Arcadia

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Capítulo 13

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Salir con Hanslip para ir a la estrecha franja de arena que separaba la isla de Mull del mar no fue una muestra de intimidad o un favor. La realidad era muy distinta de la balsámica escena que se proyectaba en el interior del edificio. Hacía un frío que pelaba, para empezar, que era la razón por la cual Jack More únicamente solía hacer ejercicio cuando hacía más calor y cuando el viento aclaraba el denso esmog que por lo general cubría el mundo. Hasta él tenía frío mientras iban caminando; estaba claro que Hanslip, que empezó a tiritar al cabo de pocos minutos a pesar de que llevaba ropa de protección, no estaba allí por gusto. Aunque por lo menos no llovía: había visto en las noticias que había estado lloviendo sin parar las últimas tres semanas, y el suelo —las partes que no estaban recubiertas de hormigón protector— estaba empapado y lleno de barro, y despedía un olor pestilente a vegetación podrida.

—Éste es uno de los pocos sitios en los que puedo estar seguro de que nadie nos va a oír —observó Hanslip cuando atravesaron la puerta de dos hojas y salieron al aire libre—. Lo que trastoca el sistema de circuitos es el viento, pero también un extraño efecto provocado por sustancias químicas procedentes del mar. No hay más remedio que aguantar la parte desagradable.

—Estar todo el tiempo dentro me hace sentir enfermo.

—Eso tengo entendido. Supongo que es una consecuencia de su activo pasado.

—Es probable.

—¿Nunca le han dado ganas de ponerle remedio? ¿A qué se debe?

—Supongo que doy por sentado que antes o después me iré de aquí y volveré a llevar una vida normal. O al menos lo que yo entiendo por normal. No quiero que le pongan remedio.

Los comentarios agotaron el interés de Hanslip en el tema. Anduvieron un rato en silencio, Jack mirando al mar y Hanslip eludiéndolo de forma deliberada, hasta que éste decidió que ya se habían alejado lo suficiente.

—¿Qué sabe usted de nosotros?

Jack trató de dar una respuesta sensata.

—Sé que este instituto es medianamente bueno, bastante seguro desde el punto de vista económico y da empleo a un número desproporcionado de personas de dudosa calidad.

—¿De dudosa calidad? ¿A qué se refiere con eso?

—Algunos han sido tildados de poco dispuestos a colaborar, y unos pocos rozan la categoría de renegados. No son las personas que contrataría un centro de nivel superior o uno dedicado a realizar investigaciones delicadas.

—Debemos de ser insignificantes, puesto que aceptamos a la escoria que nadie más quiere; ¿es eso lo que quiere decir?

—Bueno…

—Por supuesto que sí. Y tiene bastante razón. Somos una organización de segunda. —Hanslip sonrió—. Atrapados en esta isla asquerosa en los confines de ninguna parte. Nadie cree que tengamos la menor importancia y nadie presta mucha atención a lo que hacemos. Por eso resulta tan sumamente irritante que haya pasado esto.

—Entonces ¿qué es lo que hacen?

—Estamos desentrañando los misterios más insondables del universo. Logrando acceder a mundos que superan nuestra imaginación, que superan incluso la capacidad de la ciencia en sí. Estamos conquistando lo que no existe.

Jack sopesó la pomposa afirmación.

—¿Le importaría decirme qué significa eso?

—No, aunque debo recordarle que es preciso que guarde el secreto. Si va a buscar a Angela Meerson, necesita saberlo, aunque sólo sea para que se haga una idea de lo importante y urgente que es que la encuentre.

Hanslip rodeó un montón aislado de algas, que miró de soslayo con cara de asco.

—Sabe tan bien como yo que mi contrato aquí exige el máximo nivel de discreción y lealtad. Para eso me pagan.

—Muy cierto. Hemos descubierto un modo de acceder a universos paralelos. Sólo a uno, por ahora, pero cuando hayamos entendido el proceso como es debido, el número será infinito en potencia. El espacio y los recursos que podrían estar al alcance de la humanidad serían increíbles. También es, claro está, un descubrimiento científico de extraordinaria trascendencia.

A eso no parecía haber mucho que debatir, de manera que Jack se contentó con preguntar:

—¿De veras?

—¿Es lo mejor que se le ocurre?

