Asylum

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Capítulo Treinta y dos

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No solo estaba más que oscuro afuera, sino que la perpetua neblina se había transformado en una llovizna agobiante. Dan sintió la humedad empapándole la parte inferior de los jeans. Eso, en combinación con la refrescante claridad que surgía al alejarse de Brookline, hicieron que se detuviera. ¿Estaría siquiera abierta la iglesia a las ocho de la noche de un jueves?

Pero sentía que debía intentarlo. Necesitaba saber si estaba loco, poseído, o era víctima de una elaborada incriminación y, en ese preciso momento, su única pista era la posible conexión con el director Crawford.

Dobló en una curva del camino y se sintió aliviado al ver que había luces encendidas en la iglesia. Hacia la derecha estaba el frondoso túnel de árboles por el que el taxi había llegado el primer día.

Comenzó a trotar a medida que la llovizna se convertía en lluvia formal. Había una pequeña marquesina sobre las puertas principales de la iglesia; se refugió debajo de ella lo mejor que pudo e intentó abrir las puertas, pero al comprobar que estaban cerradas, golpeó fuerte con los puños.

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —dijo una voz casi inaudible.

Las puertas se abrieron hacia adentro para revelar a un anciano de aspecto bondadoso, vestido de traje y corbata. A Dan le llegaba más o menos a los hombros y le sonrió amablemente a pesar de que era obvio que lo había interrumpido.

—Adelante, adelante; no puedo permitir que te enfermes en la puerta de la iglesia.

Dan entró en un pequeño vestíbulo con suficiente espacio para algunas mesas largas. Podía ver el santuario abierto a través de las puertas arqueadas que había más adelante.

—¿Qué te trae a la Iglesia Bautista de Camford en este jueves lluvioso, joven? No recuerdo haberte visto durante el servicio dominical.

—No, yo… soy un estudiante de verano de la Universidad. Es decir, todavía estoy en la escuela secundaria. Estoy en el curso preparatorio de la universidad.

—Ah, el CPNH —dijo, pronunciando cada letra para mostrar que conocía la jerga—. Lo conozco bien. Mi nieta hizo el curso hace algunos años.

—Ah, genial —dijo Dan. Se sentía un poco incómodo por comenzar a hacer preguntas directamente, pero el hombre parecía feliz de permanecer ahí en la entrada, hablando—. Bueno, señor, lamento molestarlo tan tarde, pero una amiga mía estuvo aquí hace unos días y me dijo que la había ayudado a encontrar información sobre su tía.

—Ah, debes referirte a Abby. Sí, una chica encantadora. Me recordó a mi nieta, de hecho.

—Bien, tenía la esperanza de que pudiera ayudarme con lo mismo, supongo. Solía tener familiares en Camford también.

—¿Ah sí? —el pastor lo observó de forma extraña, como si no le creyera. Dan decidió que debía seguir el ejemplo de Abby y hablar de todo abiertamente.

—La verdad es que no estoy seguro, para ser completamente honesto. Estuve en hogares de guarda y después me adoptaron mis padres actuales, pero han sucedido algunas cosas extrañas este verano que me hacen pensar que podría haber encontrado a mis parientes biológicos aquí, en Camford.

—Déjame adivinar: ¿Daniel Crawford? —la actitud del pastor se había vuelto solemne, casi gélida.

Dan —dijo él, en tono defensivo—. ¿Cómo lo sabe?

—Es una ciudad pequeña, señor Crawford —y, entonces, cuando Dan se quedó simplemente mirándolo, agregó—: el señor Weathers es uno de mis feligreses.

Le tomó un momento darse cuenta de que se estaba refiriendo a Sal Weathers.

—Ah, eso. Sí, mi visita a su casa no salió muy bien. Pero Sal, el señor Weathers, creyó que le estaba haciendo una broma o algo, pero no fue así, lo juro. En verdad mi nombre es Dan Crawford, y realmente quería saber sobre Brookline.

