Arena

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Capítulo 9

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Capítulo 9

—¡Maldición!

El sonido del golpe sobresaltó de tal manera a Hammen que se pegó al muro de la cloaca, tan asustado que apenas se atrevía a respirar. Volvió la mirada hacia Norreen, que permanecía inmóvil y tranquila con la espada desenvainada y los ojos clavados en el círculo de luz parpadeante que brillaba delante de ellos en la oscuridad.

Podía oír con toda claridad los gimoteos de Uriah.

—Dile a Varnel que quiero esa bolsa, y al infierno con el precio...

Hammen se volvió hacia Varena, que sonrió mientras escuchaba la voz enfurecida de Zarel.

—Pidió tres mil monedas de oro sólo por cerrar la puerta, ¿no? —siguió diciendo Zarel—. Pues hazle saber que si no me entrega la bolsa inmediatamente, es muy posible que su traición llegue a ser conocida.

Varena se removió con visible irritación, y sus rasgos se pusieron súbitamente tensos a causa de la ira.

—Si es necesario, ofrécele diez mil monedas de oro. Ah, y también quiero a ese sirviente... Debe de saber algo, y no tiene la mente de un luchador. No podrá resistirse tal como lo está haciendo el tuerto.

Hammen sintió el deseo de soltar un juramento, y casi sonrió al pensar en lo que ocurriría si una voz subterránea surgiera de repente de la cloaca y le dijera a Zarel que se fuese a arder en el tormento.

—¿Alguna cosa más? —gritó Zarel.

Hubo un corto silencio.

—¡Sal de mi vista, maldito seas!

Hammen esperó unos momentos y acabó reanudando su cauteloso avance. La mano de Varena salió disparada hacia adelante y le agarró, y Hammen vio que meneaba la cabeza en señal de advertencia.

Parecía estar conteniendo el aliento, y Hammen pudo percibir la ondulación de poder, como si Varena estuviera haciendo un gran esfuerzo para bloquear algo que se cernía sobre ellos. Los minutos fueron transcurriendo, y Varena acabó dejando escapar un suspiro e inclinó la cabeza como si estuviera exhausta. Después volvió la cabeza hacia Norreen y asintió. La benalita empezó a avanzar moviéndose con una fluida agilidad felina, y no produjo ni un solo sonido mientras se deslizaba por entre las aguas viscosas y llenas de basura que le llegaban hasta medio muslo. Hammen y Varena la siguieron, y los tres acabaron deteniéndose justo allí donde empezaba la reja incrustada en el techo de la cloaca.

Norreen alzó los brazos y rozó un lado de la reja con las puntas de los dedos, y después volvió la cabeza hacia Hammen y asintió. Hammen avanzó y Norreen le alzó en vilo, siseando una advertencia cuando Hammen intentó deslizar las manos a lo largo de sus costados. Hammen sacó una ganzúa de su manga y empezó a levantarla.

—El bebedizo mantendrá inconsciente a esa escoria —dijo una voz encima de su cabeza, y oyeron una carcajada enronquecida.

Hammen se había quedado paralizado, y Norreen permaneció totalmente inmóvil.

Un pie se posó sobre la reja, y Hammen cerró los ojos y esperó.

—¿Por dónde crees que empezará a trabajar el hombre de los cortes? —preguntó la primera voz.

—¿Por dónde te parece que va a hacerlo? —respondió otra voz, y hubo una nueva risotada.

—No... Siempre reserva eso para el final. Te apuesto cinco monedas de cobre a que empieza por las manos.

—¿Cuál de las dos?

Hubo un momento de silencio.

—La derecha.

—De acuerdo, cinco monedas de cobre.

La risa enronquecida volvió a romper el silencio.

Unos instantes después Hammen sintió que un líquido caliente caía sobre su cara, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para resistir la tentación de empuñar su daga y asestar una cuchillada hacia arriba a través de la reja.

—Ah... Mejor, mucho mejor.

Los dos hombres siguieron su camino.

Hammen volvió a alzar la mano y metió la ganzúa en la cerradura de la reja.

Estaba oxidada. Intentó forzarla, pero el metal se negó a ceder. Hammen bajó la mirada hacia Varena.

—Está atascada y no puedo abrirla —murmuró—. Utiliza un hechizo.

—Podría atraer la atención. Engrásala.

Hammen cogió un frasquito metálico que llevaba colgando del cuello, le quitó el corcho con los dientes y volvió a alzar la mano. Echó aceite sobre los goznes de la reja, y después derramó el resto del contenido del frasquito metálico sobre la cerradura. Unas cuantas gotitas de aceite cayeron sobre su rostro, y Hammen sintió el agudo escozor de las que le entraron en los ojos.

Volvió a manipular la cerradura, y ésta siguió negándose a ceder. El sudor empezó a perlar su cara a pesar de la fría humedad de la cloaca.

—¿Qué está pasando? —murmuró Norreen.

