Arthur

Arthur


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EPÍLOGO

 

 

Alison

 

«Hoy es el día…»

Aquella noche, de hace un mes, en la que al fin fui valiente y le declaré mi amor a Arthur, no hablábamos en broma cuando decidimos casarnos en la intimidad. Solos él y yo, sin nadie más. Bueno, y nuestro bebé, por supuesto.

Sé que mi familia pondrá el grito en cielo por haberles ocultado nuestros planes, pero no me importa. Digamos que es nuestra pequeña venganza por ser tan entrometidos y querer que se hagan las cosas a su manera.

Además, a ninguno de los dos nos apetecía hacer una celebración por todo lo alto y con infinidad de invitados. No necesitamos demostrar nuestro amor a lo grande, nos basta con algo sencillo: un juzgado, el juez, un par de testigos y para de contar.

Sonrío complacida por nuestra decisión.

«Quién te lo iba a decir, ¿eh?»

Pues sí.

Nada de lo acontecido en los últimos siete meses entraba en mis planes. Absolutamente nada. Vale, miento, probar el buen movimiento de caderas de Preston, ese del que había escuchado hablar tantas veces, sí; pero no quedarme embarazada, y mucho menos, enamorarme de él.

Principalmente porque, para ser sincera, era una persona a la que no soportaba.

Verlo aparecer por Clover House, la mansión familiar, me ponía de los nervios. No por nada, porque en realidad, siempre tuvo un trato cordial conmigo, sino porque me parecía un estirado y un sabelotodo. Tan distante… Tan correcto… Tan perfecto…

—Ali, mi amor, ¿te falta mucho? No quiero llegar tarde a nuestra boda.

Miro por encima del hombro hacia la puerta cerrada de nuestra habitación, donde mi futuro marido me espera ansioso.

—Ya casi estoy lista, cielo, sólo unos minutos más.

—De acuerdo.

Oigo sus pasos alejarse por el pasillo y suspiro.

«Qué buena elección has hecho, Alison…»

Y es cierto, no tengo ninguna duda al respecto, Arthur es el hombre más maravilloso del mundo. Empecé a darme cuenta de ello cuando mi hermano Theodore lo echó de Clover House el día que supieron que él era el padre de mi bebé y amenacé con desaparecer de sus vidas, igual que hice cuando no vieron con buenos ojos mi relación con Colin.

Mientras que este último, en su momento, me animó a hacerlo, Preston hizo todo lo contrario, calmándome y haciéndome prometer que no haría ninguna tontería.

Luego, cuando se vio obligado a regresar a Londres y trabajar conmigo, cuanto más tiempo pasábamos juntos, más claro tenía que no era el hombre que había imaginado. No sabría decir en qué momento exacto me enamoré de él. Supongo que empezó a ganarme con su dulzura y cuidados, siempre preocupándose de mi bienestar, pendiente de mí…. Arrodillado a mi lado mientras vomitaba, preparándome cada día el té de menta, las galletas saladas… Fueron tantas cosas, tantos momentos compartidos… Y fui tan asquerosa con él, tan desagradecida que, no entiendo que no me mandase a la mierda y se olvidara de mí. De haberlo hecho, reconozco que me lo hubiera merecido.

«Sí, te lo merecías, por arpía…»

Cada vez que pienso en todas las veces que lo traté mal a propósito, me angustio. La de tonterías que pueden llegar a hacerse por amor. Sí, por amor. De ninguna manera podía permitir que se quedara sin trabajo y tuviera que pagar una sanción desorbitada por mi culpa.

Ahora tengo claro que mis hermanos no lo habrían obligado a cumplir esa estúpida cláusula, porque todo era un puto paripé. Un paripé que casi consigue que pierda al amor de mi vida. A punto estuve de partirles la cara a esos gilipollas cuando Arthur me contó que todo fue planeado con la única intención de que nos enamorásemos.

Qué rabia me dio… Qué ganas de convertirme en asesina, joder… Su propósito lo consiguieron, sí, pero ¿a qué precio? Las semanas previas a la celebración de Acción de Gracias fueron una maldita pesadilla para nosotros dos. Para Arthur, porque fui cruel con él, tanto que hasta renunció al empleo en la empresa; y para mí, porque a pesar de quererlo con locura, lo alejé, partiendo su corazón y el mío.

¿Cómo no iba a querer matar a Adrien y a Theo con mis propias manos? Lo raro es que no me haya dejado llevar y lo haya hecho. ¡Capullos metomentodo! Menos mal que a Adrien le dio por decirme que Arthur se iba a trabajar a Estados unidos con el hermano de Rebeca, Oliver Hamilton, que si no…, a saber qué hubiera pasado. Nunca había tenido tanto miedo de perder a alguien como hasta ese día.

Juro que hasta me quedé paralizada e incluso muda. Ni siquiera cuando Colin murió me sentí tan devastada. Supongo que, porque ni de lejos sentía por él lo que siento por Preston.

De hecho, fue más bien un capricho que a él le costó la vida y a mí muchos disgustos y remordimientos de conciencia.

«Tu mayor equivocación…»

Cierto.

Mejor no hablar de él, total, para qué.

Me encojo de hombros y me miro al espejo.

Lo único que veo es la cara de Arthur cuando me dijo que estaba jodidamente enamorado de mí y que lo quería todo conmigo, que no le bastaba con ser mi amigo con derecho a roce.

