Ariana

Ariana


VEINTITRES

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- De modo que pasó todo este tiempo en tierras holandesas -dijo Rafael-.

Se habían reunido a cenar una vez que todos los asistentes al entierro se marcharon. Ariana removía la comida de su plato. El recién llegado, no demasiado alto y delgado, de cabello claro y ojos azules, que le fue presentado como Julien Weiss, tampoco parecía muy interesado en su cena. Rafael por su parte, ni había hecho intenciones de sentarse a la mesa y se había acomodado a un lado, lejos de los demás. Eso sí, llevaba consumidas dos copas de vino y ya estaba encendiendo su tercer pitillo.

Weiss desvió la mirada del rostro de Ariana y le prestó atención.

- Eso es, señor Rivera.

- Cuatro años es mucho tiempo para estar fuera del país natal.

- Demasiado, en efecto. Pero las circunstancias me impidieron regresar antes. Lo cierto es que, hasta hace apenas dos meses ni sabía mi nombre.

Julien les relató el accidente que le mantuvo internado en un hospital holandés. Había perdido la memoria y todos, incluso su familia, le dio por muerto. Ahora, al cabo del tiempo, aparecía como un resucitado. Y Ariana parecía la primera en alegrarse.

Rafael masticó sin darse cuenta la punta del cigarrillo. Trataba de mostrarse amable, pero le estaba resultando imposible cada vez que veía las miradas de su esposa hacia el otro.

- Henry hubiese sido dichoso al verle de regreso.

El rostro de Julien se contrajo en una mueca. Bebió un ligero trago de su copa y habló sin levantar los ojos del inmaculado mantel.

- Siento haber llegado demasiado tarde. Lord Seton y yo teníamos una buena amistad.

No aparentaba tener más de veintitrés años, aunque sí parecía maduro. Tenía una elegancia que sólo se consigue con años de buena educación y colegios privados. Nadie podía poner en duda que era un verdadero caballero inglés.

- Bien. ¿Qué proyectos tiene ahora, Weiss?

- Hacerme cargo del negocio de mi familia. Ariana ya le habrá contado que tenemos tierras en…

- No -cortó Rafael con brusquedad-. Mi esposa no me ha contado nada -notó el azoramiento del joven y se obligó a relajarse. A fin de cuentas aquel pardillo no tenía la culpa de que Ariana le hubiera echado los brazos cuello delante de todos-. Lo cierto, Julien… ¿puedo llamarle así? Bueno, lo cierto es que Ariana y yo nos conocemos desde hace muy poco tiempo.

- Pensé que… -Weiss se sonrojó-. Bueno, mi madre me dijo que usted era un viejo amigo de Lord Seton.

- No le ha engañado.

- Entonces…

- Conocía a Henry desde hace mucho, pero sólo había visto a Ariana una vez.

- Entiendo… -Rafael comenzaba a ponerse nervioso. De buena gana hubiera abandonado el comedor y mandado a aquel infeliz al cuerno, si no hubiese sido por temor a las represalias de Ariana. Demasiado había guerreando ya con su esposa como para dejar que le calificase, además de todo, de mal anfitrión-. Quiero decir que ustedes…

Rafael cerró los ojos y suspiró, cansado de dar explicaciones. Ariana le echó una mirada asesina que, por fortuna, no llegó a ver.

- Un flechazo -dijo de repente Julien-. Lo suyo con Ariana fue un flechazo, ¿verdad?

Rafael estuvo a punto de tragarse el pitillo. De pronto se dio cuenta de que lo había mordido y lo apagó. La voz del de Rivera sonó casi ahogada.

- Sí, Julien. Algo así.

La conversación se cortó. Los sirvientes retiraron los platos y sirvieron el postre: helado de frambuesa con nata y piñones, el preferido de Ariana. Todos se afanaban para hacerle olvidar su pena.

Durante un largo momento, ninguno habló. Julien no encontraba el modo de sentirse cómodo delante de aquel hombre alto y moreno, de mirada turbia y oscura y gestos severos. Le intimidaba desde que Ariana se lo presentó. Ella, estaba lamentando ya haber invitado a Julien a quedarse a pasar la noche en Queene Hill. Y Rafael estaba a punto de estallar: las constantes miradas de carnero degollado de Weiss hacia Ariana era más de lo que podía soportar.

