Ariana

Ariana


VEINTINUEVE

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Medio adormilada, Ariana se preguntó por milésima vez la verdadera causa por la que aceptó realizar aquel viaje. La excusa de acompañar a Julien para ayudarle en los negocios no le servía.

Miró entre los párpados medio cerrados a su acompañante. Julien dormitaba frente a ella, recostado y cubierto por una gruesa manta, aunque la temperatura era más agradable que en Inglaterra.

Un cariño especial la acercó a él. Amigos desde la infancia, les unían muchas cosas. Cuando Rafael le apuntó como firme candidato a esposo, ella lo aceptó. Era de buena familia, joven y atractivo. Además, la quería.

Pero apenas un mes después de la marcha de Rafael, Julien y ella mantuvieron una conversación que afectaba a su futuro.

- No puedo olvidarlo -le confesó entre lágrimas-.

Julien comprendió. Entendió que aquella mujer con la que pensaba casarse amaba a otro hombre, que siempre le amaría a pesar de la distancia y de su enconado orgullo mediterráneo. Y fue tan sincero como ella, aunque le costó.

Julien le dijo que no la amaba. Como a una hermana, sí. Como a una amiga, también. Pero no como se debe amar a una mujer.

En realidad, aquella revelación resultó un alivio para Ariana. No le reprochó nada. Su cariño por él aumentó más si cabía y su amistad se afianzó. Volvieron a ser íntimos, como hermanos, como siempre lo fueron de pequeños. Iban juntos a todos lados, se contaban sus penas, sus sueños y sus deseos más locos. Para Julien supuso reencontrar la calma; para Ariana, la libertad.

Aquel viaje era idea de Julien. Le propusieron vender sus excedentes de carbón en España, a buen precio y quiso encargarse en propia persona. Comentó el asunto con Ariana y le rogó que le acompañara. Ella se mostró reticente, pero él la convenció diciendo que se había propuesto vender no sólo sus excedentes, sino los de las minas Seton, si ella lo creía conveniente. Ariana acabó por aceptar mientras reía sus bromas cuando dijo que los españoles eran muy apuestos.

Weiss, sin embargo, no tenía en mente sólo los negocios. Quería ayudar a Ariana, devolverla a la vida, hacerla soñar de nuevo. Presentía que lo único que necesitaba era encontrarse de nuevo con aquel malhumorado Rivera.

Llegaron a Madrid casi a media noche y tomaron habitaciones en un hotel del centro. Ariana estaba rendida y Julián la acompañó hasta su habitación, la besó en la frente y le deseó felices sueños.

- Hasta mañana, princesa. Pienso dormir como un tronco -bromeó-.

Pero no se acostó, sino que bajó al hall y escribió una nota rápida indicando que debía ser entregada de inmediato. Luego, con una copa de brandy en la mano, se retrepó en un sillón y esperó. Casi tres horas después, le despertó Peter, que de ninguna manera quiso quedarse en Inglaterra y abandonar a su señora.

Julien le miró, adormilado.

- El sujeto le espera, señor -le dijo-.

Weiss se levantó, se pasó las yemas de los dedos por los párpados y se pellizcó el puente de la nariz para espabilarse. Siguió a Peter hasta un pequeño y discreto salón. Aunque a aquellas horas no había un alma que circulase por el hotel, prefería entrevistarse con el otro en total privacidad.

El hombre en cuestión no era muy alto y tenía complexión maciza. Cubierto con una capa oscura de alto cuello y un sombrero que le tapaba el rostro, resultaba imposible saber si se trataba de una persona joven o vieja. Weiss le pidió que tomara asiento.

- Quiero que encuentre a un hombre -le dijo Julien sin preámbulos-. - ¿Como se llama?

- Rafael Rivera, conde de Torrijos. Sé que tiene fincas en Toledo. - ¿He de viajar a Toledo, entonces?

- Al infierno si hace falta, pero búsquelo y dígame el modo de encontrarme con él. - ¿Cuanto piensa pagar por el trabajo?

- El doble de lo que me pida, si sus pesquisas resultan satisfactorias -aseguró el inglés-.

El otro asintió. - ¿Por qué le busca?

- Eso es un asunto privado. - ¿Por venganza?

Weiss respingó. - ¿Tengo cara de querer vengarme de alguien?

- Usted es extranjero. Ese gigante que ha mandado a buscarme, también es extranjero. Y la mujer que le acompaña es igualmente extranjera, hice mis deberes antes de aceptar entrevistarme con usted -Julien frunció el ceño cuando él aludió a Ariana-. Rafael Rivera es un hombre con prestigio. Consiguió su título nobiliario de las propias manos de la Reina Isabel, por salvar su vida. Usted quiere que se lo busque y que se lo entregue. Y yo quiero saber el motivo.

Julien suspiró y se recostó en el asiento. Cruzó los dedos bajo la barbilla y dijo:

- Una mujer. ¿Sonrió bajo el ala del ancho sombrero?

- Siempre una mujer -dijo al cabo de un instante-. No es extraño, en un hombre como el conde.

- Esta mujer es especial. - ¿La inglesa que le acompaña, mister?

- No le incumbe. Puedo asegurarle que no busco a Rafael Rivera para perjudicarle; sólo quiero ponerle en contacto con esa mujer. Rivera saldrá ganando y usted también. ¿Qué me contesta? ¿Acepta el trabajo?

El hombre se lo pensó un momento antes de responder.

- El nombre que me dio su criado -señaló a Peter, que seguía en pie, como una estatua, con los brazos cruzados sobre su amplísimo pecho-, es suficiente referencia para mí, señor. Si me hubieran buscado sin ser avalados le habría mandado al infierno. De acuerdo, mister. Le pondré a Rafael Rivera a tiro de piedra. - ¿Como dice?

- Es una expresión española -rió, incorporándose-. Le veré pronto.

Julien le observó mientras salía del salón y se preguntó si Ariana no le odiaría por lo que iba a hacer sin consultarla.

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