Arcadia

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Capítulo 16

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16

Un día después de que Angela desapareciera, las diversas comisiones de control de daños de Hanslip presentaron sus conclusiones. Se habían hecho algunos progresos al borrar del mapa todo cuanto indicaba que la dañina subida de tensión se había originado allí, pero ninguno en lo que respectaba a analizar la máquina de Angela y a determinar si se había utilizado.

—¿Por qué diablos no avanzamos? —espetó Hanslip.

La tensión sufrida el último día empezaba a dejarse sentir. Era tan poco habitual en él mostrar alguna emoción que el desafortunado blanco de su frustración se quedó callado.

—Ése era el sentido de la subida —apuntó otro con timidez.

La electricidad había circulado por los sistemas, había achicharrado las defensas y no sólo había borrado todos los datos, sino que además había eliminado cualquier rastro que revelara que la máquina se hubiera utilizado. Antes de que pudiera causar algún daño a la máquina en sí, se había desviado al mundo exterior, donde había hecho estragos.

—Hay algo más —añadió el segundo hombre—. Me pasé medio día comprobando los registros en el Departamento de Informática. Al parecer se realizó una copia de todos los datos el mediodía del día anterior, a la hora del almuerzo. De modo que es de suponer que hay una copia en alguna parte.

—¿Por qué iba a hacer eso Angela? Ya tenía la información en su cabeza.

Nadie respondió. Hanslip les dio la espalda, asqueado.

—Ahora ya sabemos a qué nos enfrentamos. Esto es terrorismo a gran escala. Quizá alguien tenga algo útil que decir. ¿Señor More? ¿La ha encontrado?

—Me veo limitado por el hecho de que usted no desea que nadie sepa que la estamos buscando —replicó Jack—. A menos que modifique las órdenes, no podré emitir una alerta general o buscar en los archivos para comprobar si se ha registrado en alguna parte o ha comprado algo. No puedo examinar material de vigilancia. Si pudiera…

—No. Cuantas menos personas lo sepan, mejor.

—En ese caso tendré que ir por la vía lenta. Tengo previsto desplazarme al sur para ponerme en contacto con viejos amigos que trabajan en seguridad e investigar de manera extraoficial. Pretendo salir cuanto antes.

Hanslip asintió. Al menos alguien estaba tomando la iniciativa.

—¿Alguna cosa más?

—Sí —añadió Jack mientras le entregaba el papel que el ayudante de Angela le había dado cuando se dirigía a la reunión—. El señor Chang me ha pedido que le dé esto. No ha podido concertar una cita, puesto que su rango no le permite hablar con usted directamente.

Hanslip lo miró con curiosidad y a continuación desdobló el papel.

«1960», ponía.

Hanslip llamó a Chang en cuanto la reunión terminó; éste tuvo que esperar fuera hasta que todos los asistentes hubieron salido y dentro sólo quedó Jack More. El director blandió el papel delante de sus narices.

—¿Y bien? ¿Qué significa esto?

—Existe un rastro en los archivos históricos de 1960 que encaja con Angela Meerson, así que he pensado que era importante que usted lo supiera. —Tenía el tono de voz del que pensaba que quizá estuviese cometiendo un gran error.

Lo cierto es que se sentía un tanto intimidado al hallarse en la misma habitación que el hombre al que siempre veía únicamente desde lejos.

—¿Le pidió alguien que efectuara esa búsqueda?

Chang se ruborizó un poco.

—El señor More me pidió que pensara sobre este asunto, a ver si se me ocurría algo. Verá, el análisis de datos es mi especialidad, y las técnicas utilizadas se pueden aplicar con la misma facilidad a los archivos históricos, así que pensé…

—Entiendo. ¿Cómo llegó a esta conclusión?

—Hablar de conclusión quizá sea demasiado exagerado —repuso—. Sólo estaba experimentando. Conozco las teorías, las teorías de Angela, entiéndame, y sólo quería efectuar unas comprobaciones. Ya sabe, ver si de verdad había ido a un universo paralelo. Si aparecía en algún sitio donde pudiera encontrarla, estaba claro que no había sido así.

