Asya

Asya


El primer día de trabajo

Página 23 de 55

El primer día de trabajo

 

 

Matusalén llegó sano y salvo al día siguiente y Asya se alegró de que su instinto le fallase por una vez. No hubiera soportado separarse de todos sus seres queridos el mismo día.

La joven pasó parte de la mañana con Asuán III, a quién decidió, finalmente, bautizar con el nombre de As. Le parecía que el primer nombre le traería malos recuerdos y esa nueva vida se merecía su propia oportunidad.

Acudió a la cocina donde sus abuelos estaban desayunando. Al verlos muy abatidos y preocupados por ella, hizo de tripas corazón y se mostró contenta con el hecho de ir a trabajar a la finca vecina. En cierto modo, sus tareas serían las mismas que las que realizaba en su día a día habitual, ya que cuidaría de los caballos de dedushka, con el aliciente de que esos animales ahora pertenecían al comandante Fedorov. Decidió que, a partir de ese momento, se adaptaría a las nuevas circunstancias y mantendrían una relación cordial de jefe y empleada.

Mientras se tomaba un vaso de leche, edulcorado con miel de abejas, puso al corriente a sus abuelos de lo ocurrido a Asuán II y le pidió a dedushka que fuera al bosque a recoger el cadáver del animal para darle una decente sepultura. Para levantar los ánimos decaídos de los dos ancianos, les relató el nacimiento de As y el hecho de que Pasha había permitido que se quedase en la hacienda.

Asya se emocionó al ver la sincera alegría de su abuelo, quien encontró en esa nueva vida un punto de anclaje. Desde siempre se había dedicado a la crianza de caballos y, al haberse quedado sin ellos, se sentía vencido. Dedushka la acompañó a los establos para conocer al potro recién nacido. Su rostro contraído se relajó, poseído por el dulce sabor de la esperanza mientras acariciaba con ternura la estrella blanca de la frente del animal. Asya sabía que necesitaba estar activo, sentirse útil, por lo tanto, le encomendó la tarea de cuidar en su ausencia de As y de su madre.

Cuando estuvo segura de que las cosas en su hogar se hallaban en armonía, fue a lavarse y a prepararse para su primer día de trabajo en la propiedad vecina. Dudó mucho acerca de la vestimenta que debería llevar y, finalmente, se decidió por un práctico vestido de color oscuro que adornó con uno de sus cinturones anchos de cuero. Se recogió el pelo en una coleta suelta y se enguantó las manos para resguardarse del gélido frío de la mañana. Un grueso chaquetón de pieles completaba su recatado y poco favorecedor atuendo. Se armó de un entusiasmo que, en realidad, no sentía y encaminó sus pasos hacia la hacienda vecina puesto que no le quedaba ningún caballo aparte de Sadona que, al estar recién parida, no podía servirle.

La noche anterior había caído una gran nevada y sus botas de cuero quedaban hundidas en el generoso estrato blanco con más frecuencia de la deseada. Llegó a la finca de los Fedorov un cuarto de hora más tarde de la hora acordada y avivó sus pasos cuando divisó delante de la entrada un coche militar.

Tocó con timidez a la puerta de la vivienda siendo traspasada por una sensación extraña y, al mismo tiempo, conocida. Había estado ante esa puerta infinidad de veces; sin embargo, en este instante, un nudo de nervios agitaba su estómago ya de por sí revuelto.

Escuchó pasos al otro lado y esperó ansiosa ser recibida. Al cabo de un momento apareció en el marco de madera una hermosa Natasha vestida con un bonito atuendo de lunares y el pelo perfectamente peinado. Su rostro de porcelana lucía nítido y perfecto y sus labios estaban pintados en un favorecedor color rosado.

—Buenos días —saludó Asya con educación cuando esta se quedó expectante ante ella—. ¿Puedes avisar al comandante Fedorov de mi llegada?

—¿Comandante Fedorov, eh? —Rio Natasha con ironía y se cruzó las manos sobre el pecho en actitud de superioridad—. Me gustas, aprendes rápido la lección.

