Astrid

Astrid


TRES

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Grimur estaba hablando con Haakon que era el jarl del asentamiento más grande de la isla. Los dos bebían hidromiel desde hacía dos horas y por fin Haakon había llegado al tema del que realmente quería hablar

—¿Cuántas puedes vender? Te pagaré mejor que todos estos —señaló con la cabeza y con un gesto de desprecio a los vikingos que los rodeaban, y que eran el resto de los jefes de la isla— tengo oro en abundancia, resultado de saquear varios monasterios ingleses—Grimur casi no lo escuchaba, estaba distraído pensando en la mujer que había dejado en su casa.

—¡Lobo! ¿me escuchas? ¡Te estoy preguntando cuántas mujeres quieres vender! —su nombre de guerra hizo que volviera a la realidad y que contestara a Haakon

—No lo sé, puede que ninguna, esta vez hemos conseguido pocas mujeres.

—Creía que ibas a viajar con un barco grande para dirigirte a un asentamiento del continente y que… —lo atajó antes de que siguiera hablando

—Sí, así era, pero los planes se torcieron.

Ninguno de sus compañeros, ni siquiera Ingvarr, sabían por qué habían vuelto a casa después de asaltar el barco de los piratas, con solo cuatro mujeres. Solo él sabía que, cuando vio a Astrid y habló con ella, dio orden de dar media vuelta al timonel, porque no quería que pudieran robársela durante el asalto al asentamiento o que resultara herida. Aunque no sabía por qué, sintió que no podría soportar perderla y, lo que era peor, que tenía que protegerla por encima de todo. Y, aunque no había pensado quedarse con ninguna mujer para él, ella lo había hecho cambiar de opinión nada más verla.

Para colmo, mientras cabalgaban hacia a la reunión de jarls, Ingvarr le había dicho que le gustaría quedarse con la otra esclava, la pequeña Lena.

Con la cabeza dándole vueltas, siguió tomando cuernos de hidromiel sin fijarse en la mirada de Haakon, que se había dado cuenta de que Grimur le ocultaba algo. Y, aunque todos temían al Lobo, él era un zorro, que era mucho más listo que el lobo.

 

 

Después de mucho esfuerzo, entre los tres hombres consiguieron reducir a Astrid y mantenerla en el suelo. Vinter, el herrero, respiraba agitadamente sentado a horcajadas sobre ella, sonriendo y mirándola con admiración. La habían pillado intentando recoger el ancla de uno de los barcos y cuando Astrid se dio cuenta de que la habían descubierto, y de que Vinter corría hacia ella seguido por Oleg y Hansen, había gritado a Lena, que esperaba escondida detrás de unos árboles, para que volviera corriendo a la casa.

—¡Por Odín que eres dura de pelar, mujer! —ella levantó las caderas intentando desmontarlo, pero él ni se inmutó, aunque su movimiento provocó que el hombre riera a carcajadas —en cuanto vuelva Grimur, le diré que quiero comprarte

—¡Entonces te mataré mientras duermes, maldito!, ¡no soy una esclava! —él movió la cabeza como si ella fuera una niña traviesa. Entonces los dos esclavos volvieron con lo que Vinter les había pedido y, al verlo, Astrid abrió los ojos sintiendo que le faltaba la respiración— ¡No te atreverás!

—Lo siento, pequeña —la llamaba así porque era, al menos, igual de grande que Grimur —pero hasta que vuelva nuestro jarl, no puedo consentir que te escapes. Sujetadle las muñecas, pero intentad no hacerle daño— los dos hermanos lo obedecieron y necesitaron la fuerza de los tres para poder ponerle unos grilletes de hierro, de los que colgaba una larga cadena. Luego, Vinter la ayudó a levantarse y comenzó a andar tirando de la cadena para que lo siguiera, aunque ella se resistió todo el camino.

