Arthur

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CAPÍTULO 13

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CAPÍTULO 13

 

Lo que en un principio iba a ser un fin de semana loco, de caza, para celebrar mi victoria y porque lo necesitaba con urgencia, se convirtió en un calvario y todas mis expectativas se fueron al traste. Aun así, confieso que me divertí como nunca.

Mi plan era quedarme en casa el viernes por la noche, cenar con mi padre, ver algo en la televisión con él y dormir como un tronco hasta bien entrada la mañana del sábado, para estar descansado, y, al oscurecer, salir a quemar la noche. Solo.

¿Con quién iba a salir si aquí no tengo amigos? Al llegar a casa comenzó a torcerse mi plan, pero claro, yo aún no lo sabía. Mi padre me había dejado una nota pegada al frigorífico con un imán. En ella decía que había salido con Amanda y que no lo esperara para cenar. Me encogí de hombros y me alegré por él. Me di una ducha y me puse cómodo. Como estaba solo, me hice un bocadillo para cenar y abrí una cerveza sin alcohol. Me tumbé en el sofá y vi un documental de la India en la televisión. A eso de las once, me metí en la cama y me dormí al instante. Me desperté sobresaltado poco después, al escuchar un quejido en el pasillo. Me incorporé y busqué el teléfono para ver la hora: la una de la madrugada. Me disponía a levantarme, creyendo que a mi padre le pasaba algo, cuando escuché una voz de mujer que decía:

—Finn, ¿estás seguro de que tu hijo no está en casa?

—Es viernes, Amanda, seguro que se ha ido de fiesta con sus nuevos compañeros de trabajo.

—Eso espero, porque me moriría de vergüenza si me encontrara aquí.

—Tranquila, no se enterará. Madrugaremos y saldremos a desayunar fuera.

Meneé la cabeza y sonreí.

«Qué granuja…».

Cerré los ojos, con intención de volver a dormirme, pero fue imposible. En cuanto la puerta del dormitorio de mi padre se cerró, para mi desgracia, escuché lo que nunca un hijo debe escuchar: jadeos y palabras subidas de tono; más jadeos, risas y grititos de placer que, joder, me sacaron todos los colores del arcoíris. Así durante horas interminables. Una y otra vez. De nada sirvió envolver la cabeza con la almohada. Y juro que eché de menos tener unos auriculares a mano, o unos tapones, cualquier cosa con tal de no seguir oyéndolos.

No es por nada, pero descubrir que tu padre tiene más vida sexual que tú, es frustrante y envidiable.

«Ahora ya sé de quién heredé el buen movimiento de caderas…»

Eran pasadas las cinco de la madrugada cuando el ruido cesó y pude volver a dormirme; sólo para despertarme tres horas más tarde con un dolor de cabeza espantoso. Cabreado y más cansado que nunca, me levanté. Antes de salir de mi habitación, presté atención a los sonidos de la casa.

Nada, todo en silencio. Una de dos, o los tortolitos seguían durmiendo, o ya se habían ido a desayunar para que yo no me enterara de nada. Como no estaba seguro, abrí la puerta, eché una ojeada al pequeño pasillo y, al cerciorarme de que parecía estar solo, salí bostezando, arrastrando los pies y rascándome el pecho. Al entrar en el baño, a buscar un ibuprofeno, el grito de una mujer, acicalándose frente al espejo, casi me deja sordo. 

—Joder, lo siento—balbuceé, azorado—. No quería… Yo no…

Los ojos de la mujer, abiertos como platos, me recorrieron de pies a cabeza.

—Madre del amor hermoso…

—Amanda, ¿qué pasa, estás bien?

Mi padre salió, apresurado y a medio vestir, de la habitación.

—Finn, no me habías dicho que tu hijo era tan apuesto—dijo

«Esto es surrealista…»

—Por el amor de Dios, hijo, ve a ponerte algo de ropa.