—No tengo ningún punto de apoyo que me permita hacer presión... No quiere ceder.

—¡Continúa esforzándote, maldita sea!

—Súbeme un poco más.

Norreen le levantó con un gruñido de esfuerzo hasta dejarle un poco más cerca de la reja, y Hammen se agarró a ella con una mano mientras metía la otra por entre los barrotes para seguir luchando con la cerradura.

Los ecos de una carcajada enronquecida resonaron en la lejanía, pero la única respuesta fue un grito quejumbroso cerca de ellos.

—¡Calla o te cortaremos la otra mano, maldito seas! —gritó una voz.

Hammen oyó pisadas que se aproximaban y volvió a quedarse totalmente inmóvil después de haberse apresurado a sacar la mano de entre los barrotes. Alguien estaba yendo de una celda a otra y abría las mirillas de cada puerta para echar un vistazo a los prisioneros. Los minutos fueron transcurriendo, y el guardia se fue aproximando y acabó pasando sobre la reja. Después abrió otra mirilla.

—¡Maldición! Eh, Grimash, ese bastardo se ha ahorcado...

—Bueno, ¿y qué quieres que haga yo? —gritó una voz lejana.

—Abre la puerta para que podamos librarnos de su cuerpo.

Hammen bajó la mirada hacia Norreen.

—Déjalo en la celda hasta mañana.

—Si hay que hacerlo, hay que hacerlo, ¿no? Ven de una vez.

—Oh, de acuerdo.

Hammen contempló a Norreen con los ojos desorbitados por el terror. Norreen le bajó sin hacer ningún ruido, y los tres se apresuraron a retroceder alejándose de la reja.

Oyeron pasos sobre sus cabezas, y un instante después pudieron escuchar el sonido del pestillo de una puerta al ser descorrido.

—Maldita sea, cómo apesta... ¿Cuándo le echaste un vistazo por última vez?

—No sé. Creo que lo trajeron ayer, o quizá fuese antes de ayer...

—¡Maldito seas! Venga, cógelo por ahí... Menudo hedor.

Los dos guardias murmuraron unas cuantas maldiciones ahogadas, y después se oyó el sonido de un cuerpo arrastrado sobre el suelo. Una sombra apareció encima de sus cabezas, y oyeron el ruido de una llave girando dentro de una cerradura. La cerradura acabó cediendo con un chasquido metálico y la reja fue levantada.

—Aquí pasa algo raro.

—¿Qué quieres decir?

—La llave... Mira. Está cubierta de aceite.

—Bueno, eso quiere decir que alguien ha echado aceite en la cerradura, ¿no?

—¿Quién? Te aseguro que yo no he sido.

—Oh, calla de una vez y librémonos de este fiambre. Huele lo bastante mal para hacer vomitar a un gusano.

El cuerpo se precipitó por el hueco de la reja y chocó con las aguas fangosas, produciendo una aparatosa salpicadura que cayó sobre las tres siluetas agazapadas en la cloaca. Pero el cadáver estaba tan rígido como una tabla, y en vez de ceder a la corriente de la cloaca y dejarse arrastrar por ella, quedó atascado en posición vertical con la cabeza chocando contra el círculo de piedras que había justo debajo de la reja. Hammen intentó no sucumbir a las náuseas. Las sombras hacían que el rostro del cadáver resultara invisible, salvo por un delgado rayo de luz que revelaba la lengua ennegrecida que sobresalía de un rostro hinchado hasta el extremo de parecer un globo. La cuerda hecha de trozos de harapos con la que se había ahorcado estaba incrustada en la piel gris verdosa del cuello.

Los guardias se inclinaron sobre el hueco de la reja para echar un vistazo, y uno de ellos empezó a reír.

—Parece que le gusta estar ahí abajo... No quiere irse, ¿eh?

—Bueno, pues baja y dale un empujón.

—No, dejémosle donde está. La verdad es que resulta bastante gracioso, ¿no? Mírale, ahí de pie en la cloaca...

—Tenemos que sacarlo de ahí, maldita sea. Si le dejamos ahí, todo acabará apestando.

—Como si la clientela fuera a quejarse.

—Oye, sácalo de ahí de una vez.

Una mano se metió por el hueco de la reja, agarró al cadáver por la nuca y le dio un empujón. La corriente empezó a impulsar las piernas del muerto hacia adelante..., y Hammen gritó.

Los ojos desorbitados de Hammen se encontraron contemplando el rostro de Petros, uno de los miembros de su hermandad y un amigo que sólo tres días antes había estado compartiendo las pulgas y piojos de su refugio.

El grito de Hammen fue respondido por los dos guardias, que saltaron hacia atrás dominados por el horror.

—¡Salgamos de aquí!

Varena pasó junto a Hammen propinándole un empujón que le hizo caer de bruces en el agua fangosa, con el resultado de que empezó a ser arrastrado por la corriente con su querido amigo flotando junto a él.

