Aria

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—Al mismo destino al que nos encaminamos Cameron y yo el día en que los hombres de Zharkov nos echaron de la carretera.

—No entiendo…

—Vamos a localizar el desguace que eligió el FBI para abandonar el coche accidentado de Cameron. Comienzo a intuir algunas cosas, Taylor, y creo que la clave para encontrarme con Amanda está en finalizar la travesía a la que me dirigí con Cameron aquella tarde. Es probable que ese camino nos lleve hasta la otra llave que le robó a John W. Kent.

—¿Hablas de seguir a su GPS? —recapituló.

—Es obvio pensar que el vehículo de un dirigente de hotel dispusiera de navegador, o algo parecido. Podría haberse grabado la ultima ruta, no sé… ¿Tú entiendes de montaje y electricidad para coches?

—Sí… —asintió—. Podría desmontar ese navegador del cuadro de mandos e implantárselo a este coche. Es fácil. Pero, Maddie…, existen una decena de desguaces en Maryland. Joder…, es muy probable que a ese coche ya lo hayan convertido en una jodida lata de conservas.

—Optimismo, Taylor —le dije—. Es gratis su instalación en tu cabeza.

—Bien…, de acuerdo. Seré optimista. —Su enojo característico iniciaba el agolpamiento de sangre en sus sienes—. Y cuando contactemos con el FBI, ¿qué coño vas a decirles?

—¿Qué te dije el día que decidiste entrenarme con el

kickboxing?

—Que no eras una mujer como las demás… —me lanzó con tono resignado.

—Bien. Pues la instalación de esa frase en tu cabeza también es gratis.

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