Ari

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Ari

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—Que los conozca no implica que te los pueda contar.

—Ya han pasado muchos meses. Si la historia vuelve a reactivarse en los medios, la investigación policial también podría adquirir un nuevo impulso. A lo mejor, gente que sepa algo, y no habló en su momento, saldría a la luz ahora.

—Tu objetivo, entonces, consiste en ayudar a la policía.

—Mi objetivo es recuperar mi trabajo como periodista, pero puedo resultaros útil.

—Lo dudo.

—¿Por qué?

—Lo único que pretendemos, en este momento, es dar con Olivia Madueño. Si la encuentras, avísame.

—¿No hay otras líneas de investigación?

—Las hubo, pero los recursos de que disponemos son limitados, y ese caso ya no se encuentra en primera línea. Además, la madre, sin duda, participó en la desaparición de la hija.

—«Participó» no significa que la secuestrase ella.

—Ni tampoco lo contrario. —Atajó él.

—¿Cómo desapareció la niña? Por mucho que he buscado, no he encontrado más que vaguedades del tipo «en extrañas circunstancias».

—Pues esa frase encaja bastante bien con la realidad.

—¿Y?

—Y no puedo decirte nada más al respecto.

—Hace mucho tiempo teníamos un acuerdo de colaboración.

—Como bien dices, de eso hace ya mucho.

—Pero seguro que tus necesidades siguen siendo las mismas —se aventuró, sabiendo que pisaba terreno pantanoso.

—Te equivocas; ahora han crecido.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que ya no soy tan barato como antes.

—¿De cuánto dinero hablamos?

—Veinte mil euros.

Mónica abrió exageradamente los ojos para mostrar su asombro. Ya imaginaba que su interlocutor le pediría dinero, pero nunca imaginó una cifra tan elevada.

—Nadie me pagará eso por unos cuantos artículos.

—Créeme, si leyeras el informe policial, no opinarías de la misma forma.

—Adelántame algo, para que sepa si merece la pena o no.

—Te aseguro que merece la pena. Tú consigue ese dinero, y yo te entregaré una copia de la investigación completa del caso.

—Es mucho dinero.

—Los coches son caros, sí.

II

—Nunca imaginé sentirme así aquí —le confesó Sun.

—Te entiendo.

—No del todo, te lo aseguro. Yo he pasado años con la única perspectiva de que el tiempo pasase hasta que mi vida se acabara. Eso, Ari, resulta devastador. Te convierte en alguien sin esperanzas, sin sueños. Sin futuro, el presente deja de tener sentido.

En momentos como aquel, cuando la oía expresarse con esa claridad, era cuando Ariadna recordaba que, pese a su aspecto, Sun no compartía su edad. A ella le costaba encontrar palabras que adjudicar a sus sentimientos, pero su amiga no parecía tener ese problema, y hablaba como una auténtica adulta.

Ciertamente, la coyuntura había cambiado mucho en los últimos meses. De hecho, en ese momento, su mayor preocupación residía en poder disimular la ilusión con la que se despertaba cada mañana. En varias ocasiones, Jurgen le había llamado la atención al respecto, indicándole que, mientras se hallase con el resto de niños, debía mostrarse igual de pasiva y desanimada que los demás. Nadie en aquel lugar exhibía una sonrisa, pero a ella, cada vez más, le costaba ocultarla. Se sentía tan cerca de escapar, que casi podía oler la libertad; pero, además, el proceso de desarrollar su energía, de convertirla en magia auténtica, la entusiasmaba. Notaba que, por primera vez en su corta vida, formaba parte de un gran proyecto, capaz de movilizar todas sus fuerzas en pos de un objetivo.

Para Sun las cosas se desarrollaban con mayor dificultad. Tal vez porque su energía no resultara tan intensa como la de Ariadna o porque su mentora, Lara, no tuviese la misma pericia que Jurgen, le costaba más avanzar en su arte. Lo que para una surgía con total naturalidad, para la otra suponía una continua batalla por ir un paso más allá.

Sus hábitos habían cambiado en las últimas semanas. Al principio, se escabullían a la estancia secreta una o dos veces al día, pero ahora, al menos para Ari, eso ya no resultaba necesario. Solía, eso sí, pasar casi todo el tiempo en compañía de su mentor, que charlaba con ella y constantemente la aconsejaba sobre cómo comunicarse con su poder, y así, ir despertándolo. De vez en cuando, se reunían todos y ponían en común sus progresos o sus incertidumbres. Las semanas avanzaban a una velocidad de vértigo hacia su casa, su mundo y su magia, como si de un gran arco del triunfo, situado en la confluencia de todos esos deseos, se tratara.

