Arthur

Arthur


CAPÍTULO 2

Página 4 de 40

CAPÍTULO 2

 

Miro a mi alrededor. Todo el mundo está a lo suyo, incluidos mis amigos. Nadie parece haberse percatado del intercambio de palabras entre Alison y yo. Ni siquiera su hermano.

Afortunadamente para mí, porque, de ser cierto lo que dijo, que no lo creo, sería hombre muerto. Lo primero que hago, es abrir la boca, coger pequeñas bocanadas de aire y hacerlas llegar a mis pulmones. Cuando mi pecho vuelve a elevarse, me concentro en ralentizar los latidos de un corazón que, por unos segundos, se quedó colapsado y sin vida y ahora late desenfrenado. Como si de repente se hubiera vuelto loco y quisiera recuperar los latidos perdidos. Muevo los dedos, rozando el frío cristal de la copa que tengo en la mano.

Cierro los ojos y hago una respiración profunda. Muy profunda, de hecho.

Todo parece estar en orden.

Y entonces me enfurezco como nunca.

Tanto, que siento la ira y la rabia ascender por mi cuerpo e instalarse en el estómago.

Voy a matar a esa pequeña bruja mentirosa por hacerme pasar el peor momento de mi vida. ¿Yo el padre? ¡Venga, hombre!

¡Que estaba tomando la píldora, joder! ¿A quién quiere engañar esa acosadora de hombres?

Porque desde luego a mí no. ¿Esta es su venganza porque sus hermanos insisten en saber quién es él? ¿Joderme a mí? Pues lo lleva claro.

Pienso reírme en su puta cara de su maldita broma sin gracia.

 A ver qué tal le sienta a la mala pécora y arpía de la pequeña de los James que me burle de mi supuesta paternidad en sus narices.

«O…, también puedes hacerla pasar un mal rato, Arthur».

Mi mente empieza a maquinar la venganza.

Sonrío para mis adentros.

«Sí, a ver hasta dónde es capaz de llegar Alison con esto…».

Una vez recuperado de mi estado de pánico, me doy cuenta de que me he perdido el anuncio del compromiso entre Adrien y Caitlin por estar es shock. La verdad que he pasado un mal rato, joder. Imaginarme con un hijo me paraliza hasta el riego sanguíneo. Los niños me gustan, pero los de otros. Lo que no me gusta es pensar en que puedan ser míos. Ya lo dije en otras ocasiones. No quiero enamorarme. No quiero una mujer constante en mi vida. Ni mucho menos formar una familia. Después de ver cómo la mía se desmoronaba por culpa de las infidelidades de mi madre, y todo lo que eso supuso, me niego rotundamente. Más que nada porque no me gustaría que otra persona inocente pasara por lo que yo tuve que pasar en su día. Es algo doloroso e innecesario para una criatura que no ha pedido venir a este mundo.

Con paso tranquilo, me acerco a la algarabía que están montando mis amigos en un extremo apartado del jardín. Alison me mira desafiante y sonrío. «Te vas a cagar, nena.

Como que me llamo Arthur Preston que voy a conseguir borrarte esa sonrisa de los labios». Me pongo al lado de Adrien y le paso un brazo por encima del hombro atrayéndolo hacia mí.

—Así que han conseguido cazarte, ¿eh?

—Eso parece…

—Eres un mamón afortunado, te llevas a una chica increíble.

—Lo sé, por eso he dejado que se saliera con la suya.

Río con ganas.

—Estabas perdido de todas las maneras, James.

—Algún día seré yo el que me ría en tu cara.

—Sí, cuando el infierno se congele.

—Tiempo al tiempo…

Niego con la cabeza.

—Felicidades, amigo, te lo mereces.

—Gracias, Preston.

Cojo las manos de Caitlin, que me mira risueña, y le doy un apretón cariñoso.

—No sé si alegrarme por ti o compadecerte. ¿Estás segura de que sabes lo que haces?

Sus carcajadas me hacen reír a mí también.

—Completamente. No hay nada que desee más en este mundo que a él.

—Entonces no queda más remedio que felicitarte.

—No esperaba menos de ti.

La abrazo y beso su mejilla.