Varena alzó la vista y levantó una mano, y un chorro de llamas salió disparado hacia arriba y envolvió a un guardia haciendo que cayera de espaldas. El otro guardia huyó, aterrorizado. Varena se agarró a los lados del agujero de acceso y salió de la cloaca, y Norreen se apresuró a seguirla.

—¡Me estoy ahogando!

Norreen volvió la mirada hacia Hammen, titubeó durante un momento y acabó lanzando una maldición y volvió a por él, agarrándole por el pelo y tirando de su cabeza hacia la abertura. Después Norreen alzó en vilo a un empapado y medio asfixiado Hammen a través del hueco de la reja.

Hammen se derrumbó sobre el suelo de la mazmorra y rodó sobre sí mismo para alejarse del guardia, que se retorcía de un lado a otro mientras lanzaba alaridos histéricos e intentaba apagar las llamas que envolvían su cuerpo.

Norreen salió del agujero, y su espada bajó con la velocidad del rayo y puso fin a los aullidos del guardia.

—¿Cuál es su celda? —gritó.

Varena llegó corriendo desde el final del pasillo.

—Ha escapado... —dijo—. No disponemos de mucho tiempo.

—¿Cuál es su celda, maldición? —volvió a preguntar Norreen.

Varena miró a su alrededor, sintiéndose cada vez más confusa. El plan de entrar sin ser detectados e inspeccionar las celdas sin hacer ningún ruido ya no podía ser puesto en práctica.

—¡Tiene que estar por este extremo! —exclamó.

Empezó a recorrer el pasillo, levantando la mano al pasar delante de cada puerta y destrozando una cerradura detrás de otra. Norreen la seguía e iba abriendo las puertas de un manotazo.

Hammen seguía yaciendo en el suelo y las observaba, todavía visiblemente afectado por el recuerdo de lo que quedaba de su amigo.

—¡Vigila el corredor, Hammen!

Hammen se levantó mascullando una maldición ahogada y empezó a caminar por el pasillo. Un estrépito infernal se había desencadenado a su alrededor en cuanto los prisioneros habían empezado a aullar pidiendo ser liberados de sus celdas.

Dio la vuelta a los restos calcinados del guardia muerto y encontró sus llaves. Hammen volvió sobre sus pasos y empezó a abrir las puertas de las celdas. Algunas de las víctimas que contenían ya se encontraban más allá de toda esperanza de salvación, encadenadas a mesas de dolor o a las paredes, y algunas alzaron la mirada hacia él para implorar con un hilo de voz el rescate, comida, agua o, sencillamente, que se pusiera fin a su tormento. Las lágrimas le nublaron la vista, y Hammen siguió avanzando por el pasillo. Los prisioneros encerrados detrás de algunas puertas no estaban encadenados, y salieron de sus celdas con paso tambaleante.

—¡Bajad a la cloaca y seguid la corriente! —gritó Hammen mientras les empujaba hacia la reja.

Los hombres y las mujeres se alejaron lentamente.

Uno de ellos fue cojeando hasta Hammen.

—Hammen...

Su voz apenas era un graznido enronquecido.

Hammen se dijo que aquel hombre le resultaba familiar, y un instante después reconoció al miembro de su hermandad que no tenía manos.

—Sal de aquí y cuéntaselo todo a los demás... Cuéntaselo a todo el mundo —murmuró Hammen—. Diles que fue el luchador tuerto quien os liberó. Escóndete con los miembros de la hermandad de Lothor, y ya me reuniré contigo allí más tarde.

La sonrisa del viejo mendigo iluminó su rostro ensangrentado, y se apresuró a meterse por el agujero de la cloaca.

Un instante después Hammen oyó pasos lanzados a la carrera que se aproximaban rápidamente desde el otro extremo del pasillo.

—¡Ya vienen!

—¡Hemos dado con él!

Hammen miró por encima de su hombro. Norreen estaba saliendo de una celda llevando a Garth en brazos, y Varena pasó junto a ella y corrió hacia Hammen.

Un dardo de ballesta pasó siseando al lado de Hammen y rebotó en una pared con un diluvio de chispas. Varias antorchas aparecieron al otro extremo del bloque de celdas.

—¡Muévete!

Hammen, que no necesitaba que le apremiaran a hacerlo, corrió hacia ella y se detuvo delante del agujero de la cloaca.

Varena alzó la mano, y una gran horda de ratas surgió de la nada y echó a correr por el pasillo chillando y gruñendo. Un muro de fuego se alzó directamente detrás de ellas y empezó a seguirlas, impulsándolas hacia el final del pasillo.

Norreen fue hacia el agujero, llevando a Garth en brazos.

—¡Hammen primero!

Hammen bajó la mirada hacia la oscuridad, titubeó, y un pie le golpeó por detrás. Cayó a la cloaca mientras profería una maldición, se sumergió en las aguas malolientes y volvió a la superficie, debatiéndose frenéticamente mientras intentaba evitar que sus pies resbalaran sobre la viscosa superficie del fondo.