Asya se mordió la lengua con dureza para no replicar. Aguardó paciente hasta que Natasha se cansó de ironizarla con la mirada, sintiendo el sabor de la sangre invadiéndole la boca.

Pasha la hizo esperar unos minutos, que a ella le parecieron eternos. Enojada, levantó la vista hacia el cielo, dedicándole a Dios una ligera reprimenda por haberse ensañado con ella de tal forma. No supo si el comandante la tuvo aguardando a propósito para humillarla, o si aún no estaba preparado para dar el paso de mostrarse ante ella como su nuevo jefe.

Finalmente, apareció y la invitó a una pequeña estancia soleada, habilitada como despacho. Llevaba la mejilla izquierda hinchada y coloreada en un intenso tono azulado, clara señal de que el golpe que le propinó Sadona la noche anterior fue importante. El enfado de Asya con Dios disminuyó un poco en intensidad al advertir que le había dado un pequeño castigo a él también.

Pasha, ajeno a sus desvaríos mentales, le señaló una silla de madera que ella ocupó, quedando ambos sentados frente a frente, aunque separados por el escritorio. La tensión que se cernió sobre ellos era insoportable.

—Primero de todo, llegas tarde. —Fueron sus primeras palabras, tras unos segundos de escaneo recíproco—. Conociéndote como te conozco no me extraña, pero en asuntos de trabajo tienes que ser puntual.

Por segunda vez en poco tiempo, Asya tuvo la necesidad de morderse la lengua. Y lo hizo tan fuerte que creyó habérsela partido por la mitad.

«Estúpido engreído», soltó para sus adentros para vaciar un poco la furia que bullía en su interior. No obstante, el hecho de haberse mordido la lengua no fue suficiente para que su genio quedase encerrado, así que no tuvo más remedio que dejarlo salir.

—Lo siento, no volverá a ocurrir. Si me permite una pequeña explicación, le diré que un estúpido egoísta nos ha quitado todos los caballos que teníamos, dejándonos solo una yegua recién parida y a su potro. Ni el uno ni el otro sirve para cabalgar, por lo que tuve que abrirme paso como pude entre los montículos de nieve. Unos montículos de los que, por cierto, tendrá que ocuparse, de lo contrario su hacienda se quedará incomunicada.

Su breve, pero efectiva, explicación provocaron en los tormentosos ojos de Pasha una extraña expresión entre divertida y enfurruñada. Se dejó caer contra el respaldo del sillón que ocupaba cruzándose los brazos alrededor de su torso. Era su bien conocida pose expectante ante la cual Asya sabía que debía disculparse enseguida. Se preparó para hacerlo al tiempo que se felicitaba a sí misma por haberlo sacado de sus casillas. Era muy satisfactorio ver aquel brillo de enfado en sus hermosos ojos grises, rodeados por densas pestañas oscuras como su pelo, que en ese momento estaba un tanto revuelto y le ofrecía un aire adorable, a pesar de las circunstancias.

—Lo siento; si no lo soltaba, reventaba —se disculpó, con la mirada pegada a la superficie lustrosa de la mesa, sin sentir ni un ápice de remordimiento en realidad—. Esto de trabajar para ti no ha sido una gran idea, creo —añadió un poco cohibida ante el silencio prolongado de él.

—Asya, en honor a lo que has significado para mí, voy a fingir que no he oído tus últimas frases, será lo mejor y lo más sensato. No tienes por qué preocuparte, apenas estaré por aquí porque mi cargo me exige vivir la mayor parte del tiempo en el cuartel. Mi madre y mi hermana se acaban de mudar y, entre las dos, intentarán dejar este lugar decente y habitable. Tu labor consistirá, básicamente, en cuidar a los caballos. Decidirás qué alimentación deben tomar, los entrenamientos necesarios, los cruces y todo lo relacionado con ellos. Esta será tu principal tarea. Si hay algún otro animal enfermo en la hacienda, te ruego que lo cures. Aún persisten en mi memoria las malas gestiones de mi padre y la muerte en masa de casi todos nuestros corderos. No quiero que la historia se repita, este es el primer motivo por el cual te he contratado. O, dicho de un modo más honesto, necesito tu ayuda. Los horarios quedarán a tu libre elección, organízate en función de las necesidades de los animales. Y, por último, debemos establecer tu sueldo. He pensado ofrecerte tres mil rublos al mes.