—Deseo de corazón que seáis muy felices.

—Gracias, Arthur.

No, no soy un cínico, lo digo de corazón. Puede que para mí no quiera esto, pero no todo el mundo es igual que yo, ni vivió lo que yo viví. Mis amigos tienen todo lo que la palabra familia engloba y, con su más y sus menos, aquí siguen, juntos y unidos. Posiblemente yo pensara de diferente manera si tuviera lo que ellos tienen.

Por desgracia no es así.

Theo se burla de Adrien por permitir que fuera Caitlin la que pidiera su mano y todos reímos. Éste aguanta como un campeón las pullas y no se corta en entrar al trapo. Tras eso, vuelven las felicitaciones, los abrazos y los besos entre todos.

Excepto entre Alison y yo que nos miramos con desconfianza.

—¿Ya les has contado a tus amigos la buena nueva? —murmura por encima de mi hombro con retintín.

Sonrío con desdén.

—Aún no.

—Cobarde.

—Lo que tú digas, acosadora.

La ignoro y vuelvo al buen rollo del grupo.

«Lo de esta mujer no tiene nombre».

Van pasando los segundos, los minutos y las horas. En todo este tiempo, comemos, bebemos, reímos y participamos, de buena gana, de los juegos organizados por los anfitriones.

Alison está pendiente, en todo momento, de mis movimientos. Lo sé porque, aunque no quiera, mis ojos la buscan constantemente. Parece estar impaciente por verme hablar con sus hermanos. Eso me pone nervioso y consigue hacerme dudar.

«Y si es verdad que yo soy el padre, ¿qué?».

—Pareces pensativo.

Theo me ofrece una cerveza y la acepto.

—Nada de otro mundo—miento.

—Te he visto hablando con mi hermana.

Asiento, con los huevos de corbata.

—¿Fue bien la cosa?

Bebo de la botella.

—¿Qué os traéis entre manos vosotros dos?

Adrien se pone a mi derecha.

«Genial, ahora estoy flanqueado por los dos».

Trago el sorbo de cerveza.

—Le he pedido a Preston que trate de acercarse a Alison e intente sonsacarle quién es el padre del bebé.

—Buena idea, hermano. ¿Y bien? —me mira—. ¿Has conseguido algo?

Me sudan las palmas de las manos.

Trago saliva.

—No, sólo la he felicitado, nada más.

—Aún es pronto, no te tiene confianza.

—Será pan comido en cuanto se instale aquí, igual que pasó contigo, Adrien.

—¿Le pediste a Preston que me sonsacara mis secretos?

—No, le dije que eras un mamón y que no te lo tuviera en cuenta. De lo otro ya te encargaste tú solito.

—Capullo.

Theo se encoge de hombros.

La mirada de Alison, no muy lejos de donde estamos, se encuentra con la mía.

Parece tensarse.

Bebo y sonrío con suficiencia.

Ahora empezará a preguntarse de qué estamos hablando. Si les estoy contando a sus hermanos que yo soy el padre de su bebé. Estará expectante esperando una reacción por parte de alguno de los tres. Una reacción que no llegará, porque no tengo ninguna intención de crucificarme innecesariamente. Confieso que, aunque no tenga el propósito de decir nada de nada, me tiemblan las piernas como a una nenaza.

Adrien apoya una mano en mi hombro y aprieta, no demasiado fuerte.

—Ten paciencia con ella, Preston, Alison puede ser desquiciante.

—¿Como tú? —se me escapa.

Ríe.

—Más o menos.

—¿Por qué es tan importante para vosotros saber la identidad de ese tipo?

—¿Si fuese tu hermana no querrías saberlo?

—No lo sé Theodore, es su vida y es cosa suya, ¿no?

—Lo único que queremos es que nadie se aproveche de ella y sufra—masculla Adrien.

—No parece estar sufriendo…

Los tres la miramos a la vez.

Ella sólo parece tener ojos para mí.

Yo pongo cara de circunstancia.

—No, pero parece preocupada, ¿no crees, Theo? —inquiere Adrien.

—Más bien asustada.

—Yo estaría ambas cosas si os tuviera como perros guardianes a los dos.