—¡Cógele!

Norreen bajó a Garth con los pies por delante y le soltó. Garth cayó a la corriente y Hammen tuvo que hacer un considerable esfuerzo para poder sacarle la cabeza del agua. Norreen saltó a la cloaca unos momentos después.

—¡Venga, Varena, salgamos de aquí!

La luchadora Naranja saltó detrás de ella, y el potente resplandor del fuego se extinguió sobre su cabeza con un último parpadeo; pero pudieron seguir oyendo a las ratas, que lanzaban chillidos de deleite mientras luchaban por su cena entre los aullidos y gritos de los guardias.

Las dos mujeres incorporaron a Garth y empezaron a avanzar, medio nadando a favor de la corriente y medio caminando en ella. Cuando pasaron por debajo de otra reja alguien metió una lanza entre los barrotes, y faltó muy poco para que la punta se hundiera en el hombro de Hammen.

—La llave... ¿Dónde está la maldita llave? —gritó una voz iracunda sobre sus cabezas, y un instante después ya la habían dejado atrás.

La cloaca descendía en una pendiente bastante pronunciada y la corriente fue incrementando su velocidad, siguiendo la cuesta que bajaba desde el palacio, que se alzaba sobre la zona de suelo más alta del centro de la Plaza.

Llegaron a la reja de barrotes de acero que atravesaba la cloaca e indicaba el final del recinto palaciego. Se metieron por la angosta abertura que Hammen y Norreen habían tardado horas en practicar, logrando deslizarse por ella con muchos gruñidos y maldiciones, y después empezaron a serpentear por el laberinto de trampas que habían sido astutamente colocadas en la pared de la cloaca, ignorando los esqueletos de intentos de rescate anteriores que habían fracasado, muy probablemente hacía ya bastantes años, y que colgaban empalados de la pared.

Dejaron atrás una abertura a su derecha y después pasaron al lado de otra, y siguieron avanzando en las tinieblas más absolutas. Muy por delante de ellos podían oír los ecos de las voces de los prisioneros que Hammen había dejado en libertad.

—¿Por qué los has soltado? —preguntó secamente Varena.

—Para que los guardias vayan detrás de ellos en vez de perseguirnos a nosotros —mintió Hammen—. La tercera a la derecha... —anunció un instante después—. Aquí es.

Estuvo a punto de ser arrastrado por la corriente y pasar de largo, y tuvo que agarrarse desesperadamente a un lado de la abertura hasta que Norreen extendió el brazo y tiró de él. Un débil destello luminoso era visible a lo lejos en el pasillo, y de un desagüe para las tormentas que se abría sobre sus cabezas llegaba el estruendoso trompetear de los clarines. Un delgado haz de claridad diurna entró por el orificio, y pudieron oír los gritos de la turba por encima de los clarines.

—¡Tuerto! ¡Tuerto!

La noticia ya había empezado a difundirse.

Siguieron avanzando por la cloaca en un lento progreso que les obligaba a luchar contra la corriente, y dejaron atrás dos aberturas más mientras el nivel de las basuras y las aguas fangosas iba descendiendo hasta llegar a sus tobillos.

De repente Varena extendió la mano, y oyeron un rechinar de metal sobre piedra y una linterna fue bajando ante ellos a unos veinte metros de distancia.

Varena movió la mano indicándoles que debían tumbarse. Hammen obedeció al instante. Pegó el rostro al barrizal y vio aparecer una cabeza invertida que giró lentamente, volviéndose primero hacia el otro extremo de la cloaca y luego hacia ellos. Había mucho ruido y se oían gritos. El guardia clavó la mirada en ellos y después empezó a levantar una mano como si les hubiese visto..., y dejó escapar un grito y se precipitó de cabeza en la cloaca cayendo sobre la linterna, que se extinguió al quedar sumergida en las sucias aguas.

—¡Vamos!

Varena se levantó y siguió avanzando hasta que llegaron junto al guardia inconsciente. Arriba los disturbios parecían estar en su apogeo, y el populacho gritaba y rugía mientras se enfrentaba a los guerreros del Gran Maestre.

Hammen ya estaba a punto de dejar atrás la abertura del techo cuando alzó la mirada y pudo ver muchas piernas y cuerpos que corrían y luchaban. Otro guerrero cayó por el agujero y aterrizó con los pies por delante. Lanzó una maldición y empezó a incorporarse, pero su grito de alarma fue bruscamente interrumpido por la hoja de Norreen.

Continuaron avanzando por la cada vez más angosta cloaca, siguiendo a Hammen mientras torcía hacia la izquierda primero y a la derecha después, y luego nuevamente hacia la izquierda.

Hammen acabó deteniéndose.

—Aquí es —murmuró.