—¡Soltadme, malditos perros!, ¡os mataré por esto, os lo juro! —sintió que le faltaba el aire debido a la humillación que sentía, porque para ella no había nada peor que lo que acababan de hacerle. ¡La habían encadenado como si fuera un animal! Pateó y peleó hasta que la metieron en su habitación y, cuando estuvo dentro, Vinter, mucho más serio, le dijo

—Muchacha, te aconsejo que te tranquilices antes de que vuelva tu amo, porque te aseguro que él no tiene tanta paciencia como yo—dejó sobre uno de los camastros un par de trozos de piel suave de animal —esto es para que lo metas entre el hierro y tu carne, así los grilletes no te harán heridas. Y no te molestes en intentar quitártelos, porque los he fabricado yo mismo y no podrás hacerlo —le echó una última mirada y luego se fue cerrando la puerta y asegurándola con un tablón por fuera, lo que hacía imposible que pudiera escapar.

 Astrid se sentó en el jergón de paja arrepentida por lo ocurrido, además de que no había conseguido nada, ahora estaba encadenada y ya no dejarían que Lena y ella estuvieran juntas. Ese sería el primer castigo, pero estaba segura de que habría más, Grimur ya la había avisado de lo que ocurriría si intentaba escapar.

Estimulada por algo vergonzosamente parecido al miedo ante la vuelta de su captor, intentó sacar las manos de los grilletes a pesar de la advertencia de Vinter, y lo siguió intentando durante largo rato hasta que no pudo continuar debido al dolor que sentía. Entonces hizo una pausa y después volvió a intentarlo, porque no permanecería encadenada sin luchar. Si era necesario, moriría peleando por ser libre.

Helmi, la cocinera y curandera de la casa, chasqueó la lengua al escuchar lo que le habían hecho a la nueva mujer. Vinter intentó justificarse mientras terminaba de tomarse un tazón de sopa,

—  No hemos tenido más remedio Helmi, no dejaba de pelear. Estaba como loca, se hubiera escapado de cualquier manera, aunque hubiera sido corriendo o a nado. Parecía que le daba igual morir, con tal de huir —en su voz se podía escuchar la admiración que despertaba la esclava en él.

—¡No me digas que por fin te has enamorado! —el vigoroso herrero, ante su sorpresa, se ruborizó como un chiquillo y ella rio aún con más ganas —todavía no he podido echar un vistazo a la chica, pero debe de ser una belleza, aunque ella sola esté dando más problemas que todas las demás juntas, que se han adaptado a la granja perfectamente.

—Quiero comprársela a Grimur ¿crees que me la venderá? —los dos conocían el aprecio que el jarl sentía por el herrero, pero la anciana dudó. Empezaba a pensar que la quería para él porque con ella se había comportado de forma diferente a lo acostumbrado, y ella conocía muy bien a su amo.

—No lo sé, Vinter. Tendrás que preguntárselo a él—y al ver una chispa de ilusión en los ojos de aquel hombre tan bueno, deseó que Grimur accediera a sus deseos. Además, si lo hiciera, se calmarían los ánimos de la casa porque Freya estaba tan enfadada que no había salido de su dormitorio desde que Grimur se había marchado.

No era la primera vez que Helmi sentía que la bella Freya se hubiera convertido en la amante del amo, aunque ella no era nadie para decir nada al respecto.

 

—¡Grimur!, al menos túmbate e intenta descansar un rato, aunque no duermas —Ingvarr intentó convencer a su amigo, pero él ni siquiera lo miró, si no que siguió con los ojos fijos en el fuego que habían encendido un rato antes.

Grimur tenía una sensación extraña y el corazón le latía muy rápido, como después de correr una larga distancia. La noche anterior, después de la reunión había conseguido dormir gracias a la gran cantidad de hidromiel que había bebido, pero ahora estaba muy nervioso. Levantó la mirada hacia el horizonte como si intentara ver su casa, algo imposible porque estaba demasiado lejos y se frotó los ojos con los dedos, porque le ardían. También sentía la piel ardiente, como si tuviera fiebre, y dentro de él una voz le repetía que se reuniera con ella, que volviera lo antes posible a su casa.