—Exagerado—responden al unísono.

En ese momento, afortunadamente, aparece Rebeca para llevarse a su marido a bailar. Poco después es Adrien el que va en busca de su prometida. Yo me dedico a hacer tiempo para ir en busca de mi acosadora y apretarle las tuercas.

Deambulo de aquí para allá durante un rato. Pendiente de ella. Su risa, ronca y sexy, me tiene anonadado. Nunca me había fijado en los hoyuelos que se le forman en las mejillas al sonreír. Tampoco en la forma en que parecen brillar sus ojos cuando lo hace. O en las comisuras de sus labios estirados hacia arriba en una perfecta media luna. Paseo la mirada por su cuerpo. Lleva unos vaqueros ajustados y una camiseta rosa.

Parece una adolescente y, en cambio, es toda una mujer. Una mujer con muy mala baba si es capaz de mentir para hacerme creer que soy el padre de su bebé. ¿Por qué hacerme algo así? Entiendo que no quiera tener a sus hermanos metiendo las narices en su vida, pero ¿qué culpa tengo yo?

Chasqueo la lengua, con rabia.

La veo mezclarse entre la poca gente que va quedando, para luego desaparecer por el sendero que lleva al lago.

Apuro la cerveza que tengo en la mano y espero diez minutos, de reloj, para seguirla. Se para junto a un roble y mira al frente, hacia el agua. Sus hombros ascienden y descienden, como si estuviera haciendo respiraciones profundas tratando de calmarse. Lleva las manos a la cabeza, se toca el pelo y luego se lo trenza con una agilidad asombrosa. De repente se inclina hacia adelante y se convulsiona ligeramente. Apuro el paso para llegar junto a ella.

—¿Te encuentras bien? —pregunto, en voz baja.

Se sobresalta y se gira con cara de susto.

—Lo siento, no pretendía asustarte. ¿Estás bien? —repito.

—Sólo son náuseas…, ya sabes, por el embarazo.

Asiento.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—No.

Guardamos un incómodo silencio.

Vine tras ella con intención de darle un escarmiento y, al verla así, pálida y algo demacrada, no puedo evitar sentir lástima y olvidar mi venganza.

—Suelo venir aquí cuando me siento agitada, la brisa siempre es más fresca a la orilla del lago—suspira—. Has hablado con mis hermanos, ¿verdad?

La angustia en su voz me sorprende.

—Alison…

—Te dije que eras el padre porque pensé que me darías una tregua—me interrumpe.

—¿Una tregua?

—Sí. No era mi intención hacerlo, me refiero a implicarte en esto, pero mis hermanos son tan protectores conmigo…, tan neandertales… Pensé que si te decía que tú eras el padre te asustarías y no correrías a confesarte. Eso me daría algo más de tiempo para mentalizarme a lidiar con ellos.

A prepararme. No quiero casarme, Preston, ni contigo ni con nadie, ¿entiendes?

«Joder, está más loca de lo que pensaba».  

Empiezo a acojonarme.

—¿Y por qué íbamos a casarnos tú y yo?

—Ellos querrán que lo hagamos. Insistirán en que es lo mejor para el bebé. Para mí. Para nosotros.

Se lleva las manos a las sienes y las presiona, desesperada. Un escalofrío me recorre el cuerpo de pies a cabeza.

—Oye, no sé qué cojones te he hecho para que la hayas tomado conmigo—me mira desconcertada—. Primero me acosas en la boda de tu hermano, para echar un polvo, y ahora me haces pasar por esto. No tiene ni puta gracia, Alison. Si querías asustarme y reírte de mí, lo has conseguido. Adelante, ríete, pero ya basta, no sigas con esta charada, ¿vale? Olvídate de mí y de lo que sea que tengas en mente.

—¿Crees que esta situación me la he inventado para reírme de ti, para hacerte pasar un mal rato?

—Sí. Fuiste tú quien me buscó hasta conseguir lo que querías. Nada de reproches, nada de malos rollos, ¿recuerdas? —asiente—. ¿Entonces a qué viene esta pantomima?

Sus ojos refulgen de furia.

—Dios, ¿piensas que todo esto es por ti?

