Arcadia

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Capítulo 39

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A la mañana siguiente, cuando se levantó, Jay estaba solo: Kate preparaba el desayuno y Callan afilaba la pala para poder cavar la tierra y apilarla sobre las ramitas encendidas para hacer el carbón. Lo prepararían y lo dejarían así: el carbonero se pasaría después para ocuparse de ello durante los tres días siguientes.

Se sentía tranquilo y feliz hasta que un aluvión de recuerdos afluyó a su cabeza. ¿Serían verdad? Seguro que no, pero todos y cada uno de esos recuerdos eran de una claridad meridiana. La sensación del cuerpo caliente de Kate contra el suyo, mezclada con imágenes del rostro sombrío de Henary al escuchar la noticia. El placer que experimentó al contar el relato mezclado con una visión que le anunciaba que no se le permitiría volver a contar una historia nunca más. Ello, a su vez, se desvaneció cuando le vino a la memoria cómo caía el cabello de Kate cuando le apoyó la cabeza en el pecho.

Quizá todo fuese un sueño. Nadie se comportaba de manera distinta: Callan silbaba, Kate removía una cacerola, el cabello ahora recogido con un trocito de parra para que no le cayera por los ojos. Se levantó con cautela. Ambos le dieron los buenos días. Nada en sus palabras o en sus expresiones indicaba que pasara algo.

Mientras comían, Callan expuso el plan del día: hacer fuego, apilar más leña, recorrer la mitad del trayecto que los separaba de Willdon, deteniéndose para reparar un puente que cruzaba el río y que se hallaba en mal estado. Después, pasar una noche más en el bosque.

Empezaron a trabajar: Kate preparó la leña, Callan y él la amontonaron formando triángulos, de alrededor de un metro de alto, después apilaron palos más largos alrededor y encima, dejando tan sólo un pequeño orificio para que saliera el humo. A continuación cubrieron de hojas y hierba la estructura de madera para sellarla y después la taparon con tierra. Una vez que hubieron finalizado, estuvieron preparados para dejar caer las brasas por el orificio y que se prendiera la estructura, y por último lo cegaron para que ardiera despacio, de forma que la madera se quemara pero no se consumiera. Ésa era la parte delicada, que requería la destreza del carbonero.

El recuerdo de cuando era pequeño y se pasaba la noche entera sentado con su tío en el bosque cercano a su aldea hizo que Jay olvidara acontecimientos más recientes. Se metió de lleno en el trabajo, y le satisfizo comprobar cuántas cosas recordaba: partir ramas y troncos pequeños para que encajaran a la perfección, sellar la estructura y asegurarse de que se quemaba la mayor cantidad de madera posible.

Sólo hacia el final algo le recordó que no había sido un sueño. Casi estaban listos para las brasas cuando Callan se levantó y se estiró.

—Ha sido una buena mañana de faena, joven estudiante —aplaudió—. Estoy sorprendido.

Jay sonrió.

—Y ella también es buena. Pensé que se limitaría a hacer las cosas sin ganas, pero ha trabajado duro y bien. ¡Mírala! Ahora hasta parece la hija de un granjero. Si pudiera quedármela unos meses, haría de ella una guardabosques hecha y derecha.

—Creo que lo ha disfrutado. Ser tan poderoso debe de resultar opresivo.

—Es posible, pero creo que dentro de nada volverá a su vida real.

Jay supo en el acto lo que se le estaba pasando por la cabeza al soldado.

—Y cuando lo haga todo lo demás también volverá a la normalidad. Lo sabes, ¿no, joven Jay? —Le dedicó una sonrisa bondadosa.

En ese preciso instante el hombre cayó de rodillas, en la cara una expresión de sorpresa, y se desplomó en la hierba.

Jay retrocedió horrorizado al ver la gruesa flecha que atravesaba el cuerpo de Callan. La sangre ya manaba copiosamente de las heridas, y Jay se quedó paralizado hasta que oyó un grito que procedía del bosque. Era Kate, que forcejeaba con dos hombres que la habían cogido. Pasando por alto el peligro, ella se zafó de sus atacantes y corrió al lado de Callan, y se arrodilló para mirar si estaba vivo. El rostro inmutable debido a la furia, se levantó para hacer frente a los hombres que se aproximaban corriendo, las espadas y los arcos en ristre.

