Arena

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13. Exploración

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13 Exploración

Nos posamos en una quebrada rodeada de árboles, al abrigo de un collado que parecía una enorme mano de seis dedos. La nave quedó perfectamente cubierta por la alta vegetación, a salvo de miradas indiscretas. Vista la tranquilidad del ambiente (la ausencia de artefactos agresivos o de exploración), decidimos arriesgamos a bajar para echar un vistazo. Le presté a Sin un traje EVA y me aseguré de que mi pistola estuviera cargada. También recogí unos cuantos explosivos del arsenal.

La gravedad era muy poco habitual: apenas un cuarto de g si te separabas más de un metro de la superficie, pero muy pesada cerca del suelo. Nos costaba levantar los pies para andar, por lo que decidimos mantenemos por encima del metro de altura e ir saltando de roca en árbol, y de árbol en roca. Había atmósfera, pero era irrespirable, por lo que nos colocamos los cascos y pasamos a depender del suministro interno.

La vegetación era densa al nivel del suelo, una alfombra de hierba aplastada que se entrelazaba como las hebras de un tapiz y se extendía en todas direcciones. Los árboles poseían troncos fuertes y nudosos, con forma de cúpula aplastada, de los que surgían tallos débiles pero muy largos que se elevaban hasta casi los treinta metros, explotando en una sinfonía de tonos de gris. Había muchísimas flores en las alturas. Sus pétalos tenían perfiles totalmente aerodinárnicos, como las alas de mi nave.

Saltamos sobre las rocas avanzando decenas de metros a cada zancada, hasta rebasar el collado. Al poco, el lago de cristal quedó expuesto.

Una nave murciélago estaba saliendo de sus profundidades.

Sin-derella y yo nos parapetamos, observándola mientras tomaba altura y se alejaba. No reparó en mi nave, posada a tan corta distancia. Unos sustentadores ocultos en las venas de sus alas se iluminaron, impulsándola al espacio.

—Tendremos que sumergimos si queremos averiguar algo —sugerí.

—Estoy de acuerdo —convinó Sin-derella. A una señal, nos propulsamos a la vez de un potente salto que nos llevó hasta la linde del lago. Cuando nuestros pies tocaron la tierra, la gravedad nos ancló automáticamente e impidió que siguiésemos rebotando.

Fruncí el ceño, dándome cuenta de algo.

—No sé si vamos a poder nadar aquí. El lago es un plato por efecto de la fuerte gravedad. Tendríamos que arrastramos por el fondo, y tal vez no podamos salir después.

—Puede que sí —dijo Sin-derella, señalando el centro del lago—. Mira allí.

Una circunferencia de más de veinte metros, que delimitaba el lugar por donde la nave había salido a la superficie, aparecía cruzada por pequeñas olas. Leves crestas de no más de un centímetro de altura, pero que sugerían una menor presión de gravedad.

—¿Gravitadores artificiales?

Los hombros de su traje se encogieron.

—Es posible. Es un túnel de gravedad para que las naves puedan despegar —meditó—. Creo que allá abajo hay algo, y es grande. ¿Te da miedo la oscuridad?

—Un poco, pero no importa. Mantengamos un silencio total de radio, por si acaso. Venga, a la de tres.

Nos sumergimos con cuidado en la zona de alta presión, y fuimos aspiradas hacia dentro. Nuestro pies tocaron barro. Muy lentamente nos desplazamos hacia delante. El lago era grande, pero estaba sucio: era casi imposible ver nada a más de cinco metros.

Poco a poco, caminando más que buceando, nos alejamos de la orilla.

Hacía frío. Sentí algo de miedo mientras vigilaba la oscuridad: cualquier cosa que habitara allí abajo podía surgir de improviso de su guarida para cazamos. Ni siquiera nos daríamos cuenta hasta que nos faltasen un par de miembros.

Brrr. Sacudí la cabeza, alejando aquellos pensamientos.

Para nuestra sorpresa, la presión de la gravedad se iba haciendo paulatinamente menos agresiva a medida que nos aproximábamos al centro del lago. Sin-derella tenía razón: parecía algún tipo de inductor gravitatorio, maquinaria muy sofisticada. Llegó un momento en que pude separar los pies del fango, y comencé a nadar en horizontal. Mi compañera se pegó a mi costado, y juntas nadamos hacia el centro del lago. La tierra se alejó hacia abajo, desapareciendo de la vista. Pronto tuve muchos metros de agua tanto encima como debajo.

El lago era como una pecera, más amplio en su fondo que en la superficie. Parecía que en realidad me encontraba en un complejo de grandes túneles sumergidos, que sólo de manera esporádica abrían respiradero s hacia la superficie entre la costra de vegetación y rocas. Aquello podía ser inmenso.

Una forma fue definiéndose poco a poco en la penumbra: una sombra de gran extensión delimitada por luces parpadeanteso Luces de posición. Miré a Sin-derella.

