Asylum

Asylum


Capítulo Quince

Página 19 de 44

¿Qué clase de broma de mal gusto era esa?

Miró a Félix, que no se había dado vuelta ni había movido un solo músculo.

—¿Estás seguro de que no viste quién dejo esto?

—Estoy seguro. ¿No está firmado?

—No, no está firmado —Dan le mostró la tarjeta a Félix, pero no le dio tiempo de leerla.

—Humm. Qué extraño. ¿Reconoces la letra? —Félix continuó explorando el sitio en el que estaba, haciendo girar la ruedita del mouse, que sonaba suavemente.

—No, parece caligrafía o algo así. Nadie escribe así ahora…

—Los calígrafos escriben así.

—¿Conoces a alguno? —preguntó Dan, irritado.

Finalmente, Félix se volvió. Pensó por unos instantes y luego dijo con calma:

—No en este curso, no. Pero sí tengo un amigo en la escuela que es muy bueno en Caligrafía.

—Eso no me ayuda —suspirando, Dan se dejó caer sobre la silla y la hizo girar—. Lo siento; mal día.

—Entiendo, y espero que encuentres a tu misterioso amigo por correspondencia. Hundiéndose más en la silla, Dan le dio vuelta a la tarjeta una y otra vez, estudiando la letra, tratando de encontrar alguna pista en las palabras. Hidra. Había por lo menos cincuenta alumnos en la clase del profesor Douglas que podrían haber escuchado el ingenioso apodo que les había puesto el día anterior. Dan no tenía forma de determinar la identidad del autor de la tarjeta.

¿Y si Joe, el prefecto que los había descubierto en la sección antigua, había dejado el sobre en su escritorio? De hecho, tenía sentido de una manera extraña. Joe querría evitar que anduvieran husmeando a altas horas de la noche otra vez y la nota era suficientemente espeluznante y amenazadora como para hacer que Dan lo pensara dos veces antes de repetir lo que habían hecho la noche anterior. Además, como preceptor, Joe debía tener una llave maestra de las habitaciones, lo cual explicaba todo, porque Dan estaba seguro de que había cerrado con llave aquella mañana.

El nudo que tenía en el estómago se aflojó un poco. Pensar que Joe era el autor de la nota hacía que todo fuera más explicable, al menos, y tal vez hasta un poco gracioso. Ja, ja, Joe, me rindo.

Pero no estaba completamente convencido. Decidió llevar la tarjeta a la cena. Si Jordan y Abby también habían recibido notas, quizá podrían descubrir juntos lo que sucedía.

Dan sabía que no podría estudiar en el tiempo que quedaba hasta la hora de cenar. Y, en todo caso, la nota había reforzado su decisión de conocer a Sal Weathers. No tenía suficiente tiempo para ir hasta la ciudad y volver antes de su próxima clase, así que decidió saltársela. Volvió a ponerse la sudadera, buscó la dirección de Sal en su celular, tomó su mochila y salió deprisa.

Se sentía bien alejarse de la residencia. Ahí siempre tenía una sensación de opresión.

El clima parecía estar en su misma longitud de onda, nublado y frío, a pesar de que era verano. Parecía que iba a llover. Dan caminó rápidamente, manteniendo la cabeza baja y siguiendo la senda que llevaba de la residencia hacia el sector académico y más allá. El camino pavimentado comenzó a descender, trazando una curva amplia al bajar una colina. En contraste con el ajetreo del campus, Camford siempre parecía pequeña y silenciosa. Aquel día las calles estaban prácticamente vacías; una camioneta solitaria pasó a gran velocidad mientras Dan llegaba al pie de la colina.

Tres cuadras, una tienda de donas y un taller mecánico después, Dan había llegado a su destino. Se encogió más en la sudadera, observando el camino de entrada que llevaba a una casa de ladrillo con buhardilla, algo retirada de la calle. Hizo una pausa y miró por encima de su hombro, tratando de ver por arriba de los árboles. Desde ahí podía divisar la punta del campanario de la vieja iglesia y, más atrás, el salón Wilfurd y el techo de Brookline.

Sacó un cuaderno y un bolígrafo de su mochila y se preguntó cuál sería la mejor manera de presentarse.

Había una sencilla cruz de mimbre colgada en la ventana de la puerta de entrada. Tocó y de repente se sintió ronco por los nervios. Comenzó a pensar que había sido un error ir allí. Claro, Sal parecía locuaz en su sitio web pero ¿sería igual de efusivo en persona? Dan tendría que expresar su propio interés de alguna forma que lo ayudara a obtener la información que necesitaba.

Volvió a tocar, esta vez con más convicción. Finalmente, oyó sonidos que venían del interior.

Un rostro manchado y arrugado apareció en la ventana tras la cruz, y un segundo después la puerta se abrió. Un aroma a velas de canela salió a su encuentro.