Habían llegado a un cruce en el que se unían cuatro conductos iluminados gracias a una angosta abertura protegida por una reja que se abría justo encima de sus cabezas. Un conducto estaba seco, y en su interior había cuatro fardos envueltos en pieles embreadas junto a los que había una docena de pesados odres de agua.

Norreen y Varena acostaron delicadamente a Garth en el suelo.

Garth se agitó de un lado a otro como si se hallara sumido en un sueño febril, y sus labios se movieron dejando escapar murmullos ahogados.

—Padre, no... Padre... Padre...

Varena fue hacia él, metió la mano en la bolsa de Garth y extrajo de ella un amuleto que colocó sobre su frente. Una leve iridiscencia luminosa envolvió el rostro de Garth como si fuese un halo, y las profundas arrugas del dolor se fueron difuminando poco a poco. Hammen contempló con asombro cómo las hinchazones provocadas por los golpes iban desapareciendo del maltrecho rostro de Garth. Los cortes que había abierto la mano cargada de anillos de Zarel se cerraron, y finalmente la herida de su hombro también se cerró. Garth suspiró y después pareció quedarse totalmente inmóvil, y por un momento Hammen pensó que estaba muerto y que el espíritu de Garth había abandonado su cuerpo.

—De momento deja que descanse —murmuró Varena—, y no le pierdas de vista.

Volvió al cruce de los conductos de las cloacas y empezó a desnudarse tranquilamente. Norreen la imitó.

Varena ya estaba a medio desnudar cuando volvió la cabeza y vio dos ojos que brillaban en la semioscuridad.

—¡Maldición, Hammen! —exclamó secamente—. Esto es lo único que no me ha gustado nunca de todo este asunto...

Cogió la capa, y se las arregló para colgarla de tal forma que tapara la abertura en la que Hammen estaba sentado al lado de Garth.

Hammen empezó a arrastrarse sigilosamente hacia ella para poder mirar.

—Hammen, si veo tu sucia cara te convertirás en un mendigo ciego —dijo Varena en voz baja y suave.

—¿Qué te parecería conformarte con un ojo?

—¡Ocúpate de Garth! Lávale, ¿de acuerdo?

Hammen lanzó un juramento ahogado y empezó a luchar con las malolientes ropas mojadas de Garth. Logró quitarle los pantalones y se concentró en la túnica ensangrentada, y acabó desenvainando una daga para cortarla mientras podía oír cómo las dos mujeres se echaban agua mutuamente al otro lado de la cortina improvisada para quitarse la mugre de las cloacas.

—¡Maldición! Y yo que me imaginaba que aún quedaba algo de gratitud en este mundo... —siseó cuando por fin consiguió quitarle la túnica a Garth.

Y un instante después se quedó totalmente inmóvil. Había una cicatriz tan fina que casi resultaba invisible a lo largo del brazo derecho de Garth, y el verla hizo que los ojos de Hammen se llenaran de lágrimas que empezaron a deslizarse por sus sucias mejillas.

Una mano apartó la capa, y Hammen dio un respingo y alzó la mirada para ver a Varena, que estaba contemplándole mientras se secaba el cabello.

—Vamos, deja que te ayude —murmuró Varena.

Hammen se pasó la mano por la cara para ocultar sus lágrimas.

Varena descorchó otro odre y derramó su contenido sobre Garth, y después utilizó la toalla para quitar la suciedad. Norreen se reunió con ellos y no tardaron en acabar de asearle. Hammen permanecía inmóvil y en silencio, absorto en sus pensamientos.

—Bueno, tú también apestas...

Venga, lávate —ordenó Varena en cuanto hubo terminado de ocuparse de Garth—. Nosotras nos encargaremos de vestirle.

Hammen se señaló el pecho con un dedo mientras ponía cara de sorpresa.

—¿Lavarme? ¿Yo?

—¿Crees que puedes volver arriba y pasearte por la ciudad oliendo tan mal como hueles ahora? ¡El hedor te delataría enseguida, así que lávate de una vez!

—Vete con los demonios.

Varena alzó la mano sin inmutarse y Hammen sintió una punzada de dolor.

—¡Maldita sea, eso duele!

—La próxima vez te dolerá el doble. ¡Y ahora lávate!

Hammen fue hasta el cruce de los conductos mascullando maldiciones y empezó a quitar el corcho de un odre de agua.

—Antes tienes que desnudarte.

Hammen las contempló, boquiabierto.

—Estás bromeando, ¿no?

Hammen volvió a sentir la punzada de dolor y, tal como le había prometido Varena, esta vez era el doble de intenso.

Hammen se quitó la túnica y los pantalones mascullando una imprecación detrás de otra.

—Todo —dijo Norreen sin inmutarse.

Hammen abrió la boca para protestar y Varena alzó la mano.

—¡Bueno, pues entonces quiero tener un poco de intimidad! —exigió mientras intentaba volver a colocar la capa en el hueco.

Hammen acabó de desnudarse y empezó a lavarse, torciendo el gesto al sentir la frialdad del agua que se derramaba sobre su cuerpo..., y un instante después la capa cayó al suelo.

