Arthur

Arthur


CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

 

 

 

¿Y ahora qué? ¿Qué se hace cuando descubres que estás enamorado de alguien que no te da la más mínima posibilidad? ¿Que, ese alguien ama tan profundamente a otra persona que no está dispuesta a darse una oportunidad de nuevo? ¿Luchar o abandonar? Se supone que debería de estar muerto de miedo al sentir lo que siento.

Que debería de echar a correr porque, esto, enamorarme y desear con todas mis fuerzas ser padre, no entraba en mis planes.

Ni a corto ni a largo plazo. Nunca. Jamás. En cambio, aquí estoy, tranquilo, emocionado por la fuerza de mis sentimientos.

Ya sé que siempre dije que no me enamoraría en la vida; que ver sufrir a mi padre y destruirse hasta el punto de casi perder la vida, por el abandono de la señora que me trajo a este mundo, me bastaba y me sobraba para tener claro que eso no iba a pasarme a mí porque no lo permitiría.

Nadie iba a tener tal poder sobre mi persona, lo tenía claro; pero, no sé, supongo que los sentimientos no te avisan de su llegada, o sí y yo no supe verlo.

La falta de experiencia, quizá, o que estoy más ciego de lo que creía y, ya se sabe que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Lo cierto es que estoy enamorado hasta las trancas y no tengo ni idea de cuándo sucedió.

Puede que aquella noche en el Club 49, cuando consiguió que me relajara con ella jugando al veo, veo. O tal vez fue su humildad al verla en el evento de la clínica con toda aquella gente que necesita apoyo, incluido mi padre. O que cuando estoy con ella me siento a gusto y no pienso en otra cosa que no sea nosotros, enredados entre las sábanas y bailando.

Confieso que nuestros tira y afloja también tienen su punto, y que me encanta que no sea una mujer que se achante ante nadie, que tenga las ideas tan claras y sepa lo que se hace.

Me hace reír como nunca y también me saca de quicio como nadie había hecho, ni siquiera el mamón de su hermano Adrien me enfurece como ella, aun así…, qué puedo decir, creo que salta a la vista que fue todo el conjunto lo que me cautivó y no me da miedo reconocerlo. Amo a Alison James, mi pequeña acosadora, mi piedra en el camino…

«¿Luchar o abandonar?»

No soy un hombre de los que se acobarda y abandona a las primeras de cambio sin haber intentado hacer algo al respecto. No, no soy ese tipo de hombre por muy complicado que sea el reto que tiene ante sí. Y joder, hacer que Alison se enamore de mí será una tarea ardua, complicada y frustrante, lo tengo más que claro.

No obstante, estoy dispuesto a quemar todos los cartuchos y poner toda la carne en el asador para conseguirlo. Lo que tenga que ser, será. Al menos tendré la certeza de haberlo intentado.

«¿Y cómo piensas hacerlo?»

Buena pregunta para la que no tengo respuesta. Si mi relación con Theodore y Adrien fuera distinta, no dudaría en pedirles consejo, ya que conocen a su hermana mejor que nadie y saben cómo fue su historia con ese tipo, el tal Colin de los cojones. En cambio, en vista de que la amistad que teníamos, a estas alturas, es inexistente, no tengo más remedio que buscarme la vida.

De mano, no cambiaré mi comportamiento con ella, seguiré actuando como hasta ahora, de lo contrario no sería yo mismo. Tampoco actuaré como un hombre enamorado, eso la espantaría y todo habría terminado antes de empezar.

Podría hablar con Luis, al fin y al cabo, él sabe mucho más que yo de eso de estar enamorado. Aunque, pensándolo bien, no sé si él, después de lo ocurrido con Mila, será el más indicado para orientarme.

Lo que tengo claro, es que quiero y necesito saber qué paso con él, con Colin. Sé que se conocieron en la clínica de rehabilitación cuando ella era voluntaria allí.

¿A qué era adicto? ¿Drogas? ¿Alcohol? ¿Era un voluntario más? ¿Qué pasó para que no sigan juntos si su amor era tan fuerte como para enfrentarse a su familia por él? Joder, son tantas las preguntas que me hago que me va a estallar la puta cabeza.