—¿Y…?

—Bien, empecé partiendo de la base de que no se había cambiado de nombre. Tenía que comenzar por alguna parte. De modo que busqué en todos los archivos a alguien con ese nombre con posterioridad a 1700.

—¿Por qué esa fecha?

—Ahí es cuando los archivos empezaron a ser lo bastante buenos. Identifiqué a 1639 individuos. Después de 2034, cuando la identificación biológica internacional se volvió obligatoria, fue bastante sencillo demostrar que no había ningún registro con esa identidad. Eliminé a todos los que habían muerto antes de cumplir veinticinco años, así como a mujeres con hijos, pues ésta fue una capacidad que ella eliminó hace dieciocho años, y por último descarté a los que murieron de una enfermedad transmisible que ella no había podido contraer. Me quedaron veintiuna personas.

»Una de ellas llama la atención. En 1960 hay una nota a pie de página en un artículo que reza sencillamente: “Mi agradecimiento, como de costumbre, a Angela Meerson por su ayuda con las traducciones”. Eso es todo, pero las lenguas a las que se hace referencia son el serbocroata, el finés y el cingalés, una combinación muy poco frecuente. Angela se llevó consigo un paquete lleno de idiomas, entre los que se incluyen esos tres.

»Un dato significativo, en mi opinión, es que no hay ningún otro rastro de este individuo. Ni partida de nacimiento ni de defunción. Ni padres ni hermanos. Nunca se puso enferma. Nunca fue al colegio ni pagó impuestos. Es posible que se haya cambiado de nombre para mantenerse en la sombra, pero no hay rastro de que contrajera matrimonio: en aquella época las mujeres solían adoptar el apellido del marido.

—¿Por qué?

—No tengo ni idea. Pero la cuestión es que debería haber muchos rastros. Ahora bien, al parecer se conservan algunos documentos personales del hombre que hace referencia a ella, así que les recomendaría que los examinaran. Yo no he tenido tiempo para asegurarme al ciento por ciento.

—Yo tampoco tengo tiempo —lo interrumpió Hanslip—. Esto es absurdo. Me está vendiendo el disparate de viajar en el tiempo con el que ella estaba obsesionada. Sabe perfectamente bien que a Angela no hay que escucharla cuando se pone así. ¿Fue ella la que le pidió que me minara y sembrase la duda? ¿Es eso lo que está pasando aquí?

—Por supuesto que no.

Hanslip lo fulminó con la mirada y acto seguido se relajó.

—Tomaré en consideración lo que me ha dicho —afirmó, en un tono más tranquilo—. Venga a mi despacho dentro de una hora.

More esperaba en el pasillo cuando llegó Chang, muy asustado tras recibir la orden de reunirse con ellos. No estaba satisfecho. Tenía claro que sus tentativas de ocultar el desastre de la desaparición de Angela cada vez eran más ilegales y arriesgadas. No le hacía ninguna gracia verse involucrado en los líos de otras personas.

—Un agente de seguridad de segundo grado y un asistente de investigación con una mancha en el expediente —observó Chang—. La cosa debe de ir mal.

—Si algo sale mal, será útil poder echarle la culpa a gente como nosotros. ¿Qué le parece adquirir notoriedad en el mundo entero por ser el cabecilla de una organización terrorista?

—Eso me hace sentir mejor.

—Es increíble cómo resurge la herejía del individualismo ante la perspectiva de ir a la cárcel.

—No se preocupen, caballeros. —La voz de Hanslip resonó a su alrededor, llegaba por el pasillo—. Son demasiado valiosos para deshacerme de ustedes en este momento. Es posible que acabe siendo así, pero todavía no. —Los hizo pasar a su despacho y les pidió que tomaran asiento—. Les agradezco sus esfuerzos, a los dos. Me temo que no lo conozco a usted muy bien, señor Chang —continuó, como si de algún modo ello fuera culpa del investigador—. Lleva aquí cerca de un año, ¿es así?

