Astrid

Astrid


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 Los ocho vikingos asaltaron la nave con rapidez y casi sin hacer ruido. El gigante al que seguían señaló a Astrid y Lena y uno de los recién llegados corrió hacia ellas haciendo que se levantaran. La princesa, al ver lo que ocurría, se había vuelto a guardar el puñal en la bota y cogió la mano de Lena intentando protegerla. El muchacho que les había enviado el gigante las cogió por el brazo tirando de ellas, y las hizo pasar sobre un tablón de madera que habían colocado entre las dos naves. El artilugio estaba sujeto con cuerdas y con unos extraños ganchos a la borda del barco, lo que lo hacía sorprendentemente estable y Astrid cruzó la primera, seguida por Lena.

Al subir a la otra nave, observó sorprendida sus dimensiones y la calidad de su construcción. Se trataba de un knarr, un tipo de drakkar mucho más grande que el habitual y que se solía utilizar para transportar mercancía y, en ocasiones, esclavos. Ese no era el barco de un pirata, sino el de un comerciante. El muchacho cruzó a la nave detrás de ellas y cuando los tres estuvieron en el barco, se colocó ante las mujeres como si pretendiera protegerlas de los cuatro marineros que se habían quedado cuidando el barco y que las miraban con la boca abierta. Esto quizás era debido a que las dos eran muy distintas, una alta y fuerte como una guerrera y la otra pequeña y delicada.

El chico, a pesar de su juventud, demostró carácter al enfrentarse a un par de sus compañeros que se habían acercado a ver a las cautivas,

—¡Largo de aquí!, ¡seguid con vuestras cosas! —Lena se pegó a Astrid asustada,

—¿Has visto cómo nos miran? —Astrid asintió, temiendo por ella. Era tan tímida que no sabía cómo soportaría lo que las esperaba. Los marineros, aunque mucho mayores y más grandes que el muchacho, lo obedecieron y se alejaron volviendo a su trabajo.

—Venid por aquí —las condujo al final del barco, donde estaba el timonel y las hizo sentarse junto a él—Grimur no tardará mucho y cuando venga os lo explicará todo. Es mejor que os quedéis sentadas, así os mareareis menos, además se acerca una tormenta— terminó, señalando el cielo. A Astrid le gustaría saber qué les iba a explicar el gigante, pero se mordió la lengua. De momento, le parecía que sería mejor callarse.

—¿Cómo os llamáis? —Astrid iba a contestar, pero Lena lo hizo por las dos.

—Ella es Astrid —las dos habían convenido que era mejor no decir que era la hija del rey Siward—y yo soy Lena, los piratas nos raptaron ayer en nuestra casa. Y me gustaría darte las gracias por habernos salvado—él parecía algo avergonzado, seguramente estaba pensando en cómo decirle que habían salido de un barco pirata para caer en otro.

—Bueno…yo…es mejor que habléis con Grimur cuando venga. En cualquier caso, estaréis mejor con nosotros que con esos piratas

—¿Y tú cómo te llamas? —el chico sonrió

—Esben—Astrid lo observó atentamente. Era moreno con los ojos oscuros y, mientras hablaba, se había dado cuenta de que era más joven de lo que le había parecido cuando lo había conocido

—¿Cuántos años tienes, Esben?

—No lo sé con seguridad, Grimur me encontró cuando era pequeño en un páramo nevado. Había salido de caza y lo alertaron mis gritos —siguió sonriendo, a pesar de la tragedia que les contó—yo no me acuerdo de nada, pero por lo que me han dicho, mis padres se tropezaron con un oso que los mató, y Grimur me salvó —parecía muy orgulloso de ello— y me llevó a su casa. De esto hace diez inviernos, así que puede que tenga trece o catorce años —se encogió de hombros como si fuera algo que no le afectara en absoluto. Astrid iba a seguir preguntando, pero su atención se volvió hacia el gigante que volvía con sus hombres y, por supuesto, con el resto de las cautivas.

Algo en él hacía que no pudiera dejar de mirarlo. Quizás porque era el hombre más grande y fuerte que había visto en su vida, o porque su pecho y sus brazos tenían unos músculos asombrosos. Ella, que entrenaba todos los días durante horas con la espada, sabía cuánto tiempo de entrenamiento debía de haberle costado desarrollarlos así. La mirada curiosa de la princesa se detuvo después en su duro perfil mientras él estaba distraído hablando con el timonel, hasta que, sin previo aviso, él se dio la vuelta y se la quedó mirando fijamente. La impresión de sus ojos azules y helados, enfrentados a los suyos dorados, hizo que ella se sintiera como si un rayo hubiera impactado en su cuerpo. Entonces, él se acercó y siguieron mirándose a los ojos, y Astrid se sintió como si estuvieran solos. Cuando llegó junto a ella, la miró de arriba a abajo y la princesa aparentó que no la incomodaba.