—¿Qué habéis hecho? —escupió—. ¿Por qué habéis hecho esto? Traedme agua, deprisa.

Ellos aflojaron un tanto el ritmo cuando Kate habló, pero no parecían dispuestos a hacerle caso, al menos hasta que un hombre —alto y corpulento, que daba la impresión de poder cogerla con una mano— gruñó:

—Haced lo que dice —con una voz densa, casi incomprensible—. Traedme algo que pueda hacer las veces de venda. —Lanzó una mirada asesina a un hombre en concreto, que llevaba un arco—. Tú, ve al campamento. No te necesito aquí. Ya has causado bastante daño.

El hombretón se arrodilló junto al bulto convulsionado, gemebundo de Callan, y se inclinó sobre él.

—Estás herido. Te voy a tener que sacar la flecha, de lo contrario morirás. ¿Lo entiendes? Te dolerá, pero sé lo que hago.

Callan asintió, apretando los dientes de dolor. El hombre se inclinó sobre él una vez más y, haciendo uso de una gran fuerza, agarró la flecha con las dos manos y la rompió de la misma forma en que Jay habría partido una ramita. Después, sosteniéndolo con una delicadeza sorprendente, lo puso de lado.

—Sácale la flecha —pidió con amabilidad—. ¿Podrás hacerlo?

Kate se mordió el labio con nerviosismo.

—Un movimiento seco, uniforme y recto. No hay otra forma de hacerlo. ¿Estás lista?

Kate se preparó, asiendo la flecha con ambas manos, cerró los ojos y tiró con fuerza. La flecha salió de una vez, y los gritos de dolor de Callan resonaron en el bosque, haciendo que los pájaros alzaran el vuelo asustados.

—¿Sabes vendar heridas?

Ella asintió en silencio.

—En ese caso, yo lo sujetaré para que no se mueva. Limpia las heridas con agua fría y nosotros lo vendaremos. Luego lo llevaremos al campamento y recibirá los cuidados adecuados.

—¿Vivirá? —preguntó Jay con voz trémula.

—No lo sé. Lo hará si está en mi mano.

Mientras caminaban por el bosque, el humor del grupito era sombrío. Aunque era un hombre grande, Callan iba en brazos del gigante que lo había atendido, como si no pesara nada. No había tiempo para una camilla, afirmó, y el campamento no estaba lejos.

Ahora era cosa de Jay, sólo de Jay, proteger a la señora de Willdon, que había caído en manos de una banda de saqueadores. ¿Qué podía hacer él contra espadas y arcos y cuchillos? La única esperanza residía en que al menos no supieran cuál era la magnitud del trofeo. Habían capturado a un estudioso y a su sirvienta. Si eran capaces de mantener el engaño, quizá tuvieran una pequeña posibilidad. Si no, ellos podrían pedir la suma que quisieran por ella. Si la ausencia de Kate se prolongaba, el caos podría adueñarse del dominio de Willdon, arrastrando consigo al mundo exterior. Willdon era lo que mantenía en equilibrio el lugar. Llevaba generaciones desempeñando ese papel, y se enorgullecía de que nunca había pretendido imponer su poder a nadie. Pero ¿qué ocurriría si éste quedaba sin nadie al mando?

La miró de soslayo mientras caminaba obediente a su lado, la cabeza gacha, como era propio de un sirviente. En su menudo cuerpo, sobre sus frágiles hombros, descansaba la paz de Anterwold. Al menos ahora parecía una sirvienta, con el cabello enmarañado y el vestido que no le quedaba bien, los pies descalzos. «Ahora hasta parece la hija de un granjero», había dicho Callan justo antes de que…

—Tendrás que seguir siendo Kate un poco más —dijo en voz queda—. ¿Sabes quiénes son estas gentes?

—Naturalmente que no. ¿Estás preparado para ejercer de rehén en mi lugar?

—Por supuesto. Daría la vida por ti.

—Confiemos en que no sea necesario. Pero gracias.

