sistema de modelo de búsqueda. Podré prescindir de la mayoría de los programas de programación.

—Pero estamos a demasiada profundidad para disparar —protestó Costas.

—Allí es donde entras tú. Quiero que te encargues de que funcionen las válvulas de pulverización de emergencia. En cuanto hayamos alcanzado los veinte metros de profundidad tú darás la orden de disparar.

Costas movió lentamente la cabeza mientras una sonrisa aviesa se abría en sus facciones tumefactas. Sin decir una palabra ocupó una posición delante del panel de control de lastre. Jack permaneció encorvado unos momentos sobre la consola y luego alzó la vista con inflexible determinación.

—Iniciando secuencia de disparo.

Sus movimientos no ofrecían ningún indicio de la fuerza terrible que estaban a punto de liberar. Jack estaba completamente concentrado en el monitor que tenía frente a él, mientras sus dedos tecleaban una secuencia de órdenes entre breves pausas y esperas. Después de haber introducido los datos, un dibujo de líneas y puntos apareció en la pantalla. En una situación de ataque real la trama hubiera presentado una imagen global de la zona seleccionada, pero conociendo las coordenadas de destino, la pantalla simplemente mostró una proyección lineal de distancia y curso, con el objetivo fijado.

—He cargado un perfil de la misión en el ordenador TERCOM y estoy calentando el misil —anunció Jack—. Iniciando la secuencia de fuego ahora.

Hizo girar la silla hacia la consola del control de fuego, eliminando la costra de precipitado del panel de control de lanzamiento para dejar expuesto el botón rojo de lanzamiento. Comprobó que todos los elementos electrónicos estuviesen activados y miró a Costas, que se encontraba detrás de la estación de control de flotabilidad. Jack no necesitaba ninguna confirmación de que estaba haciendo lo correcto, pero la visión del rostro aporreado de su amigo no hizo sino fortalecer su decisión. Los dos hombres asintieron en silencio antes de que Jack se volviese nuevamente hacia la pantalla.

—¡Contacto!

Costas cogió las dos palancas y tiró con fuerza de ellas hacia abajo. Al principio no sucedió nada, pero luego un ensordecedor siseo de gas proyectado a alta presión pareció llenar todas las tuberías por encima de sus cabezas. Momentos después, le siguió lo que parecía ser un trueno distante, cuando el flujo de aire comprimido depuró los tanques de lastre.

De forma lenta, casi imperceptible, se produjo un movimiento, una especie de crujido que aumentó hasta convertirse en un agudo crescendo que parecía vapulear el submarino de un lado a otro. Era como si una criatura que llevaba largo tiempo dormida se estuviese despertando, un gigante durmiente que abre los ojos de mala gana después de una eternidad de sueño apacible.

De pronto, la proa del submarino se elevó en un ángulo alarmante, lanzando a ambos hombres hacia un costado. Se oyó un sonido ensordecedor cuando los restos de la hélice y el timón se partieron.

—¡Espera! —gritó Costas—. ¡El submarino está a punto de liberarse!

Con un chirrido final, la popa se sacudió hacia arriba y noventa mil toneladas de submarino quedaron libres. El profundímetro, que estaba delante de Costas, comenzó a girar con alarmante rapidez.

—¡A mi señal! —gritó—. ¡Ochenta metros… sesenta… cuarenta… treinta… fuego!

Jack apretó el botón rojo y se produjo un sonido como el de un extractor en la proa del submarino. El sistema de lanzamiento abrió automáticamente la puerta hidráulica e hizo estallar una carga explosiva que lanzó el misil al agua. Apenas unos metros delante del casco, el cohete propulsor lanzó el misil con una fuerza colosal hacia la superficie, su curso ahora fijado hacia una cita mortal en un punto situado al noreste.

En el puente del

Sea Venture, Tom York se sostenía con un par de muletas junto al capitán y al piloto. Habían estado observando el despegue del último de los Seahawk desde la isla, en dirección a un recinto de máxima seguridad para terroristas en Georgia. Ahora su atención estaba centrada en el Vultura, su casco muy bajo sobre el agua, donde los explosivos colocados por Jack habían destrozado la popa. Acababan de enviar tres zodiacs con motores fuera borda de 90 caballos de fuerza para que remolcasen el casco lejos de la costa, a la zona del profundo cañón.