«Se trata de un sueldo excesivamente generoso», reflexionó ella al escuchar la cifra que Pasha pensaba pagarle por su trabajo. Decidió que no lo aceptaría porque hubiera significado un trato de favor.

—Dijiste que me pagarías un sueldo corriente, que no sería ni más ni menos que el salario medio de un veterinario.

—Mira, en relación a mis empleados yo decido lo que debo pagarles. Te acabo de decir que tienes que ocuparte de todo lo relacionado con la caballada, sé que no es un trabajo fácil y tampoco uno que puede hacer cualquiera. El sueldo que te ofrezco es el que toca pagarte —replicó contrariado—. Ni más ni menos.

—De acuerdo, pero me veo obligada a informarte que llevas mucho tiempo fuera de nuestra comarca y desconoces algunos detalles relacionados con mi trabajo. Un veterinario cobra una media de dos mil quinientos rublos mensuales. Y, aun cuando sé mucho de la crianza de caballos, nadie me pagaría ni un kopek por ello, por ser… ya sabes, mujer.

—Pues ha llegado el momento de que las malas costumbres vayan cambiando. Y estoy seguro de que muy pronto así será —sentenció él dando el tema por zanjado.

Asya no sabía si aquello se haría realidad algún día, pero no pudo evitar sentirse ilusionada ante el hecho de que así fuera. No se atrevió ni a imaginar cómo sería un mundo donde una mujer fuera igual a un hombre, donde se le ofrecieran las mismas oportunidades y valores, o se le pagase el mismo sueldo.

Establecieron algunas rutinas relacionadas con los caballos y, cuando las conversaciones en torno a los aspectos laborales finalizaron, dieron aquella primera reunión de trabajo por terminada.

Antes de despedirse de ella, Pasha le cogió la mano demandando su atención de un modo íntimo. Ella le miró desconcertada, demasiado consciente de la agitación que se formaba en su interior cada vez que se tocaban.

—Si necesitas unos días para acostumbrarte a todo esto, no hay problema. Además, hoy tienes que ocuparte del cuerpo de Asuán. ¿Quieres que te acompañe?

—Sería algo violento que fueras —rechazó ella su ofrecimiento con brusquedad—. Nunca más serás bienvenido en mi casa, tanto en memoria de mi caballo como por mis abuelos.

—Todo eso ya lo sé. Si me ofrezco a ir, es para estar contigo. He sentido tanto como tú la tragedia que le ocurrió a tu caballo, espero que lo sepas.

—No quiero volver a hablar de eso, al menos no contigo. A partir de ahora, nos ata una relación laboral, que algún día finalizará. Te ruego que te limites a hablarme solo de trabajo. El resto… para mí, ya no existe.

—Si eso es lo que quieres, de acuerdo. De todas formas prefiero que, al menos, los próximos dos días no vengas a trabajar. Deja instrucciones a los mozos para que cuiden los caballos en tu ausencia y vuelve cuando estés preparada. Es demasiado tarde para retomar lo que tuvimos, pero quiero que sepas que no soy tu enemigo ni te tengo aquí para vengarme. Simplemente, tú necesitas trabajar y yo preciso a alguien que, aparte de entender de caballos, sea veterinario. No hay muchas personas que cumplan ambos requisitos. Nada más.

—Comandante Fedorov, no estoy hecha de porcelana, ni son necesarias tantas consideraciones. Todo lo que me espera hoy será sin duda muy duro, pero te aseguro que no me impedirá cumplir con mis obligaciones.

Y dicho esto, se soltó la mano furiosa y abandonó el improvisado despacho más alterada de lo que debería.

 

Ir a la siguiente página

Report Page