Lo primero que aprendieron Sun y ella consistió en conservar parte de su energía, evitar, por tanto, que toda saliera de su cuerpo, extraída por algún oscuro poder oculto. Los primeros días, aquella tarea parecía casi imposible. Les exigía una intensa concentración que deparaba como resultado un cansancio infinito y casi instantáneo. Pero, al poco tiempo, consiguieron dominar la técnica de forma que la llevaban a cabo de una manera espontánea, que apenas requería esfuerzo por su parte, como respirar o caminar. Visualizarían el flujo de energía, imaginando que, mediante un dique, una parte de ella, en lugar de salir al exterior, se dirigía a un pequeño estanque interior, protegido como un tesoro, desde el cual, más tarde, se podría utilizar para los ejercicios que les proponían sus maestros. Conservarla toda, además de muy complicado, hubiera significado delatarse ante los demás, puesto que el flujo resultaba visible para el resto de niños.

Más adelante, se dedicaron a conocer más sobre el tipo de poder que poseía cada una. La lectura constituyó la principal fuente de la que obtener esa información que necesitaban, pues ninguno de los mentores compartían habilidades con ellas y, aunque podían resolver alguna de sus preguntas más generales, no alcanzaban a profundizar lo que la curiosidad de las niñas demandaba.

Ari disfrutaba con el descubrimiento de las grandes posibilidades que le brindaba su poder. La lista de conjuros que algún día podría llegar a aprender resultaba tan inmensa como fascinante. Se sentía muy afortunada por poseer esa habilidad y no otra. Podría teleportarse, viajar al futuro, detener el tiempo en un instante... Obviamente, alcanzar ese nivel no iba a resultar sencillo, pero no tenía dudas de que, más pronto que tarde, dominaría aquellos hechizos a su antojo.

En esa época, pasaba muchas horas junto a Sun en la biblioteca. Su amiga también disfrutaba de un momento especial, que valoraba mucho más que Ariadna, pues había desperdiciado muchos años atrapada en aquel lugar y ahora podía observar que una luz se encendía y le mostraba un camino hacia su hogar. Sin embargo, también comenzaba a sentirse inferior a Ariadna. Su energía, menos intensa, provocaba a menudo que lo que Ari desarrollaba en horas, a ella le costase días. En cierta forma albergaba un sentimiento de culpa, pues, aunque nunca lo expresara, pensaba que el plan se retrasaba por ella; que si Ari no hubiese insistido en incluirla, quizás los otros se encontrarían ya muy lejos de allí. Aquella idea la martirizaba y, en cierto sentido, la obsesionaba. Intentó progresar a toda costa; dedicar más horas que Ariadna para obtener los mismos resultados. Pero lo único que conseguía con esa forma de actuar era estresarse y que la tensión que acumulaba no le permitiera desarrollar su energía. Dejó incluso de dibujar, algo que no pasó desapercibido para los demás, pues se había convertido en una seña de identidad, igual que un escudo o una bandera ondeada por el viento.

Aunque ni Ari ni Sun lo supieron nunca, Jurgen y Lara barajaron seriamente la posibilidad de excluir a Sun del plan. Temían que su ansiedad acabara por estropearlo todo. Pero finalmente decidieron descargarla de responsabilidad, charlar más a menudo con ella, darle confianza y, sobre todo, hacerle entender que nadie esperaba que fuera tan deprisa o tan lejos como Ariadna, pues sus capacidades no tenían nada en común. Para cada persona, le explicaron, el camino discurría por senderos diferentes. Puede que para ella, en aquel tramo, se presentara empinado y sinuoso, pero no siempre se mostraría así.

El momento de ensayar los primeros conjuros, hacía apenas unas semanas, se convirtió en uno de los más emocionantes para ambas. Aunque la progresión de Ariadna hubiera resultado más rápida, la dificultad de su magia era mayor, por lo que, en realidad, llegaron casi a la vez a aquel estadio. Jurgen eligió para Ariadna un conjuro llamado «Desplazar objeto», que intentaría llevar a cabo con un bolígrafo. Para Sun, Lara eligió otro llamado «Activación corporal», con el que, al parecer, una energía especial hacía brillar el cuerpo, ofreciendo diferentes tonalidades en función de que alguna de las partes pudiese representar algún problema para la salud.

