Ariana

Ariana


NUEVE

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Ayudó a su flamante esposa a subir al carruaje y aceptó las últimas felicitaciones de algunos invitados.

- Un par de días, Henry -dijo al estrechar la mano del inglés-.

- No olvidaré lo que estas haciendo por mí y por Ariana, muchacho -prometió Seton-.

Rafael cerró la puerta del coche para evitar que le escuchara maldecid y el conductor arrancó, conduciendo a los caballos por el camino de gravilla. Cuando estuvieron a cierta distancia, observó a Ariana. Ella iba muy tiesa. Y muy bonita. Se había puesto un vestido crema, estrecho en la cintura y ajustado en el pecho. El cuello alto no dejaba ver ni un centímetro de piel pero la tela era liviana. La chaquetilla abierta le daba un toque de elegancia. Y se había soltado el pelo, que ahora caía en cascada sobre los hombros.

Era hermosa, no cabía duda. Hermosa como las diosas griegas o como la esfinge.

- A fin de cuentas, una estatua -masculló en voz alta sin poder remediarlo-.

Ella le lanzó una mirada desconcertada, sin saber qué había querido decir y el resto del camino lo hicieron en silencio, cada uno mirando por sus respectivas ventanillas el sendero que les alejaba de Queene Hill.

La cabaña, como lo había denominado Henry Seton, era en realidad un palacete de caza. Distaba aproximadamente una hora en carruaje de la mansión y estaba situado en un lugar privilegiado, de ensueño. Un lugar ideal para pasar la noche de bodas con una mujer a la que no le unía absolutamente nada, salvo la promesa a un moribundo.

Las bungavillas rodeaban el lugar por todos lados y las altas coníferas lo aislaban. El pequeño lago que se extendía frente al palacete era de aguas tranquilas, tanto que podía haberse tratado de un espejo, creando una imagen fantástica en la que era casi imposible adivinar cual era real y cual reflejada. Varios cisnes surcaban la superficie, rozándola apenas y creando una estela blanquecina a su paso.

Rafael descendió del carruaje y ayudó a hacerlo a Ariana. Luego, ayudó al cochero a bajar las maletas, le dio las gracias y el carruaje regresó a la mansión.

Ariana se quedó mirando el polvo levantado por el coche, como si con él se alejara su última oportunidad de escapar. - ¿Cuando vendrá Nelly?

Rivera, que ya empujaba la puerta del palacete, se giró para mirarla y en sus labios se formó una sonrisa irónica.

- Nunca, princesa -dijo-.

Ariana corrió hacia la puerta. Él había dejado las maletas a un lado y buscaba yesca para encender algún candelabro más para iluminar la estancia, aunque estaba claro que los criados habían preparado el lugar con anticipación, porque había dos encendidos, la chimenea estaba prendida y había flores recién cortadas sobre las mesas. - ¿Qué has dicho?

- Estaremos solos por un par de días, Ariana- inspeccionó con rapidez el lugar, asintiendo en silencio. Confortable y lujoso. Identificó de inmediato el dormitorio principal-. - ¿Solos? Pero Nelly me dijo que…

La voz de ella le llegó como el gemido de una criatura perdida en medio de la noche. Tiró el maletín de ella sobre la cama, regresó al salón principal y dejó el suyo junto al sofá.

- Ocuparás el dormitorio, desde luego. Yo pernoctaré aquí, imagino que será lo suficientemente cómodo.

Se alejó para interesarse por el cuarto de baño, grande y armonioso y por un cuarto al final el corredor lateral, que daba acceso a la cocina. Estaba claro que el palacete había sido ideado para pasar largas temporadas alejado de la casa principal y el lugar le agradó, aunque hubiera preferido disfrutarlo con otra compañía. Cuando volvió al salón hubo de enfrentarse con la furia de la muchacha, que le esperaba con los brazos en jarra y la mirada brillante. - ¿Has dicho que estaremos solos, Rivera?