—Enhorabuena, entonces.

—De forma oficial, como usted dice, somos un pequeño centro sin importancia que intenta conseguir un mayor rendimiento en la transmisión de energía. A lo largo de los últimos años nos hemos estado dedicando con discreción a este otro proyecto. Angela se percató de una extraña anomalía mientras llevaba a cabo un experimento: obteníamos más energía de la que empleábamos. Por sí solo, un descubrimiento fabuloso: con el equipo adecuado, un único vatio de electricidad en teoría podría abastecer a toda una ciudad de millones de habitantes. Desde entonces hemos pulido la tecnología y hemos descubierto que, si hacemos esto mismo en un espacio estrictamente controlado, podemos desplazar objetos físicos.

—¿Cómo se pasa de ahí a suponer que existen universos paralelos?

—Eso es probable que escape a sus entendederas —contestó Hanslip con un tono de cierta superioridad—. Transmitimos la materia, empezamos con electrones y hemos ido pasando a objetos más complejos, y después la recuperamos. Un análisis demuestra que desaparece más tiempo de lo que desaparece, no sé si me explico. La única explicación válida desde el punto de vista científico es que la materia existe en un estado de realidad distinto. En otro universo, de hecho.

—Pero ¿puede acceder usted a él? Los electrones son una cosa, pero…

—Podemos. Lo hemos hecho. Ya contamos con tres máquinas. La primera lleva cuatro años en funcionamiento y es capaz de ocuparse de poco más que moléculas. La segunda se terminó hace seis meses y puede hacerse cargo de hasta doscientos kilos; esto nos ha proporcionado toda la confirmación que necesitábamos.

—¿Qué hay de la tercera?

—Aún está en período de desarrollo. Podrá con hasta quince toneladas. Ha sido diseñada para ser capaz de mover metal, pero el consumo de energía será tremendo, mucho más del que podemos permitirnos en este momento, e incluso más del que utilizó Angela.

Jack comprendió a qué se refería el hombre con lo de descubrimiento de extraordinaria trascendencia. Por su parte, seguía mostrándose escéptico. ¿Cuáles eran las posibilidades de que una organización pequeña, sin importancia, diera un salto adelante tan gigantesco cuando otras ni siquiera se habían acercado?

—Confío en que no esté sugiriendo que esa matemática suya podría haber decidido alegremente marcharse y ocultarse en un universo distinto. Sería una locura y un suicidio, ¿no?

—Desde luego. Y aunque Angela está loca, no es ninguna suicida. Por eso estoy seguro de que no ha hecho eso.

—¿Entonces…?

—Angela es psicomatemática —puntualizó Hanslip—. Trabaja sirviéndose de emociones para potenciar sus cálculos y perfeccionarlos aún más mediante el empleo de potentes estimulantes. Es una técnica muy especializada, pero hace siglos se demostró que muchas personas podían realizar operaciones matemáticas asociando complejos cálculos a cosas como formas o colores. Es una suerte de locura controlada, y en las manos adecuadas puede superar en intuición a cualquier ordenador. Después es preciso convertir las intuiciones de Angela en cálculos ortodoxos, claro está, pero esa mujer ha hecho un trabajo extraordinario. Por desgracia, el proceso la vuelve emocionalmente inestable. En los últimos meses estaba volcada de forma obsesiva en una teoría tan disparatada que no puede ser cierta, y se enamoró de ella hasta el punto de ser capaz de llevar a cabo actos irracionales para defenderla.

—¿Quiere decir con eso que está loca de atar?

—A veces. Su respuesta a sus cálculos es como la de una madre que defiende a un hijo, de manera literal. Cuando se encuentra en uno de esos estados, podría morir, o matar, para proteger aquello en lo que está trabajando, sea lo que sea. Se le había ocurrido una idea nueva y quería detener todo el proceso para estudiarla. No aceptaba un no por respuesta, y era incapaz de escuchar y de entrar en razón.

—¿Por qué trabaja así?

Hanslip sopesó la respuesta, tosiendo de vez en cuando debido a la contaminación que flotaba en el aire.

—Siempre ha tenido muchísimo talento, pero para mejorarlo hace unos dieciocho años se la sometió a un procedimiento. Se le indujo un coma artificial y un embarazo. A continuación se recogieron las complejas respuestas emocionales obtenidas y se analizaron.

