Asya

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El primer beso

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El primer beso

Año 1930

 

 

—No, señorita, ¡eso sí que no! —la regañó babushka al ver la vestimenta descuidada de su nieta y su pelo rebelde esparcido sobre sus hombros—. Vuelve a tu cuarto y ponte el mejor vestido que tengas. Acabas de cumplir quince años, una buena edad para comenzar a portarte como una verdadera señorita. Y péinate estos rizos enredados, ¿a quién habrás salido tan descuidada y alocada?

—Ay, babushka, deja de regañarme. No hace falta que me pavonee demasiado, es solo una simple cena en la casa de nuestros vecinos. —La joven mostró una mueca contrariada, pero el tono severo de su abuela le hizo regresar a su cuarto para cambiarse el mono de trabajo en tono grisáceo que pensaba ponerse. A Asya le gustaba la ropa elegante y las jóvenes que vestían con clase, sin embargo, carecía del buen gusto y de la paciencia necesaria para hacer lo mismo que ellas. Buscaba siempre ponerse ropa cómoda, que se pudiera poner y quitar en un santiamén. Tal vez, si su madre viviera, habría encontrado placentero el hecho de ir a la modista para hacerse bonitos vestidos.

—Es muy raro que los Fedorov nos hayan invitado a cenar así, de repente. Que yo sepa no se celebra ningún santo esta semana ni tampoco hay nada especial que festejar. ¿Tú sabes algo? —preguntó babushka mientras se recogía su pelo canoso en un moño estricto detrás de la nuca.

Asya se paró junto a la puerta y lo pensó un momento. Ahora que babushka lo mencionaba, sí parecía un poco extraño que los Fedorov les invitaran a cenar un miércoles cualquiera.

—No, yo no sé nada. Ayer vi a Pasha mientras daba un paseo con Asuán por la colina, pero no me comentó nada referente a la cena.

—¿Nada? —insistió su abuela con perspicacia mientras se colocaba un pañuelo de pana en la cabeza y daba por finalizado su acicalamiento.

Los colores invadieron el rostro de su nieta, quien negó con un gesto y se refugió en su cuarto. Cerró la puerta y se apoyó contra el marco de la misma deseando que los latidos de su corazón no fuesen tan fuertes. Se tocó la frente con los dedos, en un intento de serenarse, al tiempo que se preguntaba si sus abuelos tenían algún poder sobrenatural para detectar cuándo ella les ocultaba la verdad.

Se quitó el mono de trabajo a regañadientes y eligió un vestido azul marino con flores amarillas que su abuela le había comprado para lucirlo en las misas de los domingos. No estaba acostumbrada a llevar vestidos, y cada vez que lo hacía, se sentía extraña y fuera de lugar. Era como si la prenda le quitase su esencia y la convirtiese en una desconocida. Se contempló en el pequeño espejo que adornaba la pared recién pintada de su dormitorio y no le gustó el efecto soso de su aspecto, por lo que lo adornó con un ancho cinturón de cuero, que apretó con determinación a su talle, y completó su atuendo con unas botas altas que le llegaban hasta la mitad de la rodilla. Mientras daba los últimos retoques a su aspecto, imágenes del día anterior llegaban a su retina para atormentarla.

***

Había salido a dar su paseo como cada día, al atardecer. Ella y Pasha nunca quedaban formalmente, pero conocían sus respectivas rutinas y casi siempre acababan juntándose en alguna parte. Puso a Asuán a trote medio y se dirigió, de forma inconsciente, a la zona frondosa que bordeaba la parte baja del río Térek. A principios de junio, la tarde resultaba agradable y una brisa suave agitaba sus largos cabellos oscuros.

Un rato después observó la silueta de su amigo, paseando impaciente a la orilla del río. Ella tiró de las riendas para detener el caballo y lo dejó atado a un árbol con una larga correa que le permitiese pastar a sus anchas por los alrededores.

Una vez que estuvo segura de que su caballo tendría pasto para entretenerse se acercó sonriente a Pasha y, al ver su rostro enfurruñado, le dijo a modo de disculpa:

—No me mires con esta cara.

—No te miro con ninguna cara que no hayas visto antes. Llegas tarde.

—Que yo sepa no habíamos quedado.

—¡Asy! —En la voz de él se filtró una pizca advertencia—. Desde que tienes edad para cabalgar fuera de la propiedad de tu abuelo, nos vemos cada atardecer, en el mismo lugar. Que me parta un rayo si a esto no se le llama quedar.

