Arthur

Arthur


CAPÍTULO 22

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CAPÍTULO 22

 

 

Antes de coger la autopista hasta Dover, para dejarla en su apartamento, paso por mi casa y meto en una bolsa de viaje: varias prendas, artículos de aseo, el portátil, un libro y poco más. Luego, con prisa, escribo una nota para mi padre y la dejo en la puerta del refrigerador sujeta por un imán de la isla de Ibiza que le traje hace ya algunos años.

Por último, me cercioro de que llevo todo lo necesario para estos días y cierro la puerta tras de mí con la sensación de que voy directo a la boca del lobo.

Instalarme con Alison estos días para cuidarla, no es precisamente la idea que tenía en mente para marcar las distancias, aun así, prefiero sacrificarme a tener que lamentarme más adelante en el caso de que a ella le pasara algo estando sola.

Mi conciencia no lo resistiría y nunca dejaría de sentirme culpable por haber dejado que se saliera con la suya. Esto no lo hago por mí.

Ni siquiera por ella. Lo hago por nuestro bebé. Suspiro. Está bien, lo reconozco, también lo hago por ella, para qué vamos a engañarnos.

Dejo la bolsa en los asientos traseros del coche y me pongo al volante.

Alison resopla con impaciencia, varias veces.

—Suéltalo de una vez—mascullo entre dientes.

—Sigo pensando que es una gilipollez que te empeñes en cuidar de mí, puedo hacerlo perfectamente yo sola.

Pongo los ojos en blanco y cuento hasta diez.

—¿Y qué pasaría si comienzas a sangrar? ¿O si pierdes el conocimiento por lo que sea? Dime, qué harías entonces, ¿eh? Podría llevarte a Clover House, pero eres tan sumamente cabezota que te niegas a que tu familia sepa nada de lo que está pasando y te ayuden; así que…, esto es lo que hay, Alison, o te cuidan ellos o lo hago yo, tú eliges.

—No me gusta que invadan mi intimidad, ¿vale?

—Por el amor de Dios, sólo serán unos días, no voy a instalarme contigo para siempre, joder.

Vuelve a resoplar con fuerza.

—Prefiero tener que lidiar contigo a hacerlo con ellos. 

—Bien, decisión tomada. Prometo que ni siquiera notarás mi presencia en tu apartamento.

—Sí, como si eso fuera posible—musita por lo bajo.

La miro.

—¿Por qué dices eso?

—Por nada.

—Alison…

—Arranca de una maldita vez, ¿quieres?

—Borde.

—Mandón.

Sonrío.

Esta mujer me vuelve loco, en todos los sentidos.

«Ya veremos si sonríes cuando pasen estos días, listo».

Dos horas más tarde, estoy entrando en Cannon Mills, la urbanización donde está su apartamento y en la que no me había fijado la vez anterior que estuve aquí. Imposible hacerlo si todo mi interés estaba centrado en ella y en lo que pasaría una vez estuviéramos en su casa, ¿verdad?

Aparco el coche en la primera plaza que encuentro libre frente al edificio de tres plantas.

Respiro hondo antes de abrir la puerta y salir.

¿Sabes dónde cojones te estás metiendo, idiota?

«Sí, tengo una ligera idea…»

Cojo la bolsa de los asientos de atrás, la sigo hasta el portal número ciento cuatro y subimos a la última planta. Tampoco me había parado a observar su apartamento, hasta ahora, que será mi hogar durante toda esta semana. Es espacioso, luminoso y moderno. Paredes en blanco, crema y gris. Muebles de madera clara y suelos de parqué. Sencillo, elegante y coqueto. Como ella.

Me gusta.

«Mira, también como ella…»

—Puedes dejar tus cosas en esta habitación—farfulla señalando una puerta, de mala gana.

—¿Vas a estar todo el tiempo en este plan? ¿Refunfuñando y protestando por todo?

Se encoge de hombros.

—Si no te gusta te fastidias. Como tú dices, es lo que hay. 

—Tú misma.

—Exacto, yo misma.

Poso la bolsa sobre la cama y saco mis pocas pertenencias, que coloco en la cómoda y el armario. Dejo los artículos de aseo en el neceser y el portátil encima de una de las mesitas. Miro el reloj. Debería de ir a la oficina y ponerme al día con mi trabajo y el suyo. Pero no lo haré hasta asegurarme de que ella está bien instalada y con todo lo que pueda necesitar en mi ausencia al alcance de la mano. Cuando vuelvo al salón, ya se ha puesto cómoda: pantalón corto y camiseta holgada. Se ha recogido el pelo en una cola de caballo y está tumbada en el sofá, mirando algo en su teléfono. 