—Es repugnante. ¿Se sometió de un modo voluntario a él?

—No —contestó de manera inexpresiva Hanslip—, y no tuvo nada que ver conmigo. Sucedió años antes de que viniera a trabajar aquí. El procedimiento funcionó en el sentido de que aumentó sobremanera sus aptitudes, pero también la volvió tan rebelde que hizo que casi nadie quisiera contratarla.

—¿Por qué me cuenta esto?

—Tiene que encontrarla, y deberá tomar en consideración su carácter impredecible. Además, una de las personas que formaron parte de ese experimento llegó aquí ayer. Es posible que esa persona desencadenara alguna reacción y le provocara el pánico.

—¿No podría ser sencillamente que es una suicida?

—Lo dudo. No correría el riesgo de privar a la humanidad de algo tan importante como su persona.

—¿Tan vanidosa es?

Hanslip asintió.

—Ah, sí. Personalmente, siempre he creído que era la mejor prueba de la existencia de múltiples universos. Uno no es lo bastante grande para contener su vanidad.

—¿Alguna cosa más?

—Puede. Me negué a reconfigurar el experimento tal como ella deseaba, pero ella lo hizo de todas formas. Empezó a desviar tiempo y recursos del programa oficial para dedicarlos a sus propias actividades.

—¿Por eso la suspendió?

—No tenía elección, pero para Angela quizá fuera como si le arrebataran a su hijo recién nacido. Hube de asegurarme de que no podía causar ningún daño, ni al experimento ni a ella misma. Debe entender que este programa sobrepasa con mucho nuestros recursos. Éste podría ser el proyecto de investigación de mayor envergadura jamás emprendido. Y ahora está llegando a la etapa en que necesitamos soluciones más formales con un socio que posea mejores recursos.

—¿Quién?

—Oldmanter.

Jack soltó un silbido.

—Zoffany Oldmanter controla las instituciones más importantes y poderosas del planeta. Posee los recursos que se precisan para desarrollar esto como es debido, de un modo que nosotros no podríamos. Es un movimiento sensato y necesario. De hecho, las negociaciones iban muy bien, hasta que descubrí que Angela había estado malversando recursos. Sabía que era probable que hiciera circular rumores falsos sobre el proyecto para acabar con cualquier posibilidad de trabajar con Oldmanter.

—Comprendo. ¿Lo sabía ella?

—Eso podría ayudar a explicar sus actos. La cuestión es que debemos dar con ella. Pese a todos los problemas que causa, Angela es una persona sumamente capaz y la única que entiende de verdad los profundos conocimientos científicos que sustentan todo esto. No quiero que se pase a la competencia, y no quiero que asuste a la gente con teorías sin perfilar. Además… —Hizo una pausa, con claridad reacio a tener que admitir la magnitud del desastre que había desatado esa mujer—. Además, todo apunta a que borró todos los datos antes de irse.

—¿Qué datos?

—Todo lo relativo al proyecto, un trabajo de seis años. Toda la documentación principal, todas las copias, las de seguridad. A menos que la recuperemos, ello nos retrasará diez años o más, quizá incluso acabe con todo el proyecto. La máquina se puede utilizar dos veces más. Después será preciso recalibrarla, que es algo que ahora mismo no podemos hacer.

—¿Por qué?

—Es muy sensible. Un prototipo que requiere un mantenimiento continuo, de lo contrario se vuelve peligrosamente inestable. Angela estaba trabajando en la forma de estabilizarlo, pero esa información ha desaparecido con ella. De modo que, si no recuperamos los datos, o a Angela, se acabó.

—¿Adónde podría haber ido?

—Según nuestros pronósticos, existe un noventa y siete por ciento de probabilidades de que se haya escondido, lo más seguro que entre renegados. Tengo entendido que usted era experto en esa área antes de venir aquí.

Jack asintió.

—Me hallaba en el Servicio de Protección Social. Supervisaba la actividad de los Refugios.

—Existe una probabilidad de un 2,94 por ciento de que, en efecto, perdiera la cabeza y utilizara la máquina, en cuyo caso estará fuera de nuestro alcance. La idea de que se haya convertido en mil trillones de partículas diseminadas por múltiples universos es interesante, pero no necesariamente cierta sólo porque me depare placer.

