Astrid

Astrid


NUEVE

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Varias semanas después…

 

 

Grimur no se lo podía creer, ¡otra vez la misma canción! Salió del establo como una fiera dispuesto a gritar, pelear con él o lo que hiciera falta, pero no consentiría que un caballo le tomara el pelo durante más tiempo. Anduvo hasta el río para buscar a su mujer, que estaría aprovechando los últimos días del verano. Le encantaba tumbarse sobre la hierba donde casi siempre acababa dormida, pero cuando la vio bajo el árbol, arrullada por el sonido del agua, las ganas de discutir se evaporaron hasta que vio al traidor de Thor.

El caballo, que se había alejado de ella unos cuantos metros, lo había oído llegar y había dejado de beber del río y ahora ladeaba la cabeza para mirarlo con malicia, seguro de que delante de ella no le haría nada. Al vikingo incluso le pareció verlo sonreír, entonces Grimur entrecerró los ojos y se acercó a él para llevárselo de allí y decirle cuatro cosas a solas, pero ya era tarde porque ella se había despertado,

—¡Grimur! —susurró somnolienta y sonriente—¿ocurre algo? —él negó con la cabeza y se arrodilló junto a ella, a pesar de saber que la consentía demasiado.

—No, tranquila, no te preocupes, pero, princesa ¿no preferirías dormir en la cama? —ella se encogió de hombros y miró hacia el río porque había oído a Thor que se había acercado a ellos y traía una margarita entre los labios. No conseguía explicarse cómo lo hacía, pero todos los días, desde que habían vuelto le traía una. La cogió y le acarició el morro, agradecida, y Grimur lanzó una mirada feroz al caballo, asqueado consigo mismo por estar celoso de un animal y volvió la vista a Astrid que giraba la flor entre sus dedos, y parecía querer preguntar algo

—Grimur

—¿Sí? —la contestó distraído, pensando que tendría que coger otro caballo para ir a los campos. Estaban acabando la siega y no podía faltar, pero Astrid decidió vengarse un poco porque estuviera pensando en otra cosa.

—Me ha dicho Helmi que hoy hay judías para comer, ¿te apetecen?

—Sí, claro.

—Y ¿te gustaría que tuviéramos una niña? —él sonrió sin escucharla mientras le besaba en los labios como despedida hasta la comida,

—También. Te dejo con este traidor, pero no lo consientas demasiado. Ya se cree que puede hacer lo que quiera—Astrid se sentó y vio asombrada cómo se marchaba sin demostrar alegría o sorpresa, y movió la cabeza segura de que ni siquiera la había escuchado.

Un par de minutos después sonrió de oreja a oreja al escuchar que volvía corriendo y que no paró hasta llegar junto a ella, donde frenó de golpe. Ella lo miró sonriente y tranquila, esperando,

—¿Qué has dicho?

—No sé … —ladeó la cabeza como si pensara— ¿te refieres a lo de las judías? —él se arrodilló a su lado, cogió su mano derecha e hizo algo que no había hecho nunca, la llevó a su boca y la besó con adoración. El muy malvado consiguió que el corazón de ella se acelerase, luego, volvió a preguntar, mirándola de la manera que sabía que ella no podía resistir.

—¿Qué has dicho, amor mío?

—Estoy segura de que estoy embarazada y te preguntaba si te gustaría que fuera una niña—él lanzó al aire un aullido de alegría tan grande, mientras la abrazaba, que consiguió que los pájaros que había en las ramas del árbol salieran volando, y que Thor dejara de comer hierba y lo mirara como si se hubiera vuelto loco y, al ver cómo se besaban, deseó tener una yegua a la que querer tanto como el loco de su amo quería a su humana.

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