- Me llamo Rafael.

- Hice una pregunta.

- Sí, Ariana, estaremos solos.

- Nelly dijo que vendría.

- Pues te mintió.

- No creo que esto entrase en el pacto con mi abuelo, señor mío.

- Ya te he dicho que ocuparás el dormitorio y que yo me quedaré en el salón. ¡No pienso tocarte, si es lo que te preocupa! -acabó gritando, ya totalmente furioso-. - ¡Demonios! ¡No es eso lo que me preocupa, ciertamente, señor! -se defendió ella, altanera, aunque en un primer momento sintió pánico de que él lo hubiera pensado- ¡Es que no puedo prescindir de Nelly! - ¿Por qué? ¿Necesitas que te canten una nana para dormirte por las noches? -se burló él-.

Ariana dio una patada en el suelo. Estaba increíblemente hermosa bañada por la ira, pensó Rafael.

- No puedo vestirme y desvestirme sola -dijo por fin-.

- Yo puedo ayudarte.

- No me cabe la menor duda. ¿Sarcasmo? Rafael estuvo a punto de sonreír, pero la situación no era como para tomarla a broma.

- Si no quieres mi ayuda, puedes dormir vestida -se encogió de hombros-. ¿Te apetece comer algo? Henry me dijo que ha mandado aprovisionar la cabaña.

- No, gracias. No quiero comer nada. - ¿Un vaso de leche?

- No. - ¿Una copa?

Ariana se quitó la chaqueta y la lanzó de malas formas sobre el sofá.

- No pienso pasar la noche aquí, con usted, a solas. Nadie me dijo que debía hacerlo.

- Ahora te lo digo yo.

- Pues habrá que buscar una solución, porque de ninguna manera pienso aceptar esto.

Rafael se acercó al mueble donde estaban las bebidas y felicitó a los criados al ver la provisión de botellas. Se sirvió una copa de brandy y después de beber un trago, se giró hacia ella, que seguía esperando.

- Puedes regresar a Queene Hill -dijo-.

- El carruaje se ha marchado.

- Andando, princesa -apuntilló, divertido-.

Los ojos violeta se convirtieron en dos ranuras y Rafael pensó que estaba planeando asesinarlo.

- Esto ha sido idea suya, ¿verdad?

- Verdad. - ¿Por qué? Y no me vaya a decir que desea pasar una noche de bodas feliz, señor Rivera.

- No creo que la pase, desde luego. Pero tenemos que hablar. ¿Prefieres hacerlo ahora o estás demasiado cansada del ajetreo de tu boda, cariño? - ¡No deseo en absoluto hablar con usted de nada!

- Entonces lo haremos mañana, cuando tú estés más calmada y yo menos borracho -zanjó-. Puedes utilizar primero el cuarto de baño, yo tardaré un poco en acostarme.

Ariana hizo rechinar los dientes, giró sobre sus talones y se dirigió al dormitorio.

- No cierres la puerta -avisó Rafael-.

Ella se giró con rapidez, repentinamente pálida. Pero él la regaló una sonrisa cáustica.

- He de coger ropa de cama. ¿O pretendes librarte de mí por medio de una pulmonía? El tiempo en Inglaterra no es como en España, chiquita.

Ariana entró en el cuarto y Rafael escuchó los golpes de puertas abriéndose y cerrándose. Al cabo de unos minutos, ella regresó al salón; en los brazos llevaba sábanas, mantas y un almohadón de plumas. Lo lanzó todo sobre el sofá en un revoltijo y dijo:

- Buenas noches, mister Rivera.

Rafael se encogió cuando el portazo el dormitorio le levantó dolor de cabeza y se dejó caer en el sofá. De una patada largó el almohadón y se recostó para acabar la copa. Seguro que no sería la última de aquel funesto día. - ¡Jesús! -murmuró- ¿Con quien me ha obligado a casarme ese cabrón de Henry?

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