Arcadia

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Capítulo 52

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–¡Deprisa! Tráeme algo para escribir.

Jay salió de la tienda donde yacía el guardabosques, en su rostro una mirada de pánico y angustia. Había pasado gran parte del tiempo allí, haciendo compañía a su viejo amigo. Mientras tanto, Catherine entró y se sentó a su lado, se ocupó de cambiarle las vendas y le lavó la cabeza. Sin embargo, el anciano se debilitaba, a pesar de las atenciones que ambos le dispensaban, y le había subido la temida fiebre.

—¿Tan malo es? —Fue Catherine la que entendió primero lo que decía.

—Me ha pedido que recoja su historia.

—Vuelve dentro y quédate con él. Yo me encargaré de que te traigan todo lo necesario. ¿Sabes cómo se hace esto?

—No. La verdad es que no. Me refiero a que sé que tengo que tomar nota de sus palabras y después darles la forma adecuada. Aparte de eso…

—Deja que decida él. Me he visto obligada a presenciarlo muchas veces. Escucha. No interrogues ni exijas respuestas a nada. No permitas que te escandalice o te afecte nada de lo que diga.

—¿Y si sus palabras no son claras?

—Puedes formular preguntas, pero no presionarlo. Así es como querrá que se le recuerde. Tú no eres más que el agente de sus deseos.

—¿Alguna cosa más?

—Si él para, tú paras. Si él sigue, tú también mientras siga hablando. A tu criterio queda lo que incorporarás a la versión definitiva. Creo que muchos dejan fuera detalles embarazosos o vergonzosos que se facilitan en el delirio, pero eres tú quien decide.

—¿Alguna cosa más?

—Bebe agua. No se te permite comer o beber mientras recoges la historia. Podría prolongarse algún tiempo, y no podrás moverte hasta que termine. Cuando estés seguro de que ha concluido, llámame. Me sentaré con él si su fin se acerca.

—Me gustaría hacer eso.

—No. Ése no es tu cometido. Lo que tienes que hacer es mucho más importante. Ah…, y Jay…

—¿Sí?

—Será duro para ti, pero no dejes que se te note. Si tienes ocasión, pídele que me perdone, te lo ruego.

—¿Por qué?

—Él ya lo sabe.

Jay asintió y dio media vuelta para entrar en la tienda. Estaba haciendo demasiadas cosas nuevas demasiado deprisa. Confiaba en que pudiera encargarse de ésa como era debido.

Unos minutos después le llevaron un escritorio, papel, pluma y tinta. Lo dispuso todo con sumo cuidado y respiró hondo.

—Callan, hijo de Perel. Crees que se acerca el final de tu vida y has pedido contar tu historia, para que perdure cuando tú ya no estés y se conserve el recuerdo de tu vida. ¿Aceptas que sea yo quien recoja tu historia para que otros la lean?

—Acepto, joven Jay —repuso Callan con un hilo de voz rasposa; Jay tuvo que inclinarse para oír lo que decía—. Nadie mejor que tú para hacerlo.

—En ese caso, estoy listo, puedes empezar a hablar cuando lo desees.

El guardabosques le cogió la mano.

—No te preocupes. Sé cómo se hace esto. Relájate —dijo con una sonrisa débil—. Es posible que esto sea peor para mí que para ti.

Casi cinco horas después, Jay salió. Callan habló tanto que, extenuado, perdió el conocimiento. A Jay le habría gustado poder hacer lo mismo. Descubrió que, durante todo ese tiempo, Catherine había estado cerca. Entonces se levantó, entumecida por haber permanecido tanto tiempo sentada, para preguntar cómo estaban los dos.

—Está dormido. Todavía no haces falta.

—¿Te encuentras bien?

—Claro. Ha sido un honor. Ha sido bueno conmigo.

—En tal caso, esa bondad vivirá para siempre —replicó Catherine—. Aunque no es mucho consuelo, ¿verdad?

Jay negó con la cabeza.

—Callan ha desempeñado su papel en la historia, y tú desempeñarás el tuyo durante mucho tiempo aún. No te preocupes por él. Pronto sus problemas habrán terminado, aunque es tremendamente fuerte. Es posible que todavía viva algún tiempo. Tú tendrás que soportar las cargas de la vida mucho más.

—Conozco las palabras, es sólo que en este momento no creo en ellas.

—Lo has hecho bien, Jay. Henary estaría orgulloso de ti. Es más, afirmo que estará orgulloso de ti. No revelaste mi secreto a Pamarchon hasta que Rosalind decidió intervenir, aunque no sabría decir cómo hemos logrado salir bien librados de ésa. Serás un gran narrador. Has desempeñado tu papel para Callan, y fue idea tuya recurrir a Esilio para evitar el derramamiento de sangre. Has hecho más que suficiente.

Jay la miró de soslayo.

—Me temo que no puedo terminar aún.

—¿Por qué no?

—Debo ser tu defensor en el sepulcro.

—Careces de formación —replicó ella con vehemencia—. No conoces los hechos, y es muy posible que tengas que enfrentarte a alguien que sí los conozca. Se trata de un oficio especializado. No puedes limitarte a ponerte de pie y hablar, y lo sabes. Para un robo en una aldea, quizá, pero no cuando hay vidas en juego, y el destino entero de Willdon.

