Arena
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Pon. Pon. Pon. Pon. Los golpes resonaban a distancia. La habitación estaba más caldeada que de costumbre, con la ventana y la puerta cerradas. Los porrazos continuaban, y, además, el ruido se incrementaba con las puertas que se abrían bruscamente, de cualquier manera. Me giré en la cama con la idea de ver a Reyes, pero a mi lado se encontraba el Manco exudando alcohol, como yo. Burbujas etílicas que brotaban para morir en esa estancia viciada. No recordaba que el Manco hubiese venido ni que Reyes se hubiera marchado. Los rincones de la vigilia y el sueño en conflicto. Zona hostil. ¿Dónde está la droga?, pude oír vagamente. Más portazos. Amenazas. Gritos. Puta, ¿te la has metido toda?, gritaba mi padre. Un puñetazo de Cassius Marcellus Clay. En la lona. Tumbado. Sin moverme. Contando. Una eternidad. ¿Dónde está? Dímelo o te mato a golpes, zorra. Seguía mi padre con las amenazas, fuera de sí.
—Bruno, tío, la va a matar.
En el sueño, el Manco me hablaba como si estuviéramos en una película de dibujos animados. ¿Se puede salir de un sueño o de una pesadilla? ¿Tienen las alucinaciones una de esas puertas que pone EXIT? ¿Qué sucede cuando lo que se recuerda en una pesadilla sigue ahí tras despertar?
El sueño suda. Y el recuerdo. ¿Ocurrió rápido o fue lento? Hedor etílico y miedo. El Manco acojonado. Yo a la espera de que viniera a por nosotros, pero no iba a venir.
—Vamos a decirle que la hemos cogido nosotros.
—¿Estás zumbado? ¿Quieres recibir?
—¿Y qué hacemos?
—Nada. No hacemos nada.