Finalmente, no lo soportó más y se levantó para preparar su caballo. No esperaría quieto a que pasara aquella noche interminable.

Ingvarr, incrédulo, se levantó y lo siguió

—¡Grimur, por todos los dioses!, pero ¿qué te pasa? —su amigo siguió poniendo la piel encima de su Thor, sin contestar, como si no lo hubiera escuchado. Entonces, Ingvarr lo sujetó por el brazo para llamar su atención, Grimur se volvió hacia él y el pelirrojo retrocedió asustado, porque los ojos de su amigo se habían convertido en dos trozos de hielo de color azul, que no parecían los suyos. Creyó que se montaría en Thor y se iría sin decir nada, pero se equivocó, porque el extraño que parecía haber poseído el cuerpo de Grimur, le dijo con una voz profunda y demoníaca:

—No me sigas Ingvarr, es mejor para ti. Quédate aquí a pasar la noche —el pelirrojo asintió, pero en cuanto Grimur empezó a galopar, puso la montura en su propio caballo y lo siguió.

Aunque a una distancia prudente...porque no sabía de lo que era capaz aquel extraño.

 

Grimur dejó el caballo en el establo y le quitó los arreos antes de ir hacia la casa. El centinela que estaba vigilando cerca de la entrada para evitar un posible ataque, lo saludó en voz baja al distinguir su silueta a la luz de la luna, antes de que traspasara la puerta de su hogar. Y es que, por primera vez desde que la había construido, sintió que lo era y sabía que era por la sencilla razón de que ella estaba allí. Hasta entonces, para él solo había sido un lugar donde comer, dormir, emborracharse o acostarse con alguna mujer.

Sin hacer ruido y caminando a oscuras ya que conocía aquel lugar como la palma de su mano, abrió la puerta de la habitación de la princesa después de quitar el tablón de madera, que mantenía la puerta cerrada por la parte de fuera.

Astrid dormía de lado con las manos pegadas al pecho y lloraba en sueños. Seguramente estaría recordando a sus muertos, porque era de todos sabido que los ancestros visitaban los sueños de sus parientes vivos, cuando tenían que hablar con ellos. Se acercó a ella sigilosamente después de cerrar la puerta y se arrodilló junto al jergón, observando su cara a la luz de la luna que se colaba por la ventana. Era hermosa, ninguna mujer le había parecido tan bella nunca, pero había algo más, algo que no comprendía y que lo atraía hacia ella misteriosamente.

Siguió de rodillas ante ella como si fuera una diosa y él un mero mortal postrado a sus pies, y después de unos minutos a su lado consiguió calmarse y respirar profundamente, por primera vez desde que se había marchado dos días antes. A pesar de que tenía una gran necesidad de hacerla suya, algo le dijo que esperara, que la dejara dormir. Entonces, cansado porque no había podido dormir desde que se había marchado, la movió hacia la pared sin que ella se despertara y se tumbó a su lado, sobre el estrecho jergón, la abrazó por la cintura y se durmió, sin darse cuenta del débil tintineo metálico que se oía cuando ella se movía.

 

Estaba amaneciendo cuando Freya se deslizaba por el pasillo armada con un puñal que había cogido de la habitación de Grimur. Aguantando la respiración, abrió la puerta de la esclava, extrañada al ver que el tablón no estuviera echado y entonces pudo ver la imagen que más temía. La de Grimur en la cama con ella, entonces, sin pensar, lanzó un grito de furia y se lanzó sobre ellos con el puñal en alto.

El vikingo estaba dormido profundamente, pero se despertó en cuanto Freya abrió la puerta y estaba preparado para defenderse. Por eso, en cuanto ella los atacó, se dio la vuelta, la desarmó y arrojó lejos el puñal. Luego, se puso en pie con un fuerte bramido y, agarrando a Freya por el vestido, levantó el puño decidido a golpearla por intentar matar a Astrid, pero escuchó un gemido detrás de él y miró hacia su espalda.

