Arena

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Capítulo 15

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Fue recuperando las fuerzas poco a poco y encontró una repentina alegría en el descubrimiento de que había atravesado la ultima barrera, y supo que se había convertido en un Caminante de los Planos. El universo le aguardaba con toda su multiplicidad de realidades..., si se atrevía a recorrerlo. Pero también percibió la presencia de las barreras que le oprimían por todos lados, y la proximidad de los reinos tan celosamente guardados por los otros, que eran realmente distintos. Podía percibir su existencia con sentidos tan nuevos como misteriosos. Algunos se habían encerrado dentro de sus reinos, como avaros enloquecidos por la codicia que atrancaran las puertas de sus miserables dominios porque temiesen que alguien pudiera llegar a desear arrebatarles la pobreza y la mezquindad que habían creado. Otros luchaban con una alegría salvaje y enloquecida, combatiendo por el mero placer de hacerlo. Había triunfos y derrotas, exaltación y desespero y también, aunque era muy rara, tranquilidad detrás de muros tan fuertes y levantados hasta tal altura que nadie era capaz de entrar en los jardines que ocultaban.

Pudo percibir su existencia, y también comprendió con toda claridad cómo habían conseguido que llegasen a surgir.

Sintió cómo la tentación empezaba a adueñarse de él ofreciéndole todos los poderes de un semidiós, pues durante aquel breve momento no cabía duda de que aquello era precisamente en lo que se había convertido. Había llegado a ser un Caminante que podía recorrer el universo de un confín a otro y que era capaz de entablar combate con las fuerzas oscuras o con las de la luz, según quisiera.

Permaneció suspendido entre aquellos deseos opuestos y acabó olvidando el dilema al percibir otra cosa, y supo qué era. Volvió la mirada hacia el lugar del que había venido, y comprendió que la barrera podía caer y que su enemigo podía volver a quedar en libertad; pero eso no podía importarle cuando todo el universo era suyo para que lo recorriese a su antojo..., y aun así sintió algo más. Descubrió que sentía una vaga tristeza, como un niño al que se le ordena dejar de jugar en un campo lleno de peligros porque debe volver a una tarea que preferiría no tener que cumplir, pero que debe ser llevada a cabo para así poder olvidarse definitivamente de ella.

Sabía que aún le quedaba algo que hacer, y la convicción era tan apremiante e imposible de rechazar que tiró de él haciendo que volviera en un rapidísimo descenso.

Hammen ni siquiera se tomó la molestia de levantar las manos, sabiendo que no podría hacer nada y no queriendo ni intentarlo. Norreen moriría como una benalita, luchando con la espada en la mano y honrando a su casta con ello. Y en cuanto a él... Hammen comprendió que estaba muy cansado y que era muy viejo, y lo peor de todo era que estaba harto de las desigualdades e injusticias de aquel mundo y ya sólo deseaba abandonarlo para siempre.

—Hazlo y acaba de una vez, bastardo —gruñó.

Zarel alzó la mano para atacar mientras reía con una furia demoníaca, y una sombra pareció cobrar forma junto a él. Zarel titubeó y alzó la mirada.

La sombra giró velozmente sobre sí misma en un rápido descenso en espiral, y Zarel retrocedió.

La sombra se solidificó, y Hammen quedó tan perplejo que se dejó caer de rodillas al suelo al lado de Naru.

Garth el Tuerto acababa de aparecer en el centro de la calle.

Zarel le contempló en silencio, boquiabierto de asombro.

—¿Te acuerdas de la noche en que murió mi padre? —preguntó secamente Garth—. ¿Me recuerdas inmóvil ante ti, un niño al que tus manos acababan de dejar medio ciego? Te disponías a utilizarme como peón en un intercambio, pero los dos sabíamos que no pensabas hacer honor a tu palabra. Nos habrías matado a los dos, primero a mi padre y luego a mí... ¿Recuerdas cómo logré soltarme de tus manos y corrí hacia las llamas? Mis gritos infantiles te hicieron reír.

Garth guardó silencio durante un momento.