—Sí. Era…

—Limítese a responder mis preguntas. En su época de renegado pasó largos períodos desconectado de toda ayuda electrónica, ¿correcto?

—Sí. Fue muy extraño empezar con ella.

—¿Experimentó alguna consecuencia desafortunada? ¿Demencia? ¿Delirio? ¿Inestabilidad mental?

—Sin duda me sentía desorientado. Resulta de lo más peculiar estar sin ese parloteo en la cabeza, dormir sin que en tus sueños aparezcan siempre anuncios. Cuando se acostumbra uno, la sensación puede ser bastante agradable.

—¿Qué me dice usted, señor More?

—En una ocasión en que resulté herido. No disfruté de la experiencia.

—Entiendo. Bien, señor Chang. Basa usted la conclusión a la que ha llegado en una única frase impresa, ¿es así?

Alex asintió.

—En un artículo escrito por un hombre llamado Henry Lytten, que vivió en Oxford. Nació en 1910 y murió en 1979. Tengo una copia del documento, si desea verlo. Como he dicho, se publicó en 1960.

—¿No hay más pruebas?

—Tenga en cuenta que bastante documentación de ese período se perdió. Dar con esto fue un tremendo golpe de suerte.

—Eso parece, desde luego —repuso Hanslip con sequedad—. ¿De qué trataba el artículo?

—Todavía no lo he leído. Se titulaba «Rosalind como ideal universal: Como gustéis en el mundo».

Hanslip lo miró con cara de no entender nada.

—Yo tampoco lo conozco —admitió Chang—, pero Shakespeare era bastante popular.

Hanslip lo cortó.

—En tal caso, habrá que investigar su pista, ¿verdad? No andamos sobrados precisamente de opciones.

—Sin duda. Pensé que si acudía al Depósito Nacional…

—El señor More puede ocuparse de eso. Pero sólo la confirmación visual zanjará de manera concluyente el asunto.

Después se hizo un largo silencio mientras los otros dos hombres intentaban entender lo que estaba diciendo.

—Pruebas sólidas —aclaró Hanslip—. Alguien tendrá que ir a comprobarlo.

—¿Qué? ¿Quién?

—Usted, como es natural. ¿Quién si no?

—¿Yo? —dijo Chang, alzando una voz en la que se percibía el pánico—. ¿Cómo?

—Utilizando el mismo método que usted insinúa que utilizó ella: la máquina. ¿O acaso pretende ahora desdecirse de sus conclusiones?

—No, claro. Me refiero a que la referencia está ahí.

—Bien. Me agradan los que no se retractan de sus opiniones, sean cuales fueren las consecuencias.

—Sugerir algo es una cosa…

—Además, no se lo estoy pidiendo. He tomado una decisión, y poseo la autoridad necesaria para disponer de usted a mi antojo. Trabajó con Angela, es muy probable que ella confíe en usted. Si en efecto esto tiene que ver con la matemática, es usted la persona más indicada para encontrarla y abordarla.

Chang apenas reaccionó; Jack lo escudriñó con atención mientras Hanslip hablaba. No estaba asustado, aunque, sin duda, ello habría estado justificado. Parecía más alarmado por tener que charlar con Hanslip que por la perspectiva de ser utilizado de ese modo. No dijo nada, de manera que, tras zanjar ese asunto, Hanslip pasó al siguiente punto.

—Tiene una cita en implantes dentro de una hora. Nos aseguraremos de que vaya equipado como es debido. No se preocupe por eso.

Después de la reunión, Jack continuó investigando la desaparición de Angela y se pasó la tarde en su pequeño despacho, revisando antiguas carpetas y archivos. Era un trabajo monótono e inútil, y a última hora de la tarde se tomó un respiro y fue a ver de nuevo a Alex Chang. Lo encontró en mantenimiento de implantes, sentado a una mesa y con pinta de estar delirando.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó.