La muchacha picó algo de su postre y Julien la imitó, pero Rafael se negó a acompañarles a la mesa, convencido de que si ingería algún alimento aquella noche se le atragantarían. De manera que cinco minutos después, Julien Weiss retiró ligeramente la silla y dejó la servilleta sobre la mesa.

- Les ruego que me disculpen por el tiempo que les he robado. Si me lo permiten, me retiro.

- Podrías quedarte y… -comenzó a decir Ariana-.

- Desde luego -interrumpió Rafael-. Que descanse, Julien. Y feliz regreso a su casa si no nos vemos mañana en la mañana.

Weiss se envaró. Nunca le habían largado de un sitio con tanta delicadeza. Inclinó la cabeza hacia su anfitriona.

- Buenas noches.

- Buenas noches, Julien -deseó Ariana-.

Rafael ni se molestó en contestar, pero sí encendió otro cigarrillo.

Apenas se cerró la puerta del comedor, la muchacha lanzó su servilleta sobre la mesa con rabia contenida.

- Nunca, en toda mi vida -se ahogaba al tratar de no gritar para impedir dar que hablar a los criados-, he visto a un ser tan despreciable como tú.

Rafael alzó las cejas con gesto de sorna. - ¿Y eso, mi amor? - ¡Has sido un grosero! - ¿De veras? Yo creo que no -se incorporó y se acercó hasta la mesita de servicio para servirse otra copa de vino. Últimamente estaba bebiendo demasiado por culpa de aquella bruja con cara de ángel-. Cualquiera podría decir que me he comportado como un caballero, chiquita.

- Julien ha pasado un mal rato.

- Le falta escuela, qué quieres que te diga. - ¡Eres odioso! Le has insultado y… - ¡No digas necedades, mujer! Le has invitado a cenar y he accedido, cuando lo que menos me apetecía era tener a nadie a la mesa contándome el modo en que se dio un golpe, perdió la memoria y ha permanecido cuatro largos años sin saber quien era, perdido en Holanda -se acercó a ella y Ariana se puso tiesa, pero no apartó su mirada-. Le has pedido que se quedase a pasar la noche, cuando su casa dista de Queene Hill, según ha dicho, apenas cinco kilómetros. Le he dado conversación. ¡Por el tridente de Neptuno, mujer! ¿Qué más quieres? ¿Que me acueste con él?

Ariana pegó un bote en su asiento. - ¿Qué estas insinuando?

- Yo no insinúo nada -zanjó él, dándose cuenta de que el comentario había estado fuera de lugar; Julien Weiss podía resultar demasiado fino, pero no llegaba a la categoría de afeminado-.

- Julien es un hombre en toda regla -apuntilló la muchacha-.

La afirmación le hizo daño. Mucho. Encajó los dientes y se apoyó en el respaldo y el brazo de la silla de ella, tan cerca de su cuerpo que Ariana hubo de echar el torso hacia atrás para mirar aquellos ojos negros que despedían fuego. - ¿Puede ser un futuro candidato?

Se quedó muda. ¿De qué estaba hablando Rafael? ¿Estaba loco? Prefirió pensar que su estupidez era por causa de la bebida y pensó que lo mejor era dejarlo solo. Pero Rafael estaba ya lanzado y no la dio cuartel y la siguiente pregunta acabó por sacarla de sus casillas. - ¿Se lo propones tú o lo hago yo, princesa?

El brazo de Ariana subió con la rapidez de un rayo y la bofetada resonó de un modo que hasta ella se encogió. Se quedaron mirándose a los ojos como dos gallos de pelea y la joven temió que él devolviera el golpe. Todo lo que hizo Rafael fue alejarse, beberse de un trago la copa y estrellarla contra la chimenea.

La determinación con que habló antes de salir del comedor, hizo que Ariana sintiera un escalofrío.

- Si es un hombre de tu gusto, lo tendremos en cuenta. ¿A qué buscar más, cariño?

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