—Levántate, mujer —ella escuchó el gemido asustado de Lena y le dio un apretón rápido en la mano para que se calmara. Cuando se puso de pie, el gigante se acercó más a ella, hasta que sus cuerpos estuvieron casi pegados el uno al otro y, entonces, volvió a mirarla a los ojos y Astrid no apartó la mirada, sorprendiéndole por su valor

—¿Quién eres tú? —su voz era la más grave que ella había escuchado nunca y, al contrario de lo que había pensado antes, sus ojos no eran fríos. Al contrario, en aquel momento, parecían capaces de derretir el hielo.

—Astrid —volvió a mirarla de arriba abajo

—¿Qué indumentaria es esa que llevas? ¿Por qué no vistes como el resto de las mujeres que te acompañan? —señaló a Lena y a las demás, que estaban agrupadas en el otro extremo del barco y que llevaban túnicas o vestidos, dependiendo de su rango en la casa de su padre. Ella aún llevaba los pantalones, la camisa y la capa corta de piel que se había puesto para la lucha.

—Soy una Skjaldmö —el gigante entrecerró los ojos.

—Eso era antes, mujer, ahora eres una esclava más—después se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, para hablar con un hombre pelirrojo que parecía ser su segundo. Esben acercó a Grimur un pellejo para que bebiera, y pudo ver, aunque no oyó lo que le dijo, que el gigantón bromeaba con el muchacho.

A pesar de que Astrid había entrenado muchos años preparándose para la lucha, nadie la había preparado para esto. No sabía que un hombre, solo con su voz, podía conseguir que le temblaran las piernas y, además, no creía que su reacción estuviera provocada por el miedo. Asombrada, volvió a sentarse junto a Lena, que había escuchado la conversación y que estaba preocupada por la reacción de su amiga.

—¡Astrid!, te ruego que no olvides que solo te tengo a ti —la princesa no contestó porque sabía lo que le quería decir. Que no se hiciera matar sin razón.

—Lo sé, Lena —pensó unos minutos en lo ocurrido— ¿no te parece raro? Es como si hubieran atacado el barco solo por nosotras y después han dejado a los piratas o lo que haya quedado de ellos, a su suerte. Aparte de las mujeres, no han traído nada más al barco —miró a su alrededor —van bien vestidos y están organizados. Y no beben, al contrario que los otros piratas.

—¿Qué quieres decir?

—Que no creo que sean piratas, no se parecen a los que hemos visto otras veces —lo que no le iba a decir era que a ella le parecía mucho más peligroso su actual secuestrador, que los anteriores. Sobre todo, porque era el primer hombre que le había hecho sentir ciertas cosas en su interior de las que había renegado para ser una Skjaldmö.

Al escuchar unas carcajadas, las dos miraron en esa dirección y vieron a Dahlia riendo con el jefe de los vikingos, mientras que bebían de un odre de piel. Astrid entrecerró los ojos al ver cómo se comportaba su madrastra

—Seguro que no están bebiendo agua —susurró Lena

—No, no creo ¡Es una zorra! —musitó entre dientes— su marido y su hijo han muerto ayer y ya está coqueteando con otro hombre… —su garganta emitió una especie de gruñido que hizo que Lena se sobresaltase, y le pusiera la mano encima del brazo izquierdo intentando calmarla.

—¡Por favor Astrid, tranquilízate! —Astrid enterró la cara entre las rodillas que mantenía flexionadas y respiró hondo, intentando aislarse de lo que la rodeaba.

Mientras tanto, Grimur se había sentado en la cubierta junto a Dahlia para seguir bebiendo hidromiel. Ella se mostraba dispuesta a contarle todo lo que quisiera saber y a satisfacer cualquier otro deseo que el vikingo pudiera tener, pero él, a pesar de estar junto a una mujer apetecible y que se le ofrecía claramente, no podía evitar desear a Astrid y no a ella.