Chang tenía una sonrisa bobalicona debido a los anestésicos que habían empleado para practicarle un minúsculo orificio en el cráneo.

Assez bien, mais j’ai pas dormi[3] —empezó. Después se detuvo.

—¿Cómo dice? —inquirió Jack al ver la expresión de inquietud que asomaba al rostro del hombre. Abrió la boca y la volvió a cerrar.

—Nuevas adiciones —le susurró un técnico que se encontraba a su lado—. Todavía no las ha absorbido debidamente.

—Ah. Ya entiendo. ¿No nota una especie de zumbido en la cabeza? Recuerdo que a mí me pasó cuando me actualizaron los códigos jurídicos.

—Ja, es ist sehr ärgerlich.[4]

—Es probable que sean las instrucciones —prosiguió el técnico—. Hemos cargado todo lo que teníamos. Aunque un poco a matacaballo. Puede que tenga dolor de cabeza hasta que se haya integrado —le dijo al oído, en voz en grito, a Chang—. Le hemos dado una serie completa de idiomas europeos, y tendrá que aprender a controlarlas. Intente hablar en inglés, de lo contrario saltará de un idioma a otro de forma aleatoria.

—Eso es lo que pasa, ¿no?

—Le hemos incorporado noticias, mapas, guías de viajes, diversos manuales técnicos. Me temo que no se trata de una selección exhaustiva, pero debería ser suficiente para que salga adelante. Todo implantado en la memoria, para que pueda recordarlo a voluntad. Basta con que piense en una pregunta y la respuesta aparecerá. Creo. No hemos tenido tiempo de someterlo a prueba adecuadamente.

Chang negó con la cabeza.

—Estoy muy confuso —aseguró—. Es una sensación muy extraña. ¿Qué era? Era importante.

—¿Entonces?

—Deme una hora. Puede que para entonces tenga la cabeza más despejada. Necesito hablar con…, ¿cómo se llama? El que está a cargo.

—¿Hanslip?

—Ése, sí. —Chang frunció la boca en señal de determinación—. Sí. Necesito verlo. He encontrado otra cosa. Es importante. Me refiero a toda esta idea…

—Una cosa más —añadió el técnico—. Cuando lo enviemos, es posible que se sienta desorientado. Al menos las moscardas con las que experimentamos se volvieron por completo locas durante un tiempo, y la simulación apunta a una elevada probabilidad de que sufra pérdida de memoria, confusión e incluso demencia temporal. De manera que hemos vinculado algunos de sus recuerdos más importantes a otra parte del cerebro para asegurarnos de que recuerda quién es y por qué razón está allí. Lo único que tiene que hacer es buscarlos. Los recuerdos van asociados a la comida, de modo que cuando llegue, lo primero que necesitará hacer será comer algo. ¿De acuerdo?

Dos horas después Chang celebró su tercera reunión con Hanslip en las últimas veinticuatro horas y se lanzó de inmediato a su alegato final.

—La cuestión es —empezó con aire de desesperación— que me hice con todas las publicaciones del tal Lytten que pude localizar para ver si había alguna otra referencia a Angela Meerson. Pensé que si encontraba algo, usted vería que no intento engañarlo.

—¿Y ha encontrado algo? —inquirió Hanslip.

—Ah, no. No había ninguna referencia.

—Menuda sorpresa.

—Lo que sí había, no obstante, era un artículo titulado «La letra del diablo», publicado en 1959. Gira en torno a un manuscrito antiguo, se supone que medieval, aunque el autor, el tal Lytten, decidió que era falso. Cuenta que un hombre llamado Ludovico Spoletano invocó al diablo y le pidió que respondiera, por escrito, a una pregunta. La pluma la cogió «un poder invisible, que la suspendió en el aire».

Hanslip le dirigió una mirada torva, así que Chang aceleró antes de que al hombre se le agotara la paciencia.