—Dímelo tú.

—Joder, con razón me caes como el puto culo. Eres… Eres…

—Pues para no caerte bien no dudaste en perseguirme durante horas para que te follara.

Resopla con fuerza y me fulmina con la mirada.

—¡Y ni te imaginas lo arrepentida que estoy de ello!

—¡Ya somos dos!

Nuestras miradas se retan durante segundos.

—No es ninguna broma, Preston, el bebé es tuyo.

—¡Pero yo no quiero ser el padre de ningún bebé, joder!—grito.

—¡Nadie te lo ha pedido!

—¿Entonces por qué me lo has dicho?

—Porque si alguien puede hacer que mis hermanos se mantengan al margen de mi vida, eres tú.

—¿Y ya está? ¿Eso es lo único que quieres de mí?

—Sí.

Los pulmones se me contraen.

—Vale, me encargaré de ello.

No sé cómo voy a hacerlo. En realidad, ahora mismo me da igual. Sólo quiero desaparecer.

CAPÍTULO 3

 

Lo que acaba de pasar es surrealista. En realidad, casi todo lo sucedido en el día de hoy lo es. Vengo tras ella, con el firme propósito de cantarle las cuarenta y hacerla pasar un mal rato, y al que parece que haya arrollado una apisonadora es a mí.

No acabo de creerme que esto esté pasando. Prefería un millón de veces que fuera una puta broma a tener que vivir esta situación.

¡Yo no quería esto, joder!

«Pues haberte puesto un condón, imbécil».

Cierto.

En lugar de echar a correr, que es lo que me pide el cuerpo y la mente, correr hasta desaparecer del puñetero planeta, camino alrededor del roble como un autómata. Con una única frase en mi cabeza, que retumba tan fuerte, y tan clara, que me tiene contraídas las entrañas: «¡Voy a ser padre!

¡Voy a ser padre! ¡Voy a ser padre!». Me paro en seco, con la respiración demasiado agitada, y apoyó las manos en las rodillas inhalando con fuerza. Estoy asustado, pero no paralizado, como hace unas horas. Creo que, en el fondo, sabía que esto podía pasar. Es lo que tiene jugar con fuego, que uno se quema sin remedio. Nunca, desde que tuve la edad de empezar a follar, lo hice sin tomar precauciones. Hasta hace un par de meses, con ella. Me hizo perder la razón y olvidarme de todo. Todo es por su maldita culpa.

«¡Acosadora!».

Levanto la cabeza y la miro con rabia.

Tiene los brazos alrededor de su cintura, abrazándose; la mirada perdida en la semioscuridad que se cierne sobre nosotros, en el lago. Las lágrimas que se deslizan por sus mejillas brillan, haciéndolas más notorias a mi escrutinio.

Hace un momento sentí lástima por ella. Ahora no. Ahora siento ira, angustia y ganas de gritar. De gritar a pleno pulmón que estoy completamente jodido. No lo hago, claro. Alguien podría escucharme, aparte de ella, y la cosa iría a peor. Hasta el momento tengo la suerte de que sus hermanos no lo saben, aunque ella cree que sí.

Se me encogen las pelotas al pensar en Theodore y Adrien. Veo sus caras de horror al enterarse de que me he tirado a su hermana. Siento crujir sus puños y sus dientes porque he sido yo el que la ha dejado embarazada. Yo, el mejor amigo de ambos. Me he pasado por el forro de los cojones una de las reglas básicas de la amistad: nada de follarse a hermanas ni exnovias de tus amigos.

He roto nuestra amistad por un polvo.

—Soy hombre muerto… —susurro—. Soy hombre muerto… Soy hombre muerto… Soy hombre muerto… —entro en un bucle desesperado—. Soy hombre muerto… Soy hombre muerto… Muerto… Muerto…

—Arthur, para.

No lo hago.

Sigo pronunciando las mismas tres palabras una y otra vez.

—¡Para!

No la escucho.

—Por favor, para—solloza.

Yo sigo poseído por esa jodida frase.

Siento sus manos en mis hombros.

Me zarandea con fuerza.

—¡He dicho que pares, joder!