Norreen y Varena le miraron y empezaron a soltar risitas. Hammen giró sobre sí mismo con el rostro enrojecido por la rabia y la humillación, y las risas de las dos mujeres se volvieron todavía más estrepitosas.

—Menudas damas habéis resultado ser —dijo secamente Hammen en cuanto hubo acabado, y Varena le alargó una toalla para que pudiera secarse con ella.

Hammen se apresuró a coger su fardo de ropas y se las puso, sintiéndose bastante incómodo al notar el roce de la tela limpia sobre su piel lavada.

Las dos mujeres volvieron a concentrar su atención en Garth, y le vistieron con ropas limpias después de haber acabado de secarle.

—Así que estás interesada en él, ¿eh? —preguntó Varena, y alzó la mirada hacia Norreen.

—Es un buen luchador —replicó Norreen—. Entonces no quise admitirlo, pero me salvó la vida al evitar que recibiese una puñalada en la espalda. Estoy en deuda con él.

—No me refería a eso.

Norreen bajó la mirada hacia Garth.

—No es de mi clan —dijo.

—Eso tampoco tiene nada que ver con mi pregunta.

—Oh, pero no cabe duda de que tú sí estás muy interesada en él —intervino Hammen, mirando fijamente a Varena.

—Garth no significa nada para mí —replicó Varena sin inmutarse, y Hammen soltó una risita.

—Vaya vida... Dos mujeres vistiéndole, una ya se ha acostado con él y la otra quiere hacerlo. Vaya vida...

Norreen volvió la cabeza hacia Hammen y le fulminó con la mirada.

—Lo que hizo con ella no me importa en lo más mínimo —dijo.

—Oh, claro. Lo que tú digas, por supuesto —replicó Hammen sarcásticamente.

Varena contempló en silencio a Norreen, y sus rasgos empezaron a enrojecer.

—Mi obligación hacia Garth habrá terminado en cuanto le hayamos sacado de aquí —dijo secamente Norreen—. Si tanto significa para ti... Bueno, puedes quedarte con él.

—Ya te he dicho que no estoy interesada en él —replicó Varena.

—¿Por que no pujáis por Garth? —preguntó Hammen, y sorbió aire por la nariz.

—Cierra el pico —gruñeron las dos mujeres al unísono.

Un grito lejano que parecía un rugido entró por la reja que había encima de sus cabezas y fue coreado por otras voces. Pudieron oír pasos seguidos por más gritos, y un instante después oyeron el inconfundible chasquido de ballestas disparando sus dardos.

De repente hubo una especie de roce acompañado por una respiración enronquecida que resonó a lo largo de todo el túnel. Un gruñido gutural creó ecos en los conductos.

—Mastines —murmuró Norreen.

—¡Ahí abajo hay algo! —gritó una voz.

—¡Levantad la reja!

Norreen alargó la mano hacia su espada.

—Está incrustada en la piedra, y el hueco es demasiado pequeño para pasar.

—Bueno, pues buscad alguna manera de bajar, maldita sea... ¡Están ahí abajo!

Varena se inclinó sobre Garth, le puso las manos en las sienes con gran delicadeza y le murmuró algo al oído.

Garth se removió y dejó escapar un gemido ahogado. Varena volvió a hablarle en susurros.

Garth gritó y trató de erguirse, y Varena le tapó la boca con la mano.

—¡Están ahí abajo, están ahí abajo!

Garth miró frenéticamente a su alrededor y Varena mantuvo la mano sobre su boca. De repente se inclinó sobre él, apartó la mano y depositó un fugaz beso en sus labios.

Hammen estaba muy asustado, pero tuvo que reprimir una risita ante la mueca de ira que ensombreció los rasgos de Norreen durante un momento.

El terror fue desapareciendo de los ojos de Garth y Varena se echó hacia atrás. Después alargó la mano hacia uno de los fardos envueltos en piel embreada, lo abrió, extrajo de él la bolsa de Garth y se la puso en el hombro.

—¿Dónde estoy?

Garth pegó la pared al muro al oír más gritos procedentes de arriba.

—Te hemos sacado de la mazmorra —susurró Norreen, y se arrodilló junto a él.

—¿Cómo?

—Gracias a Hammen.

Garth volvió la mirada hacia Hammen, que estaba arrodillado detrás de Norreen. El viejo no dijo nada, y se limitó a contemplarle con ojos llenos de preocupación.

Garth alargó la mano y le rozó el hombro con las yemas de los dedos, y Hammen bajó la cabeza.

Después miró a Varena y Norreen y les dio las gracias con una silenciosa inclinación de cabeza.

—Bien, ahora que la reunión ha terminado, sugiero que salgamos de aquí lo más deprisa posible —murmuró Hammen, intentando que su voz sonara lo más firme posible y reprimiendo un temblor lacrimoso.