 

 Por primera vez en su vida, una mujer lo miraba como a un igual. Una mujer deslumbrante, bella y fuerte. Todo en ella le atraía, pero cuando vio sus ojos, se dio cuenta de que su vida acababa de cambiar. Algo dentro de él se lo dijo, por eso necesitaba saberlo todo sobre ella

—¿Y dices que es una princesa? —Dahlia reía a carcajadas continuamente porque ya estaba bastante borracha.

—Sí señor, es la hija del rey Siward y yo era su concubina—de repente, en su boca se formó un rictus de amargura al recordar lo ocurrido el día anterior.

Sabía que no había sido la mejor madre del mundo, pero quería a su hijo, aunque la mojigata de Astrid no lo creyera. Se mordió el labio para evitar que temblara, porque, aunque sintiera la muerte de Harold con todo su corazón, había algo que siempre había puesto por encima de todo, y era su propia vida. Quizás fuera egoísta, pero a él no le serviría de nada que ella muriera y, sin embargo, si jugaba bien sus cartas podía conseguir que su suerte cambiara, si lograba interesar al hombretón que tenía al lado. Observó lascivamente a su captor pensando que, retozar con él en la cama no le supondría ningún esfuerzo, al contrario que lo que le ocurría con su marido el rey, que ya era un anciano cuando lo conoció. Entonces, otra pregunta del vikingo le hizo abandonar sus recuerdos,

—¿Los piratas mataron a vuestros hombres?

—¡No, que va! los propios soldados del rey encabezados por su mano derecha, Lars, los asesinaron —entrecerró los ojos, recordando —ese perro mató a mi hijo, que todavía era un niño y a todos los hombres que consideraba sus enemigos. Más tarde, ese mismo día, entregó a las mujeres que vivíamos en casa del rey a los piratas, para que nos vendieran como esclavas.

—Ya, y ¿por qué la princesa no está casada? ¿cómo es que su padre admitió que fuera una Skjaldmö? —Dahlia se encogió de hombros,

—Cuando yo la conocí, ya lo era, pero el rey nunca me dijo porqué admitió que su hija no llevara una vida normal. Para él, ella era especial.

—Por el desprecio con el que hablas sobre ella no parece que tú pienses lo mismo

—¿Yo? —hizo una mueca enseñando los dientes—no, no lo pienso. Desde que llegué a la casa de Siward todo era Astrid por aquí, Astrid por allá, la princesa ha hecho esto o lo otro. Nadie se dio cuenta de que yo era solo algo mayor que ella y que me uní a un hombre que podía ser mi padre —miró al salvaje vikingo que la observaba fijamente, pero sin dejar ver lo que pensaba de su conversación—no, yo no pienso que sea especial, solo es una niña mimada y siempre lo será. Su padre, desde que murió su madre y, a pesar de que era un hombre duro, le dejó hacer su voluntad. Por eso ella cree que siempre conseguirá todo lo que quiera. ¡Incluso me apartó de mi propio hijo! —Grimur hizo un gesto de disgusto

—¿Te lo quitaron?

—No, pero poco a poco lo fue apartando de mí, hasta tal punto que mi hijo pasaba mucho más tiempo con ella que conmigo. La princesita nunca me ha querido, es una criatura mimada, rebelde y vengativa, que harías bien en controlar desde el primer momento—él volvió a mirar a Astrid, pero seguía sin levantar la cabeza y Grimur pensó que posiblemente se había quedado dormida.

—¿Más hidromiel? —dejaría que la esclava bebiera todo lo que quisiera. Necesitaba saberlo todo acerca de la mujer de los ojos dorados.

 

Se despertó al escuchar unas fuertes pisadas acercándose a ella, levantó la vista y vio a Grimur ante ella. El vikingo la miraba como si fuera un acertijo que intentara desentrañar.

—Vamos a llegar a Funningur en pocos minutos, pero antes quiero hablar contigo— lo siguió aparentando obediencia porque tenía que intentar conocerlo, para saber contra quién se enfrentaba.

 Grimur se dirigió hacia la popa del barco donde tendrían algo de intimidad y, cuando llegó a la borda, se apoyó en ella con la cadera y se volvió hacia Astrid cruzando los brazos. La princesa se mantuvo rígida ante él con las piernas ligeramente abiertas, intentando aguantar firme los movimientos del mar que estaba muy picado, pero una ola especialmente grande hizo que el barco se levantara un poco en el aire y que ella diera un traspiés a punto de caerse, entonces, él la sujetó por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo y, cuando estuvo segura, cogió una de las manos de Astrid y la colocó sobre la borda, ordenando

—Sujétate aquí, si no te caerás, veo que no tienes costumbre de navegar —aunque no era una pregunta, ella contestó sin pensar.