—Adrien me ha llamado unas cinco veces—dice con un mohín de niña pequeña.

—Normal, se preocupa por ti.

—¿A ti también te ha llamado?

Saco el teléfono del bolsillo trasero de los pantalones y lo miro.

—Pues sí, varias veces.

—¿Crees que habrá pasado algo en la oficina?

—No, no lo creo. Seguro que se ha pasado por allí a tocar un poco los cojones y al no estar ninguno de los dos, ya sabes…

—Sí, lo sé. Oye, si hablas con él dile que hemos tenido un desayuno de negocios.

—¿Con quién?

—Y yo qué sé, Arthur, con el primero que se te ocurra.

—Deberíamos de ponernos de acuerdo para que nuestras explicaciones coincidan, ¿no te parece?

—Sí, tienes razón.

Al final, quedamos en decirle que nuestro desayuno fue con un empresario interesado en contratar una visita guiada, para sus empleados, por el museo.

Luego, voy a la cocina y preparo una bandeja, que encuentro en uno de los armarios, con un sándwich, algo de fruta, una botella de agua, un paño de cocina y servilletas. Lo dejo todo sobre la mesita central, que hay frente al sofá. Busco el mando de la televisión y lo pongo junto a la bandeja. 

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —espeta molesta.

—¿Ponerte las cosas fáciles para que no tengas que moverte del sofá y puedas descansar?

—Puff, ya te dije que no era necesario.

—Por favor, deja de quejarte y permite que te cuide.

—¡Y tú deja de pulular a mi alrededor, me pones de los nervios!

Nos retamos con la mirada e inspiro con fuerza, frustrado.

—Está bien, tú ganas. Ahí te quedas.

—¿Adónde coño vas? —grita cuando ve que me dirijo a la puerta.

—A pulular alrededor de alguien que sea más agradecido que tú.

—Arthur…

—Si necesitas algo llama a tu familia, seguro que estarán encantados de venir a aguantar tu buen humor.

Antes de salir por la puerta, cojo las llaves del apartamento y las meto en el bolsillo.

—¡Arthur! —vocifera.

Mi respuesta es un buen portazo, a ver si así se le bajan los humos.

Me saca de quicio, joder.

De camino a Green Clover, me convenzo de que lo que estoy haciendo es lo correcto y de que la reacción de Alison no es normal. Si yo estuviera en su lugar, me sentiría agradecido y no trataría de joder a la persona que se ha ofrecido a ayudarme. Pero claro, ella se sale de lo normal, no es como nadie que haya conocido. En realidad, excepto a Caitlin y Rebeca, nunca le había dedicado a una mujer el tiempo necesario para llegar a conocerla.

Hasta ahora. Joder, es igual de testaruda que sus hermanos. Cabezota y gruñona. Con la de piedras que hay en el camino, y he tenido que tropezar precisamente con esta. ¡Manda huevos!

«¿De verdad preferirías que fuera otra?»

Joder, preferiría que no fuera ninguna.

Una vez en el aparcamiento de Green Clover, veo que tengo una llamada perdida de mi padre, otra de Luis y varios mensajes de ella. Respondo a la llamada de mi padre y le explico lo que hay: Alison está bien, tiene que estar en reposo y me quedaré con ella estos días.

Me dice que lo entiende y que lo mantenga informado de todo. Antes de despedirnos, me pide que le dé un beso de su parte y que tenga paciencia con ella.

«Qué remedio…»

Luego marco a Luis y hago lo mismo. Éste se ríe cuando escucha la explicación que le doy para quedarme con ella en su casa. Me desea suerte y quedo también en mantenerlo informado de la evolución de todo.

Por último, leo los mensajes de Alison. Sé que debería de haber empezado por ella, por si no se encontrara bien. Supongo que, si ese fuera el caso, me llamaría en vez de escribirme. Además, conociéndola, seguro que sólo escribe para seguir fastidiándome.

Alison: eres un bruto, qué pretendías dando ese portazo, ¿hacer la puerta giratoria?

«Que supieras lo que me molesta que me trates así…»

Alison: este sándwich sabe rancio, ¡qué asco!

«Pues no lo comas…»

Alison: el agua está caliente, podías haber cogido una botella de la nevera.