¡Zas! ¡Zas!

Un par de hostias me cruzan la cara de lado a lado, cortando el bucle al instante.

La miro con los ojos muy abiertos, sorprendido.

—¿Por qué cojones has hecho eso? —me froto las mejillas, que me arden.

—Parecías un pelín histérico y empezabas a asustarme.

—Me has hecho daño.

Se encoge de hombros.

—Al menos he conseguido que dejaras de repetir que eras hombre muerto.

—Gracias.

—Lo siento—masculla.

—Lo necesitaba—admito.

—Me refiero a todo. A esta situación…

Asiento.

—Yo también lo siento.

Suspiro, cerrando los ojos, centrándome en recuperar la calma.

«Menuda mierda».

Respiro hondo.

Capto el sonido de la música a lo lejos, el de las cigarras y el chapoteo de algún pez en el agua; voces apagadas y algunas risas quedas; nuestras respiraciones, el roce de sus manos en los vaqueros y el pum, pum, algo más acompasado, de mi corazón.

—No les he dicho nada a tus hermanos—digo con la vista ahora clavada en la oscuridad.

—¿No?

Niego con la cabeza.

—No, pero tarde o temprano tendré que hacerlo, son mis amigos.

—¿Puedo sugerir que sea más bien tarde?

—No sé si me dejará la conciencia.

—¿Pero tú tienes de eso? —se guasea.

Intento sonreír, sin conseguirlo.

—Más de lo que te imaginas.

No es sólo la conciencia, también está mi lealtad como amigo, aunque yo mismo me haya encargado de joder nuestra amistad, se lo debo a ambos.

—En serio, Alison, ¿qué vamos a hacer?

—Seguir con nuestras vidas, supongo.

—¿Y cómo sigue alguien con su vida después de fastidiarlo todo? ¿Cómo puedo seguir con mi vida, sabiendo que soy el culpable de que una criatura que no ha sido buscada ni querida va a nacer dentro de unos meses? ¿Cómo?

—No sé por qué pasan las cosas, Preston, pero pasan.

Tú y yo nos conocemos, pero no somos amigos. Te acosé para que te acostaras conmigo, sí, en aquel momento lo necesitaba y te provoqué hasta conseguirlo. Quedarme embarazada no entraba en mis planes ni de coña, pero los antibióticos que tomé para un resfriado anularon los efectos de la píldora anticonceptiva y ahora lo estoy. Pude abortar, de hecho, lo pensé, pero de repente descubrí que ser mamá me hacía feliz… Sigo adelante porque, sin ser buscado, es lo que quiero—me mira—. Ambos tenemos claro que no queremos casarnos y, mucho menos por obligación. Seguir adelante es mi decisión, sólo mía. Jamás podré reprocharte que tú quieras seguir con la tuya sin mirar atrás si es lo que quieres.

—¿Estás segura de eso?

—No es mi intención obligarte a hacer algo que no quieras.

—No lo parecía hace dos meses… 

Sonríe.

—Vamos, Preston, lo deseabas tanto como yo.

—Me obligaste.

—No vi ninguna pistola apuntándote a la cabeza para que lo hicieras. Aunque sí había otra cosa que apuntaba a…

—Déjalo, Alison, no me lo recuerdes.

—¿Tan malo fue?

La miro con intensidad.

—El mejor rock and roll de mi vida.

—Fue increíble, ¿verdad? Puede que algún día tú y yo volvamos a bailar juntos.

—No pienso volver a bailar contigo, jamás—exclamo categórico.

Ríe.

—¿Estás bien?  

—Si te refieres a si se me han quitado las ganas de lanzarme al lago para que no sean tus hermanos los que acaben con mi vida, sí. ¿Y tú?

—Ahora que no gritas como una gallina que vas a ser hombre muerto, también.

«Qué graciosa».