Pasó junto a Garth y empezó a avanzar por el túnel. Norreen ayudó a Garth a levantarse, preparada para agarrarle si empezaba a desplomarse.

—Estoy bien —murmuró Garth cuando la mano de Norreen fue velozmente hacia él para sostenerle, y empezó a seguir a Hammen con los hombros encorvados para no tropezar con el techo.

Siguieron avanzando por el túnel y dejaron atrás un canal lateral en el que se oían ecos de voces y el gruñido lejano de un perro. Hammen se metió por otro conducto, volvió a doblar a la derecha y acabó deteniéndose.

—Es este desvío —murmuró.

Varena se detuvo detrás de él y miró en la dirección que Hammen estaba señalando con un dedo.

—La salida está detrás de la calle de los cambistas de monedas, y da a un patio vacío —le explicó Hammen—. Cambiaron la dirección de la calle después del último incendio que barrió la ciudad, y ahora ya no se usa. Escala la pared, ve en dirección este y acabarás encontrándote detrás de tu Casa. Hay tanta confusión que no deberías tener muchos problemas para entrar sin ser vista.

Varena echó a caminar por el túnel sin decir ni una palabra, y después se detuvo de repente y miró hacia atrás.

—Garth...

—¿Sí?

—Sal de la ciudad. Olvídalo, ¿entiendes? No sé qué has venido a hacer aquí, y no quiero saberlo. Vete de la ciudad... Si te quedas y tenemos que luchar... Bueno, ya sabes que haré cuanto esté en mis manos para vencerte, ¿verdad? Mi sessan no me permitirá actuar de otra manera.

Garth sonrió y no dijo nada.

—Es tuyo, benalita —murmuró Varena—. Sácale de la ciudad.

—No acepto regalos de una hanin Naranja —replicó altivamente Norreen.

Varena rió y desapareció por el túnel.

Un instante después oyeron los ecos de los ladridos de los mastines resonando en la dirección por la que habían venido.

—Vamos —dijo Hammen.

Giró sobre sí mismo y les llevó hasta un túnel muy angosto que se alejaba en dirección opuesta a la que había tomado Varena. El túnel tenía el lecho tan bajo que tuvieron que arrastrarse sobre las manos y las rodillas hasta que Hammen acabó deteniéndose y señaló hacia arriba. Alzaron la mirada y vieron una reja al final de un pozo. Hammen se dio la vuelta y extendió los brazos. Se agarró a una resbaladiza protuberancia rocosa, se izó por el conducto y apartó la reja con los hombros.

Salió cautelosamente por el hueco, se agazapó y miró a su alrededor. El patio abandonado era una confusión de piedras ennegrecidas por el fuego medio ocultas por una espesa masa de arbustos y hierbajos. Al otro lado de un muro semiderruido se podía oír una tremenda algarabía y gritos exultantes.

—¡Tuerto! ¡Tuerto!

Hammen movió la mano indicando a Garth y Norreen que podían seguirle. Garth salió por el agujero, y Norreen emergió detrás de él. Acababa de salir por el hueco cuando oyeron feroces ladridos justo debajo de ellos.

—¡Han salido, han salido!

Garth volvió a poner la reja en el hueco mientras Norreen cogía un gran peñasco que colocó encima de ella.

—¡Abrid esa reja, maldición!

Hammen señaló una grieta en la pared que permitía llegar hasta el callejón. Garth y Norreen fueron hacia ella, y se detuvieron al oír la risa de Hammen.

Hammen estaba de pie encima de la reja orinando sobre ella, y un instante después pudieron oír una explosión de juramentos enfurecidos dentro de la cloaca.

—Se lo debía —anunció Hammen con salvaje alegría, y después siguió a sus dos amigos al callejón sin dejar de reír.

Cuando llegaron a la calle Garth se tapó la cara y el ojo perdido con su capa.

—La salida de la ciudad está por ahí —dijo Hammen, señalando el final de la calle y alzando la voz para hacerse oír por encima del estrépito de la multitud que se agitaba a su alrededor.

—Me quedo —anunció secamente Garth.

—¡Maldición! —gruñó Norreen.

Garth la miró, y Norreen no dijo nada más.

—De acuerdo, de acuerdo... Bueno, ya nos lo imaginábamos, ¿no? —dijo Hammen—. La Casa de Bolk está al otro lado de la esquina.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Garth.

—Nos limitamos a suponer que sería lo que harías.

Los tres se abrieron paso a través de la multitud, que se agitaba y se empujaba incesantemente. Algunos iban hacia los disturbios de la Plaza, y otros se esforzaban por alejarse de ellos.

Llegaron al muro de la Casa Marrón, y lo fueron siguiendo hasta que acabaron llegando a la Gran Plaza.