Jack realizó un cálculo rápido.

—¿Qué hay de ese 0,06 por ciento restante? ¿Qué es?

—Una generosa exageración: es la probabilidad de que Angela esté en lo cierto.

—¿Acerca de qué?

Hanslip desechó la idea con la mano.

—Es imposible. De manera que vaya a buscarla. El principal cometido de Hanslip era frustrar cualquier posible filtración, y había una brecha enorme y evidente en las defensas del instituto, que deambulaba por el lugar con una expresión anodina en la cara. Se trataba de Lucien Grange, enviado por el gran Zoffany Oldmanter para negociar el acuerdo que recogería cómo explotar el descubrimiento de Angela. Hanslip era plenamente consciente de que la inesperada llegada de ese hombre bien podía haber sido lo que había llevado al límite a Angela. Ello había dañado sobremanera su posición en las negociaciones: gracias a Angela, ya no tenía en sus manos la tecnología que necesitaba. Tenía la máquina, sí, pero la única que la entendía de verdad era Angela.

Su primer cometido fue asegurarse de que Grange no cayera en la cuenta de esto y de que no se pudiera establecer ninguna relación entre el instituto y el cataclismo que había azotado el norte de Europa. Las noticias seguían empeorando: Hanslip dejó de mirar cuando el número de víctimas mortales llegó a las nueve mil y las llamadas que pedían que se diera con los responsables se volvieron estridentes e histéricas. Por suerte, la primera reacción de todo el mundo fue dar por sentado que había sido obra de terroristas, renegados dedicados a sabotear el buen funcionamiento de la sociedad. Se prometieron castigos, respaldados con violencia por mensajes de Hanslip en los que señalaba que la subida de tensión había ocasionado daños considerables en instrumentos delicados de su instituto, y se exigía una compensación. Serviría durante un tiempo, pero no mucho.

Le enfurecía que Grange se hubiese presentado en ese momento. Sabía que Angela sería difícil, pero estaba seguro de que con el tiempo podría convencerla de la idea de colaborar con Oldmanter. La llegada de Grange fue discreta, para tratarse de Oldmanter —nada de los helicópteros habituales ni de personal armado, por no hablar del desfile de automóviles que anunciaba la llegada de un científico importante—, pero difícilmente se mantuvo en secreto. Sabía que era muy probable que Angela se hubiera dado cuenta.

El problema era su falta de sentido práctico. Lo suyo era la pureza, la elegancia de la investigación. Le daba lo mismo que el dinero se estuviera agotando o que cada vez resultara más difícil lograr que siguieran entrando suministros. No le preocupaba que en seis meses fueran a estar sin fondos. Cuando eso sucediese, él no tendría más remedio que aceptar las condiciones que pudiera conseguir. De manera que había cortejado con delicadeza a Oldmanter, tentándolo con insinuaciones y sugerencias, dejando que viera parte del trabajo, que intuyera las posibilidades. Lo sabía todo… excepto cómo funcionaba la máquina.

Lo peor era que Oldmanter estaba interesado y entusiasmado, y cuanto mayor era su interés, tanto más reticente se había vuelto Hanslip. Había mencionado que quizá no necesitara un socio. Que quizá hablara con otros. En su opinión, había jugado una mala mano con maestría.

Su as era Angela. Angela era la única que entendía de verdad la ciencia, y mientras él controlara el acceso a ella, sería indispensable. Tenía que mantenerla callada y apartada hasta que se cerrara el trato y él tuviese tiempo de convencerla para que aceptara la situación. Y ahora esa mujer no sólo había echado por tierra sus meticulosos planes, sino que además amenazaba con acabar con el instituto entero.

Si Grange averiguaba dónde se había originado la subida de tensión, las fuerzas de seguridad llegarían antes de veinticuatro horas. Así que lo primero era lo primero: Grange, y después Angela. De ese modo dispondría de margen de maniobra.

Dos horas más tarde llevaban escoltado a un furioso Grange al despacho de Hanslip. Había guardias de seguridad delante de su puerta, dijo cuando se sentó. No lo habían dejado salir, le habían prohibido comunicarse con el mundo exterior. Era un atropello. ¿Así era como se generaba la confianza necesaria para forjar una relación laboral?