Dio un par de brazadas, ganándome unos metros.

Una estación submarina apareció ante nuestros ojos. Tenía un tamaño capaz de albergar varias naves como la mía, y hasta una docena de murciélagos. Varios de éstos flotaban anclados a sus bahías, esperando como peces dormidos. Nadamos en la oscuridad hasta que sorteamos los muelles sumergidos y arribamos a una de las dos torres gemelas que estiraban la cilíndrica construcción hacia arriba, apuntando a la superficie.

Anclada sobre la estación, permanecía estática una nave de mayor tamaño, con la forma de un cigarro y un anillo de impulsores tubulares en torno a su centro. Sin-derella pareció reconocerla, ya que se agitó nerviosa y la señaló con ojos muy abiertos. Yo apunté con el dedo a una esclusa de la estructura principal por la que surgían chorros de burbujas a intervalos de un minuto. Ella asintió, comprendiendo, y abrió la marcha.

Nos colocamos junto a la salida de gases, y esperamos a que saliera expulsado otro torrente de burbujas. Justo tras extinguirse, succionó una pequeña cantidad de agua: nos dejamos aspirar. Al momento sacamos las cabezas en una burbuja de aire entre grandes tuberías.

Mi traje corroboró que se trataba de gas respirable.

—¡Oxígeno! ¿Por qué oxígeno? ¿Qué demonios es esto? —jadeé, quitándome el casco.

—Una base de los Autarcas Edeanos, otra de las facciones que combaten en la Arena. He reconocido uno de sus destructores.

—¿Y qué hacen aquí?

—Ni idea. Tal vez hemos dado por casualidad con una de sus fábricas secretas de máquinas para la Arena. Mi padre sabía que existían, pero nunca llegó a ver ninguna.

Tosí un par de veces. El agua sabía a metal.

—Pues qué bien. ¿Qué demonios tiene que ver tu hermano con esta gente?

Se notó que la horrible palabra que empezaba por «tra» cruzó fugaz la mente de Sin-derella, pero no dijo nada.

—Sabes que tu hermano mató a Grobar en los laberintos de hielo, ¿no?

No lo sabía. Tristan había esperado a que ella se marchase para empezar a combatir con su antiguo maestro.

—Tu hermano es un asesino —proseguí, muy despacio. Tenía miedo de la reacción de la joven, al fin y al cabo otra asesina entrenada para los juegos de gladiadores desde niña—. Liquidó a…

—¡Sssshh!

Me sobresalté cuando me colocó la mano en la boca, pero al momento yo también lo escuché: las bombas se pusieron de nuevo en marcha y lanzaron gases al exterior. Las dos nos sujetamos fuerte a las tuberías para no ser arrastradas. Cuando le llegó el turno al reflujo aprovechamos para seguir nadando hacia el interior de la estación.

Ésta estaba completamente inundada, incluso en las grandes cámaras interiores. Era una estructura abierta diseñada para hombres peces o robots waldos autopropulsados, como algunos que rebasamos en nuestra exploración. Los pasillos tenían sección romboidal, y estaban cruzados por kilométricas tuberías abarrotadas de nodos de control. Los robots de mantenimiento, lanchas aplastadas impulsadas por hélices con racimos de brazos articulados en su proa, nos ignoraron y continuaron desempeñando sus laboriosas tareas.

Cada minuto que pasaba me intranquilizaba más. ¿Dónde estaban los habitantes de la base? ¿Era acaso una estación completamente automatizada?

En total silencio de radio, seguí a Sin-derella por los pasillos, en busca del control central. No había mapas ni terminales en las paredes que indicasen la posición relativa en un mapa del complejo (si allí sólo había robots era poco probable que los necesitasen), así que nos hicimos una idea de hacia qué dirección podía estar el edificio central según el sentido de las principales tuberías, y buceamos por los pasillos buscando siempre el norte.

El edificio central resultó ser una gran nave hueca recubierta de andamiajes por los que trepaban grúas araña sobre varias extremidades articuladas. Parecían bastante atareadas: estaban montando una segunda nave tubular como la que esperaba flotando anclada al complejo. Los robots iban construyendo poco a poco su perfil añadiendo piezas a una sección cilíndrica, colocada verticalmente como un árbol de acero.

Las grúas araña se movían con precisión y celeridad por la red de andamios. Vi en ellas algo que me sorprendió: no eran automáticas. Poseían una cabina acristalada que aislaba un volumen de gas del líquido circundante, pero estaban tan lejos y se movían tan rápido que me fue imposible distinguir ninguna silueta en su interior.

Entonces vimos a Tristan.

Conducía un pequeño submarino de cristal en cuya bodega, también transparente, yacía amordazado y atado a una camilla el duque Sax. Contuve a Sin-derella, cuya primera reacción fue tratar de nadar hacia ellos, agarrándola por el brazo. Moviéndonos con suma cautela, nos apostamos tras los andamiajes del techo para observar. El duque parecía estar bien, aunque restos de sangre seca manchaban su frente y su traje. Se retorcía intentando liberarse, pero su escasa fuerza no podía vencer la tenacidad de las cuerdas. Su hijo pilotaba el vehículo con total frialdad.