—¿Qué vendes?

—¿Vender? ¡Oh! No, nada… Vengo de la Universidad —explicó Dan. Indicó torpemente por encima de su hombro hacia la colina—. Iba a enviarle un correo electrónico, pero… lo siento, sé que esto es extraño, pero encontré su sitio web. El que habla de Brookline. Estoy haciendo un proyecto acerca del lugar y usted parecía el experto local, así que…

Sal se quedó mirándolo, evidentemente tratando de decidir si Dan estaba loco, si bromeaba o ambas cosas.

—Pasa —murmuró finalmente y desapareció en el oscuro vestíbulo. Se encendió una luz y Dan pudo ver una zapatera llena casi exclusivamente de botas de trabajo y calzado de mujer—. ¿Así que encontraste mi pequeño informe en Internet, eh? Bien. Eso es bueno. Más gente debería estar enterada. Pero debo decirte que no me gusta mucho hablar del tema. A ninguno de nosotros nos gusta. Dije lo que pensaba en ese sitio y ahora para lo único que quiero hablar de ello es para lograr que derrumben ese maldito lugar. Claro que hay una perra de la Universidad que no lo admite, ¡dice que es histórico!

—Creo que se refiere a la profesora Reyes —dijo Dan, deliberadamente—. De hecho, está planeando un seminario en la residencia y después…

—¿Una residencia? ¿Así que ahora están alojando a estudiantes ahí? Eso sí que es gracioso —se dirigió a la cocina arrastrando los pies y Dan lo siguió. Tenía el presentimiento de que se marcharía con el cuaderno vacío—. Esta es mi esposa —dijo Sal—. No nos prestes atención, querida… Este joven viene de la Universidad, pero no va a quedarse mucho tiempo.

La cocina era pequeña y estaba amueblada con gabinetes laminados baratos y azulejos color malva. Dan agachó la cabeza tímidamente. Saludó con un «Hola» a la esposa de Sal. Era delgada y tenía los pómulos hundidos, pero Dan vio la sombra de una mujer hermosa que había envejecido y se había vuelto frágil. Su cabello abundante estaba atado en un rodete en su nuca, y un espeso flequillo le cubría la frente. Tenía la mirada perdida y las manos apoyadas suavemente sobre la barra que estaba en medio de la cocina.

Sal caminó alrededor de la barra hasta encontrar una taza de café. Revisó su contenido y tomó un gran sorbo. Cuando volvió a mirar hacia arriba y vio que Dan seguía ahí, una mirada de resignación cruzó por su rostro. Caminó arrastrando los pies en dirección a él, hasta que estuvieron frente a frente y, apenas susurrando, le dijo:

—Muy bien. Te dejaré hacer una pregunta. ¿Qué tienes tantas ganas de saber?

Dan casi no sabía por dónde empezar. Trató de reunir todos sus pensamientos en una única pregunta. Finalmente, y con la esperanza de que esa única pregunta llevara a muchas respuestas, dijo:

—Solo quería saber más acerca de Dennis Heimline —al instante, supo que algo estaba mal. Sal se encogió como si lo hubiera golpeado y, tras él, su esposa dejó de mirar fijamente lo que fuera que le pareciera tan interesante por encima del hombro de Dan y fijó la mirada en sus ojos. Dan continuó metiendo la pata—: Yo, eh, bien, tenía curiosidad acerca de la relación entre el último director y Dennis Heimline, El Escultor…

—¿Cómo dijiste que te llamabas? —interrumpió Sal, apoyando con un golpe la taza sobre la isla.

—Yo n-no se lo había d-dicho —tartamudeó, retrocediendo—. Mi nombre es Dan. Dan Crawford.

Fue como si estallara una bomba. De repente, la mujer de Sal comenzó a gritar, se arrojó sobre la barra moviendo los brazos violentamente, haciendo que la taza y una pila de platos cayeran al suelo. Dan saltó hacia atrás y Sal se le fue encima con el rostro arrugado enrojecido.

—¿Qué clase de broma perversa es esta? Mi esposa está enferma y tú vienes a molestarnos, malditos chicos de la Universidad, siempre tan listos, tan ingeniosos, ¿eh? Pues no eres tan listo hoy, ¡fuera! ¡Fuera!

Dan ni siquiera se volvió y retrocedió lo más rápido que pudo sin tropezar con la zapatera ni la puerta. Los gritos de la mujer lo siguieron hasta la entrada. Sal permaneció en la puerta, todavía gritando «¡Vete de aquí!», como si no fuera exactamente lo que Dan intentaba hacer.

Corrió. Corrió hasta llegar a la colina y al camino que conducía de vuelta a la Universidad. ¿Qué acababa de suceder? ¿Qué había dicho? ¿Cómo podía ser que Dennis Heimline fuera un tema tan delicado si el propio Sal había escrito sobre él?

