Ariana

Ariana


Página 44 de 45

C

U

A

R

E

N

T

A

Y

D

O

S

-

E

P

Í

L

O

G

O

M

A

D

R

I

D

,

F

E

B

R

E

R

O

D

E

1

8

7

5

Todas las luces estaban encendidas y las enormes arañan formaban destellos en el suelo.

Acostumbrada al más espartano estilo de la corte inglesa, la condesa de Torrijos observaba, entusiasmada, el repleto salón.

Pero el lujo y boato no era para menos. Alfonso había tomado por fin el trono de España, después de que se llevara a cabo la confirmación cerca de Sagunto. Oficialmente, había entrado primero en Barcelona y el 14 de Enero en Madrid. Alfonso XII ya era el legítimo rey de los españoles y aquéllos que habían intentado asesinarle pasaron al olvido. - ¿Un refresco, milady? -preguntaron dos voces al tiempo-.

Ariana se volvió y sonrió a Miguel y Enrique. Alzó las cejas al ver dos copas de ponche, se encogió de hombros y aceptó ambas.

- Creo que con vuestras atenciones, acabaré un poco ebria -bromeó-. Espero no decir o hacer algo inadecuado.

- Es imposible que nuestra cuñada haga algo inadecuado -aseguró con fervor Enrique-.

- Y aunque lo hicieras, estaríamos encantados -argumentó Miguel-.

Ariana rió con buen humor sus cumplidos. Estaban muy guapos. Tan distintos a Rafael, y a la vez tan parecidos. Dos libertinos de tomo y lomo. Pero ella ahora les veía como hermanos pequeños, a fin de cuentas ya era una mujer casada.

- Sois un encanto -les dijo-. - ¿Me permitirás el primer baile? -pidió Enrique-.

- Lo siento, pequeño -Miguel se puso delante de él y tomó la mano de la muchacha, inclinándose para besarla sin apartar los ojos de ella-. Este baile es mío.

- Lo pedí primero -ahora fue Enrique el que separó a su hermano mayor y tomó la enguantada mano femenina-.

- Pero yo tengo preferencia por ser el mayor -Miguel volvió a ocupar el primer puesto-.

- Te estás buscando un puñetazo, chico -rumió Enrique entre dientes tratando de empujar de nuevo al otro, mientras Ariana aguantaba la risa-.

Una voz a espaldas de los jóvenes Rivera, hizo enmudecer a ambos.

- Como no se ponen de acuerdo, el baile será para mí… -dijo el recién llegado-, si la dama me concede el honor.

Miguel y Enrique se volvieron al unísono. Una cosa era pelear entre ellos por el favor de Ariana y otra dejar que un mentecato se aprovechara de la ocasión. - ¡Oiga, usted..! -comenzó Miguel-. - ¡Y un cuerno se va a lle…! -trató de protestar Enrique-.

Luego, también a un tiempo, ambos susurraron, rojos por el bochorno:

- Majestad…

Alfonso XII observó a los muchachos con una sonrisa complaciente. Tendió el brazo hacia Ariana Seton, en una muda pregunta, mientras las primeras notas del vals comenzaban a desgranarse por el salón.

Ariana dudó un instante, un tanto cohibida.

- Milady -dijo el rey-, están esperando a que comencemos.

El protocolo exigía que fuese el monarca quien iniciara el baile. Luego se le unirían el resto de las parejas.

- Será un placer, Majestad -le sonrió ella-.

Puso su mano sobre el brazo de Alfonso y él la guió al centro del salón. Ariana pudo comprobar que lo que le habían contado de los españoles era cierto, todos parecían tener un don especial para la danza y el rey se movía con elegancia. Además, era francamente guapo. Delgado, de ojos oscuros y profundos. El bigotito le procuraba un aspecto serio a pesar de su juventud.

Una vez iniciaron el baile, el resto de las parejas fueron llenando la pista.

Tres piezas más tarde, Ariana seguía en brazos de Alfonso y las miradas de reojo y las risitas comenzaron a extenderse por el salón. La joven empezó a sentirse un poco incómoda, sabiéndose el centro de atención, pero no podía oponerse a los deseos del soberano. Mientras giraba en brazos de Alfonso, distinguió a sus suegros y a la jovencísima Isabel, hermosísima con un vestido azul. Dialogaban tranquilamente con otro matrimonio. En cuanto a Miguel y Enrique estaban dando buena cuenta del ponche… y de dos jovencitas guapísimas. ¡Qué pronto se olvidan los hombres!, pensó, con una sonrisa. Pero no pudo distinguir a Rafael. Apenas llegar a la celebración, la primera fiesta oficial del rey de España, se había disculpado y desaparecido junto a Cánovas del Castillo y Martínez Campos. De eso hacía más de tres cuartos de hora. - ¿Estáis intranquila?

Ariana respingó al escucharle y sonrió lo mejor que pudo.

- De ninguna manera, Majestad. Sólo que…

- No debéis preocuparos de los cuchicheos milady. Os juro que, aunque no hay una dama más bonita en la sala, y desearía estar bailando toda la noche con vos… cumplo una misión. - ¿Como decís, Majestad?

Alfonso se inclinó un poco hacia ella y le susurró al oído:

- Vuestro esposo me pidió que os protegiera de sus hermanos.