El caos se estaba extendiendo por el cuadrado. Decenas de millares de personas gritaban y reían, y lanzaban burlas al grupo de guerreros que pasaba por un lado del recinto. Allí donde había un desagüe para las tormentas se veían centenares e incluso millares de cuerpos apelotonados que lanzaban gritos de ánimo al sistema de cloacas como si el luchador tuerto estuviera directamente debajo de ellos. Los gritos sarcásticos iban y venían de un confín a otro de la Plaza. «Está aquí, no, está allá, eh, está por ahí...» Los guerreros y los luchadores intentaban abrirse paso sin ningún miramiento a través de la turba, que respondía arrojándoles todo lo que tuviera a mano.

En algunas zonas de la Plaza ya habían estallado combates, y un sólido muro de guerreros avanzaba lentamente alrededor del Gran Palacio del Maestre de la Arena para hacer retroceder al populacho.

Garth se abrió paso hasta el comienzo de las losas marrones que recubrían el semicírculo de territorio Marrón delante de su Casa. Un anillo de luchadores se había desplegado alrededor del gran semicírculo para mantener alejada a la multitud de su terreno sagrado; pero el estado de ánimo general era casi festivo. La multitud intercambiaba pullas bienhumoradas con los luchadores, y estaba claro que éstos disfrutaban considerablemente con la humillación que estaba sufriendo el Gran Maestre.

Garth fue hacia el anillo de luchadores y miró a su alrededor. Acabó viendo lo que buscaba, y se abrió paso a través del gentío hasta detenerse delante de una silueta gigantesca.

—Naru... —dijo en voz baja.

Hammen dejó escapar un gemido de desesperación y empezó a retroceder.

—¿Es que te he salvado para esto? —gimió.

—¡Naru!

Esta vez la voz de Garth sonó mucho más firme e imperiosa.

El gigante bajó la mirada hacia Garth, y el brillo del reconocimiento fue apareciendo poco a poco en sus ojos. La expresión de su rostro pasó de la sorpresa a una perpleja incredulidad. La mirada de Naru fue más allá de él durante un momento, como si estuviera preguntando cómo se las había arreglado Garth para aparecer ante él, y después volvió a posarse en su rostro. Una mueca de rabia salvaje empezó a contorsionar sus facciones.

Garth ya se había llevado la mano a la bolsa, y sacó de ella un paquetito que sostuvo delante de su rostro.

—Es tu bolsa, luchador —dijo—. Un mendigo que no tenía ningún derecho a ella te la robó. Yo la recuperé y he estado intentando devolvértela desde entonces... Incluso he tenido que luchar con el Gran Maestre para protegerla.

Naru bajó la mirada hacia él, visiblemente confuso. Después alargó una mano vacilante hacia el paquetito, lo cogió y lo abrió. Hammen estaba mirándole fijamente, muy sorprendido ante el brillo de alegría casi infantil que acababa de aparecer en los ojos del gigante.

Naru se colgó su maná de la cintura y Hammen esperó, preparado para ver empezar el combate de un momento a otro..., pero de repente Naru empezó a bailotear de un lado a otro como si estuviera poseído.

—¡Mis hechizos, mis hechizos!

Garth le observó en silencio. La multitud había estado escuchándole con gran atención, y no tardó en comprender lo que acababa de presenciar.

—Es el tuerto... ¡Está aquí, está aquí!

Un pelotón de guerreros se estaba abriendo paso a través del gentío, y se encontraba a sólo veinte metros de distancia. Algunos empezaron a darse la vuelta al oír los gritos, pero el comandante maldijo al populacho y señaló la dirección opuesta con expresión enfurecida, y los soldados se alejaron.

Naru volvió la mirada hacia Garth, y había auténtica confusión en sus ojos.

Garth sonrió y extendió las manos con las palmas hacia abajo en un gesto de paz.

—¿Puedo unirme a esta Casa y luchar a tu lado, Naru?

Naru guardó silencio durante un momento, obviamente aturdido ante la complejidad del problema al que debía enfrentarse. Después volvió a alzar la mirada hacia el palacio y acabó mirando a Garth.

—Ha sido una buena broma... Sí.

Y alargó el brazo y tiró de Garth, atrayéndole hacia las losas marrones.

Hammen, perplejo, vio cómo Naru daba una potente palmada a Garth en los hombros y resplandecía de orgullo como si acabara de arreglárselas para rescatarle. La multitud, que lo había presenciado todo y estaba muy conmovida por el sentimentalismo del momento, lanzó un aullido de deleite. Hammen se volvió hacia Norreen.

—Supongo que será mejor que vaya con él... Condenado estúpido.

—Cuida de él, Hammen.

—Ven con nosotros. Maldita sea, mujer... Siempre están contratando guerreros. La ciudad se ha convertido en un sitio demasiado peligroso.

Norreen meneó la cabeza.

—Cuida de él.

Giró sobre sí misma y empezó a alejarse.

—Norreen... Él te quiere, y tú lo sabes.

—Díselo a Varena. No le creará tantos problemas —replicó Norreen con una sonrisa melancólica, y se dio la vuelta y desapareció entre el gentío.

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