Cuando llegó a su habitación, Félix se había ido. Había una nota en la pizarra que decía simplemente: «Partí hacia el gimnasio a las 16:00 hrs». Dan alzó la mirada pensando, otra excentricidad de Félix.

Se quitó la mochila y se lanzó sobre la cama. Abatido, se acostó boca arriba y apretó con fuerza la almohada contra su rostro. Había faltado a clases ¿para qué? No estaba más cerca de descubrir el vínculo que había entre el director, el Escultor, Brookline y él mismo de lo que había estado al comenzar el día. Y ahora tenía la imagen del rostro aterrorizado de la esposa de Sal para agregar a la lista de cosas que lo atormentaban. Y sus alaridos…

Dan gimió contra la almohada. Tenía que dejar de pensar en eso o se volvería loco por nada. Sal solo era un viejo chiflado que odiaba la Universidad y todo lo asociado con Brookline. Probablemente había crecido en Camford, resentido con los chicos que podían pagar una educación superior. ¿No había incluso unos términos referidos a eso? ¿Los lugareños y los «togas»? No era su culpa.

Afuera, había comenzado a llover. Eso haría que la caminata hasta el comedor fuera menos agradable. Pero después de la tarde que había pasado, estaba ansioso por un poco de compañía y ya eran las cinco menos cinco, así que pronto habría gente en el comedor. Agarró la nota sobre la Hidra y bajó. Cuando pasó cerca del pasillo que llevaba a la sección antigua, repentinamente sintió la tentación de ir hacia allá y esconderse, pero siguió adelante en dirección a la puerta principal, sacudiéndose para quitarse el miedo que le recorría la espalda.

Se puso la capucha de la sudadera y corrió bajo el aguacero hasta el comedor. Se secó cuando llegó a la entrada y se colocó en la fila de estudiantes formados.

Noche de macarrones con queso. Podría ser peor. Dan tomó una bandeja mientras buscaba a sus amigos con la mirada entre rostros medio familiares. Vio entrar a Yi, que saludó con la mano a unos chicos que estaban al otro lado del comedor antes de ubicarse tras él en la fila.

—¿Qué tal? —preguntó Yi, tamborileando con los dedos en su bandeja celeste.

—Ya sabes, lo de siempre. Estudio. Clases —notas amenazadoras, psicópatas—. ¿Tú?

—Increíble —Yi sacó un papel de un bolsillo de sus pantalones cargo y se lo entregó a Dan. Oh Dios, ¿Yi también había recibido una nota extraña? Pero cuando lo abrió, Dan vio que solo se trataba de la impresión de un perfil de citas en línea de alguien con el nombre de usuario Chloe_Chloe13, entre cuyos gustos estaban esquiar y Amélie.

—Tengo una beca para estudiar en el extranjero en otoño. En el Conservatorio de París… —Dan le devolvió el papel y vio que Yi sonreía con ensoñación mirándolo—. Solo unos meses más y estaré nadando en un mar de atractivas mujeres extranjeras.

Dan tosió.

—Sííííííííí, podría haberlo dicho de otra manera —Yi guardó el papel en su bolsillo. La fila avanzó—. ¿Cómo está todo con Abby?

—¿Ehh? —se acercaron al bufet. Dan puso macarrones sobre su plato tibio—. ¿Cómo sabías…?

—Jordan mencionó algo acerca de una cita o algo así. ¿Cómo te fue?

Sorprendentemente, Yi evitó los macarrones con queso y se dirigió hacia el plato vegetariano, algo con lentejas y trozos de materia vegetal imposibles de identificar.

—¡Mi relación con Abby está bien! —logró decir Dan, con la voz ronca. Honestamente no sabía qué pensar, teniendo en cuenta cómo se había comportado aquella mañana—. Supongo que fue una cita. Solo cenamos en Brewster’s, hablamos… La pasamos bien —Dan volvió a meter el cucharón de metal en los macarrones para servirse otra porción.

—¡Tonterías! ¿Hubo acción?

Dan dejó caer la cuchara, que rebotó ruidosamente contra el borde de la bandeja del bufet. Logró atraparla, pero no sin antes salpicarse con la salsa de queso.

—¡Maldición, está caliente! —empujó la cuchara con el codo hacia adentro de la bandeja e intentó quitarse el queso naranja fluorescente del antebrazo.

Yi rio por lo bajo y se alejó de la fila.

—Tomaré eso como un no.

Dan maldijo, tomó un pan de los que había ahí y se dirigió a su mesa habitual. Se dejó caer en la silla más cercana a la ventana y se quedó meditando melancólicamente frente al plato de comida caliente. Su velada con Abby era algo privado, no abierto a discusiones informales en la fila para la cena. O quizás el problema era que no sabía en qué situación estaban y no quería atraer la mala suerte presumiendo al respecto. Se frotó las marcas rojas del brazo; todavía le dolían.