—Callaos —ordenó uno de sus captores, el que disparó la flecha.

—¿Por qué? —repuso Jay—. ¿A ti qué más te da?

—Porque…

—Déjalo —dijo el hombretón, sin aliento, puesto que cargaba con Callan, pero procurando que no se le notara el cansancio. Se trataban con sequedad. Jay vio con claridad que aquello no estaba planeado.

—¿Adónde nos lleváis?

—Con nuestro líder. Él decidirá qué hacer con vosotros.

—¿Por qué ibais a hacer algo con nosotros? Estábamos dando un paseo por el bosque.

—¿Que por qué? Éste es nuestro territorio. Nuestro bosque. Nuestras tierras. Y vosotros habéis venido a reconocer el terreno y a espiar.

—No es verdad.

—Y tú eres un estudioso. ¿Qué está pasando aquí? ¿Es que va a haber una alianza? ¿Acaso van a azuzar los estudiosos a Willdon contra nosotros? ¿Es eso?

—No —repuso Jay, con genuino asombro—. De ser así, nadie me lo diría. Yo sólo soy un estudiante.

—Los estudiantes no tienen sirvientes.

—Ella no es mi sirvienta —se apresuró a aclarar Jay—. Pertenece a mi maestro. ¿No la podéis dejar marchar? No es importante.

—Puede trabajar. La trataremos bien. Además, podría traer hasta aquí a los soldados de la señora, y todavía no estamos listos para recibirlos.

Pamarchon rodeaba el perímetro exterior del campamento para comprobar su seguridad, examinando las armas, contando las reservas de flechas, asegurándose de que había suficientes vendas y medicamentos para las inevitables heridas que no tardarían en producirse si tomaba la decisión de lanzar el largamente planeado y a menudo retrasado ataque. Cuando regresó, descubrió que unos prisioneros acababan de llegar al campamento. Uno estaba herido. Escuchó enfurecido el relato de lo que había pasado. Era justo la clase de cosas que siempre intentaba evitar. La existencia y la seguridad de los suyos dependían de la buena voluntad de aquéllos con los que se encontraban. Labrarse una reputación de violencia y brutalidad llevaría a la traición, antes o después. No era la primera vez que ese hombre en concreto perdía el control, hecho que había procurado instilar en ellos a lo largo de los años.

—Tú —dijo, señalando al hombre de rostro cetrino, resentido, que había disparado—. No volverás a salir del campamento a menos que vayas acompañado y desarmado. ¿Cómo es que siguen sucediendo estas cosas? ¿Cuántas veces tengo que decíroslo…? ¿Está herido de gravedad?

—Sí, pero es posible que viva —respondió el hombretón.

—Iré a verlo. ¿Qué hay de los otros dos?

—Un muchacho y una sirvienta. El muchacho dice que es de Ossenfud.

—Traedlo.

—Muy bien, estudioso, andando. Nuestro líder te quiere ver. Levanta.

Jay, sentado en el suelo, permanecía a la espera. Estaba solo: a su llegada al campamento lo habían llevado al mismísimo centro y le habían dicho que no se moviera de allí. Le señalaron lo que tendría que correr para escapar, también le indicaron la cantidad de gente que iba armada. «No tendrías nada que hacer», fue el mensaje. Y siguió el consejo.

Estuvo sentado una hora antes de que lo llevaran a una tienda grande, cuadrada y del todo abierta por un lado para permitir que entrara la luz. El piso estaba cubierto de telas y cojines; había una mesa tosca de caballetes en un rincón y un jergón enrollado en el otro lado. Por lo demás, el único mueble era un arca de madera. Era sencilla y no muy cómoda.

Sin embargo, se quedó sin aliento cuando vio al hombre alto que estaba sentado en el suelo. Era el mismo que se había llevado a Rosalind en la Festividad. Jay supo de sobra que él también lo había reconocido.

—Dejadnos a solas —ordenó, y a continuación indicó a Jay que se sentara—. De un tiempo a esta parte el mundo parece un pequeño pañuelo —empezó. Jay esbozó un amago de sonrisa—. Cuando me han dicho que habían capturado a unos espías de la señora en el bosque, jamás habría pensado que se trataría de vos, maestro Jay. Porque sois Jay, ¿no?