—¿Lo recuerdas? —gritó, y su voz fue como un latigazo.

Zarel alzó la mano y un elemental de fuego pareció surgir de su cuerpo. Las llamas envolvieron a Garth y su cuerpo desapareció envuelto en un torbellino de calor, y Zarel dejó escapar una gélida risotada y dio un paso hacia adelante.

Una ráfaga de viento helado barrió la Plaza expulsando al elemental, y Garth seguía estando allí. Los feroces combates que se libraban en las calles se fueron deteniendo poco a poco. Los luchadores y guerreros de Zarel salieron lentamente de su frenesí destructivo y volvieron la cabeza hacia Garth para contemplarle con los ojos llenos de temor, y el pánico se adueñó de ellos al ver quién era el adversario al que se estaba enfrentando su señor. El populacho, que había estado huyendo en todas direcciones, también se quedó inmóvil. Las turbas que aún no habían logrado escapar de la Plaza fueron acercándose lentamente a los dos enemigos.

Zarel retrocedió hacia la Plaza y Garth le siguió. El ataque fue sucedido por el contraataque, y los dos adversarios se enzarzaron en una oscura contienda que estaba llena de odio y afán de venganza. Todos los poderes que controlaban fueron lanzados al combate, con el resultado de que su enfrentamiento pareció superar en intensidad y salvajismo incluso a la encarnizada batalla que había tenido lugar antes entre las fuerzas de las distintas Casas.

Las llamas subieron hacia el cielo lleno de humo, los dragones y las bestias aladas giraron sobre sus cabezas, los gigantes combatieron, y las criaturas de la oscuridad surgieron de los abismos del mundo subterráneo.

Y Zarel fue cediendo terreno lentamente, y todos pudieron ver el terror que se iba adueñando de sus ojos mientras lo hacía. El miedo del Gran Maestre fue erosionando la decisión de sus luchadores y guerreros y reavivó el valor del populacho, que se fue aproximando poco a poco.

Los guerreros de Zarel empezaron a huir. Primero fue uno y después otro, y luego otro más, y las primeras deserciones pronto se convirtieron en una fuga generalizada de hombres que corrían hacia la supuesta seguridad del palacio. Los luchadores también giraron sobre sus talones y echaron a correr, dominados por un pánico irracional. La multitud lanzó un rugido ensordecedor y se apresuró a ir en pos de ellos, cayendo sobre los que huían para apuñalar, golpear y matar sin ningún remordimiento a quienes habían estado atormentándoles desde hacía tanto tiempo. Los lugartenientes de Hammen lograron reprimir la furia de las turbas en algunos lugares, y permitieron que los luchadores se quitaran las bolsas —o los guerreros las armas—, y después les enviaron a la oscuridad, despojados de sus poderes, para que huyeran en la noche.

Zarel, que había empezado a tambalearse bajo los ataques de su oponente, fue retrocediendo hacia su palacio, del que habían empezado a surgir columnas de humo poco después de que el populacho lograra abrirse paso al interior del edificio para entregarse al saqueo y el pillaje.

Zarel lanzó un último chorro de llamas contra Garth. El ataque detuvo a Garth durante un momento, pero un círculo de protección se encargó de desviar las llamas y éstas no tardaron en quedar extinguidas.

Zarel se había quedado inmóvil y jadeaba intentando recuperar el aliento. Sus reservas de maná habían quedado reducidas a un mero chisporroteo de poder casi imperceptible, como si no fuese más que un luchador del primer nivel.

Garth avanzó hacia él, y se llevó la mano a la daga y la desenvainó mientras lo hacía.

Zarel le contempló con los ojos desorbitados y también desenvainó su daga. Después saltó sobre él lanzando un grito de furia, y Garth detuvo el golpe. Las dos hojas chocaron una y otra vez y Garth acabó retrocediendo, con la mejilla abierta hasta mostrar el hueso en una herida de la que brotaban chorros de sangre.

—¡Ahora te arrancaré el ojo que te queda! —rugió Zarel.