Hanslip lo miró con atención mientras esperaba a que cesaran las manifestaciones de indignación. No estaba más impresionado ahora de lo que lo había estado durante las reuniones de los últimos días. La ira parecía artificial y antinatural, un teatro cuyo único fin era intimidar.

—Todo ha sido un tremendo error —aseguró—. No sé en qué estaba pensando el personal de seguridad. Le presento mis disculpas, como es natural.

—¿Se da cuenta de la clase de mensaje que podría dar?

Hanslip asintió.

—Desde luego. Es un momento de crisis, algo de lo que quizá se haya percatado, y el sistema de seguridad se puso un poco nervioso: concluyó que existía una coincidencia demasiado grande entre su llegada y la desaparición de Angela Meerson, de manera que…

—Ya ha llegado a mis oídos.

—Lo sé. Estamos investigando la posibilidad de que usted haya sido el responsable de esa huida. ¿Se reunió con ella?

—Brevemente. Ella me buscó.

—De manera que se acordaba de usted.

—Es posible.

—¿Comprende por qué se lo pregunto? Angela tiene una opinión exagerada de su importancia. Considera que esta tecnología es de su propiedad: no permitirá que nadie se la lleve, y nunca la dejará. Actitud protectora maternal. Usted debería saberlo, fue usted quien la incorporó. Me he pasado años mimándola a más no poder, y un día aparece usted y en menos de doce horas ella se desequilibra y desaparece. Como es natural, nuestra principal preocupación es que pueda pedir amparo a uno de nuestros competidores.

—En ese caso deberíamos movernos más deprisa, ¿no cree? Si ultimamos un acuerdo cuanto antes, podremos tomar posesión legal de ella antes de que lo haga otro. Quizá otra organización piense que podría pasar por alto sus derechos, pero dudo que alguien sea lo bastante insensato para enfrentarse a nosotros.

—¿Tomar posesión legal de la tecnología?

—He venido con una propuesta preliminar. Creemos que requiere una inversión mucho mayor de la que sugiere usted. Puesto que los fondos los aportaremos nosotros, exigiremos una participación más elevada, claro está.

—¿Cuánto más elevada?

—Ochenta y cinco por ciento.

—Acordamos un cincuenta-cincuenta —objetó Hanslip.

—Eso fue la semana pasada —precisó Grange con una sonrisa—. Antes de que burlaran su seguridad, antes de que perdiera a su investigadora principal, antes de que matara a casi diez mil personas y causara daños por valor de cerca de setenta mil millones de dólares, y antes de que se viera involucrado en una conspiración delictiva para ocultar su implicación.

—No sé de qué me habla, la verdad.

—Estoy seguro de que sí que lo sabe. Firmará el acuerdo que yo le ponga delante, y lo hará antes de que me marche esta tarde. —Sonrió y se levantó—. Seguiremos adelante con o sin su matemática.

—Verá que eso es difícil.

—Nos las arreglaremos. Fin de la discusión. Me temo que tendrá que aceptar o, en caso contrario, sufrirá las consecuencias de su negativa. Éste es un mundo cruel para estar sin aliados y con enemigos poderosos. Bien —continuó alegre—, puesto que la tal señora Meerson ya no está, me figuro que no querrá impedir a toda costa que entre en el laboratorio donde trabajaba. Porque me gustaría ver esa máquina suya. Si me la enseña, firmaremos esos papeles y yo seguiré mi camino.

Cuando Hanslip se enfadaba, a diferencia de Angela, no gritaba, ni se ponía rojo o empezaba a tirar cosas. A lo largo de muchos años había aprendido a canalizar la ira. Se sumió en un estado de calma. Pero mientras iba con Lucien Grange al laboratorio estaba muy pero que muy enojado.

La brutal exposición de los hechos que había efectuado Grange lo llevó a un punto en el que sabía que sólo tenía dos opciones racionales: someterse o resistir. También sabía que su pensamiento distaba mucho de ser racional. Estaba cansado, para comenzar, y muy afectado. Había apoyado y aguantado a Angela durante años, y su recompensa había sido una traición manifiesta, absoluta, y ahora Grange se preparaba para asestar el golpe definitivo. ¿Estarían conchabados? ¿Habría comprado Oldmanter a Angela? ¿Estaría ella montando ya su nuevo laboratorio en uno de sus centros de investigación? Poco probable, pero ahora Hanslip estaba en disposición de considerar cualquier posibilidad, siempre que fuese desagradable.