Sun y ella dedicaron jornadas enteras a ensayar aquellos conjuros en la estancia secreta. No consistía solo en memorizar unas extrañas palabras o combinarlas con gestos no menos curiosos, sino en conectarlos con la energía mágica que habían acumulado. Llegó un punto en el que las dos, tras cientos de ensayos, se sintieron frustradas. De repente, parecía que todas las horas en la biblioteca, todos los consejos y las charlas con los mentores, no hubiesen servido para nada.

Los maestros intentaban mitigar aquel desaliento explicándoles que se encontraban en un momento decisivo, pues el primer hechizo resultaba siempre el más complicado y que, si lograban superarlo, la vuelta a casa se hallaría muy cercana.

Una tarde, cuando llevaban no menos de una semana practicando infructuosamente, se reunieron los cuatro en la estancia interior. Jurgen le pidió a Ari que le describiese sus sensaciones cada vez que intentaba ejecutar su conjuro. Ella no sabía cómo hacerlo, cómo transformarlas en palabras que su mentor pudiese comprender.

—Muy bien. Pues olvidad las dos el método que empleéis para activar vuestra energía —anunció Jurgen—. Recurriremos a otro.

Enseguida les explicó una nueva manera de visualizar su magia. Parecía algo más complicada, pues no dejaba nada a la imaginación de cada una, sino que obligaba a la realización, uno tras otro, en riguroso orden, de una serie de pasos con la intención de que las percepciones se intensificaran. Según Jurgen, desarrollarían el mismo proceso, pero ejecutado de una forma más lenta.

El primer paso consistía en imaginar el efecto del conjuro. Si este no se conseguía visualizar, nunca se llevaría a cabo. Más tarde, y antes de hacer ningún movimiento, debían establecer mentalmente una conexión entre las palabras, los gestos y su depósito de energía, como si cada parte del proceso se convirtiese en desencadenante de la siguiente. Solo cuando esa cadena poseyera la firmeza necesaria, se conseguiría la activación de la habilidad, concentrándola en el conjuro deseado.

Ariadna nunca olvidaría aquella tarde. Desde que empezó la nueva rutina de concentración, supo que lo conseguiría. Una fuerza, que jamás había experimentado, se desató dentro de ella mientras representaba mentalmente cómo el bolígrafo elegido se desplazaba unos centímetros sobre el tablero de la mesa. Notó que la magia recorría cada centímetro de su cuerpo, hasta hacerlo vibrar.

Lo que sucedió a continuación, no se asemejó mucho con la imagen mental que había elaborado. El bolígrafo desapareció, literalmente, ante el asombro de todos; mientras, apenas unos segundos más tarde, reaparecía golpeando con fuerza la pared. Sun y ella se asustaron un poco, pero al comprobar la alegría que reflejaban las expresiones de Jurgen y Lara, comprendieron que lo había logrado.

Sin esperar instrucciones ni comentarios sobre lo acontecido, Sun dio un paso al frente e inició su proceso. Al contrario que Ariadna, ella consiguió que el efecto de su hechizo coincidiese a la perfección con lo que había imaginado. Su contorno completo se iluminó con un tono verdoso, parecido al que desprendía su magia; mientras, alrededor de su tobillo derecho, adquiría una tonalidad anaranjada, que destacaba al instante.

—¿Te duele el tobillo? —le preguntó Lara.

—No —respondió la niña, conteniendo su alegría—, pero hace años me lo fracturé mientras jugaba al voleibol, y de vez en cuando siento molestias.

Ari la abrazó mientras gritaba sin parar que lo habían conseguido.

Los días siguientes transcurrieron aún más deprisa. No paraban de hablar entre ellas sobre los progresos que hacían o cuál sería el próximo conjuro que les propondrían aprender. Siempre, antes de pasar al siguiente, debían dominar el anterior. En ese aspecto, tanto Jurgen como Lara, se mostraban inflexibles. Les enseñaron que cada hechizo conducía a otro, en lo que ellos denominaban «sendas mágicas». Si no se seguía aquel itinerario, deteniéndose en todas sus paradas, nunca llegarían a utilizar la magia más poderosa. Unos conocimientos despertaban a otros. Solo lo más básico podía aprenderse de manera aislada.

