Ariana

Ariana


SIETE

Página 9 de 45

S

I

E

T

E

Lord Seton cumplió su palabra y apenas acudieron veinte personas a la capilla de Queene Hill. De todos modos a Rafael le pareció entrar en un lugar atestado. Sabía que lo que iba a suceder era ni más ni menos que una transacción comercial, un pacto entre caballeros para solucionar un problema puntual. Pero sintió un pánico repentino al ver la capilla adornada con flores blancas.

Era un recinto pequeño y acogedor. El cielorraso mostraba frescos de intensos colores que representaban escenas de la Biblia, las vidrieras eran verdaderas obras de arte y, tanto el altar como los bancos que ocupaban en ese momento los presentes, habían sido construidos con madera de ébano hacía más de trescientos años. La alfombra roja que conducía al altar le llamó poderosamente la atención, como si una mano invisible le indicara que aquel rojo sangre era una premonición. Sacudió la cabeza para ahuyentar el extraño pensamiento.

Saludó a Henry y a la dama que lo acompañaba y que actuaría como madrina. La conocía ligeramente de su anterior visita a Inglaterra, pero de todos modos, Seton les presentó en voz baja.

- Lady Brumel.

Rafael besó su mano y ella le devolvió el cumplido con un ligero movimiento de cabeza. Elegante y sobria, no le cupo duda que se trataba de una amiga muy especial de Henry. Por su mirada directa, supo que ella estaba en el secreto de aquel indigesto pacto sellado entre ellos y se sintió un poco ridículo. Luego, Henry les abandonó para ir en busca de su nieta y entregarla en la ceremonia.

Hubo de aguardar diez largos minutos durante los que se preguntó si Ariana no habría decidido no presentarse, dejándole como un idiota. Los murmullos empezaron a molestarle y el sacerdote que iba a oficiar la ceremonia comenzó a cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro, tan intranquilo como los demás. Lady Brumel miró a Rafael y se encogió de hombros.

- No sé qué puede estar demorándola -susurró en tono muy quedo, inclinándose hacia él-.

- Tal vez, milady, se ha arrepentido.

La dama se envaró y alzó las bien delineadas cejas, pero la sonrisa demoníaca y atractiva de Rafael acabó por hacerla sonreír y hasta se ruborizó ligeramente.

- El humor español -regañó-. Ninguna joven en su sano juicio despreciaría a un novio tan sugerente. - ¿Me estáis insinuando algo, señora mía? -bromeó él, para aliviar la incómoda espera y olvidarse de que, si Dios o Henry no lo remediaban, dentro de poco estaría casado-.

Lady Brumel se puso más colorada y se abanicó nerviosamente, dedicándole una caída de pestañas.

- Me parece que Ariana deberá ataros a la pata de la cama, jovencito.

La risa de Rafael fue franca y llamó la atención de los que estaban más cerca. Se disponía a decir algo más cuando la música de la pianola comenzó a desgranar música sacra. Sintió que todo su cuerpo se envaraba y la sonrisa se quedó helada en sus labios mientras se giraba hacia la puerta de la capilla, por la que acababa de aparecer Lord Seton con su futura esposa.

En el primer momento, las cabezas de los presentes ocuparon su campo de visión, inclinándose hacia el pasillo central para poder ver a la joven novia, y sólo pudo distinguir ligeramente a su amigo y un destello de seda blanca.

Pero luego pudo ver a Ariana.

El corazón le dio un vuelco doloroso y sus ojos oscuros se agrandaron al observarla. De pronto, se dijo que la insensata propuesta de Henry no lo era en absoluto. ¿Perder la soltería? ¿Y qué demonios era eso ante semejante visión?