Inhalo con fuerza, frustrado.

Cierro los ojos y me masajeo las sienes para aliviar un poco la tensión que siento en ellas. Ojalá me hubiera atrevido a hacerle todas esas preguntas hace dos días, cuando plantamos nuestros traseros en una manta y, sin saber cómo, nos enzarzamos en aquella conversación tan extraña. Una conversación que empezó a modo de broma y se convirtió en mi gran descubrimiento.

Lo sé, ese era el momento idóneo para profundizar en el tema, pero fui un maldito cobarde y cerré el pico por miedo a estropear el momento, cuando ella propuso seguir trabajando en la organización del puñetero día de Acción de Gracias.

Ahora no tendré más remedio que propiciar otra ocasión para aplacar todas mis dudas. Y sólo de pensarlo, se me encojen las putas pelotas, joder.

Me aterroriza que admita con sus labios que sigue amando a ese tipo, cuando eso es lo único que tengo claro hasta ahora.

Supongo que la esperanza es lo último que se pierde y que, dentro de mi cabeza, albergo la falsa ilusión de que esas lágrimas que llenan sus ojos cuando piensa en él, no sean porque lo echa de menos, sino porque lo odia profundamente.

«Iluso…»

Apago el ordenador, al que llevo un buen rato sin prestar atención, y recojo la pila de papeles que hay sobre mi mesa en su correspondiente carpeta. Esta semana he sido yo el encargado de realizar todo el trabajo.

El encargado de asistir a todas las reuniones en nombre de Alison. A su hermana Amber le hemos dicho que está algo resfriada y que por eso se ha tomado unos días para recuperarse, por lo que no se extraña cuando me ve a mí aparecer por su despacho todas las mañanas. Adrien no ha vuelto a venir por aquí, lo que supone un gran alivio para mí. Bastante tengo con lidiar con su hermana como para tener que aguantarlo a él también.

No gracias, con un James al día tengo más que suficiente. De Theodore no sé nada de nada. No hemos vuelto a hablar desde aquel día en Ibiza en el que me dijo cuál sería mi cometido desde ese momento. Mi cometido y mi castigo, cierto. Sigo pensando que esta ha sido su estrategia para acercarme a su hermana.

Lo conozco desde hace demasiado tiempo y me consta que nunca hace nada al azar. Le echo de menos. Esta es la primera vez, desde que nos conocimos, que pasamos tanto tiempo sin hablar y me duele que, con estrategia o sin ella, me haya tratado así. En fin, es lo que hay, qué le vamos a hacer.

Me pongo la chaqueta y miro hacia la mesa de Alison.

A ella también la echo de menos, a pesar de que duermo cada noche en su casa.

Cojo mis cosas de encima de la mesa y salgo por la puerta, cerrándola con llave tras de mí. Las chicas hace tiempo que se han ido. Al ser viernes, suelen terminar su jornada laboral un par de horas después del almuerzo.

Yo he tenido que terminar el presupuesto del último encargo de Theodore, por eso sigo aquí. De lo contrario ya estaría en Dover con ella.

Apago todas las luces antes de salir del edificio y miro al cielo. No ha dejado de lloviznar desde esta mañana. Había olvidado cómo era el otoño aquí en Londres. Es lo que tiene llevar unos años viviendo en Ibiza, que el tiempo allí siempre es tan magnífico, que te olvidas de lo demás. Otra cosa más que echo de menos de mis días en la isla. Aun así, no me importaría quedarme a vivir aquí permanentemente, si ello significara que tengo una oportunidad con Alison.

«Sigue soñando, chaval…»

El teléfono suena en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Sonrío pensando en cuál va a ser ahora el antojo de mi acosadora.

No es ella. Es Luis.

—¿Te puedes creer que Mila ha tenido la desfachatez de presentarse en mi trabajo? —ladra antes de que me dé tiempo a saludar.

—Vaya, alguien está de un humor de perros…

—No tiene gracia, Arthur, en estos momentos estoy muy cabreado, joder.