Sun, sorprendentemente, en esa fase, avanzaba a mayor velocidad que Ariadna, hasta tal punto que, durante una cena en el gran comedor, la niña se lo planteó a su mentor.

—Siempre me habéis dicho que mi energía es muy intensa, mucho más que la de la mayoría. ¿Por qué entonces me cuesta tanto dominar los hechizos?

Jurgen, pese a estar rodeado de niños, no pudo evitar sonreír. Parecía que llevara tiempo aguardando la pregunta.

—Por eso mismo.

—¿Qué quieres decir? No lo entiendo.

—Al disponer de más energía, esta resulta más difícil de controlar. Hasta ahora os hemos propuesto hechizos que requieren poco poder. Todavía no has aprendido a liberar la cantidad exacta que requiere cada habilidad. A Sun esta parte le resulta más sencilla, pues en ella la magia no abunda tanto como en ti.

—¿Eso significa que para mí será más difícil aprender que para ella?

—En cierta forma, sí —dudó Jurgen—. Digamos que, al principio, te enfrentarás a un problema adicional, pero poco a poco, en cuanto hayas dominado unos cuantos hechizos, podrás determinar cuánta energía necesitas en cada caso y activarla. La lista de hechizos que puede realizar Sun pronto se agotará. En cambio, la tuya, solo da sus primeros pasos. Desconocemos dónde se encuentran tus límites, aunque para saberlo con exactitud deberíamos vivir en un sitio en el que no te roben la energía constantemente.

Después de lo que debieron ser tres o cuatro semanas, Ariadna dominó un hechizo realmente poderoso. Podía ella misma, y las personas que estuvieran en contacto directo con ella, desplazarse hasta el lugar que decidiese, siempre que este se hallase dentro de su campo de visión. Jurgen le explicó que algún día resultaría capaz de aparecer a miles de kilómetros de distancia en un abrir y cerrar de ojos, con solo imaginarlo, pero que ese momento tardaría aún en llegar. La niña comprendió entonces que el camino resultaría largo pero fascinante.

Una mañana, Lara les pidió que se quedasen junto al palacio, que no se dedicaran a andar con los demás. Al poco, Jurgen se unió a ellas.

—Ha llegado el momento de ponernos en marcha —anunció.

Ariadna y Sun se miraron, sorprendidas. En los últimas semanas, por increíble que pudiese parecer, habían dejado de lado la idea de escapar, pues el aprendizaje de la magia las había atrapado de tal forma que se habían olvidado hasta de su condición de prisioneras. Ahora, una nueva inquietud, una nueva ilusión, se manifestaba. Ari, casi al instante, evocó la imagen de sus padres, y entonces un manto de tristeza borró la sorpresa que antes había brillado en su rostro. Se preguntó cuántos meses llevaba sin abrazarlos. De repente, la posibilidad de regresar junto a ellos se le antojó inverosímil. Quienquiera que los retuviese allí, temió, no dejaría que escaparan tan fácilmente.

—Lo conseguiremos —afirmó Lara, procurando aplacar sus dudas.

—Desde luego —la apoyó Jurgen.

La primera parte del plan consistiría en explorar el territorio allende el bosque, si es que existía realmente algún territorio más allá, pues desde allí solo divisaban árboles y más árboles. Después de comer, aprovechando que la mayoría regresaba al dormitorio, Ariadna usaría su magia para desplazarse, junto con Jurgen, a los límites de su campo visual. En función de lo que descubriesen, decidirían las siguientes acciones.

—¿Qué creéis que habrá al otro lado? —preguntó Sun.

La tres fijaron la mirada en Jurgen, asumiendo que él sería el único capaz de ofrecer una respuesta a aquella cuestión.

—Sin duda, un gran depósito.

III

Ojalá pudiese pasar más tiempo con el gran maestro. A ratos se divertía fingiendo en presencia de los otros tres, mostrándose preocupada o inquieta, como si de verdad le importase algo el futuro que corriesen. Pero a veces, sobre todo cuando Lara le enseñaba nuevas técnicas o le ofrecía absurdos consejos, se aburría profundamente. El nivel que había alcanzado con Cedric superaba los exiguos conocimientos que le transmitía Lara. Que ella también pudiera considerarse una mentora, le parecía un insulto para los verdaderos magos que ella había tenido la oportunidad de conocer gracias a los libros.