Ariana le vio a su vez y sintió unos deseos irresistibles de dar media vuelta y salir corriendo, porque si Rafael Rivera resultaba atractivo vestido con ropas de calle, luciendo aquel traje ajustado a su magnífica figura, resultaba demoledor. En un segundo supo que sería muy fácil poder enamorarse de él y hasta le entibió el corazón la idea de poder conquistarlo. Pero al segundo siguiente recordó que el conde de Torrijos sólo estaba allí para cumplir un pacto con su abuelo, y que se desprendería de ella en cuanto le encontrara un marido adecuado, firmando los papeles de divorcio. La sonrisa que había comenzado a aflorar se convirtió en un gesto irritado y con él llegó al altar. - ¿Quién presenta a esta mujer para el matrimonio?

La voz del sacerdote les hizo respingar a ambos. Y Rafael sintió como si acabaran de ponerle una losa encima del pecho.

- Yo, Henry Seton, lord de la Corona, la presento.

A una seña del sacerdote, Henry soltó el brazo de Ariana y ella se sintió desvalida sin su apoyo. Palideció ligeramente, pero era una Seton y nadie de su familia escapó como un conejo asustado en momentos difíciles. Lanzó una mirada fría a Rafael y elevó el mentón con altanero gesto. Avanzó un paso y se puso a su lado. El sacerdote comenzó a soltar aquella letanía que el español escuchara en otras ocasiones en la boda de algún conocido. Sólo que ahora, él era el destinatario y notó una especie de sarpullido que le hizo moverse, incómodo.

- Hermanos, nos hemos reunido aquí para unir en Santo matrimonio a…

Las palabras del representante de la Iglesia se difuminaron para Rafael cuando volvió a mirar, de reojo, a Ariana. Era bella. Pero no era una belleza insípida de niña bien, criada en buena familia y en buenos colegios. No era una belleza cálida que despierta cariño y ternura. Ariana tenía otro tipo de encanto que estaba obligando a Rafael a recolocar sus pensamientos. Era una belleza salvaje, casi impía, avasalladora. Peligrosa, pensó.

Ariana permanecía rígida, pero consciente de que estaba siendo examinada y se sintió como un ternero en el mercado. Se preguntó qué demonios estaría pensando aquel libertino sobre ella. Rezó mentalmente pidiendo perdón a Dios, sabiendo que soportaría aquel matrimonio el menor tiempo posible, lo suficiente como para hacer honor a la palabra dada a su abuelo.

Pensar en Henry la hizo sentir angustia y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Seton creyó, equivocadamente, que las lágrimas eran de emoción y se sintió dichoso. No cabía duda de que Rafael Rivera era un hombre elegante, atractivo y, por si fuese poco con mucho dinero. Cualquier muchacha se sentiría afortunada al casarse con él y Henry deseaba que los planes que hiciera se truncasen… en cierta forma. Rafael era joven y Ariana también; ambos eran hermosos y saludables. ¿Qué impedía que lo que comenzara como una relación comercial, pudiera terminar en amor? Con ese pensamiento en la mente sonrió, satisfecho de dejar las cosas ligeramente atadas antes de presentarse ante el Altísimo.

- Valerie Elisabeth Ariana Seton -pronunció de repente el sacerdote, obligando a alzar las cejas a Rafael-, repite conmigo.

Ariana tragó saliva y se dispuso a hacer su votos matrimoniales.

- Yo, Ariana Seton.

- Yo -repitió la joven con voz ausente-, Ariana Seton.

- Prometo amar, respetar y obedecer…

- Prometo amar, respetar y… -guardó silencio y el sacerdote parpadeó, aguardando que continuase-.

Ariana quiso pronunciar la palabra, pero no podía. Algo le impedía seguir. Notó que se ahogaba. ¡Por amor de Dios, todos estaban esperando!

- Prometo amar, respetar y obedecer… -repitió el sacerdote, extrañado ante el mutismo de la joven-.

Ariana miró a su abuelo y vio que la observaba con atención, el ceño fruncido. Tragó saliva de nuevo, respiró hondo y elevó la barbilla mirando al sacerdote. El pobre hombre había comenzado a sudar y no exactamente por el calor. La miraba suplicando en silencio, como diciendo: no me estropees la ceremonia.

