Arena

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Capítulo 10

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La arena había sido construida en un valle al que la naturaleza había dado forma de cuenco y que se encontraba justo delante de las puertas de la ciudad al sur del puerto, que estaba repleto de navíos. La zona de combates medía más de seiscientos metros de diámetro, y toda la circunferencia estaba ocupada por filas de gradas que se alzaban unas sobre otras hasta superar el centenar de graderíos, lo cual proporcionaba asiento a más de trescientos mil espectadores. La gran pendiente que se iniciaba en la arena e iba subiendo gradualmente hacia la ciudad serviría para acoger a los centenares de miles de personas más que no habían podido conseguir entradas para presenciar el espectáculo, por lo que sólo podían albergar la esperanza de ver el enfrentamiento de criaturas tan diminutas como hormigas que se agitarían y lucharían muy por debajo de ellas. La enorme explanada ya había sido ocupada por la multitud, y los que podían permitirse el lujo de pagar un asiento iban entrando en la arena para llenar los graderíos.

La procesión fue bajando por la ladera de la colina, y los vítores surgieron de la arena y fueron a su encuentro. La cabeza de la procesión acabó describiendo una curva, pasó por debajo de un gran arco y entró en el centro de la arena y la multitud rugió dominada por un frenesí insensato, con lo que Garth tuvo la sensación de estar enfrentándose al ataque de un aullido demoníaco. La arena se hallaba claramente dividida en cuatro áreas indicadas por los estandartes temblorosos que agitaban los espectadores. La procesión, todavía encabezada por Zarel, avanzó a través del centro de la arena, y después se disgregó para seguir avanzando en cuatro direcciones distintas. Cada grupo de luchadores ocupó su posición delante de las secciones de la arena reservadas para sus partidarios. La quinta sección se encontraba en el lado oeste de la arena, directamente debajo del gran tablero que mostraría las apuestas para cada combate. Allí se sentarían los nobles y los comerciantes adinerados, así como los luchadores y guerreros del Gran Maestre, ocupando una serie de asientos en los que podrían disfrutar de la brisa refrescante que llegaba del mar. El trono reservado para el Gran Maestre de la Arena, Zarel Ewine, se encontraba directamente delante de aquella sección y se alzaba sobre el límite de la zona de combates.

El contingente de luchadores Marrones llegó a su sección, y Garth dejó escapar un suspiro de alivio. La formación se detuvo y después rompió filas para ocupar asientos con sombra en un graderío colocado sobre el comienzo de la arena. La larga caminata no había ayudado en nada a calmar el doloroso palpitar de la resaca que seguía notando en la cabeza. Los aullidos de la multitud resonaban de un lado a otro de la arena, y parecían ser intensificados por el calor, los remolinos de polvo, el hedor pestilente de cuerpos sin lavar y los pesados olores de comida grasienta que estaba siendo preparada en los centenares de puestos que ocupaban el anillo superior del estadio.

La fanfarria de trompetas volvió a sonar y la multitud reaccionó de manera sorprendente calmándose casi al instante, sumiéndose en un silencio que Garth agradeció enormemente.

Garth vio cómo la diminuta silueta del Gran Maestre avanzaba al otro extremo del estadio mientras una procesión de monjes encapuchados que transportaban un enorme brasero humeante surgía de un túnel que terminaba en un lado de la arena. Los espectadores sentados en la arena se levantaron, y Garth miró a su alrededor y vio que todos los luchadores habían inclinado la cabeza.

El Gran Maestre se detuvo delante del brasero y alzó las manos, y las llamas saltaron hacia el cielo acompañadas por un chorro de humo negro que se fue desplegando en alas de la débil brisa que llegaba desde el mar.

—El Gran Caminante de Reinos Desconocidos vendrá el tercer día del Festival para recibir su tributo y al luchador escogido en el suelo de la arena.

La voz de Zarel, amplificada mediante poderes mágicos, llegó hasta los confines más distantes de la arena y cayó sobre Garth como una irresistible oleada de sonido.

—¡Disponemos de tres días para encontrar al luchador que será digno de ser conocido como sirviente de Aquel Que Lo Gobierna Todo!

—¡Que así sea!

La réplica fue rugida por medio millón de voces, pero Garth permaneció en silencio salvo por una maldición casi inaudible que escapó de sus labios y que se perdió en el salvaje paroxismo de alaridos y gritos.

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