Ahora que los acontecimientos se precipitaban, pues Ariadna había alcanzado el poder suficiente para realizar ciertos conjuros, aguardaba instrucciones con paciencia. Desconocía los planes de su mentor con respecto a los otros niños y, honestamente, no le importaban demasiado. Le pidiese lo que le pidiese, ella lo haría. Las dudas que hubiese podido albergar al principio, se habían evaporado durante el aprendizaje junto a él; especialmente el primer día que la sacó de allí para llevarla a su mansión, para dejarla respirar de nuevo el aire libre, y transmitirle parte de sus planes, mientras compartían un delicado licor frente a las llamas de una preciosa chimenea.

—¿Te gusta mi casa? —le preguntó.

—Claro, maestro.

—Sé que deseas salir del bosque.

—Sí —admitió ella, que había aprendido que a él le encantaba la sinceridad.

—Estoy muy contento contigo. Tengo grandes planes para ti... fuera del bosque.

—Gracias, maestro.

—Cuando acabe toda esta historia de la fuga, dispondrás de una habitación en mi casa.

Las sesiones de entrenamiento junto a él resultaban exigentes, pero se convertían en auténticos retos para Sun, que muy pronto había aprendido que existían diferentes maneras de adquirir energía y que, por tanto, el potencial mágico de cada uno no solo se basaba en la cantidad que resultase capaz de generar por sí mismo. Su magia era diferente a la de Ari, pero no por ello menos poderosa. La otra viajaría en el tiempo, si se lo proponía, pero ella podría elegir entre salvar o eliminar una vida. ¿Acaso había algo más importante que eso?

Del próximo encuentro con Cedric esperaba las instrucciones precisas para el momento de la fuga, pues sabía que ahora que el plan se había puesto en marcha, el instante concreto de abandonar el bosque podía desencadenarse sin el margen suficiente para contactar con él.

Durante un tiempo temió que los deseos de su maestro incluyesen la muerte de alguno —o de todos— de sus compañeros; pero ahora ni siquiera esa posibilidad la asustaba. Poseía el potencial suficiente para acabar con sus vidas y, aunque no anhelaba pasar por esa prueba, no dudaba que sería capaz de superarla, ya que los tres le parecían engreídos e ignorantes. Imaginaban que sabían mucho o que eran muy poderosos; pero en el fondo no sabían nada. Lara y Jurgen se consideraban a sí mismos grandes maestros. Hablaban como si llevaran siglos haciendo progresar a la magia, cuando la realidad demostraba que no eran más que unos recién iniciados. Por otra parte, Ari no dejaba de presumir de la intensidad y pureza de su energía, observándose a sí misma como una especie de elegida para grandes misiones.

Los odiaba.

Odiaba su desconocimiento de la verdadera magia. Odiaba sus trucos baratos y sus ejemplos pretenciosos. Odiaba vivir con ellos, que solo representaban un pequeño obstáculo entre ella y su futuro lejos de aquella cárcel.

Afortunadamente aquello acabaría pronto y una nueva vida al servicio de El Claustro daría comienzo. Cierto que aquel cambio no supondría regresar junto a su padre, como siempre había soñado, pero si algo había aprendido en los últimos meses era que su verdadera familia la integraban los miembros de La Frontera. Ella era una maga, y debía asumir sus responsabilidades como tal, renunciando a un pasado gris en el que cada vez pensaba menos. Eso no significaba que hubiese dejado de querer a su padre. Simplemente había decidido que él no formaría parte de su futuro.

Cogió el bloc mientras, sin saber muy bien por qué, imaginó un gran campo de batalla, con decenas de miles de hombres en formación preparados para entregar su vida por una gran causa.

Suspiró.

¿Acaso se había convertido en un miembro de aquel gran ejército?

Sonrió.

Quizás sí, solo que ella iba a la vanguardia, junto al gran mariscal que dirigía el ataque, que los guiaba hacia un destino glorioso.

De repente, la oscuridad ganó intensidad hasta convertirse en una negrura obsesiva. Bajó de la cama. Sus pies la condujeron al baño justo antes de elevarse.

—Hola, maestro.

—¿Hay novedades?

—Mañana Ari y Jurgen se teleportarán para descubrir qué hay más allá del bosque.