Rafael, a su lado, estaba estático. Parecía una estatua de bronce. Aquella boda le fastidiaba más aún que a aquella estúpida mocosa, y ¡maldita la gracia que le hacía dejar de ser soltero! -aunque fuese por una temporada- pero si aquella bruja se atrevía a estropear la ceremonia y dejaba en ridículo, ya no sólo a él, sino a su abuelo, juró que iba a saber qué era la mala leche española.

- Prometo amar, respetar y…-gimió el cura-.

- Prometo amar, respetar y proteger.

El sacerdote parpadeó al escuchar las palabras claras y fuertes de la joven. Rafael frunció el ceño y en la capilla se hizo un silencio denso.

- Amar, respetar y obedecer -repitió el sacerdote en tono bajo, seguro de que la joven, con los nervios, no le había escuchado bien-.

Pero Ariana había escuchado perfectamente. Había analizado la frase palabra por palabra. Por nada del mundo deseaba realizar aquellos votos en falso de modo que repitió la frase anterior, poniendo énfasis al cambio.

- Amar, respetar y… proteger.

El sacerdote gimió.

- Por el amor de Dios, padre, acabe con esto rápido -escuchó Rafael gruñir por lo bajo a Henry-.

El hombre asintió, se enjugó el sudor de la cara con la manga y continuó: -… a Rafael Rivera y Alonso…

- A Rafael Rivera y Alonso… -repitió Ariana-.

- Y tomarle como mi legítimo esposo.

- Y tomarle como mi legítimo esposo -repitió ella-.

Henry lanzó a la joven una mirada cargada de reproche y cruzó las manos en la espalda, posiblemente para evitar estrangularla allí mismo y aguardó con impaciencia a que el español pronunciara su juramento.

- Prometo amar, respetar y proteger a Ariana Seton, y la acepto como mi legítima esposa -dijo Rafael serenamente, con voz timbrada y clara-.

En la capilla se escuchó un suspiro general.

El resto sucedió con tanta rapidez que ninguno de ellos se enteró bien de lo que dijo después el sacerdote. Hasta que pronunció lo que a Rafael le pareció una sentencia a la horca.

- La Iglesia de Dios os reconoce como marido y mujer.

Alguna tos, alguna risita forzada, algún cuchicheo lejano. Rafael y Ariana seguían estáticos, esperando. ¿Esperando qué, se preguntaba Seton? El sacerdote se inclinó un poco hacia el novio y con una sonrisa forzada dijo:

- Caballero, puede besar a la novia.

Rafael parpadeó, dándose cuenta de que todo había acabado, de que ya estaba casado, de que acababa de perder su amada soltería y que ahora tenía la responsabilidad que el maldito Henry había puesto sobre sus espaldas. Asintió, como el que acepta la decisión de un tribunal de Justicia y se ladeó hacia la muchacha. Ella le miraba altanera, retándole todavía por la frase modificada. Quedaba claro entre los dos que de ningún modo iba a obedecer sus directrices y que haría su santa voluntad. ¡Lo había dejado claro delante de todo el mundo, condenada chiquilla! Sintió ganas de rodear su esbelto cuello y apretar y apretar y apretar… Todo lo que hizo fue alzar el velo de novia, inclinarse hacia ella y rozar ligeramente la boca femenina con sus labios.

Pero la descarga que recibió le llegó hasta el alma y se separó como si su boca le hubiera quemado.

La tomó del brazo y ella se dejó guiar por el pasillo hacia la salida de la capilla, mientras les rodeaban las felicitaciones y las enhorabuenas.

Ariana se sentía humillada, pero al mismo tiempo vencedora. Había acatado la voluntad de su abuelo, sí, pero había demostrado a aquel majadero que ella, y sólo ella, impondría las normas de su posterior convivencia.

Rafael rabiaba por dentro. Nunca antes había pasado por una situación tan embarazosa en su vida y aquella preciosidad pagaría un precio muy alto por la afrenta.

Ir a la siguiente página

Report Page