Éste asintió.

—No soy ningún espía, ni Callan tampoco. No deberíais haberlo herido. Es un buen hombre, y amigo mío.

—¿Callan, dices? ¿El guardabosques?

—Sí.

Inclinó la cabeza.

—En ese caso, lo siento de veras. Lo conocí en una ocasión y me agradó. Es un buen hombre. De haber estado yo allí no habría sucedido. Haré las paces con él y, si fuera preciso, con su familia. Recibirá el mejor trato y los mejores cuidados que le podamos dispensar. Si se puede salvar, se salvará.

—¿Quién sois?

—Me llamo Pamarchon, hijo de Isenwar, hijo de Isenwar.

—¿Isenwar?

—Sí. Mi linaje se remonta al primer nivel. ¿No habéis oído hablar de mí?

—No. ¿Cómo es que no os llamáis también Isenwar?

—Así se llamaba mi hermano, pero murió. Mi hijo mayor volverá a llevar el nombre, así que no se perderá.

—Ojalá vuestros deseos os sean concedidos.

Asintió.

—Gracias.

—¿Por qué vivís aquí? Un nombre como el vuestro…

—¿Venís de Willdon y no habéis oído hablar del malvado Pamarchon y de sus despreciables actos? Me sorprende, aunque es posible que sea así. Estoy seguro de que mi nombre ha sido borrado por su infamia.

—Yo no sé nada —afirmó Jay—. Ni siquiera sé por qué queréis que sea vuestro prisionero. O mi sirvienta.

—¿Qué sirvienta?

—Bueno, es posible que no sea mía. Trabaja para mi maestro, pero yo soy su responsable. Se disgustará mucho si sufre algún daño.

—¿Tu maestro es…?

—Henary, hijo de Henary, estudioso del primer nivel.

—Esa joven extraordinaria, Rosalind —dijo Pamarchon, cambiando de tema con brusquedad—. ¿Quién es? Fui su acompañante una hora, y cuando nos separamos fue poco más lo que sabía de ella que cuando nos conocimos.

—No sois el único —admitió Jay—. No tengo ni idea de quién o qué es. Os podéis formar vuestra propia opinión sobre su belleza y su encanto. Desconozco cuál es su procedencia.

—¿Henary la conoce?

—Es posible. Pero, de ser así, no ha compartido sus conocimientos conmigo.

—Sin duda lo hizo con lady Catherine.

—No estoy al tanto de sus conversaciones. ¿Por qué habláis de ella en ese tono?

—¿Del señor y la señora a un tiempo? Y decid, ¿en qué tono hablo?

—De hostilidad y aversión.

—Me figuro que a vos os resulta encantadora y gentil.

—Sí.

—Quizá yo la conozca mejor.

Jay lo miró sin entender lo que quería decir.

—Sin duda…

—No deseo hablar de esto. Quiero saber cuáles son vuestros motivos para estar en el bosque. ¿Nos buscabais? ¿Nos espiabais?

—Miradme —pidió Jay—. ¿Respondo a la idea que tenéis de un espía?

—No me decís la verdad.

—Os equivocáis. Conocí a Callan el día que me escogieron. Estoy preparando mi disquisición, que se ocupa de un fragmento sobre la relación entre el hombre y el bosque. Henary se encargó de hacer los preparativos para que pasara unos días con él.

—¿Qué fragmento?

—Nivel tres, finales de los sesenta.

Pamarchon entrecerró los ojos.

—Ésas son historias de monstruos. Una elección poco común, ¿no?

—Me impresionan vuestros conocimientos.

—Os adentrasteis en el bosque para ver monstruos…

—Y os vi a vos —replicó Jay con frialdad.

Pamarchon se levantó.

—Haced lo que os digan, no seáis necio y no sufriréis ningún daño. —Se acercó a la entrada de la tienda—. Lo siento por Callan —dijo—. Lo digo de verdad. Podéis ir a verlo cuando deseéis, y os devuelvo a vuestra sirvienta. Responderéis de su buen comportamiento, así como de su seguridad. Seréis libre de moveros a vuestro antojo si me dais vuestra palabra de que no escaparéis. En caso contrario, me temo que tendrán que llevaros a un lugar del que no podáis huir. ¿Estáis conforme?