Cuando York volvió la vista nuevamente hacia la isla, su mirada se sintió atraída súbitamente por una perturbación en el mar, a aproximadamente un kilómetro de distancia. Por un momento pareció la onda de choque de una explosión submarina. Antes de que tuviese tiempo de alertar a los demás, una lanza de acero surgió a través de las olas. Sus gases de escape levantaban una enorme columna de agua, como el penacho del lanzamiento de un cohete. A treinta metros de altura se inclinó perezosamente y permaneció inmóvil durante un segundo mientras el propulsor, agotado, se desprendía y se desplegaban las alas. Entonces se encendió la turbohélice con un rugido estruendoso; el misil inició una trayectoria horizontal en dirección este y alcanzó muy pronto la velocidad subsónica mientras rozaba las olas como una bola de fuego.

Segundos más tarde una colosal erupción hizo que todos los ojos del

Sea Venture se volviesen hacia el mar. El

Kazbek irrumpió en la superficie como una poderosa ballena. Su proa se elevaba limpiamente fuera del agua y luego caía sobre ella con un inmenso estruendo. Cuando la enorme forma negra quedó flotando entre las olas, la única prueba de su prolongada inmersión era un ligero tinte amarillento en algunas partes del casco y los daños en la zona de popa. Su tamaño era impresionante, una pavorosa imagen de una de las máquinas de guerra más mortíferas jamás creada.

Para muchos de los exmilitares que estaban a bordo del

Sea Venture era una visión que en otra época habría provocado temor, una imagen tan potente como las de los submarinos alemanes de la clase U para la generación anterior. Pero ahora fue saludado con gritos de júbilo, ya que su aparición significaba una oportunidad menos de que unas armas de destrucción masiva cayeran en manos del terrorismo internacional y de Estados sin escrúpulos que ahora eran el enemigo común de todas las armadas del mundo.

Sea Venture, aquí el

Kazbek. ¿Me recibís? Cambio. La voz entrecortada llegó a través de la radio del puente y York cogió el receptor.

Kazbek, os recibimos alto y claro. Gracias por los fuegos artificiales. Cambio.

—Aquí tenemos algunas coordenadas. —Jack leyó un código de doce dígitos y después lo repitió—. Tal vez querríais establecer un vínculo con Mannheim a través del SATSURV. En este momento el satélite debería de estar pasando por encima de nuestras cabezas. En el caso de que algún miembro de la tripulación se esté haciendo preguntas, éstos son los tíos que destruyeron el

Seaquest.

Minutos más tarde, todo el mundo se había apiñado en la sala de comunicaciones del

Sea Venture. La tripulación del

Seaquest, que había sido recogida por el submarino de rescate, tenía un sitio de preferencia. A ellos se les unieron Ben y Andy, que acababan de atracar el DSRV. Todo el mundo se preparó para las últimas olas provocadas por el submarino y miró fijamente la pantalla cuando comenzaron a llegar las imágenes enviadas por el satélite.

En una tonalidad gris y brumosa, un grupo de edificios se extendía como los radios de una rueda alrededor de un eje central. A la derecha, el sensor infrarrojo recogió las fuentes de calor de aproximadamente una docena de personas que se movían junto a dos enormes helicópteros de doble rotor, unas máquinas de transporte que habían llegado después de la fuga de Jack. Junto con un segundo grupo, que ahora resultaba visible en la orilla del mar, todos parecían tener mucha prisa. Estaban transportando objetos que se parecían sospechosamente a pinturas y esculturas.

De pronto se produjo un resplandor y una onda de color concéntrica se proyectó hacia afuera, a extraordinaria velocidad, desde el centro de la pantalla. Cuando la imagen se aclaró, la escena era de absoluta destrucción. La construcción central había sido volatilizada, su cúpula pulverizada en un millón de fragmentos. La imagen térmica mostraba el lugar donde la explosión había destruido los pasillos que partían desde el centro. La onda expansiva había hecho el resto, derribando los helicópteros y a todas las personas que habían sido visibles; sus cuerpos inertes habían caído entre los objetos que transportaban. Era imposible que hubiesen sabido qué los había matado.

Hubo unos tímidos aplausos entre la tripulación. Ellos sabían que no era un simple acto de justo castigo, que las apuestas eran mucho más altas.

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