—Te creo —dijo el pastor en tono conciliador, pero con una expresión seria—. Aunque pienso que para el señor Weathers, la idea de que no estuvieras bromeando resultaba aún más aterradora.

—Oh. Entiendo.

—¿Entiendes? ¿Cuánto sabes acerca de lo que sucedía en realidad en Brookline?

—Sé mucho más de lo que nos están diciendo —dijo en tono desafiante.

—Ciertamente.

Era casi como si estuvieran jugando un juego de póquer y cada uno intentara adivinar lo que el otro sabía. Finalmente, el hombre suspiró; si su conversación era un partido, lo estaba abandonando.

—Bien, admito que yo era solo un niño cuando el director Crawford se hizo cargo del manicomio, pero los rumores de lo que sucedía bajo su régimen son legendarios. Condiciones inhumanas en el mejor de los casos, experimentos tortuosos en el peor. No son precisamente recuerdos que la gente de la ciudad esté deseosa de revivir.

Dan se deprimió, sintiendo que lo habían reprendido.

—Sin embargo, sí recuerdo a la familia del director —continuó el pastor y Dan se puso alerta de golpe—. Oh, sí: tenía una familia. No tenía esposa ni hijos propios, pero los muchachos Crawford eran oriundos de Camford y Daniel era el mayor de tres hermanos. Para cuando regresó de la facultad de medicina para asumir el rol de director de Brookline, sus hermanos más jóvenes se habían establecido aquí, uno como mecánico y otro como vendedor de ropa. Daniel siempre había sido el más inteligente.

El pastor tenía la mirada perdida mientras recordaba los detalles de un lugar olvidado mucho tiempo atrás.

El mecánico, Bill, tenía una esposa que acababa de tener un niño cuando el manicomio cerró. Eso hubiera sido en el año… déjame ver, ¿setenta y dos? Poco después, todos los Crawford abandonaron Camford, expulsados de la ciudad en desgracia.

—¿Por qué?

—Oh, fue una auténtica cacería de brujas. Daniel fue enjuiciado, por supuesto, y cuantos más detalles se divulgaban durante el caso, más gente pedía que todos los Crawford se fueran. Como si tuvieran malos genes o algo así.

—¿Y qué pasó con… con Daniel?

—Bien, por un tiempo intentó alegar demencia. E incluso tenía argumentos convincentes: algunas de las cosas que hizo en ese sótano, algunas de las razones que dio… La gente estaba indignada, como era de esperarse. Pero al final, nunca se llegó a un veredicto. Otro de los presos se metió en su celda y lo mató. Aparentemente, las cerraduras de esas celdas no funcionaban como debían.

Dan estaba estupefacto.

—Guau —fue todo lo que logró decir.

—Fue algo terrible —dijo el pastor. Seguía de pie, bloqueando la entrada al santuario, de manera que Dan comenzó a tener la sensación de que quería que se marchara—. En cualquier caso, puedo decirte ahora mismo que no encontrarás a ninguno de los Crawford en nuestros registros de bautismo; fueron eliminados mucho antes de que yo me convirtiera en el pastor de esta iglesia.

—Supongo que entiendo la razón —dijo Dan, aunque le resultaba curioso que el pastor ya supiera esa información—. Bien, creo que será mejor que me vaya pero ¿le molesta si antes le hago una pregunta más?

—En absoluto.

—Es acerca de Dennis Heimline. E-El E-Escultor —tartamudeó—. He escuchado que algunos dicen que murió en el año que Brookline cerró, pero el señor Weathers dijo que nadie sabe con seguridad qué le sucedió.

—Me temo que en este caso el señor Weathers tiene técnicamente la razón. Todos suponemos que Dennis Heimline murió, por supuesto, dada la naturaleza de lo que debe haber soportado en el manicomio. Pero mientras los demás pacientes fueron ubicados con el tiempo, el cuerpo de Heimline nunca fue encontrado.

Dan se estremeció. Entonces, murmurando un agradecimiento, giró para irse.