—No, mi madre murió en un barco que se hundió cuando volvía de visitar a su familia y mi padre no me dejó nunca subir a ninguno —el vikingo la observaba con curiosidad, pero ella miraba la inmensidad del mar y el sol que ya empezaba a surcar el cielo—no sabía que las gaviotas se adentraban tan lejos en el mar.

—Ya estamos junto a la costa, cuando se empiezan a ver es porque la tierra está cerca—frunció el ceño decidido a volver al tema que quería tratar —como te he dicho, llegaremos pronto a mi tierra, Funningur, en la Isla Eysturoy—Astrid volvió sus grandes ojos hacia él y le prestó toda su atención— allí no hay más rey que yo, ni más ley que la mía. No admito rebeldes que subleven al resto de esclavos y castigo con dureza los intentos de fuga —ella entornó los ojos y sus pómulos se cubrieron de un rubor muy favorecedor a los ojos del vikingo, pero que solo podía significar que ella ya había pensado en escapar.

Astrid, por primera vez en su vida se mordió la lengua, pero sabía a quién le debía que Grimur tuviera tan mala opinión de ella: a la zorra de Dahlia, que debía estar frotándose las manos en ese momento.

—¿No respondes?, aunque parezcas no sentir curiosidad, quiero que sepas que íbamos en busca de un asentamiento costero para capturar a sus mujeres, pero tuvimos suerte y os encontramos a vosotras —su cara no transmitía ninguna emoción y Astrid sintió un ramalazo de inquietud en su interior, porque parecía un hombre frío y cruel, y ella no quería morir sin vengarse de Lars —ahora todas sois esclavas y realizaréis los trabajos para los que se os destine. No sois tantas como necesitamos, pero ya solucionaré eso más adelante. Lo que debes entender es que, si intentas escapar o si veo cualquier signo de desobediencia en ti, utilizaré el látigo hasta que entres en razón, sin importarme que sangres o no—Astrid palideció al escucharlo porque nadie había sido nunca tan duro con ella, pero su mirada siguió firme e, incluso, levantó la barbilla con altivez. Grimur al verla hacer ese gesto, soltó un gruñido de desagrado antes de decir,

—Vete, y no olvides lo que te he dicho, porque nunca aviso dos veces —ella asintió y volvió a su sitio, y desde allí pudo ver que se dirigía hacia las otras tres mujeres para hablar con ellas. Liska y Kaisa parecían estar tranquilas y se mantenían cogidas de la mano, mientras escuchaban las palabras de Grimur.

Lena observaba todo con el ceño fruncido,

—¡Qué extraño!, parece que está siendo más amable con ellas que contigo—Astrid asintió sin contestar porque ella opinaba lo mismo. ¡Lo que faltaba, ahora el maldito gigante la odiaba!

 

Grimur se mantuvo de espaldas a la princesa para impedir que su vista lo distrajera, tal y como había ocurrido un momento antes. Cuando le estaba avisando de lo que le ocurriría si intentaba escapar, había notado su miedo y había sentido el impulso de tranquilizarla; eso lo había sorprendido y desagradado profundamente porque era algo impropio de él. Habló brevemente con el resto de las mujeres que aceptaron, asustadas, las condiciones de su nueva vida. La princesa, sin embargo, le daría problemas, lo que supondría tener que castigarla para dar ejemplo a las demás, aunque no quisiera hacerlo. No le gustaba usar el látigo, pero sabía por experiencia que había ocasiones en las que era la única manera de mantener la paz en una casa.

Cuando terminó, se colocó de nuevo junto al timonel, cerca de la princesa y la vigiló por el rabillo del ojo. Ella se había levantado junto a la mujer que siempre la acompañaba y que parecía una niña a su lado, y habían caminado hasta quedarse de pie junto a la borda. Una vez allí, en el lugar donde poco antes había estado con Grimur, estuvieron hablando entre ellas, aunque lo hacían en susurros y no pudo oír lo que decían. Casi sin darse cuenta de lo que hacía la princesa deshizo su larga trenza, y el vikingo pudo ver que el color de su pelo era el de las hojas en otoño y cómo lo peinaba con los dedos para después trenzarlo de nuevo, entonces, una rara sonrisa apareció en la cara del hombre darse cuenta de que la mujer tenía una debilidad.

