Asya

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La señora Fedorova, Natasha y Tatiana

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La señora Fedorova, Natasha y Tatiana

 

 

Tras enterarse de que su hijo iba a casarse con la nieta de los Kurikov, la señora Fedorova lloró durante un buen rato. Cuando se cansó de sollozar, comprendió que le concernía a ella el gran labor de impedir, como fuese, aquel matrimonio. Una vez tomada la decisión, se lavó la cara, acicaló su alborotado aspecto y puso rumbo a Tersk. La primera parada la hizo en la casa de Tatiana, a la que pidió que la acompañara a la de Natasha.

Al llegar a la casa de su hija se percató que esta no parecía demasiado contenta, hasta lucía de algún modo afligida, pero la señora Fedorova tenía problemas más importantes que solucionar en aquel momento que preocuparse por ella.

—Hoy ha sonado el gong nupcial en la hacienda de los Kurikov. Asya se va a desposar con… ¡Pasha!

—¿Cómo? —exclamaron al unísono las dos jóvenes.

—¿Seguro, madre? —se interesó Natasha, en cuanto se le pasó el aturdimiento inicial—. Si lo vi anoche en mi boda igual de atormentado y solitario que siempre. Su aspecto no se asemejaba en nada al de un hombre a punto de casarse. Yo le conozco bien, sé cuándo está bien con ella y cuándo no. Y te puedo asegurar que el Pasha de anoche no era uno precisamente eufórico.

Tatiana se removió inquieta en la silla y el gesto de su hermoso rostro se contrajo.

—Perdóname, querida, no me detuve a pensar en tus sentimientos —se excusó Natasha, dándole una palmadita consoladora en el brazo. Tatiana, alentada por ese tratamiento de cariño, perdió la compostura y comenzó a parpadear alterada, a punto de echarse a llorar.

—No hay tiempo para lamentos. Lloriquear está sobrevalorado, lo que debemos hacer es actuar —señaló la señora Fedorova con voz autoritaria—. Os he juntado a las dos porque necesitamos idear un buen plan para separarlos. Uno rápido y eficaz. Contra Pasha no hay mucho que hacer, es muy testarudo, si se le ha metido esta idea en la cabeza, no habrá quien se la saque, pero, quizás, a ella la podemos hacer cambiar de opinión. Natasha, tú que la conoces mejor, ¿se te ocurre algo que la haga desistir?

—¡Ya sé! —Natasha se puso de pie exaltada—. Podríamos hacer que el ejército le quitase todos sus caballos y que recayese la culpa sobre Pasha. Si hay algo que ella ama con locura son esos bichos.

—Eso es cierto; por sus queridos caballos hará lo que sea, quizás sea una opción —convino su madre—. Aunque, lo que propones parece complicado. Somos tres mujeres, nuestros medios son limitados; no veo cómo lograríamos que una idea así funcionase.

—El círculo de personas que no desean esa unión va aumentando —anunció Natasha emocionada—. El capitán Lenin estará deseoso de ayudar, hace tiempo que le ha propuesto matrimonio y la bruja aún no le ha aceptado.

—Yo también quiero ayudar. Si se lo pido, mi padre nos echará una mano —se ofreció Tatiana animada—. Dispone de carrozas especiales para trasladar animales grandes, me imagino que serán de ayuda. El capitán Lenin podría emitir un mandamiento para la donación forzosa y, si el plan prosperase, las carrozas de mi padre se llevarían los animales a una hacienda que tenemos situada a media jornada a caballo de la ciudad.

Ese instante de máxima tensión fue interrumpido por la llegada de Anita, la doncella encargada de atender a la señora de la casa, para ofrecer a las distinguidas invitadas bizcocho de nueces y sorbete de remolacha. Las tres mujeres aceptaron tomar una generosa ración de pastel puesto que se encontraban sumamente excitadas. Saciaron su sed con el delicioso sorbete y quedaron extrañadas cuando fueron de nuevo interrumpidas aunque, esta vez, por un elegante caballero, quien se acercó a saludarlas.

—Hermosas damas, permítanme ofreceros mis honores. —Hizo una leve inclinación de cabeza y se aproximó a ellas para besarles la mano—. Señora Fedorova, ¿se acuerda de mí? Nos conocimos ayer en la boda.

La buena mujer lo miró desconcertada sin entender del todo por qué razón convivía su hija, en la misma casa, con un hombre tan joven y bien parecido. Escrutó con la mirada a Natasha y los encendidos colores de sus mejillas la hicieron tomar nota mental de que debía apagar otro incendio en cuando acabase con el de Pasha. Su enfado contra Dios aumentó en intensidad, amenazándolo con dejar de asistir a la iglesia si le seguía dando aquellos disgustos.

—Madre, el señor Flavis Karamazov es mi hijastro y ha tenido la buena voluntad de quedarse con nosotros una temporada.

—¿Una temporada? —se sorprendió su madre alterada—. ¿No tiene usted asuntos que atender, señor?

—Mis asuntos pueden esperar. He encontrado en Tersk algo muy valioso, señora, de lo que no quiero separarme todavía.

En pocos segundos, la cara de Natasha se tornó tan roja que parecía una prolongación del sorbete de remolacha que sostenía en la mano y su respiración se volvió afanada.

Era más que evidente que entre el apuesto caballero y ella había nacido una atracción y esa constatación le provocó a la señora Fedorova un fuerte dolor de cabeza. Inventó un repentino deseo de ir al servicio y le pidió a su hija que la acompañara. Cuando se quedaron a solas la empujó bruscamente contra la pared y, mirándola con enfado, le reclamó:

—Ni se te ocurra darle pie a ese hombre.

—¿De qué hablas, madre? —Natasha se hizo la tonta, al tiempo que se soltaba de su fuerte apretón.

—Sabes muy bien de lo que hablo. ¿Cuántas veces te dijimos tu hermano y yo que te buscaras un hombre joven y bien parecido que te hiciera feliz? ¿Cuántas? —gritó alterada.

—Muchas —reconoció su hija avergonzada.

—¿Y qué hiciste tú? Elegiste un viejo, que me saca años hasta a mí, sin atender nuestros consejos. Ahora no vale arrepentirse y nada te da derecho a consolarte en brazos más jóvenes. Le debes respeto a tu marido.

—Lo sé, madre, no tienes por qué preocuparte.

—He visto como os comíais con las vistas; mientras ese hombre viva bajo el mismo techo que tú, me preocuparé. Pídele que se vaya.

—Es el hijo de mi marido, esta casa es más suya que mía. ¿Cómo podré echarlo?

—No sé cómo lo harás —sentenció su madre decidida—, pero encuentra la manera porque si no lo haces tú, lo haré yo.

Su hija asintió y ambas regresaron al salón. Cuando el inoportuno caballero se hubo marchado, las tres se dedicaron a dejar atados todos los cabos sueltos de su recién ideado plan. Concluyeron que sería Natasha la encargada de hablar con el capitán para convencerlo de que se uniera a ellas y Tatiana debía hacer lo propio con su padre. La señora Fedorova, mientras tanto, permanecería atenta a cualquier novedad que pudiese surgir.

 

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