—Lo siento—abro el coche y entro—. ¿Qué quería?

Bufa con fuerza.

—Sacarme de quicio, eso es lo que quería.

—Explícate.

—Dijo que no le había dejado otra opción porque no respondo ni a sus mensajes ni a sus llamadas. ¿Acaso eso no es suficiente para que entienda que no quiero saber nada de ella? Joder, la tenía por una mujer inteligente, coño…

—Relájate.

—¿Que me relaje? —vuelve a bufar—. ¿Tienes idea de la cantidad de veces que traté de hablar con ella antes de presentar mi renuncia en el Lust? ¿La cantidad de mensajes y llamadas mías que no obtuvieron respuesta, como para que ahora se sienta ofendida?

—Me lo puedo imaginar. ¿Qué hiciste?

—Pues me faltó bien poco para mandarla a la mierda, la verdad. Sobre todo, cuando se empeñó en cenar conmigo para hablar de lo nuestro. ¿Lo nuestro? ¿Qué cojones lo nuestro si para ella nunca existió un nosotros? ¿Ahora me va a venir con gilipolleces? Pues no señor, por ahí no paso.

Evidentemente, le dije que ella y yo no teníamos nada de qué hablar y que ya sabía donde estaba la puerta. Tío, se puso hecha un basilisco y terminé marchándome yo, ¿te lo puedes creer?

Sonrío.

—Puede que ahora que ya no estás tan pendiente de ella se dé cuenta de lo que ha perdido.

—Pues ahora ya es demasiado tarde, joder, ya no me interesa.

—¿Estás seguro de eso?

—Por supuesto que lo estoy. Empiezo a sentirme agobiado por su maldito acoso.

Suelto una carcajada.

—Ay, amigo, ten cuidado con las acosadoras, suelen conseguir lo que quieren. Recuerda que así empezó mi historia con Alison y ahora me tiene rendido a sus putos pies.

—¿De qué cojones estás hablando?

Cojo aire y lo expulso con suavidad.

—Pues de que me he enamorado como un idiota de ella, Luis.

—¡Hostias!

—Sí.

—¿Me tomas el pelo?

—No.

—¿Tú, el que presumía y aseguraba que eso no estaba hecho para el amor, enamorado?

Ahora el que ríe es él.

«Cabrón…»

—Como un condenado, amigo—admito—. Y lo tengo muy jodido.

—¿Por qué dices eso?

Le hablo de lo poco que sé de ese personaje del que ella no es capaz de olvidarse. De la emoción que percibo en su mirada cuando sus recuerdos la invaden. De cómo me hace sentir eso a mí. La impotencia de no saber qué hacer…

—No te agobies, Arthur, yo creo que ya tienes medio camino recorrido.

—¿De verdad?

—Por supuesto que sí.

—Si supieras lo perdido que estoy, Luis…

—Te entiendo. Quién te lo iba a decir, ¿eh?

—Ya te digo.

Guardamos silencio unos segundos.

—Mira—dice—, si tú, que tan convencido y seguro estabas de que jamás ibas a enamorarte, has sido capaz de cambiar respecto a eso, ¿quién dice que a ella no le pase lo mismo y también caiga rendida a tus pies?

—No es lo mismo. Yo nunca he sentido por nadie lo que siento por ella, todo esto es nuevo para mí. En cambio, ella…, por su forma de actuar, ha amado y ama a ese tipo con todo su ser. Tengo la sensación de que compito por su amor con un fantasma, Luis, no sé, es complicado.

—Hombre, si eso es así, fácil no lo tienes, pero tampoco es imposible. Eres un buen tío, Arthur, leal, positivo, divertido, joder, lo tienes todo para conquistarla. Además, a ella tampoco le eres indiferente, ¿por qué si no iba a permitir que te instalaras en su casa y mantener ese roce que os traéis entre manos?

—No lo sé…

—Ve a por todas y no te rindas, amigo.

Nos despedimos poco después.

Él más calmado y yo más animado.