—Así que esa mocosa ya puede desplazar a más gente con ella. No está mal.

Sun se sintió celosa. En ese momento hubiese deseado demostrarle a Cedric que ella también se hallaba preparada para ejecutar magia muy poderosa.

—¿Qué debo hacer?

—Ayudarles a escapar.

—¿Cuándo pagarán por lo que hacen? —preguntó, dejando aflorar todo su resentimiento.

Cedric le sonrió con complicidad.

—El poder resulta muy adictivo, Sun, no dejes que nuble tus sentidos. Sé paciente.

—Sí, maestro.

—¿Recuerdas a Arsenio? Alguna vez te he hablado de él.

—Claro. Es un miembro de El Claustro, ¿verdad?

—No uno cualquiera, sino el más antiguo.

—Sí.

—Una de sus principales tareas consiste en que nadie abandone el bosque. Para él, vuestra energía siempre ha tenido gran importancia, hasta el punto de erigirse en el máximo defensor de este lugar.

—Comprendo.

—Demuéstramelo.

—Si escapamos los tres, la responsabilidad recaerá sobre él. La fuga le colocaría en una posición muy comprometida.

—Impresionante. Continúa.

—Ahora es un maestro muy respetado, tal vez el que más, y sus opiniones resultan muy influyentes; pero si el bosque se convierte en un problema para el resto de magos, su estatus se tambaleará.

—Exacto; y eso no es malo para nosotros.

—¿Podremos conseguirlo? Me refiero a escapar.

—Seguro que sí; pero necesitaréis esto —dijo mientras le entregaba una pequeña llave.

—¿Para qué quiero una llave?

—En su momento lo comprenderás, no te preocupes.

—¿Y una vez fuera?

—Deberás averiguar si poseen algún contacto. Si alguien de La Frontera, aunque aún no lo sepas, les ha ayudado a escapar, o les ayudará a esconderse.

—Comprendo —asintió ella.

—Después de conseguir esa información, tendrás que eliminar a Jurgen y a Lara. ¿Podrás hacerlo?

Sun sonrió ligeramente antes de contestar. El encargo que le acababa de hacer demostraba que Cedric confiaba notablemente en ella. Nada podía hacerla más feliz.

—Por supuesto —respondió—, pero, ¿qué pasa con Ariadna?

—La necesito de vuelta. No sé aún qué haré con ella, pero tengo un pequeño asunto familiar en el que se encuentra involucrada.

—De acuerdo.

—Hay un detalle más que debes conocer.

—Dígame.

—Si conseguís huir, Arsenio enviará gente a buscaros. Si os cogen, probablemente os matarán. Debes tener mucho cuidado, Sun, y no perder el tiempo.

Sun sintió un nudo en el estómago. De repente se daba cuenta de que aquello en lo que se hallaba envuelta no representaba ningún juego. Su vida corría serio peligro. Tras un momento de cierta zozobra, determinó que la recompensa estaría a la altura del riesgo. El maestro se preocupaba por ella. No le fallaría.

IV

—El próximo verano, espero que cumplas tu palabra y me visites. Así podrás disfrutar de la playa. De niña, recuerdo que pasabas horas en el agua. No había forma de sacarte.

—Me temo que eso no va a ser posible.

—¿Por qué? —pregunté alarmado.

—Porque para entonces estarás a punto de convertirte en abuelo.

—¿Cómo?

—Pues eso, que tendrás que viajar de nuevo hasta aquí; si es que quieres conocer a tu nieto, claro.

La noticia me emocionó. En los últimos nueve meses, la relación con mi hija se había consolidado. Hablábamos varias veces por semana y, durante el verano, yo había acudido hasta su casa, en Seattle, al noroeste de los Estados Unidos, para pasar dos semanas junto a ella y su pareja. Resultó un reencuentro extraordinario en todos los sentidos. Consumimos muchísimas horas juntos, poniéndonos al corriente de nuestras vidas, pero, sobre todo, dejando atrás inútiles reproches sobre un pasado que ya no podía molestarnos, pues languidecía herido de muerte en alguna cuneta olvidada. El tiempo que habíamos permanecido distanciados, sin ni siquiera hablarnos, ejercía ahora como un recordatorio de lo que ninguno de los dos deseaba que volviera a suceder. Se había transformado en un pegamento que ya nunca permitiría que nos separásemos de nuevo.

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