Arcadia

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Capítulo 25

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Una vez despachados Chang y More, Hanslip subió despacio a su plataforma de observación privada, que le proporcionaba una vista clara de sus dominios, y sopesó sus opciones. No hacer nada y limitarse a confiar en que todo saldría bien no era una de ellas. Antes o después averiguarían dónde se había originado la subida de tensión. También existía la certeza de que, antes o después, alguien empezaría a buscar a Lucien Grange.

Las alrededor de ciento cincuenta hectáreas del instituto, que se extendían hasta el borde del agua; las torres donde vivían sus empleados, protegidos por completo del mundo exterior; las antenas que coronaban la cima de las peladas, inútiles montañas, que efectuaban un seguimiento de todo cuanto se aproximaba por si se producía un ataque; los silos de misiles, para protegerse de cualquier cosa no autorizada que se pudiera aproximar. Todo ello le pertenecía. «Tampoco es para tanto», pensó. No era como otros lugares que había visitado.

La isla de Mull era el exilio, lisa y llanamente, pero estar apartado tenía sus ventajas. Era un magnate secundario de la investigación científica, y ahora tenía su propia fortaleza. Se había pasado los quince últimos años construyendo ese sitio, y los últimos cinco ocultando lo que hacía al resto del mundo. Nunca sería Newton o Einstein, pero quizá fuese la persona bajo cuyas órdenes floreciera alguien de esa talla. Además, no fue Einstein el que construyó la bomba.

Durante años había planeado y maniobrado: aceptar a Angela cuando Oldmanter decidió que el experimento destinado a mejorar sus aptitudes la dejó incapacitada; proporcionarle un entorno seguro para que trabajara, conseguir el dinero y la gente. Estaba cerca de lograrlo, casi había llegado al punto en que contaba con una tecnología tan poderosa que podía disponer de los recursos que requiriesen. Con ella llegaría el poder: un sitio en el Consejo Mundial, el órgano supremo de tecnócratas y científicos que ejercían la autoridad en el mundo entero. Sería suyo por derecho propio si daba esa oportunidad a una sociedad que tanto necesitaba la tecnología. Tal vez incluso desafiara al mismísimo Oldmanter: los días de gloria del anciano habían terminado, e iba siendo hora de que su poder pasara a alguien con ideas nuevas.

Después habría un programa de colonización, trasladar el excedente de población del mundo a universos despoblados. Ni la expansión ni los recursos se verían limitados. Aún no sabía cómo hacerlo; en un principio se había planteado encontrar mundos lo bastante distantes como para que estuviesen deshabitados, pero había resultado ser complicado. Por el momento, habían conseguido acceder únicamente a un mundo, y confiaba en que a Angela se le ocurriera una explicación y también una solución. Mientras tanto había sopesado acceder a un mundo tan alejado en el pasado que la humanidad todavía no se hubiera desarrollado, pero retroceder doscientos mil años comportaba sus propios problemas, debido a la cantidad de energía que se necesitaba.

Por ese motivo se había puesto en contacto con Emily Strang. No sabía nada de historia, y la convenció de que ella le enseñase la materia. Lo mantuvo en secreto, puesto que no albergaba el menor deseo de relacionarse en público con una renegada, pero los encuentros le resultaron útiles.

Hablaban una hora o dos todos los meses, y ella lo provocaba a propósito, formulándole preguntas para que razonase, en lugar de limitarse a ofrecer conclusiones.

«¿Por qué la prioridad del mundo debería ser organizarse de manera eficiente?».

«Si el gobierno del mundo es tan benévolo, ¿por qué necesita unos ejércitos tan numerosos para mantener bajo control a las personas?».

«Dicho sea de paso, ¿qué entiende usted por una vida feliz? ¿Simplemente más bienes y servicios?».

«¿Por qué cree que esta sociedad durará siempre? Le puedo hablar de muchas otras que desaparecieron a causa de su propia violencia. Por ejemplo…».

Incluso escribió un artículo para él al respecto. La extinción total requeriría poseer los medios de destrucción y la voluntad de utilizarlos. Los mejores ejemplos eran las distintas crisis que se habían producido durante la guerra fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se desafiaron con armas nucleares. En cualquier etapa, un accidente o una prueba mal interpretada podría haber desatado una reacción en cadena de grandes consecuencias.

Hanslip se sintió lo bastante intrigado para realizar sus propias comprobaciones. Ordenó que se llevara a cabo una simulación por ordenador para ver si lo que Emily decía era cierto o no. En efecto, el mundo se había acercado al desastre, pero la simulación apuntaba a que darle el último empujón para provocar su caída no habría sido fácil. Un cambio de acontecimientos y la historia vuelve a su senda con rapidez. Haría falta un cambio enorme para modificar de manera significativa el curso de la historia.

Cuanto más pensaba en ello, tanto más le repugnaba la idea. Aunque en efecto no estuviese dirigido a personas de carne y hueso, entrañaba un nivel de violencia que no podía considerar así como así. Estaba seguro de que existía una forma mejor, que aparecería en el momento adecuado, una forma que no comportase la destrucción sistemática. Rechazó el concepto por considerarlo poco digno y poco práctico, y escondió el informe de la chica y sus propios pensamientos.

Fue un período de especulación fascinante, pero ahora había terminado. Angela había dado al traste con él. Hanslip intentó con todas sus fuerzas que siguiera centrada, pero fue en vano. Procuró desechar su malestar, pero la conocía demasiado para hacerlo sin reservas. Luego Jack More mencionó que Chang no estaba preocupado, casi como si supiese que la máquina funcionaría. Ello lo inquietó. Tenía que comprobar todas las posibilidades.