«Tú puedes, Arthur…»

 

 

 

CAPÍTULO 25

 

 

 

Despertar con la cara de Alison enterrada entre mi cuello y la clavícula, y con su mano descansando sobre mi pecho, no tiene precio. Tenerla tan pegada a mí, sin que haya pasado nada entre nosotros, en una postura tan íntima, me provoca una sonrisa instantánea y también, para qué negarlo, una erección de caballo.

Su aliento, cálido, me roza la piel con su respiración pausada y tranquila, alterando la mía, al igual que el tacto de la yema de sus dedos.

La miro de soslayo, por miedo a despertarla si llegara a moverme. ¿Cómo puede siquiera llegar a pensar, que esto que tenemos, es una simple amistad con derecho a roce? ¿Es que no se da cuenta de que entre nosotros hay algo más? Si yo, que para estas cosas soy bastante nulo, por mi falta de experiencia, me doy perfectamente cuenta de ello, y también que como pareja tenemos mucho potencial, ¿por qué no lo ve ella? Supongo que es otro ciego más, de tantos como hay por el mundo, que se niega a ver.

«Como eras tú antes de ella…»

Cierto.

«Tengo que hacerla ver que ella y yo somos más, mucho más».

Automáticamente, recuerdo el momento en el que ayer entré en casa después del trabajo y la encontré recostada en el sofá, con un libro en las manos. Me miró y sus labios se curvaron hacia arriba, mostrándome mi media luna favorita.

El corazón me golpeó la caja torácica con fuerza y, por si albergaba alguna duda de mis sentimientos hacia ella, en ese mismo instante se disiparon.

Dios, daría lo que fuera porque siempre me mirara y me sonriera así, como si yo fuera el centro de su mundo.  

Le devolví la sonrisa e hice algo que me salió del alma. Acercarme a ella y saludarla con un beso tierno en los labios, que me devolvió sin dudar, como si fuera lo más natural del mundo entre nosotros. Le pregunté cómo estaba.

Respondió que se encontraba bien y que la molestia del abdomen había desaparecido por completo.

Dejó el libro sobre la mesita del café y me siguió a la cocina, donde deposité, sobre la encimera, las bolsas que traía del supermercado.

Mientras vaciaba éstas y guardaba la compra, la conversación entre nosotros fluyó con naturalidad. Yo le hablé de la reunión mantenida con Amber y Marion; de los adelantos que había hecho con el encargo de Theodore y de los tres grupos de personas que habían visitado el museo de Green Clover.

Ella me dijo que había pasado la mañana en el sofá, viendo una serie de vampiros que la traía loca, que después de comer se quedó dormida, y que no hacía mucho que se había despertado y puesto a leer.

¿Acaso no era eso lo que hacían las parejas? ¿Compartir lo vivido durante el día?

«Apuesto a que sí…»

Entre los dos, decidimos qué hacer para cenar y, mientras yo troceaba el pollo y lo aliñaba, ella se sentó en uno de los taburetes y fue troceando las verduras.

La conversación no decayó en ningún momento, al contrario. Hablábamos como si hiciera siglos que no nos veíamos y me encantó.

Me encantó compartir con ella cada minuto, joder. Cada frase… Cada sonrisa… Incluso la cerveza sin alcohol que bebimos mientras se hacía la salsa al curry para el pollo. La complicidad entre los dos era palpable y confieso que también el deseo. Las miradas… Los gestos… Los roces de dedos…, de caderas… Pero, sobre todo, cuando le daba a probar lo que estábamos cocinando.

Joder, qué manera de ponérseme dura con sus ronroneos de placer cada vez que le acercaba la cuchara a la boca. O cuando su lengua lamía el labio inferior y cerraba los ojos.

«Ay, Dios…»

Todavía ahora me duelen las putas pelotas; aunque, claro, no me extraña si casi la tengo encima de mí.

Durante la cena, me pidió que le contara cómo había conocido a Theodore y lo hice. Le hablé de nuestros años locos en la universidad de Harvard junto a Oliver Hamilton. Se escandalizó un poco cuando supo que fuimos asiduos a las fiestas más pervertidas de las hermandades y que de ahí había salido la idea, tanto de Oliver como de su hermano, de regentar clubes sexuales. Guardó silencio cuando le expliqué el motivo de mi decisión de estudiar tan lejos de casa: necesitaba distanciarme de toda la mierda que mi progenitora había esparcido a mi alrededor con su abandono; de todo el sufrimiento que, tanto mi padre como yo, padecíamos desde entonces.