Pongo los ojos en blanco.

«¿Paciencia? ¡Los cojones!»

No tenía pensado contestar, no obstante, cuando me doy cuenta estoy tecleando con rapidez.

Yo: no te preocupes, ahora mismo le digo a tu hermano lo que pasa y seguro que en nada lo tienes ahí, con un bocadillo que no sepa a rancio y una botella de agua helada, para que la señorita deje de protestar.

Automáticamente llega su respuesta:

Alison: ni se te ocurra o eres hombre muerto, Arthur Preston.

Yo: pues entonces deja de tocarme los cojones.

Alison: que más quisieras que te tocara ahí.

Sonrío, a mi pesar.

Yo: ya lo has hecho varias veces y no porque yo insistiera, más bien porque tú no puedes mantener las manos alejadas de mí, acosadora.

Alison: ja, ja, idiota.

Yo: Petarda.

Alison: tráeme helado de vainilla y nueces, por favor, me apetece muchísimo.

Suelto una carcajada.

Esta mujer está como un puto cencerro. 

Yo: ya veremos…

Alison: gracias, caballero de brillante armadura.

Río.

Yo: pelota.

Entro en la oficina con una sonrisa de oreja a oreja. Sonrisa que se borra ipso facto al abrir la puerta de nuestro despacho y ver quién está sentado a su mesa con cara de pocos amigos.

«Adrien…»

—Al fin—gruñe—. ¿Se puede saber dónde demonios estabais? Os he llamado a los dos un montón de veces.

—Hola a ti también, James, ¿todo bien? ¿Sí? Vaya, me alegro, hombre.

—Deja el sarcasmo, Preston, no te pega. ¿Y bien?

—Estuvimos desayunando con un empresario interesado en contratar una visita guiada por el museo.

—¿Y cómo fue?

—Bastante bien.

Enciendo el ordenador y ojeo la agenda.

—¿Alison no ha venido contigo?

—No, dijo que tenía cosas que hacer.

—¿Qué cosas?

—Y yo qué hostias sé.

Me mira suspicaz y tamborilea con dedos sobre la mesa.

—¿Por qué tengo la sensación de que no estás siendo del todo sincero conmigo?

—¿Porque eres un paranoico?

—Te conozco, Preston, evitas el contacto visual y pareces nervioso—sus ojos se achinan—. ¿Cómo te va con mi hermana?

Un escalofrío me recorre la columna vertebral.

—¿Te refieres al trabajo?

Se pone en pie, camina hasta mi mesa y coge una carpeta.

—¿A qué otra cosa podría referirme?

«¡Mierda!»

Trago saliva.

—¿Qué quieres, Adrien? Aparte de tocarme las pelotas, claro.

Ríe.

—Vaya, evades darme una respuesta…, interesante.

—Déjate de gilipolleces, joder. Con Alison todo va bien, ¿vale?

—¿Todo?

—Adrien…

—Theodore quiere celebrar el día de Acción de Gracias por todo lo alto.

—¿Pero eso no es en Estados Unidos?

—Sí, pero se ha empeñado en hacerlo por Rebeca, ya sabes, para que no eche de menos celebrar ese día.

—Entiendo.

—Será aquí mismo y necesita que Alison y tú lo organicéis.

—Vale, se lo diré a tu hermana, que se ponga en contacto con él y le dé los detalles.

—Bien.

—¿Algo más? —pregunto viendo la poca intención que tiene de marcharse.

—No, por el momento.

—Genial, pues entonces ve a que tu novia te dé unos azotes y te quite esa cara de culo que tienes.

—Gilipollas.

—Mamón.

—Cuidado, Preston, soy tu jefe.

—Uyy, qué miedo…

En cuanto cierra la puerta tras de sí, respiro aliviado.

¿Sabrá algo de la no relación que tenemos Alison y yo?

«Nah, imposible…»

El resto de la jornada pasa sin más, poniendo al día el trabajo pendiente y evitando, como puedo, el interés de las chicas, por Alison, y sus constantes preguntas.

Al llegar a Dover, voy a un supermercado del centro y, aparte de comprar una tarrina de helado de vainilla y nueces, tamaño extragrande, también cojo algunas cosas para la cena. Cuando llego a casa, y veo que Alison está plácidamente dormida en el sofá, no puedo evitar quedarme embobado observándola.

«¿Qué estás haciendo conmigo, pequeña James?»

 

 

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