Jay estaba tan encantado que no vaciló.

—Por supuesto.

Kate estaba pelando patatas cuando Jay se reunió con ella de nuevo. Dadas las circunstancias, se encontraba bastante bien. Con todo, cuidar de Callan la había dejado exhausta, y lo sucedido la había conmocionado. Tampoco sabía gran cosa de pelar patatas. Con el ceño fruncido y el cuchillo en la mano, se había sentado junto a un montón enorme de patatas recién cogidas, llenas de tierra, lo bastante grande para alimentar al campamento entero durante días. Echó una a la cacerola que tenía al lado y se estiró, frotándose la espalda, que notaba dolorida de mantener demasiado tiempo en la misma posición.

—Te alegrará saber que he recuperado a mi sirvienta —informó Jay cuando se acercó y se sentó a su lado—. Tu trabajo, una vez más, consiste en satisfacer mis necesidades. Y las de Callan, en la medida que puedas y desees. Nadie sospecha de ti.

—Eso está bien —contestó ella.

—Así que deja esto y vente conmigo.

—No. Primero quiero terminar.

—No tienes por qué hacerlo.

—Ya he empezado, así que lo voy a terminar. Es todo un arte, ¿sabes? ¿Por qué no coges un cuchillo y me echas una mano? Así acabaré antes y podremos hablar sin que nadie nos moleste. Me resulta tranquilizador, después de todo lo que ha pasado.

Era una buena idea en todos los sentidos salvo para las pobres patatas, pero a lo largo de la hora que siguió estuvieron trabajando juntos, granjeándose las miradas curiosas y no exentas de apreciación de los que pasaban por allí.

Jay la instó a que le diera detalles sobre el estado de Callan. No se encontraba bien, respondió. La herida era grave. Sin embargo, si no le entraba fiebre, quizá lograra sobrevivir.

—¿Y bien? ¿Qué está pasando aquí? —quiso saber Kate.

—Yo podría hacer esa misma pregunta —contestó él—. Nuestro captor se llama Pamarchon y es el hombre del que te comenté que estaba presente en la Festividad. Habla como si te conociera bien, y no le agradas. Me temo que te verías en un apuro si llegara a averiguar quién eres. ¿Por qué te odia?

Kate terminó de pelar una patata y la echó a la cacerola.

—Es muy sencillo: asesinó a mi esposo —respondió—. Y estoy segura de que también me habría matado a mí si hubiese tenido la ocasión. ¿Es que no lo sabías?

—Sabía que tu esposo había muerto, pero Henary no me contó más.

—Muy discreto por su parte, para variar. Pamarchon es, o más bien era, el primo de mi esposo. El segundo hijo de su hermana mayor, para ser exactos, y su pariente vivo más cercano. Fue nombrado heredero de Willdon, y se suponía que heredaría el dominio hasta que Thenald se casó conmigo, con la esperanza de que le diera un heredero. Pero Pamarchon se adelantó: a Thenald lo mataron a puñaladas en el bosque, y Pamarchon demostró su culpabilidad al huir. Willdon no tardó en elegirme por temor a que él planeara un ataque. Yo era la mejor opción.

—Entonces ¿qué está haciendo aquí?

—¿Que qué está haciendo aquí? ¿Con el corazón rebosante de amargura, una propensión a la violencia y lo que parecen varios cientos de seguidores armados, a escasos días a pie de Willdon?

Jay contuvo la respiración.

—¿Tú lo sabías?

—Sabía que había movimiento. No sabía quién era el responsable ni por qué, ni tampoco que hubiera tantas personas.

—En ese caso fuiste muy poco prudente al exponerte.

Al rostro de Kate asomó un breve destello de lady Catherine, pero se desvaneció enseguida.

—Puede que tengas razón, pero ahora mismo no corro peligro, y estoy mejor informada que antes. Sin embargo, necesito volver a Willdon, y pronto. Todo apunta a que tendré que preparar nuestras defensas.

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