Ariana le miró con asombro y al ver la lucecita pícara en sus ojos no pudo remediar echar la cabeza hacia atrás y estallar en carcajadas, a las que se unió el propio Alfonso un segundo después. - ¡Por Dios! -le dijo-. Si hasta ahora no habíamos levantado murmuraciones, acabamos de estropearlo.

Alfonso volvió a reír de buena gana.

- Sois un sueño, condesa. Vuestro esposo es un hombre afortunado.

- Le ha costado entenderlo, no creáis. - ¿Perdón?

- Que casi hube de perseguirlo.

El monarca paró de bailar, asombrado. - ¡Pensé que el conde de Torrijos era inteligente!

Ambos estallaron de nuevo en carcajadas.

Al otro lado del salón, Rafael estiró el cuello y distinguió a la pareja. Se volvió hacia Cánovas y Martínez Campos y dijo:

- Mis disculpas, caballeros. Creo que mi esposa ha bailado suficiente con el rey. - ¡No iréis a…! -le detuvo el militar, asombrado-.

Rafael alzó las cejas con un gesto sarcástico. - ¿Por qué no? Mis celos se extienden incluso al rey de España, señores.

Dejando a ambos confundidos, se abrió paso entre los bailarines. Tocó el hombro del monarca y el otro volvió ligeramente la cabeza para mirarlo. - ¿Permitís, Majestad?

Los que bailaban cerca interrumpieron la danza, mirando perplejos. Ariana enrojeció hasta más abajo del escote. Sin embargo Alfonso sonrió de oreja a oreja y ofreció a la dama.

- Creí que nunca vendríais a rescatarla, Rivera. Me costó casi un duelo quitárselas a vuestros hermanos.

Rafael le sonrió.

- Erais el único capaz de librarla de esos dos tunantes, Majestad.

- Os dejo, entonces. Ya hablaremos más tarde de vuestra recompensa por esta aventura -comentó Alfonso, sin importarle que el baile se hallase detenido por causa de ellos tres-. ¿Tal vez otro título nobiliario, como hizo mi madre?

- No, señor -negó Rafael-. Sólo una cosa. Que seáis para España el rey que merece. Que os preocupéis por vuestro pueblo. Que le honréis, como él os honra, Majestad.

El rostro de Alfonso XII se tornó severo. Su voz fue lo suficientemente alta como para que los que estaban cerca la escucharan.

- Si no lo hiciera así, os doy mi permiso para que me expulséis de esta tierra, a la que amo más que a mi vida.

Rafael asintió. Sabía que no le defraudaría, pero a pesar de todo dijo:

- Tened por seguro, Majestad, que lo haría.

Alfonso le tendió la mano y Rafael la estrechó con fuerza. El monarca miró a Ariana y musitó:

- No le alejéis mucho tiempo de aquí, milady. España necesita hombres como vuestro esposo.

- No, Majestad -tartamudeó ella, haciendo una pequeña reverencia-.

- Y ahora, seguid bailando -miró a su alrededor-. Creo que estamos estropeando la fiesta.

Rafael le vio alejarse con paso elegante mientras hombres y mujeres le hacían pasillo y se inclinaban ante él. Aquel corto intercambio de palabras sería tema de conversación en muchas reuniones sociales.

- Un gran hombre -dijo él. Y Ariana notó orgullo en aquellas palabras.

Rivera enlazó el talle femenino y comenzó a bailar mirándola a los ojos. Ella le devolvió una mirada cálida, llena de amor y promesas.

- Me asombras, querido -dijo-. ¿De veras le pediste al rey que me librara de tus hermanos?

- Tenía asuntos que atender con Cánovas y no quería dejarte entre esos dos. Son capaces de quitarme incluso a mi mujer, son un par de calaveras.

- Han tenido un buen maestro.

- Pero ahora, el maestro se ha retirado -la estrechó más entre sus brazos-. - ¿De veras? -coqueteó ella- ¿Quedarán olvidadas todas las anteriores conquistas? - ¡Por Dios, señora! Tengo otras cosas en mente. -¿Puedo saber cuales?

- Mejor no preguntes, mi amor, porque me vería obligado a hacerte una demostración. ¡Y os juro que eso sí sería tema de conversación en la corte!

Ariana se apretó contra el cuerpo musculoso de su marido y le sonrió con tanta dulzura que Rafael estuvo a punto de besarla allí mismo.

- Ariana…

- No digas nada -le rogó- Déjame disfrutar de este instante. Déjame pensar que eres mío.

- Lo soy, cariño -la besó en el cabello-.

Ella asintió, sus ojos velados por las lágrimas de felicidad. - ¿Crees que el abuelo nos estará viendo? -preguntó de pronto-.

- Henry se estará frotando las manos -sonrió Rafael-. A fin de cuentas el muy pirata lo preparó todo. Creo que me conocía más que yo mismo y sabía que me acabaría enamorando de ti.

Ariana afianzó su mano en el hombro masculino y continuaron bailando sin ser conscientes de las miradas a su alrededor, ni del orgullo de don Jacinto Rivera, ni las lágrimas de su esposa Elena. Tampoco se enteraron, mientras se miraban a los ojos, adorándose en silencio, de la sonrisa franca de Julien Weiss que veía cumplida, y bien acabada, su misión de unirles para siempre.

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

_

Ir a la siguiente página

Report Page