Parecía avergonzado, no sé si porque yo iba sólo con un bóxer negro, o porque había pillado a su novia en el baño.

«Lo dicho, surrealista total…»

—Qué bochorno… —murmuró ella en cuanto entré de nuevo en mi habitación—. Se parece a ti.

«La madre que me parió…»

Cerré la puerta, me tapé la cara con la almohada y me reí. Me reí a carcajadas hasta que se me saltaron las lágrimas y me dolió la barriga.

La presentación oficial fue poco después, cuando ya vestido y aseado, entré en la cocina.

—Buenos días, tortolitos—dije para quitar hierro al asunto—. Siento lo de antes.

—Amanda, este es mi hijo Arthur. Arthur, ella es Amanda.

—Tu novia.

—Sí.

Sonreí y extendí la mano hacia ella.

—Encantado de conocerte, Amanda.

—Lo mismo digo.

—Bueno, ya no es necesario que salgáis a desayunar para que yo no me entere, ¿eh?

Ella se ruborizó y mi padre me miró suspicaz.

—Estabas en casa cuando…

—Sí. Todo el tiempo. Estás hecho un toro, papá—dije con guasa, palmeando su espalda.

A ambos se les escapó la risa.

—Pensábamos que no estabas.

—Ya me di cuenta, ya. Voy a salir a comprar algo para el desayuno, id preparando café.

Amanda resultó ser como me imaginaba. Una mujer sencilla, de voz dulce, amable y cariñosa. Y lo más importante, parecía estar muy enamorada de mi padre. Me lo dijeron sus gestos, sus ojos y su sonrisa constante cuando se dirigía a él. Si ya me gustaba antes de conocerla, después, a pesar de nuestro encuentro matutino en el baño, me cautivó. Era tan agradable…, tan atenta… No me extrañaba nada que mi padre hubiera caído rendido a sus pies. Hacían muy buena pareja.

El sonido del portero automático interrumpió la conversación y mi padre y yo nos miramos.

—¿Esperas a alguien? —me preguntó levantándose a ver quién era.

—No, a nadie.

—Pues parece que sí es para ti.

—¿Qué dices? ¿Para mí? —exclamé extrañado.

—Ve a abrir la puerta, anda.

Hice lo que me mandó y me quedé esperando, apoyado en el quicio de ésta. Me enderecé en cuanto vi quién subía el último tramo de escaleras.

—Hostias, ¿qué haces aquí?

—He venido a pasar el fin de semana con mi amigo, ¿no te alegras de verme?

Sonreí con ganas.

—Joder, claro que sí, Luis, ¿cómo no voy a alegrarme?

Le di un abrazo, cogí la bolsa de viaje que traía en la mano y lo hice pasar.

—Te he sorprendido, ¿eh?

—Ya lo creo, no me lo esperaba para nada.

—Ya sabes, si Mahoma no va a la montaña… Tío, tienes un aspecto horrible.

Puse los ojos en blanco.

—Ya te contaré…

Le presenté a mi padre y a Amanda y se sentó a la mesa a desayunar con nosotros.

Joder, no me lo podía creer… Luis estaba aquí para pasar el fin de semana conmigo y eso era un gran detalle por su parte, la verdad. Ese gesto me emocionó y me sentí afortunado por contar con él.

—Si no te importa dormir en el sofá, puedes quedarte aquí—le dijo mi padre.

—Oh, no se preocupe, señor Preston, alquilé una habitación en un pequeño hotel que hay tres calles más arriba. De hecho, debería de ir a confirmar el registro y dejar la bolsa de viaje.

—Llámame Finn, muchacho.

—A no ser que quieras descansar, te acompañaré.

El hotel, bueno, mejor dicho, la posada, quedaba relativamente cerca de mi casa y fuimos dando un paseo.