—El manuscrito no se podía leer, de ahí la atribución. Varias personas sugirieron que se trataba de una escritura ibérica antigua.

—Señor Chang… —lo interrumpió Hanslip—. Empiezo a estar harto.

—La cuestión es que se incluye una ilustración.

Chang rebuscó algo en la carpeta que tenía apretada en la mano y sacó unas láminas, que ofreció nervioso a Hanslip. Éste las miró de soslayo y después inclinó la cabeza y las observó con mayor atención.

—Fascinante —afirmó en voz queda cuando acabó.

—¿Me permite? —preguntó Jack.

Hanslip le pasó los papeles.

—Los signos —empezó—. Es posible que no los reconozca, pero son tres líneas de matemáticas en la notación tsou.

—¿Qué es eso?

—Un método para comprimir información, no muy diferente de la forma en que los caracteres chinos consiguen aglutinar palabras polisílabas en un par de trazos. Cada símbolo consta de numerosos elementos distintos, que se pueden separar para dar lugar a una notación más ortodoxa.

—Interesante.

—Lo que el señor Chang intenta decir, estoy seguro, es que el código tsou se desarrolló hace tan sólo sesenta años. El artículo en el que se publicó esta ilustración supuestamente tiene más de doscientos años. —Hanslip miró a Chang—. ¿Es correcto?

—Sí. La referencia a Angela apareció en 1960, y el artículo que incluye la notación tsou se publicó en 1959.

—Supuestamente —puntualizó Hanslip.

—Entonces ¿qué significa eso? —preguntó Jack.

—Ésa es una muy buena pregunta. Eso digo yo, ¿qué significa? O es genuinamente antiguo o es una engañifa diseñada para inducirnos a pensar que lo es. Otro intento de despistarnos, por así decirlo.

—Ahora —continuó Chang con seriedad— creo que lo mejor, sin lugar a dudas, sería que me centrara en esto, en lugar de ir en busca de Angela Meerson.

Hanslip le dirigió una mirada inquisitiva.

—Continúe.

—El texto dice que el manuscrito completo se encuentra en posesión de su autor. Es decir, Henry Lytten. He descubierto que se supone que sus papeles están en el Depósito Nacional. Lo lógico sería ir a echar un vistazo, en primer lugar. Genuino o falso, si este documento está allí, podrá recuperar los datos que ha perdido, y dar con Angela Meerson no será tan importante.

—Ah, ya entiendo. Pretende usted desobedecer mis órdenes —adujo Hanslip con aire teatral—. Pues me temo que no va a ser posible. No me cabe la menor duda de que si lo dejo salir se fugará y regresará con los renegados, y yo no volveré a verlo a usted, ni a los datos, si es que existen. Lo siento, señor Chang. No es lo bastante digno de confianza para desempeñar ese cometido. El señor More se puede encargar de seguir esta pista tan útil que nos ha facilitado usted. Sus órdenes siguen siendo las mismas. Y, por favor, no crea que no se lo agradezco.

—Pero ¿qué se supone que tengo que hacer?

—Verá si puede encontrar a Angela y obligarla a volver.

—¿Cómo va a lograrlo? No tiene una máquina…

Hanslip lo escudriñó.

—Cuando la conozca desde hace tanto tiempo como la conozco yo, aprenderá que no debe subestimarla nunca, jamás —contestó—. Es más, será la única manera de que usted vuelva aquí, así que considérelo un incentivo para cumplir lo que se le ha ordenado. Además, le he dado un mensaje para que se lo transmita.

—¿Qué mensaje?

—Lo recordará si llega a verla.

Aparte de los técnicos del laboratorio, Jack fue el único que se despidió de Chang cuando —pálido y preocupado, pero tranquilo gracias a los sedantes que le habían administrado para evitar que causara problemas— lo ayudaron a entrar en la esfera de electricidad. Le deseó suerte a ese hombre desconocido, que ahora daba bastante pena. Seguro que la necesitaría.