Podía firmar o negarse a hacerlo. O podía comportarse como haría Angela si se encontrase en su situación. No fue un cálculo razonado lo que motivó su decisión, cuando abrió la puerta del laboratorio, de inclinarse por la tercera opción. Sencillamente se rebelaba ante la idea de que lo intimidasen.

La máquina estaba preparada, lista para llevar a cabo una simulación para intentar repetir lo que pudiera haber hecho Angela. Hanslip le enseñó el lugar a Grange, señalando la sala de control y centrándose en la esfera translúcida que ocupaba el centro de la habitación, protegida a la perfección. Procuró mostrarse obsequioso, preservando la poca dignidad que le había dejado la derrota.

—Ése es el transmisor. Pequeño, lo sé, pero tiene cabida para una persona. Hemos terminado uno mucho mayor, pero todavía no está listo para trabajar. A decir verdad, éste no está pensado para que lo utilicen personas, ¿sabe? Objetos, sobre todo. El nuevo tendrá una capacidad mucho mayor.

—¿De qué está hecho?

—No es más que una forma creada por campos magnéticos. Si entra en ella y se tumba, flota a unos centímetros del suelo. Proporciona una sensación muy peculiar, casi como de ingravidez.

En un primer momento nos planteamos comercializarla como una herramienta de uso recreativo, o quizá una cama. Pruébela si quiere. Es muy cómoda y del todo segura.

Lucien entró y se tendió.

—Sí —afirmó, con la voz apagada—, muy agradable.

—A algunos voluntarios les resultó tan tranquilizadora que se quedaron dormidos.

—¿Qué hago para salir?

—Ha de liberar los campos que lo rodean. Eso es algo que sólo se puede hacer desde fuera, o si la máquina se apaga de manera automática.

—Muy interesante y, como bien dice, bastante tranquilizador —aseguró—. Pero bueno, ya es suficiente; ¿le importaría dejarme salir?

—Me temo que no.

Cuando se retorció para verlo mejor, Grange se dio cuenta de que ahora Hanslip se hallaba a solas con él en la habitación. Los dos técnicos habían desaparecido. El director se agachó, de forma que sus rostros quedaron a la misma altura.

—No me hace ninguna gracia que me intimiden y me amenacen.

—No sea ridículo —contestó Grange—. Los negocios son los negocios, y necesita nuestra protección. Sáqueme de aquí ahora mismo.

Hanslip sonrió.

—Muy bien. Un momento.

Dejó a Lucien flotando extrañamente en el aire, en aquella habitación en penumbra, y fue al lado, a la sala de control. Todo estaba en funcionamiento; para la configuración hacían falta muchas personas, pero una vez que los sistemas se hallaban en modo automático ya no era necesaria su presencia. Apoyó la palma de la mano en la superficie negra mate y sintió que la información que precisaba le subía por los nervios y le llegaba al cerebro. Cuando faltaban veinte segundos, canceló el programa original; acto seguido reunió la potencia de reserva que requería e hizo girar el dial para incrementar de la forma debida la magnitud de la transmisión. Más tarde, el panel de control se bloqueó cuando entró en funcionamiento la secuencia de transmisión automática.

Una fracción de segundo después había terminado. Siempre era un momento decepcionante. No cambiaba nada, no sucedía nada. Según Angela, eso era porque, en efecto, nada cambiaba. Era algo así como que la materia seguía estando en la cámara. Sólo cuando se desvaneciera el campo se fusionaría la realidad. Hasta entonces el contenido estaba y no estaba allí. Permanecería para siempre en un estado de inexistencia latente.

Hanslip sopesó con brevedad esta opción, pero decidió que era una mala idea: demasiado extrema. Además, necesitaba la máquina.

Ejecutó una pequeña rutina para borrar los datos y superponer otros que demostraran que sólo estaban probando el equipo. Se aseguró de que fuese imposible desentrañar lo que había sucedido y llamó a los técnicos para que volvieran y desconectaran la máquina.

—Gracias, caballeros —dijo—. Nuestro invitado se ha ido entusiasmado a más no poder. Tendrían que haber visto la cara que ha puesto.

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