Después de preguntar por las personas que me importaban y había dejado en Ibiza, y ponerme al día sobre el club y la reunión de BDSM, de este fin de semana, acordamos no volver a hablar de ellos y tampoco de Mila y Alison. Este era nuestro fin de semana de desconexión, así que estuvimos de acuerdo en no hablar de los problemas.

—¿Dices que hoy es el debut de Adrien en la reunión?

Me constaba que ese mamón se había estado preparando para ello.

—Sí, Theodore estaba nervioso. Dijo que le resultaba violento ver a su hermano en plan sumiso con Caitlin.

—Con razón estos días no ha pasado por la oficina a tocarme los cojones. Alguien se estaba encargando de tocar los suyos…

Luis soltó una carcajada y yo también.

Lo acompañé mientras se registraba y luego quedé en pasar a buscarlo en un par de horas.

De camino a casa, fue cuando me di cuenta de que el fin de semana que había planeado, no estaba resultando para nada como esperaba.

No había cenado con mi padre la noche anterior, ni visto la televisión con él. Tampoco dormí como un tronco, ni desperté tarde. Y con Luis aquí, estaba claro que no iría de caza solo. Esto último me hizo ilusión. Era la primera vez que saldríamos juntos a quemar Londres.

Sonreí animado, la cosa pintaba muy bien. 

Pasamos el día en la capital. Comimos en un pub irlandés y luego paseamos por Hyde Park; nos hicimos unas fotos en la entrada del palacio de Kensington y nos cachondeamos, como adolescentes, del cambio de la guardia real. Degustamos unas Guinness y jugamos unas partidas de billar en otro pub, donde terminamos cenando también.

—¿Vas a llevarme al club de los James? Recuerdo que me gustó cuando Rebeca y yo vinimos a la convención sexual que preside Lord James.

—Está un poco lejos, pero si quieres ir…

—No parece que te entusiasme mucho la idea.

—Lo que no me entusiasma es encontrarme con Alison.

—¿Crees que estará allí?

—Probablemente.

—Pues entonces nada de ir al Libertine Green Clover.

Terminamos en el Soho, concretamente en el Club 49, un pub nocturno que unas amables personas nos recomendaron. Es lo que tiene no estar acostumbrado a salir de fiesta por Londres, que uno no tiene ni idea por dónde moverse.

El club estaba bien, tenía muy buen ambiente y la música no era estridente. Pedimos unas copas en la barra, la mía ya sin alcohol, y nos mezclamos con la gente hasta dar con un rincón que nos gustó. Pared tapizada de piel, sillones haciendo juego, y mesas bajas rodeadas de pequeños taburetes. Era un milagro que el rincón estuviera vacío y ocupamos una de las mesas sin dudarlo.

No llevábamos ni diez minutos allí sentados, cuando vinieron a echarnos.

—Lo siento, chicos—dijo un tío fornido y guaperas—, pero no podéis estar aquí, esta zona está reservada y…

—No me lo puedo creer—exclamó una voz que conocí al instante.

Miré por encima del hombro del tío y se me secó la boca, la garganta y creo que, hasta el esternón, si eso es posible.

Justo ahí empezó mi calvario.

—¿Esa no es…? —me susurró Luis al oído.

Asentí.

—Lo es. Y viene acompañada del aquelarre al completo.

—Deberíamos haber ido al club de los James.

—Eso parece.

El guaperas se giró y la miró durante demasiado tiempo.

—Señorita James, les estaba diciendo que esta zona está reservada.

Ella sonrió y algo se me removió en el estómago.

—No te preocupes, Tony, nos conocemos.

«Tony, menuda mierda de nombre…»

—Eso es Tony—dije mirando a mi acosadora—, nos conocemos, pero nos iremos de todas formas.

—No es necesario, ¿verdad, chicas? —todas asintieron con los ojos clavados en Luis—. Podéis quedaros y tomar una copa con nosotras.

—A mí no me importa.

Miré a mi amigo, molesto, y luego me acerqué a Alison.