 

Cuando echaron el ancla junto a una playa, Astrid se fijó en que había otros dos barcos fondeados y atados a unos postes de madera enterrados profundamente en la arena. Uno de los barcos era mucho más pequeño que el que les había traído y el otro más grande, también había varias barcas de pesca, aunque estas estaban algo más lejos.

—¡Vosotras!, venid conmigo —se dieron la vuelta, esperando ver al mismo muchacho que las había acompañado al cambiar de barco, pero quien las llamaba y se acercaba a ellas, era el hombre de confianza de Grimur.

Era pelirrojo, o al menos su barba lo era, porque como muchos vikingos llevaba la cabeza rapada. Era casi tan grande como Grimur, pero puede que sus ojos verdes fueran algo más amables que los de su jefe. Astrid se dio cuenta de que miraba a Lena insistentemente como si no pudiera apartar la mirada de ella y su amiga no pareció especialmente alarmada, a pesar de su timidez. Pero cuando se quedó mirándola en silencio durante un par de minutos, ella se ruborizó y agachó la cara y el pelirrojo hizo un gesto de disgusto y le dijo a Astrid que bajara por el tablón que ya conocían, y que en esta ocasión las ayudaría a bajar a la playa.

Descendieron asistidas por dos hombres que esperaban en la arena, y que ya habían ayudado a las otras mujeres y detrás de ellas lo hizo el pelirrojo. A lo lejos podían ver a Dahlia, Liska y Kaisa que habían atravesado la playa y que ahora ascendían por un camino de tierra.

Al subir por ese camino minutos después, Astrid y Lena vieron un valle verde donde había algunas casas de madera diseminadas.

—No me puedo creer que sigan sin atarnos, ¿es que son tan imbéciles que se creen que no nos vamos a escapar? —la princesa hablaba en voz muy baja para que el pelirrojo, que las precedía a buen ritmo, no pudiera escucharla —no sé si dar las gracias a Odín por ello o enfadarme porque nos crean tan poca cosa.

—Puede que piensen que no tenemos a donde ir, algo que, por cierto, es la verdad —le recordó Lena.

Astrid no contestó porque habían llegado al lugar donde estaban las cabañas de madera, y algunos hombres y mujeres habían salido de sus casas para poder observarlas en silencio y con curiosidad.

Después de atravesar la zona de las cabañas divisaron una casa de piedra que parecía una fortaleza. El pelirrojo se volvió hacia ellas, orgulloso,

—¡Es la casa más grande de la isla! Está preparada para que, en caso de ataque, todo el pueblo pueda resistir dentro, durante días —tanto a Astrid como a él les sorprendió escuchar la voz de Lena,

—¿Cuál es tu nombre? —él se quedó sorprendido, pero enseguida la sonrió y contestó

—Soy Ingvarr, hermosa, ¿y vosotras cómo os llamáis?

—Soy Lena —señaló a su amiga—y ella es Astrid.

—Me gustaría daros la bienvenida. Estoy seguro de que tendréis una buena vida aquí —entonces se puso serio— solo debéis recordar no llevar la contraria a Grimur —casualmente, al decir esto, se dirigió a Astrid.

—¿Qué ocurriría si le llevamos la contraria? —el gesto del hombre se hizo más duro

—Que no te gustarán las consecuencias, te lo aseguro—Astrid se sobresaltó al escuchar un grito, justo detrás de ellos.

—¡Ingvarr! —el gigante los había seguido sin que se dieran cuenta, y estaba junto a ellos mirándolos enfadado, aunque Astrid estaba segura de que ese era su estado habitual—¿qué estás haciendo aquí parado? ¡Tenemos que salir ya!, ¡recuerda que la reunión de jefes es hoy! —el pelirrojo cogió del brazo a las dos mujeres, pero Grimur le dijo

—Encárgate de la pequeña —entonces, Astrid sintió la mano de Grimur en su brazo y empezó a tirar de ella con fuerza en dirección a la casa.

La princesa se dejó llevar dócilmente mientras daba vueltas en su cabeza a lo que acababa de escuchar: que los dos hombres se irían ese mismo día a una reunión. El gigante entró en la casa tirando de la mujer como había hecho durante todo el camino, aunque que no le había hecho daño hasta ahora. A pesar de tener unas manos enormes, sabía controlar su fuerza.

—Grimur, querido, ¡por fin has vuelto! —la mujer, que había corrido feliz hacia el dueño de la casa al verlo entrar en el salón, se quedó muda cuando descubrió a quien arrastraba detrás de él. Y Grimur maldijo en voz baja, porque sabía que eso iba a ocurrir en cuanto vio por primera vez a su nueva cautiva.