Tardó más de un día en averiguar qué era lo que temía. Llevaron a su despacho todos los papeles que encontraron en la habitación de Angela, todos los datos que seguían en los ordenadores —no era gran cosa, puesto que la propia Angela había hecho un buen trabajo borrándolos—, y Hanslip se puso a leerlo todo, hasta la última sílaba. Gracias a su meticulosidad le llamó la atención una información cuando la leyó, ya que constaba tan sólo de cuatro nombres, junto a uno de los cuales había una marca. Gunter. Eso era todo.

No le dijo nada hasta que comprobó las listas de los empleados. Primero los científicos, luego los administradores, después el personal de apoyo y por último todos los que iban y venían. La única referencia a alguien llamado Gunter que encontró correspondía a un limpiador que había dejado su empleo hacía unos seis meses. Curiosamente, los archivos apuntaban a que se había desvanecido mientras se encontraba en la isla: un fallo en el sistema de seguridad había impedido registrar su último viaje de Mull al continente. Ello había ocasionado —ahora lo recordaba Hanslip— que se llevase a cabo una investigación de los sistemas de seguimiento, que no puso de manifiesto errores ni fallos.

Y ahora en la habitación de Angela aparecía un papel con el nombre de ese hombre. Necesitó seis horas de entrevistas para llegar al fondo de la cuestión, y al final Hanslip estaba exhausto, preocupado y muy enfadado.

El tercer técnico al que hizo pasar a su despacho, tras verse ante las más graves amenazas, le dijo todo cuanto necesitaba saber. Angela, admitió con voz temblorosa, casi atragantándose de miedo, había realizado experimentos por su cuenta sin hacerlos constar o recibir aprobación, y sin duda sin notificárselo a nadie. No admitía intromisiones ni críticas, y se negaba a escuchar cualquier objeción. Seleccionó a un miembro del personal auxiliar que no tenía familia ni parientes, y al que nadie echaría de menos. Lo drogó y lo transmitió en su máquina para ver lo que pasaba.

La cosa cada vez era peor.

—¿Sabía ese hombre lo que le estaba sucediendo?

—No lo creo.

—¿Qué se creía Angela que estaba haciendo?

—Quería pruebas de que sus teorías eran correctas. La idea era transmitirlo una semana atrás en el tiempo y a unos metros de distancia para ver si aparecía en nuestro universo o si se desvanecía. Pero la configuración se hizo mal. Fue un accidente. No se lo volvió a ver, pero Angela pidió a Chang que buscara en los archivos y encontró una posible coincidencia en la década de 1890. Llevó algún tiempo, pero Chang pensaba que quizá fuese un sacerdote en algún lugar recóndito de los Pirineos. Angela lo envió a averiguarlo, sin permiso o autorización oficiales, hace seis meses. Chang localizó la tumba del hombre y analizó los huesos: coincidían. Los huesos eran muy antiguos. ¿Quiere ver su informe?

—¿Cómo? ¿Que también redactó un informe? ¿Y a nadie se le pasó por la cabeza dármelo?

El hombre asintió con nerviosismo y le entregó unas cuantas hojas. Hanslip lo previno de las graves consecuencias que tendría que dijera una sola palabra a alguien, esperó a que se hubiera cerrado la puerta, respiró hondo y empezó a leer.

Cuando acabó la lectura, su estrategia para enfrentarse a la pesadilla que le había causado Angela se había hecho trizas, al igual que sus sueños para el futuro. Pasó horas repasando las pruebas y no fue capaz de encontrar una sola fisura, la conclusión era inevitable: los huesos, como bien decía el hombre, no mentían. El limpiador, en efecto, había ido a parar a finales del siglo XIX, había muerto y había sido enterrado en ese siglo. Angela tenía razón: ella sola había invalidado todas las leyes de la física y había demostrado que la teoría de los múltiples universos, una convención aceptada durante casi doscientos años, era errónea. Viajar en el tiempo —viajar de verdad, no la transición a una copia— era posible. Después de pensarlo bien, Hanslip cogió todos los papeles que hacían referencia al limpiador que había desaparecido y los incineró. Lo último que le faltaba era que apareciesen más pruebas de ilegalidad si llegaba a efectuarse un registro.

¿Por qué no había dicho Angela nada de eso? Probablemente porque pensaba que el experimento realizado con el limpiador habría sido utilizado en su contra. Como en realidad habría sucedido, hasta que el propio Hanslip se hubiera desecho del asesor que gozaba de mayor confianza de Oldmanter de la misma manera. Aunque quizá Angela hubiese acudido a contárselo: concertó una cita, asegurando que era vital y urgente, el día previo a su desaparición. Justo antes de que se topara con Grange, a decir verdad.

Eso hizo que se parara a pensar. Así que, sin duda, ésa era la respuesta a «La letra del diablo». No se trataba de un engaño grotesco e incomprensible; más bien debía de haber sido Grange. Una hora más de trabajo con los datos informáticos que quedaban también confirmó esto: Grange no había ido a firmar un acuerdo de colaboración, sino a robarlo. Había entrado sin autorización en el sistema informático y se había servido a su antojo. Después había pasado a ofrecer unas condiciones que sabía que Hanslip no podría aceptar.

La máquina era demasiado peligrosa, y los datos que servían para ponerla en funcionamiento o construir otra se hallaban allí, en alguna parte. Podía encontrarlos cualquiera, a menos que More lograra cumplir sus órdenes al pie de la letra. Si Hanslip hubiera sabido hasta qué punto dependía del éxito de More, no lo habría enviado solo. La lealtad que estipulaba su contrato era sumamente fuerte, pero nada era inquebrantable.

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