—Ambos sabemos que no podemos estar juntos fuera del horario laboral—murmuré de forma que sólo ella me oyera.

Puso los ojos en blanco.

—¿Y quién va a decírselo a mis hermanos, tú?

—No.

—¿Entonces?

—Alison…

—Vamos, hombre, sólo será una copa.

No lo fue.

Y yo debí marcharme en aquel momento, pero no lo hice.

«Idiota».

Al principio me sentí extraño entre ellas, tenso y algo incómodo. Luis rápido estuvo en su salsa rodeado de tanta fémina. Lástima que todas fueran unas brujas. Dana era la que más parecía gustarle, estaba pegado a ella como una lapa y la miraba todo el tiempo. Igual que ella a él. No me extrañó, mi amigo es guapo y ella un bombón.

Le di un sorbo a mi copa y suspiré resignado.

Enseguida se nos unió más gente, sobre todo tíos. Tíos que las invitaban a más copas y las sacaban a bailar. Uno de ellos parecía especialmente interesado en Alison. Le susurraba al oído, la hacía reír y, de vez en cuando, le acariciaba la espalda o el brazo. Demasiada confianza para ser un simple amigo…

Mis ojos se clavaron en ella y la observé con detenimiento.

Estaba guapa con el pelo trenzado y apenas maquillaje.

Tragué saliva al recorrer su cuerpo enfundado en unos pantalones ajustados y un top drapeado en dorado. Los botines de finísimo tacón hacían que sus piernas parecieran kilométricas. Al instante las imaginé rodeando mi cintura y se me aceleró la respiración. Joder, se me puso dura en un santiamén. Sentí un escalofrío cuando nuestras miradas se encontraron y ella sonrió, como si supiera en lo que estaba pensando, como si pudiera leerme la mente. Me puse nervioso cuando se despidió del tío ese y caminó hacia mí.

Me acojoné, la verdad.

—Dios, estos botines me están destrozando los pies—dijo sentándose a mi lado.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron.

—Salir de fiesta y no poder beber alcohol es una mierda, ¿qué bebes tú?

—Alcohol no—respondí sin mirarla.

—Vamos, Arthur, relájate.

—Como si eso fuera posible—respondí.

—Te propongo un juego.

Me encogí de hombros.

—Mientras no me propongas un baile…

Rio con ganas.

—Veo, veo…

—¿En serio?

—Veo, veo—repitió.

Suspiré y la miré.

—¿Qué ves?

—Un tanga de leopardo.

—¡Venga ya!

—Lo juro.

Paseé la mirada por el concurrido bar fijándome en las mujeres, a ver a cuál de ellas se le veía el tanga.

—Dame una pista.

—No es una mujer.

—No jodas.

Asintió y solté una carcajada siguiendo la dirección de su mirada. Había un tipo en la barra, sentado en un taburete, que enseñaba su preciosa ropa interior.

—¡Dios! —exclamé alucinado.

Ambos nos reímos.

—Veo, veo.

—¿Qué ves? —preguntó.

—Una mano dentro de un sujetador.

—La pareja de la esquina.

—Eres buena…

Jugamos durante un rato largo, riéndonos de cosas de las que nadie más parecía percatarse.

—¿Mejor? —indagó con sus pupilas clavadas en mí.

—Mucho mejor.

—Bien.

Se quedó a mi lado todo el tiempo. Rozándome cada vez que se movía. Acariciándome con su aliento cuando se acercaba a decirme algo al oído. Dejándome notar el calor que desprendía su cuerpo. Torturándome con el olor de su piel.

No sé si lo hizo a propósito, pero consiguió ponerme cardíaco y muy cachondo.

Más tarde, al llegar a casa y acostarme, me di cuenta de que era la primera vez que disfrutaba de la compañía de una mujer sin tener sexo con ella.

Y que fuera precisamente Alison James, me paralizó.

 

 

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