—Sigo sin saber cómo se supone que voy a hacer esto —aseveró mientras estaba sentado en la sala de espera contigua, con lo que todos confiaban que fuese ropa de la época.

—Encuentre a Angela Meerson, si es que puede —repuso Jack—. Haga que vuelva, si es posible. O póngase en contacto con nosotros de alguna manera.

Chang no parecía muy convencido.

—Tal vez podría poner un anuncio en un periódico que siga existiendo. Eso suponiendo que ella está en el lugar al que me dirijo. Asegúrese de mirar.

—¿Por qué le molestó tanto su idea a Hanslip? Creía que estaría encantado de que quizá hubiese dado con ella.

—Cree que lo estoy minando. Si la teoría estándar es correcta, estoy a punto de ir a un universo alternativo, y no habrá ninguna comunicación posible entre nosotros y ese universo, salvo utilizando la máquina. Si Angela no se equivoca, la máquina simplemente nos trasladará a un momento distinto del mismo universo. Viajar en el tiempo, a decir verdad. Por eso discutían. Necesita a toda costa que Angela se equivoque. Si doy con ella y consigo informarlos a ustedes, significará que Angela tiene razón.

—Sé que ustedes, los científicos, se vuelven locos con esas cosas, pero…

—No es algo abstracto —precisó Chang—. Hanslip se considera una especie de conquistador, está volcado en encontrar nuevos mundos que colonizar. Pero si Angela está en lo cierto, sería demasiado peligroso usar la máquina, puesto que resultaría imposible controlar sus repercusiones. De manera que Hanslip tendría que despedirse de sus sueños de poder y de gloria, o como poco éstos serían prohibitivos. Más concretamente, nadie invertiría en ellos. Ése era el argumento de Angela, y Hanslip, como es evidente, pensó que yo me estaba poniendo del lado de ella.

—¿Fue así?

—No. No soy lo bastante bueno para tener una opinión.

—Parece muy tranquilo con todo esto, si me permite que se lo diga.

Chang esbozó una sonrisa fugaz cuando el técnico se acercó.

—Estamos listos, señor —anunció.

—Es la primera vez que alguien me llama señor —afirmó Chang con un hilo de voz—. Es de lo más preocupante.

Jack informó en persona a Hanslip de que, estuviera donde estuviese Chang, desde luego no se hallaba en la esfera.

Hanslip no le hizo el menor caso hasta que terminó el informe que estaba leyendo.

—Gracias, señor More.

—Si me permite la pregunta, ¿cree usted que hay alguna posibilidad de que esta misión tenga éxito?

Hanslip frunció el ceño en señal de perplejidad.

—Ninguna —replicó.

—Entonces ¿por qué lo envía a buscar a Angela?

—¿Acaso es de su incumbencia?

—Sería de ayuda saber qué estoy haciendo exactamente y por qué. Ahora mismo estoy bastante confuso.

—Ah, muy bien. No cabe duda de que las conclusiones del señor Chang son tan falsas como la desaparición de Angela. Su forma de presentarlas es buena prueba de ello.

—¿En qué sentido?

—En primer lugar, realizó una búsqueda sumamente difícil en un número ingente de documentos sin tener la experiencia precisa para hacerlo, y dio con un resultado al cabo de unas pocas horas, lo cual es extraordinario hasta tal punto que parece sospechoso. En segundo lugar, afirmó haber encontrado una pista de Angela cuando, en realidad, casi dos siglos de labor científica han determinado que es imposible. En tercer lugar, cuando dije que pensaba enviarlo en la máquina, presentó en el acto otra prueba diseñada para que esa medida fuese innecesaria. Es posible que Angela haya ocultado los datos entre documentos históricos antiguos. Usted lo comprobará, pero estoy seguro de que está escondida con los renegados. Por eso su principal cometido será buscar a su hija.

—¿A su qué? —preguntó Jack estupefacto.