Les seguimos a cierta distancia. La comitiva de Tristan había surgido de una de las naves murciélago, escoltada por dos seres enfundados en trajes de buceo cilíndricos, nada antropomórficos. Al poco tiempo se internó en uno de los túneles que abandonaban el hangar. Sin-derella y yo seguimos su rastro de burbujas, hasta llegar a una zona que contenía un espacio aislado de aire. El submarino de Tristan emergió en el área presurizada; varios robots bípedos le ayudaron a atracar.

Con extremo cuidado, emergí hasta la altura de los ojos y les observé mientras se llevaban al duque. Tristan no abandonó la sala: intercambió unas palabras con los ocupantes de los trajes cilíndricos (éstos no podían desplazarse fuera del agua, así que los waldos los habían colgado de cadenas que surgían del techo) y contempló con orgullo una gran caja de acero. Tecleó unos dígitos en un panel, y la caja se abrió, descubriendo un traje de combate como yo nunca había visto antes: era una armadura de perfil humanoide autopotenciada, de unos dos metros y medio de altura, llena de proyectores de partículas, cañones automáticos y cestos de micromisiles. En cada miembro llevaba garfios, garras y turbinas de propulsión, así como un paquete gemelo de impulsores. Su aspecto estando desconectada era tan amenazador que no quise ni imaginar lo que tal engendro podría parecer en condiciones de plena operatividad.

La hermana de Tristan emergió a mi lado, mordiéndose la lengua. Debía tener unas ganas terribles de saltar fuera del agua como un tiburón demente y estrangular a su hermano, pero se contenía. En ese momento teníamos pocas posibilidades de salir vivas de aquella estación si nos descubrían.

Tristan palmeó la coraza de su juguete con sincera admiración, y se giró para decirles algo a los edeanos, que colgaban del techo enfundados en sus trajes como bolsas de hidrógeno. De repente, se volvió hacia nosotras.

Nos sumergimos al instante. No sé si nos llegó a ver, pero el corazón comenzó a latir con tal contundencia en mi pecho que temí generar ondas.

Rápidamente, nadamos fuera del recinto, volviendo al pasillo. Ya habíamos visto bastante.

Sin-derella me detuvo con un ademán; varios robots se acercaban hacia nosotras por el pasillo. Miramos nerviosas a nuestro alrededor, buscando cualquier salida por la que cupieran nuestros cuerpos. Localicé de reojo un ramal anexo. Rápidamente nos perdimos por él, accediendo a otra parte del complejo. Ésta era una zona más industrial, llena de tuberías, cisternas y pequeñas unidades de reparación.

Los robots pasaron de largo. Solté el aire de mis pulmones, generando una pequeña nube de burbujas. Aquello no me gustaba nada.

Deseosas de alejarnos lo más posible de la burbuja presurizada, nos adentramos en el laberinto. Cada vez se estrechaba más: no era una arquitectura pensada para facilitar el paso a seres humanos. Me pregunté para qué necesitaban mover aire aquellas grandes turbinas, si los edeanos respiraban hidrógeno y casi toda la base era acuática. Tal vez tuvieran que fabricarse su propia atmósfera, dragando el hidrógeno del agua.

Sin-derella me indicó un ramal angosto, pero la detuve; acababa de hacer un gran descubrimiento: entre un grupo de tubos y una gran caldera, había una burbuja de aire con pinta de ser muy accidental. Nos dirigimos hacia ella y sacamos las cabezas del agua con satisfacción.

—¿Por qué hay oxígeno? —preguntó mi compañera, deshaciéndose del casco.

—No lo sé, pero la presión es la idónea para los seres humanos a esta profundidad —respondí, haciendo lo propio.

—Es lógico. Los edeanos usan a menudo esclavos de especies parecidas a la nuestra, por la facilidad que tenemos para efectuar movimientos prensiles. —Sacudió un pulgar—. Puede que otras regiones del complejo estén secas y mantengan a grupos de seres humanos trabajando.

—Oye, estás azul.

—¿Qué…?

Se miró la nariz, poniendo bizcos los ojos. Yo reí.

—Mentirosa, no estoy azul.

—Pues yo me voy a poner así dentro de un minuto si sigo sumergida.

La burbuja no era muy grande, pero podíamos encajar dentro si nos pegábamos mucho y nos manteníamos encorvadas, así que sacamos nuestros cuerpos del agua. Hasta que estuve completamente fuera no me di cuenta de lo helados que tenía los miembros.

—¿Y ahora qué hacemos? —tirité.

Sin-derella se bajó la cremallera de su traje para liberar completamente los pechos. Los tenía rojos del rozamiento contra la goma.

—Rezar para que mi hermano no descubra que estamos aquí.

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