Esa desesperación… Ese brillo en la mirada… Los brincos de mi corazón… Yo tampoco lo quería, pero en las circunstancias en las que estábamos, era a lo único a lo que podía aferrarme para mantenerlo a mi lado.

No funcionó. Ninguno de mis intentos lo hizo. «Todo o nada, Alison…», dijo. Qué mema fui, joder… No me extraña que haya dudado de mis sentimientos hasta el último momento.

La de veces que me preguntó si tenía algo que decirle y todas ellas respondí que no… En su lugar a mí me hubiera pasado lo mismo.

¿A quién no?

Decirle que le quería fue lo más fácil del mundo.

Convencerle de que no mentía, lo más complicado.

¿Ha merecido la pena todo lo vivido?

Rotundamente sí. No cambiaría ni una sola coma de nuestra historia.

¿Por qué?

Porque ahora nuestro amor es invencible.

—Por el amor de Dios, Alison, estás consiguiendo que me coman los nervios.

Sonrío a mi reflejo en el espejo, me aliso una inexistente arruga del vestido, y abro la puerta de la habitación. Mi prometido me mira de pies a cabeza, con adoración y la boca abierta. Me encanta que reaccione así a mí. Me encanta ver en sus ojos ese deseo…, ese anhelo…, esa necesidad…

—Joder, pequeña acosadora, estás preciosa.

No llevo un vestido de novia al uso, es de premamá y sencillo; de color crudo, con las mangas largas de encaje y escote redondo.

Me he recogido el pelo en un moño clásico, alto y tirante, y lo he adornado con pequeñas cuentas de flores de cristal. Los zapatos tienen poco tacón, tengo los tobillos demasiado hinchados como para ponerme algo más sofisticado.

Es lo que tiene casarse embarazada de casi ocho meses, que prima la comodidad.

—Gracias, tú también estás muy atractivo.

Y no miento.

Se ha puesto un traje de tres piezas en color azul, que le queda como un guante; camisa blanca impoluta y pajarita. Ya estoy deseando quitárselo para disfrutar de lo que hay debajo de tanta tela. Pero lo más bonito son sus ojos y las arruguitas que se forman alrededor de ellos cuando sonríe de esa manera tan sexi que me hace babear.

—Si no estuviera como un tonel y a punto de reventar, te ibas a enterar…

—No digas tonterías, ahora mismo eres la mujer más hermosa del mundo y ya sabes lo mucho que me gusta que te sientes a horcajadas sobre mí y me cabalgues—exclama con esa sonrisa que me mata.

—De pequeña siempre quise ser cowboy—aseguro pícara.

Suelta una carcajada.

—Alison James, no tienes remedio y me encanta.

Lo miro con adoración.

—¿Listo?

—Para ti, siempre.

Con los dedos entrelazados, salimos de casa, nos subimos a mi coche y hacemos el recorrido al juzgado de Dover compartiendo miradas y sonrisas cómplices.

No creemos en eso de que trae mala suerte ver a la novia antes del «sí quiero». Hace casi un mes que vivimos juntos y sería una tontería que él saliera de casa sólo porque vamos a casarnos. Además, no creo que pudiera pasar una sola noche sin él a mi lado. Ya no.

En este poco tiempo, me he acostumbrado a tenerlo siempre cerca, formando parte de mí, de mi día a día. Estoy tan enganchada a él, que, si no me abraza antes de dormir, me cuesta conciliar el sueño. La tranquilidad que me transmite con ese simple gesto es inexplicable, pero cierta. A veces me asusta la magnitud de mis sentimientos por este hombre.

Tan intensos… Tan carnales… Tan todo… Me domina con su mirada, me derrite con sus caricias y me mata de amor con sus palabras. Me tiene rendida a sus pies, literalmente.

—¿En qué piensas? —indaga llamando mi atención, parados frente a los juzgados.

Lo miro embobada.

—Llevo todo el día pensando en ti. En todas las cosas maravillosas que has hecho en mí y por mí. En todo lo que me equivoqué contigo y que aun así te tenga a mi lado, dispuesto a unirte a mí para el resto de tu vida—me da un ligero apretón en la mano—.

Pienso en lo rápido que late mi corazón, sólo porque respiras el mismo aire que yo; en la forma en que me tiemblan las piernas cuando me sonríes y en cómo me desintegro cuando me tocas—suspiro, clavando los ojos en los suyos con intensidad—. En definitiva, tú ocupas mi mente, mi alma y todo mi ser, Arthur Preston, no tienes ni idea de cuanto te quiero.

Acaricia mi rostro con dedicación.

—Te equivocas porque, si es sólo la mitad de lo que yo te quiero a ti, entonces sí que lo sé—enreda su mano en mi nuca y me aproxima a él—. Te amo más que a mi vida, Alison, y tú eres mi vida.

Nos fundimos en un beso largo y lento que me corta el aliento.

La ceremonia civil es sencilla y rápida y, para cuando salimos de los juzgados, nos quedamos sorprendidos porque ha empezado a nevar. Los astros han querido aliarse con nosotros y, en lugar de arroz, confeti o pétalos de rosa, como en cualquier boda, tenemos algodonosos copos de nieve.

¿Se puede pedir más?

—Dios, esta estampa es preciosa—murmuro.

—Sí que lo es—su vista está fija en mí.

Sonrío.

—Si sigues mirándome así, tendremos que pasar por casa antes de dirigirnos a Clover House para la cena de Navidad.

Suelta una carcajada sexi y sensual.

—¿Piensas en algún baile en particular?

Asiento.

—Rock and roll.

 

 

 

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