Astrid, mientras, observaba asombrada a la pequeña mujer porque nunca había visto a una mujer tan hermosa. Era morena, con unos ojos verdes bordeados por largas pestañas negras, y con una figura muy femenina, pequeña y perfecta. Pero sus pensamientos cambiaron de rumbo en cuanto escuchó el modo insultante con el que se refería a ella

—¿Quién es esa giganta? —para sorpresa de Astrid, Grimur reaccionó muy mal a la ofensa y miró ceñudo a la mujer cuando contestó,

—Este asunto no te incumbe Freya, como bien sabes. Espérame aquí, volveré lo antes posible y hablaré contigo— siguió su camino, obligándola a apartarse y continuó tirando de Astrid para que lo siguiera. Aunque Grimur andaba deprisa, la princesa pudo escuchar cómo la mujer increpaba a Ingvarr, que había entrado detrás de ellos llevando a Lena,

—¡Ingvarr! ¿qué significa esto? —pero no alcanzó a escuchar la contestación de él porque Grimur volvió a dirigirse a ella y tuvo que prestarle atención.

—Os pondré a ti y a tu amiga en una habitación, separadas del resto de las esclavas. Espero que valores que no os separe —se paró un momento y le dijo —agradécemelo no creando problemas mientras no esté —ella lo miraba fijamente, pero no contestó —sigues sin hablar ¿acaso eres tímida?

—No, no lo soy —al escucharla los ojos de Grimur brillaron de manera extraña, pero Astrid no pudo pensar en ello porque ya habían llegado.

—Aquí es.

Astrid se fijó en los dos colchones de paja que había en el suelo y en el pequeño ventanuco de cristal por el que entraba la luz, pero allí no había nada más que ver. Ingvarr y Lena llegaron poco después y Grimur les hizo un gesto para que entraran. Freya, que había seguido a Ingvarr, se paró ante la puerta y comenzó a gritar:

—¿Qué está pasando aquí? ¿por qué no ponéis a estas dos esclavas con las demás, para la venta? —Astrid, al escucharla, miró a Grimur con todo el odio que había acumulado esos días y apretó la mandíbula con fuerza, decidida a cortarle el cuello a él o a cualquiera, antes de permitir que las vendieran a Lena o a ella o las separaran. Pero él volvió a sorprenderla porque se adelantó encarándose a la odiosa mujer, y contestó:

—¡Freya!, ¡vete ahora mismo de aquí, esto se acabó! —el dueño de la casa miró un momento a Ingvarr que observaba atónito a Freya, su hermana —antes de irme ya te dije que no te consentiría más rabietas. ¡Mujer!, ¿no te da vergüenza la situación en la que estás poniendo a tu hermano? —volvió a mirar a Ingvarr, pero este movió la cabeza negativamente y levantó las palmas de las manos desentendiéndose de la situación —en esta casa eres una invitada, Freya, nada más —continuó intentando no levantar la voz y Astrid tuvo la sensación de que lo hacía por Ingvarr, no por la mujer —cuando insististe en invitarte a mi dormitorio te dije que no esperaras nada más que pasar un buen rato, pero cometiste el error de hacerlo público creyendo que eso te daba algún poder sobre mí o sobre lo mío —suspiró al ver que Freya estaba a punto de montar otro numerito regado con gritos y lágrimas, y pidió ayuda a su amigo—Ingvarr—él pelirrojo asintió y se llevó a su hermana, dejando a Lena con ellos.

Freya se resistía a marcharse, llorando y discutiendo con Ingvarr y este se dirigió a su amigo mientras llevaba a su hermana a su habitación,

—Dame unos minutos Grimur, hablaré con ella —el jarl miró a Astrid que seguía observando, asombrada, el lugar por el que habían desaparecido los dos hermanos. Entonces, él se dirigió a la otra esclava,

—¿Te llamas Lena, no es así? —ella contestó asustada,

—Sí, mi señor.

—Ve a la cocina y que te den de comer —al ver que ella miraba a Astrid esperando que lo autorizara, se lo ordenó con más firmeza—haz lo que te digo —la princesa sintió que un escalofrío recorría su cuerpo al escuchar su voz grave y llena de autoridad, y Lena dudó unos segundos, pero finalmente se fue. Grimur cerró la puerta y se apoyó en ella, observándola con los brazos cruzados.

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