—Hola.

Era Abby; su cabello era una maraña mojada y tenía los ojos rojos. Apoyó su bandeja en la mesa y se sentó lentamente, como si se estuviera moviendo dentro del agua.

—Hola —dijo Dan, olvidando sus quemaduras.

—¿Me puedo sentar? Es decir, ya estoy sentada pero… —suspiró, con la mirada fija en su sopa—. ¿Te molesta?

—No, faltaba más —dijo Dan—. Esperaba que vinieras.

—¿Sí? —sonriendo, Abby puso los codos sobre la mesa—. Gracias. Fui… fui bastante desagradable en el desayuno. Pero tengo una buena excusa, te lo aseguro. Yo no… no me comportaría así porque sí.

—No hay problema —respondió él—. Todos podemos tener un mal día —señaló con la cabeza la ventana que estaba detrás de ellos; la lluvia caía ruidosamente contra el vidrio—. ¿Ves? El clima también se siente horrible.

—No, me gusta la lluvia. Es relajante. Refrescante —se quedó mirando por la ventana. Había charcos en las partes bajas del jardín y en los caminos, y la neblina se arremolinaba de tal manera que era imposible separarla de la lluvia—. Necesitaba un poco de lluvia.

Dan sonrió. Ya estaba haciéndolo sentir mejor. Decidió que iba a esperar a que Jordan llegara para mencionar la nota, así que él y Abby cenaron en un cómodo silencio hasta que Jordan entró trastabillando al comedor. Tras una pasada rápida por el bufet, se sentó con una taza de café humeante y una rebanada de pastel de crema. Ni siquiera los saludó. La lluvia y el vapor del café le habían empañado los lentes.

Pero Dan no podía esperar más.

—Recibí una nota —soltó bruscamente, sobresaltando a Abby y a Jordan.

Buscó en su bolsillo de atrás y sacó la tarjeta, dejándola caer sobre la mesa en medio de ambos. Jordan la levantó.

—¿Cómo matas a una Hidra? ¿Qué demonios…?

—Voltéala.

Jordan leyó la parte de atrás; su rostro expresaba una mezcla de confusión y desagrado.

—¿Qué es esto? ¿De dónde salió? —Jordan empujó la tarjeta haciendo una mueca y Abby la tomó.

—Estaba en mi escritorio cuando regresé de clase. Félix no vio quién la dejó, pero alguien logró entrar en la habitación a pesar de que estoy seguro de que cerré la puerta con llave. ¿Ustedes no recibieron nada parecido?

Ambos negaron con la cabeza. Dan estaba consternado. No se había percatado de cuánto contaba con que hubiera sido una broma pesada. Frotándose las sienes dijo:

—Creo que podría ser de Joe. No sé quién más podría dejarme algo así o siquiera entrar en mi habitación. Pero estaba seguro de que les habría dejado notas a ustedes también —Dan formó una pequeña colina con sus macarrones—. No me gusta sentirme diferenciado del resto.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Abby, devolviéndole la tarjeta.

Dan se encogió de hombros. Sabía que sería imposible explicar por qué le molestaba tanto. Él mismo no estaba seguro de entenderlo muy bien.

—Solo ignóralo —dijo Jordan—. Joe está tratando de alterarte, es todo. Es lo que hacen los bravucones. Confía en mí, sé de eso. Es preferible que no dejes que te afecte.

Se quedaron en silencio por un momento. Entonces Abby dijo:

—Hay algo más. Tu nota… es importante y todo, pero yo quería contarles algo también. Es lo que les iba a decir en el desayuno, antes de… bueno, de enfadarme tanto —hizo una pausa—. No sé muy bien cómo decir esto —dijo, retorciéndose las manos—. Así que lo haré simple, probablemente sea lo mejor, si es que hay algo acerca de esto que sea simple.

Mientras hablaba, Dan notó que toda su actitud cambiaba. Encorvó los hombros y la luz de sus ojos se apagó.

Abby inhaló profundamente, y se atrevió a soltarlo por fin.

—Mi tía. La hermana de mi padre. Estuvo internada aquí.

Se hizo un silencio. Dan y Jordan se miraron el uno al otro.

—Ehh… ¿Cómo lo sabes? —preguntó Dan.

—Miren lo que encontré anoche —Abby sacó una ficha de su impermeable. Era de las que estaban en la oficina del director y se veía igual a la de Dennis Heimline. ¡Entonces Abby también se había llevado algo!

Con manos temblorosas, Abby dio vuelta a la ficha para que Dan y Jordan pudieran leerla. Tenía solo cuatro líneas, escritas a máquina.

Valdez, Lucy Abigail.

Nacimiento: 15/7/1960

FDI: 12/2/1968

Recuperada: N

Ir a la siguiente página

Report Page