La princesa se había despertado y estaba sentada y mirando con disgusto el puño de Grimur y se dio cuenta, extrañado, de que ella no quería que castigara a Freya. Entonces, por primera vez en su vida, antepuso los deseos de otra persona a los suyos y dio un fuerte empujón a su antigua concubina para que se fuera. Cuando la hermana de Ingvarr se marchó entre sollozos y maldiciones, se giró hacia Astrid, enfadado, y le preguntó:

—¿Por qué llevas grilletes? —ella bajó la vista hacia sus manos y contestó, despectiva,

—Intenté huir y tu herrero me puso esto para que no escapara —él sintió una cólera tan grande como no había sentido nunca, al pensar que ella podría no haber estado en su casa al volver y agradeció a Odín que Vinter la hubiera detenido.

—Te dije que no intentaras escapar, ¡solo te pedí eso! —gritó enfurecido.

—¿Me pediste?, ¡no me pediste nada!, ¡ordenaste a una esclava que no luchara por su libertad! Y me amenazaste con castigarme si no te obedecía, pero ¡no reconozco tu autoridad sobre mí! —ella estaba más enfadada que él y lo señaló acusándolo con un dedo. Él abrió la boca para contestarla, pero vio que le goteaba sangre de las muñecas y siguió gritándola, cada vez más enfadado

—¿Qué has hecho, mujer? —se acercó a ella, pero Astrid se levantó e intentó alejarse de él, entonces, Grimur la arrastró a la cocina donde Helmi preparaba el desayuno ayudada por Lena.

Su amiga, que estaba muy preocupada, se acercó a ellos porque las dos no habían vuelto a verse desde el intento de huida.

—¡Astrid! —pero no pudo acercarse a ella por que un grito de Grimur, hizo que se quitara de su camino.

—¡Apártate, esclava! —Astrid sintió que le hervía la sangre al ver cómo la trataba. Nunca había odiado tanto a nadie como odiaba a ese hombre en ese momento, exceptuando a Lars y a Hrulf, por supuesto.

Hizo que ella se sentara en uno de los taburetes de la cocina y él se mantuvo de pie, a su espalda, sujetándola por el hombro y preguntó a Helmi

—¿Tienes la llave de los grilletes? —la anciana asintió asustada, porque nunca lo había visto así. Grimur solía tener un carácter muy fuerte, pero, esta vez, por su expresión parecía capaz de asesinar a alguien, le dio la llave y él retiró los hierros cuidadosamente. Y cuando vio las heridas que tenía en las muñecas, Grimur supo que no consentiría que se hiciera daño nunca más.

—Esclava —Astrid no pudo seguir callada

—Se llama Lena —Grimur la miró incrédulo porque, después de lo que había hecho, se atreviera a dirigirse a él. Tendría que estar muerta de miedo, temiendo su castigo y, sin embargo, parecía más enfadada que nunca.

—Esclava —insistió— ve a buscar a Vinter y dile que quiero hablar con él, ahora mismo —Lena salió corriendo como si le persiguiera el diablo, y Grimur entonces habló con Helmi

—Cúrale las heridas —la anciana se puso en marcha sin perder un momento—y quiero que sepas que a ti también te considero culpable de esto —levantó una de las muñecas para señalar la sangre que supuraba por las llagas.

—¡Mi señor! —cogió su bolsa de remedios y se sentó junto a la muchacha, mientras le reprochaba a Grimur lo que acababa de decir—¿qué podría haber hecho yo?

—Tendrías que haber vigilado que no se hiciera daño —Astrid no podía permitir que nadie cargara con algo que había hecho ella.

—Ella no tiene la culpa, y Vinter tampoco, me dejó unas pieles para que me las pusiera debajo de los hierros, pero no quise ponérmelas

—¡Cuando te hayan curado las muñecas, hablaremos tú y yo, princesa! —de nuevo aquel “princesa” insultante —ella giró la cara para no verlo y no volvió a decir nada, ni siquiera cuando la curandera le echó un ungüento en las heridas que hizo que le escocieran bastante.