—El procedimiento que se empleó para mejorar sus capacidades dio como resultado un hijo. Una hija, para ser exactos, que se hace llamar Emily Strang. Es muy inteligente también, pero se demostró que no era adecuada para formar parte de la élite. La destinaron al nivel de educación apropiado a su potencial, pero abandonó a los quince años, después de un largo período en que se mostró poco dispuesta a colaborar y muy problemática. Ni siquiera grandes dosis de fármacos lograron modificar su actitud, y al final el sistema se lavó las manos con ella. Se convirtió en una renegada, y ahora vive en un Refugio en el sur.

—¿Mantenía alguna relación con Angela?

—No que yo sepa. Angela sabe que existe, pero el procedimiento desvió todas sus capacidades afectivas al trabajo. No siente nada por la chica. O no lo sentía. Es probable que algunos problemas recientes la desequilibraran. De ser así, existe una posibilidad de que estableciera un vínculo entre su trabajo y su hija. Al menos eso es lo que me dicen los psiquiatras. He consultado a nuestros especialistas, y creen que es muy posible que la encuentre usted a través de su hija.

—¿Qué hay de ese documento con la notación tsou que descubrió Chang?

—Es una parte pequeñísima del trabajo de Angela —repuso Hanslip.

—En ese caso, dar con el resto debería ser nuestra prioridad, ¿no?

—Sospecho que si encuentra lo uno, encontrará lo otro. Una vez más, la hija es la clave. Es lo que se denomina una historiadora. Se interesan por lo oculto, esos renegados, como sin duda sabrá usted. Tienen una obsesión inútil con aquello a lo que atribuyen importancia mística. La de Emily Strang es el estudio del pasado. Ahora bien, ¿no cree que es una notable coincidencia que este documento supuestamente esté escondido en el Depósito Nacional, donde ella es una de las pocas personas que podrían hallarlo? No creo en las coincidencias, señor More.

Hanslip lo despachó haciendo un gesto con la mano.

—Averígüelo. Si la hija sabe algo, ordene que la arresten y la traigan aquí.

Jack se puso en pie para marcharse.

—Tome —añadió Hanslip—. Documentación nueva para usted. Hasta que termine con esto será usted científico, de primera. La identidad le otorga plenos privilegios. Puede ir a donde desee, hablar con cualquiera, sin impedimentos. Tiene acceso a nuestros fondos centrales. No tendrá que responder ante nadie salvo ante sus superiores en rango, y de ésos no hay muchos.

Jack miró con atención los documentos que le dio Hanslip, los títulos, el perfil educativo, los resultados de la prueba psicométrica: todo ello ponía de manifiesto que era alguien digno de admiración.

—Parecen auténticos.

—Eso es porque lo son. Como la mayoría de las organizaciones, tenemos en nómina a algunos fantasmas.

Jack se levantó.

—Una cosa más —agregó—. Chang me inquietó justo antes de que fuese transmitido.

—Continúe.

—No estaba preocupado. Estaba a punto de entrar en una máquina que no se había probado, podía volatilizarse, y no estaba preocupado.

—Iba drogado, me figuro.

—No tanto. Creo que sabía que funcionaba. ¿Se ha utilizado la máquina antes?

—No con personas.

—¿Está usted seguro?

Hanslip sopesó la pregunta unos instantes.

—Investigaré mientras usted está fuera. Ah, hay una cosa más que debería saber: he puesto fin a las negociaciones con Oldmanter, puesto que por el momento no era posible llegar a un buen acuerdo. Es muy posible que intente hacerse con la tecnología por otros medios.

—¿Sabe lo que ha pasado aquí?

—No. Y no quiero que se entere. Podría utilizarlo con facilidad para dar mala imagen.

—Cierto, sí.

—Es preciso que nadie sepa lo que está haciendo usted cuando se vaya. Si las cosas se ponen feas, contar con esta tecnología será nuestra principal defensa. Tenga cuidado con quién habla y con lo que dice, y no falle. ¿Entendido?

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