Fue inevitable hablar de esa mujer y el daño que nos hizo. Algo que ella ya sabía porque mi padre se lo había contado poco después de ingresar en la clínica de rehabilitación.

—Ella es la culpable de que nunca hayas querido enamorarte, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas.

—No todas las mujeres somos como tu madre, Arthur…

—Lo sé, pero ver que el amor que mi padre sentía por ella lo destruyó hasta el punto de casi perder la vida, me hizo jurarme a mí mismo que nadie tendría ese poder sobre mí.

«Hasta ahora…»

—Tu padre ahora está recuperado y es feliz con Amanda. Un claro ejemplo de que de todo se sale si se quiere, y que nunca es tarde para empezar de nuevo.

—¿Me lo estás diciendo a mí o a ti misma? —exclamé sin pensar.

Suspiró.

—A ti, yo ya estuve enamorada una vez.

—Háblame de él—pedí.

—No sé…

—Por favor—rogué.

Sin querer tenía ante mí la oportunidad de dar respuesta a todas mis preguntas y no quería perderla.

Me miró y asintió.

—Está bien. Conocí a Colin en la misma clínica donde estaba ingresado tu padre.

—¿También era voluntario?

—No, un paciente. Era adicto al juego.

—¿Ludópata?

—Sí. Llevaba mucho tiempo rehabilitándose, de hecho, ya sólo acudía a las reuniones de seguimiento. Enseguida conectamos y nos enamoramos—sonríe—. Mis hermanos se pusieron furiosos cuando les hablé de nuestra relación. No entendían qué había visto en él, un don nadie adicto al juego.

Recuerdo que llegaron a decir que sólo estaba conmigo por interés. Que me haría daño. No tenían ni idea… Para mí lo era todo: guapo, cariñoso, atento, protector… Fue amor a primera vista.

Me conquistó en un abrir y cerrar de ojos…

Joder, sus palabras duelen como puñaladas. Aun así, me limito a escuchar cada una de ellas sin interrumpirla.

—… Es cierto que no tenía nada, perdió la casa y el trabajo por culpa de su enfermedad y, bueno, lo nuestro iba tan bien que a los tres meses de estar juntos se vino a vivir conmigo.

Mis hermanos pusieron el grito en el cielo, me llamaron loca y niñata caprichosa y consentida. Me enfadé tanto con ellos… Dios, en aquel momento los odié con todas mis fuerzas, lo juro. Los odié tanto que, en una de las visitas a Clover House, acompañada de Colin, tuvimos la bronca del siglo.

Los amenacé con desaparecer de sus vidas y me retaron a hacerlo creyendo que no me atrevería, que me estaba marcando un farol—suspiró, con pesar—. ¿Sabes? No dudé a la hora de cumplir mi palabra, salí de la mansión familiar sin mirar atrás y dejándolos con un palmo de narices. Colin murió poco después en un accidente de tráfico—solloza—. Fue horrible, el dolor más insoportable que he llegado a experimentar en la vida. Sentí que el corazón se me hacía añicos cuando mis hermanos me llamaron para darme la noticia.

Me recuperé con la ayuda de mi familia y los psicólogos.

«Hostias… Cuando le dije a Luis que tenía la sensación de competir con un fantasma, por su amor, no tenía ni idea de que fuera tan literal…»

—Lo siento—balbucí—, no quería…, yo no…

—No pasa nada, Arthur.

—Aún duele, ¿verdad?

Asintió.

—Sí, aunque con menos intensidad.

—Algún día lograrás hablar de él sin llorar, ya lo verás.

—Lo dudo mucho, era el amor de mi vida, Arthur, y nadie ocupará su lugar en mi corazón.

«Otra puñalada más que me perfora el alma…»

—Pero eres muy joven, Alison, no puedes asegurar eso.