—Oh, y ¿señor Crawford? —dijo el pastor, tomando a Dan por el codo—. Espero que no culpe a Sal por cualquier problema que le pueda haber causado. Creo que puede entender por qué se alteraría al hablar de todo esto.

—Absolutamente. Gracias por toda su ayuda, ¿señor…?

—Bittle —dijo el pastor con una mirada seria—. Ted Bittle.

Dejó la iglesia más consternado que cuando había llegado. Había ido allí a buscar pruebas, una confirmación, pero todo lo que tenía ahora eran más posibilidades. Su abuelo posiblemente había sido un mecánico. El director Crawford, quien posiblemente era su tío abuelo, había muerto en prisión, mientras que El Escultor posiblemente seguía con vida. Y si Dan no había imaginado la ficha que Jordan había encontrado en el sótano, el pastor de la Iglesia Bautista de Camford posiblemente estaba emparentado con otro de los pacientes homicidas de Brookline.

Estaba feliz de dejar atrás la iglesia. Pero si antes estaba lloviendo, ahora diluviaba. El camino de grava se había puesto resbaladizo y traicionero. Intentó apuntar su linterna hacia adelante y correr al mismo tiempo, pero patinaba y resbalaba con piedras flojas. Apenas había llegado al camino principal cuando decidió que era una estupidez intentar volver con ese clima. Corrió hacia la tupida protección del bosque. Dos pasos bajo los árboles y la tormenta se convirtió en unas pocas gotas dispersas que lograban pasar entre las ramas, que se apiñaban como un embrollo de dedos. Solo tenía que esperar a que el aguacero amainara.

Una rama se quebró detrás de él, con un sonido fuerte, incluso a pesar del ruido de la lluvia.

Se volvió a tiempo para ver un venado que corría a toda velocidad entre el laberinto de árboles, a menos de tres metros. Dejó escapar un suspiro profundo.

Es solo un venado, Dan. Cálmate.

Pero cuando apuntó su linterna hacia donde había estado el venado, vio un destello en la oscuridad, como el reflejo de la luz sobre acero. Al principio pensó que podía ser algún tipo de trampa para animales o algo para marcar un camino… hasta que vio la cuerda atada alrededor, tirante, que se estiraba hacia las sombras, y se dio cuenta de que era una estaca de metal clavada en un árbol.

—¿Hola? —llamó, imaginando a un cazador varado por la lluvia. Pero era ridículo, ¿quién cazaría tan cerca de la Universidad?— ¿Hay alguien ahí?

Dan sacó las tijeras de su bolsillo. Difícilmente lo hacían sentir más seguro. Con cuidado, pasó por encima de ramas caídas y montones de maleza. Llegó al árbol con la estaca y apuntó su linterna a lo largo de la cuerda.

Todavía esperaba encontrar una red al final, lista para atrapar a algún animal desprevenido.

En lugar de eso, encontró una mano humana.

—¡Dios mío! Oh Dios mío, oh Dios mío —farfulló, temblando descontroladamente, mientras intentaba asimilar lo que estaba viendo en el haz oscilante de su linterna.

Era un hombre; sus manos estaban conectadas mediante cuerdas a dos árboles cercanos, estiradas ligeramente hacia atrás de manera que lo forzaban a inclinarse hacia adelante por la cintura.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Dan, aunque estaba seguro de la respuesta.

Se acercó tanto como se atrevió. Tenía miedo de tocarlo, seguro de que se alzaría de golpe y lo agarraría o lo mordería, como un zombi. Pero se obligó a colocar dos dedos temblorosos sobre el cuello del hombre. Esperó a sentir su pulso. Nada.

—Oh, Dios mío…

Se dispuso a cortar las cuerdas con la tijera, pero se detuvo. Esto era la escena de un crimen y sería mejor que no la alterara.

A esa distancia, Dan finalmente podía distinguir los detalles del rostro del hombre. Lo reconoció.

Era Sal Weathers.

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