Garth se dispuso a detener el golpe y Zarel alzó la mano. Un destello de luz al rojo blanco ardió con una terrible intensidad ante el rostro de Garth y le dejó cegado durante unos momentos. Garth retrocedió tambaleándose.

Zarel se echó a reír y avanzó para hundir su espada en la garganta de Garth..., y su mano quedó inmóvil de repente, y después Zarel retrocedió tambaleándose mientras lanzaba un grito de dolor. Zarel manoteó torpemente y acabó logrando arrancar la pequeña daga que acababa de hundirse en su espalda. La arrojó a un lado y desperdició unos segundos preciosos conjurando un hechizo curativo para que disipase el dolor.

Garth hizo desaparecer el fuego que ardía delante de su ojo, bajó la mirada y vio a Uriah caído en el suelo al lado de Zarel.

Uriah le miró y sonrió, y durante un instante muy breve Garth tuvo la sensación de que el tiempo había dejado de existir, y Uriah volvió a ser aquel enano que había sido su amigo hacía tantos años.

—Lo siento... —murmuró el enano un segundo antes de que Zarel girase sobre sí mismo y le hundiera la daga en el corazón con un aullido de rabia.

Garth dejó escapar un grito en el que había años de dolor y remordimiento y saltó sobre Zarel.

Zarel arrancó su daga del corazón del enano, se dio la vuelta y trató de esquivar el ataque, pero Garth hundió su daga con un alarido de furia incontenible.

Zarel retrocedió tambaleándose con el rostro lleno de perplejidad y bajó lentamente la vista hacia la empuñadura de la daga que Garth había enterrado en su pecho. Movió la mano en un gesto vacilante intentando conjurar un hechizo curativo. Garth le contempló sin inmutarse, titubeó durante un momento y después alzó la mano para bloquearlo.

—Tendría que haberte cortado la garganta aquella noche, en vez de conformarme con sacarte un ojo... —siseó Zarel.

—Ése fue tu gran error —murmuró Garth.

Zarel se derrumbó sobre las losas del pavimento.

—¿Qué tienes ahora? —susurró desde el suelo—. Has vivido tantos años esperando este momento... ¿Qué te quedará ahora que todos tus enemigos han desaparecido?

—No lo sé —replicó Garth con tristeza mientras Zarel cerraba los ojos y se precipitaba en la oscuridad.

Hammen había permanecido en silencio contemplando cómo se desarrollaba el último acto de aquel drama. Garth giró lentamente sobre sí mismo y le miró, y Hammen tuvo la impresión de que volvía a ser un niño perdido y lleno de confusión.

Garth se volvió nuevamente hacia Zarel, meneó la cabeza y fue hacia Hammen, que le observaba con una sonrisa melancólica en los labios. Norreen logró abrirse paso a través del gentío y se lanzó a los brazos de Garth.

Y entonces los dos desaparecieron como si no hubieran sido más que una ilusión, y la oscuridad se arremolinó a su alrededor. Una mueca de perplejidad ensombreció el rostro de Garth durante un momento para ser sustituida enseguida por la luz de la comprensión. Su otro enemigo había venido para llevarle a otros reinos.

Y Garth sonrió mientras él y Norreen eran arrastrados por el poder de su enemigo, y las palabras se formaron en sus labios y llegaron hasta los oídos de Hammen en forma de un susurro.

—Sois libres...

Y desapareció.

La Plaza había quedado sumida en el silencio salvo por el chisporrotear de las llamas y los gritos quejumbrosos de los heridos y los agonizantes.

Hammen se volvió hacia la multitud, que estaba inmóvil y perpleja y parecía haber salido de un sueño oscuro.

—¿Y ahora qué? —preguntó alguien en voz baja.

—No lo sé —suspiró Hammen—. Creo que nunca llegó a pensar en lo que habría que hacer después.

Hammen contempló la ciudad que ardía a su alrededor.

—No lo sé, y de momento... Bueno, la verdad es que no me importa en lo más mínimo —concluyó.

Y el anciano se dejó caer sobre las cenizas y lloró en silencio.

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