Caminamos juntos por el sendero, en silencio. Acompañados por los murmullos nocturnos de la naturaleza. Nuestras manos se rozan por casualidad e, inconscientemente, entrelazo mis dedos con los suyos y los presiono con delicadeza. Mentiría si dijera que no tengo la cabeza hecha un lío, porque la tengo. Ahora mismo es un caos. Un caos que me aplasta las costillas y atenaza mi garganta. No sé cómo voy a hacer para solucionar esto y salir indemne de ello. La verdad que lo tengo muy jodido. Atravesamos la celosía de buganvillas que delimita el jardín del resto de la finca y, antes de seguir avanzando y mezclarnos de nuevo con la gente me paro y, sin soltarle la mano, la miro a los ojos.

—Mañana hablaré con tus hermanos antes de irme.

—Creía que habíamos acordado que lo harías más bien tarde.

—No puedo hacer eso, mi obligación es hablar con ellos y ser sincero.

—Se van a cabrear mucho contigo, Arthur.

—Lo sé, aun así, es mi deber.

—Pero tratarán de obligarte…

—No, no lo harán—la interrumpo—. Adrien sufrió durante tres años porque Caitlin se vio en la obligación de seguir las normas de primogenitura para salvarle el culo a su padre. Y Theodore se siente culpable por ser partícipe de ello.

No van a obligarnos a nada, Alison.

—Estás muy seguro de ello.

—Los conozco. Quieren lo mejor para ti, pero no te obligarán a hacer algo que no deseas.

—¿Y qué va a pasar contigo?

—No te preocupes por eso.

—Puedes decirles que he conocido a alguien y que ese es el motivo de que no vayamos a estar juntos.

—¿Y es cierto? —pregunto curioso.

—No, pero nunca se sabe—se encoge de hombros.

—Les diré la verdad.

Asiente.

—¿Seguro?

—Sí.

—Entonces te acompañaré a hablar con ellos.

—Alison, no es necesario que…

—No voy a dejar que te enfrentes tú solo a esos cavernícolas, Preston, estamos juntos en esto. Los dos tenemos claro lo que queremos.

—Vale.

—¿A las doce en la biblioteca?

—Perfecto.

—Bien.

Volvemos a guardar silencio.

—Eh, vosotros dos, ¿qué hacéis ahí?

Ambos nos sobresaltamos al escuchar la voz de Theodore.

—Me encontraba algo mareada y Preston me estaba haciendo compañía.

Trago saliva cuando se acerca a nosotros y le pasa un brazo a su hermana por los hombros, atrayéndola hacia sí.

—¿Y ya te encuentras mejor?

—Sí.

—Se ha marchado casi todo el mundo y a Caitlin se le ha ocurrido hacer un duelo de karaoke en el salón grande, ¿os apuntáis?

—¿Karaoke? ¡Por supuesto!

Parece entusiasmada, pero creo que sólo está fingiendo para que su hermano no haga preguntas.

—¿Preston?

Theo me mira suspicaz.

—Va a ser que no, ya sabes que canto como una rana afónica y evito las actuaciones en público a toda costa.

—Vamos, hombre, a nadie le importa que no sepas entonar, estamos en familia. Echémonos unas risas y pasemos el rato.

«Para echarme unas risas estoy yo…».

Pero claudico, y acabo entrando con ellos en el salón grande donde Rebeca y Caitlin preparan todo el tinglado del karaoke.

La verdad que no tengo muchas ganas de estar aquí con ellos disimulando estar bien y tranquilo cuando no es cierto. Sin embargo, según va pasando el tiempo y se va caldeando el ambiente, entre duelo y duelo, me descubro disfrutando de lo lindo de las actuaciones de mis amigos.

Actuaciones penosas y caóticas que podrían dejar sordo a un elefante y que me hacen reír a carcajadas. Olvidándome de que puede que esta sea la última vez que esté en compañía de las personas que tanto significan para mí. Personas con las que he vivido los mejores momentos de mi vida: las fiestas en la universidad, la puesta a punto del Libertine en Ibiza, los comienzos con las reuniones de BDSM. Personas a las que he visto enamorarse, sufrir por ese amor, y luego reconciliarse para ser felices el resto de sus días. Al menos esa es la intención. Personas que me han dado mucho y a las que he correspondido por igual. Personas que en cuestión de unas horas se sentirán traicionadas por mis actos y olvidarán que no soy un mal tipo y que jamás fue mi intención hacer algo así.

Ir a la siguiente página

Report Page