La cocina siguió en silencio mientras Helmi seguía trabajando y Grimur se paseaba de un lado a otro con las manos a la espalda, intentando calmarse. Cuando Lena llegó con Vinter, fue una bendición para todos porque Grimur se lo llevó fuera de la cocina,

—Vamos al salón —Lena se apartó para dejarlo pasar y se acercó a su amiga, mientras los hombres se alejaban por el pasillo.

Cuando el herrero le contó que Astrid había intentado llevarse uno de sus barcos, Grimur se enfadó todavía más. Según la ley de los esclavos tenía que castigarla con seis latigazos porque un barco era una propiedad muy valiosa y, si se negaba a hacerlo, podrían denunciarlo en el Thing. Ese era el lugar donde se juzgaban los asuntos comunes y, si no sabía cuidar de ella, cualquier hombre podría reclamarla con esa excusa. Estaba pensando cómo solucionaría ese problema, cuando escuchó que Vinter volvía a hablarle, le había hecho una pregunta, pero no estaba prestando atención,

—¿Qué has dicho?

—Te preguntaba si has pensado en venderla…

—¡No!, aunque sea una esclava rebelde y maleducada ¡es mía!

—Es posible que, con alguien un poco más afable, se portara mejor. Estaría dispuesto a pagarte lo que me pidieras —la expresión de los ojos de Grimur le hicieron sentir que su vida estaba en peligro, pero afortunadamente, Ingvarr los interrumpió antes de que ocurriera nada grave.

—Grimur, te estaba buscando —el jarl hizo un gesto a Vinter para que se fuera y lo siguió con la mirada hasta que desapareció, luego se volvió hacia su amigo, pero no lo dejó hablar.

—Tu hermana ha intentado matarme esta mañana. Quiero que te la lleves a casa de tus padres hoy mismo y que te asegures de que no vuelva—Ingvarr lo miró estupefacto. Conocía la obsesión de su hermana por Grimur, pero nunca se imaginó que lo atacaría.

—Te aseguro que yo no sabía nada…

—Lo sé —Grimur se pasó la mano por la cara, cansado —lo sé, pero el caso es que lo ha hecho y que yo ya no me fío de ella, y por ti, no quiero castigarla como se merece. Además, temo que le haga daño a Astrid si se queda, y no puedo estar siempre vigilándola para que eso no ocurra. No, es mejor que vuelva con tus padres.

—Estoy de acuerdo, amigo —miró a sus espaldas para estar seguro de que nadie los escuchaba, antes de continuar—, pero ¿qué te pasa con esa mujer?, nunca te habías puesto así. Espero que ahora que has disfrutado de ella, estés más tranquilo —Grimur sonrió irónicamente.

—Si es por eso, te aseguro que no lo estoy, porque todavía no la he probado, aunque lo haré. Anoche algo me frenó, era como si alguien dentro de mí me dijera que ella no se encontraba bien y que tenía que esperar—Ingvarr no entendía nada de lo que le decía —prepara a tu hermana para el viaje, quiero que salgáis enseguida y avisa a tus padres de lo que ha ocurrido, para que entiendan porqué es mejor que no la vuelva a ver por aquí —su amigo, avergonzado, se dio la vuelta para marcharse. En parte, se sentía culpable de esa situación, porque conocía la naturaleza celosa y posesiva de su hermana y tenía que haber avisado a su amigo cuando vio que se fijaba en él.

—Volveré a la tarde —avisó, ya que la casa de sus padres estaba cerca.

—De acuerdo

Cuando Ingvarr se fue, Grimur se quedó solo en la sala y esperó a que su corazón latiera unas cuantas veces, antes de atreverse a hacer algo que no había intentado nunca. Cerró los ojos y se dirigió al espíritu que lo poseía desde que tenía memoria y le preguntó quién era Astrid, y la respuesta apareció en su mente enseguida: “tu andsfrende”

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