—Lo prometí sobre su tumba y cumpliré mi palabra.

«Joder, si supieras el golpe mortal que acabas de asestarme…»

Me guardé el dolor que me estaba causando, sin saberlo, y me levanté de la silla para abrazarla y consolarla. Nos mantuvimos en silencio durante demasiado tiempo. Yo no tenía nada que decir, salvo que lo sentía; y ella, bueno, ¿qué más podía añadir?

Después de eso, se acostó en su cama y yo me limité a recoger la cocina y el salón, dándole su espacio para seguir llorando su pérdida. Medité sobre lo que ahora sabía y el corazón se me estrujó en el pecho. ¿Cómo se luchaba contra eso? ¿De verdad creía que tenía una mísera oportunidad con ella? ¿Estaba dispuesto a seguir adelante, aun sabiendo que lo más probable era que no consiguiera nada? Me metí en la ducha con la cabeza hecha un lío y, para cuando volví a salir, lo tenía claro: era la primera vez que me enamoraba en la vida y no pensaba rendirme.

¡Ni de coña!

Una vez con el pijama puesto, me acerqué a la puerta de su habitación y llamé un par de veces con los nudillos. Estaba a punto de dar media vuelta, creyendo que ya estaba dormida, cuando escuché el tono lastimero de su voz.

—Pasa.

Abrí un poco la puerta y asomé la cabeza por el hueco. Estaba acurrucada en un lado de la cama, con las mantas cubriéndola hasta la barbilla. Entré y, con paso sigiloso, me acerqué y me acuclillé a su lado.

—¿Cómo estás?

Se encogió de hombros y clavó sus ojos en los míos.

—Bien.

Asentí.

—Descansa—murmuré depositando un beso en su frente. 

Enredó sus dedos alrededor de mi muñeca cuando me puse de pie.

—No te vayas.

—Alison…

—¿Te apetece ver una película conmigo?

—¿No prefieres dormir y descansar?

Negó con la cabeza.

—Está bien—murmuré—, entonces vayamos al salón y veamos una película.

—No, en el salón no, aquí.

—¿Aquí?

—Sí.

Se sentó y apartó las mantas del otro lado de la cama.

Mentiría si dijera que no se me pasó por la cabeza que, al igual que las otras veces que él había salido a relucir en su cabeza, Alison quería de mí algo más que ver una película. Si me guiaba por su modus operandi, conmigo, querría que bailáramos hasta el amanecer. No voy a negar que a mí me apetecía mucho menear el esqueleto con ella, pero no estaba dispuesto a hacerlo sólo porque quisiera dejar de pensar en él.

Por eso me sorprendió que, simplemente, se acurrucara a mi lado y me diera el mando de la televisión.

—¿Qué te apetece ver? —pregunté.

—No sé, algo que me haga reír.

«Yo podría hacerlo, si me dejaras…»

Presioné el botón de la guía televisiva y, después de buscar durante unos minutos, elegí Zoolander, una disparatada comedia, ya vieja, de Ben Stiller y Owen Wilson.

Risas aseguradas.

La rodeé con uno de mis brazos, la pegué más a mí, y así estuvimos durante la hora y media que duró la película: desternillándonos de risa abrazados el uno al otro.

Así fue cómo terminé en su cama.

Juntos, pero no revueltos.

Inclino un poco la cabeza y la observo dormir, embobado. Es la mujer más hermosa que he tenido el placer de conocer.

Una mujer que me ha conquistado sin ni siquiera proponérselo. Una mujer en la que nunca había reparado, hasta que tuvo la osadía de acosarme para que bailara con ella.

Una mujer que me ve como al padre de su hijo, un amigo y un roce ocasional, cuando ella se ha convertido en todo lo que quiero tener. En todo mi mundo.

¿Cómo cojones hago para hacerla cambiar de opinión?

«Quizá tengas que variar la estrategia y no mostrarte tan solícito con ella…»

«O acosarla hasta que no tenga más remedio que ceder, igual que hizo ella contigo».

Sonrío.

Creo que el rock and roll se ha convertido en mi baile favorito.

 

 

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