—Lo sé —contestó despreocupada al tiempo que se sentaba sobre la hierba, invitándole con la mano a unirse a ella—. Lo que yo digo, amigo, es que algún día me tendrás que invitar a quedar. Digo, así, en plan caballeroso, pedirme que me reúna contigo. —Se puso de pie de un salto y, acercándose a su amigo, le apuntó con el índice en el pecho—. ¡Una cita! ¡Sí! Eso es lo que quiero. ¡Una cita de verdad!

Los ojos grises de Pasha se agrandaron ligeramente. Apoyó su espalda contra el tronco de un árbol y cruzó los brazos alrededor de su torso. Era su bien conocida pose «de pensar las cosas».

—Y según tú, ¿cuál sería la diferencia? Yo no veo ninguna. Quedar es eso, quedar.

Asya se cubrió los ojos, con la palma de su mano, en un fingido gesto de impotencia.

—Los chicos debéis de tener el cerebro más pequeño que las chicas o el tuyo en concreto…

No llegó a terminar la frase cuando, de pronto, sintió la respiración caliente de Pasha en su pelo. No se atrevió a moverse, aunque si retiró la mano para destaparse los ojos. Era la primera vez que él cruzaba la línea de la amistad y se acercaba de ese modo tan íntimo a ella. Las manos ásperas del que, hasta entonces, era su mejor amigo se posaron sobre sus mejillas y, con exquisita delicadeza, le enmarcaron el rostro.

La expectación de lo que iba a pasar a continuación fue tanta, que los dos se olvidaron de respirar. Ella tensó todos los músculos de su cuerpo cuando sintió cómo los labios suaves de Pasha se posaron sobre los suyos. Asustados de sus propios temores y sentimientos encontrados, no llegaron a intensificar el beso más allá de unos suaves movimientos entrecortados. Asya se sintió mareada de felicidad como si el mismísimo mar Negro la hubiese abrazado en un sofocante día de verano.

Desde hacía unos meses soñaba con que él la besara, pero dudaba de que lo llegara a hacer algún día. Pasha mostraba en todo momento rectitud, era la clase de chico que nunca hacía trampas en los juegos, ni mentía para quedar bien. En resumidas cuentas, el tipo de muchacho que nunca besaría a la que él consideraba su mejor amiga.

Prolongaron unos instantes más aquel tensionado primer beso. Animada por su cercanía, Asya le rodeó el cuello mientras se pegaba ansiosa contra su pecho. Una avalancha de emociones la recorrieron por dentro puesto que era la primera vez que besaba a un chico. Nunca había imaginado que estar abrazada al cuerpo de Pasha la haría estallar por dentro con tanta intensidad. Ni que juntarse los labios con otro ser humano fuera tan placentero.

***

—¿Estás lista? Date prisa, dedushka nos está esperando —la apremió su abuela desde el otro lado de la puerta.

Asya se sobresaltó porque los recuerdos de la tarde anterior la hicieron cerrar los ojos. Se moría por repetir aquello y, de no haber sido por esa inoportuna cena, Pasha y ella se estarían besando ahora mismo. O, al menos, eso esperaba.

Y con un poco de suerte puede que le metería la lengua dentro de la boca. Asya había escuchado en la escuela a algunas chicas mayores decir que un beso con lengua era una de las cosas más placenteras que podían existir. Se ruborizó ante esos pensamientos indecorosos, pero no lo suficiente para no desear que ocurriera de verdad.

—Ya voy, babushka —gritó y se dispuso a trenzarse el cabello a toda velocidad.

No sabía muy bien como domar su abundante mata de rizos oscuros que le llegaban hasta la mitad de la espalda por lo que decidió hacerse una coleta trenzada a la que enrolló un par de veces alrededor de la nuca, consiguiendo hacerse un recogido decente. Se alisó con agua edulcorada con azúcar los rizos que se empeñaban en sobresalirle del improvisado peinado y se pellizcó unas cuantas veces las mejillas para infundirles algo de color. Inspeccionó su floreado vestido con ojo crítico y se realzó con firmeza los pechos, que ya estaban plenamente desarrollados y le hacían un escote bastante apetecible. Se sorprendió al darse cuenta de que deseaba lucir apetitosa y supo en este instante que la relación entre ella y Pasha nunca volvería a ser la misma. Para bien o para mal, habían cruzado un umbral que cambiaría sus vidas para siempre.

 

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