—Verás, Callan me ha contado que…

—¡No! No lo digas. Sabes que no debes decirlo, no mientras él siga con vida. Sería cometer un grave abuso de confianza.

—En ese caso me veo obligado a insistir. Nómbrame tu defensor. Cuéntame todo lo que puedas en confianza —contestó Jay al cabo—. Podré cumplir el deber que me ha impuesto Callan sin desvelar nada que pueda desacreditarte. ¿Entiendes lo que te digo?

Ella vaciló un buen rato antes de responder.

—¿Lo has pensado bien?

—Sí.

—En tal caso, debo confiar en ti y ponerme en tus manos. ¿Estás preparado para oír mi historia?

—Lo estoy.

—Lo único que te pido es que no me juzgues hasta el final.

—Soy, como bien sabes, Catherine de Willdon, viuda de Thenald, que fue mi igual en cuna y dignidad —empezó—. A su muerte gané Willdon gracias a mi estatus. Era el sentimiento general que alguien como yo podía gozar de confianza para representar el dominio y cuidar de él hasta que volviera a la familia, como sucedería a mi muerte.

»No he disgustado a nadie. Mi soberanía se vio confirmada en la primera ceremonia de la Degradación. Me marché, regresé y fui restituida de mi cargo por aclamación universal, tanto es así que ahora Gontal ni siquiera se molesta en dejarse ver. En todas las cosas, en todos los sentidos, he honrado a mis gentes con mi conducta.

Hizo una pausa y miró a Jay con atención, que asentía.

—Por desgracia —continuó—, todo es una vil mentira. Yo no era igual que mi esposo ni en cuna ni en familia. Me gané a mi esposo, y Willdon, de manera fraudulenta.

Se hizo un silencio largo mientras Jay digería la información.

—Es sabido por todos que eres la mujer más refinada de Anterwold —adujo—. Nada de lo que he visto en estos últimos días ha hecho que lo desmienta.

—El cumplido me llega al alma, pero aun así es verdad. No ahondaré en mi nacimiento y en mi educación, pero vine de un lugar pobre y muy lejano. Durante muchos años viví una vida dura, con gente dura. Viví como ellos, con precariedad, trabajando de sol a sol. Azotaba el lugar una suerte de epidemia, cumplíamos órdenes de gente cruel, y pocos tenían ánimos para protestar. Esto es algo que sucede más a menudo de lo que crees.

»Me fui en cuanto pude, y me fui sin decir adiós. Llegué a tierras más ricas y amables e hice lo que fue necesario: robé, dormí a la intemperie, trabajé a cambio de cobijo y ropas, conocí a otros viajeros, entablé amistades por primera vez. Escuché sus historias y me sentí cautivada. Observé a otros, muchachos y muchachas de familias mucho mejores. Lo absorbí todo en silencio. Aprendí a conocer a las personas, a persuadir y a engatusar, a resolver disputas y a mantener la paz. Sobre todo, aprendí a escuchar, a saber lo que quiere decir la gente de verdad con lo que dice. Ahora es mi mayor talento. Un muchacho al que conocí iba a ser estudiante, y no paraba de hablar de Ossenfud y de los estudiosos, de manera que lo seguí hasta allí. Yo ya llevaba puesto mi disfraz, empezaba a ser la misteriosa y bella Catherine.

»Henary me descubrió. Sentía curiosidad por la joven que prestaba tanta atención cuando él hablaba, que al parecer no vivía en ninguna parte, no conocía a nadie. Por aquel entonces yo tenía veinte años, y la vida que había vivido me había endurecido y me había proporcionado experiencia, pero nunca jamás permitía que se me notase. Él me formuló preguntas, trabó amistad conmigo y poco a poco me fue instruyendo. Yo lo impresioné: había aprendido muchas cosas por mi cuenta, y no me había resultado nada difícil. Él quería que fuese estudiante, pero no podía ser: en los rollos ha de hacerse constar la familia; has de informarlos del gran honor que se confiere a su apellido. De manera que me negué, y una noche le conté lo que ahora te estoy contando a ti.

»El motivo por el que quiero a Henary es que no le importó. “Pensaba que eras una mujer inteligente, considerada y bella, que había sabido sacar partido de las numerosas ventajas que le había proporcionado una buena familia”, me dijo. “Ahora creo que eres más extraordinaria incluso, pues has forjado tu propia suerte”. Ello hizo que me valorara tanto más, pero también admitió que pocos estarían de acuerdo con él. Estábamos planteándonos esa cuestión cuando decidí ir en peregrinación a la tumba de Esilio, en Willdon. Allí conocí a Thenald, y se enamoró de mí.

—No dices que te enamoraste de él.

—Porque no fue así. Él para mí fue un refugio. Conmigo no era un mal hombre, puesto que estaba embelesado, pero poco a poco vi que con los demás no era bueno. Creía con firmeza en sus derechos y en las obligaciones de los demás. Todo debía ser como había sido y como sería siempre. Consideraba peligrosa cualquier desviación de la norma, y reaccionaba a ella con violencia. A menudo era despiadado, cuando un poco de amabilidad habría bastado para solucionar un problema. Sólo pensaba desde el punto de vista de inferioridad o superioridad a él en linaje, y había pocos por encima de él, de manera que parecía orgulloso hasta un punto intolerable. En realidad no lo era, tan sólo estaba asustado.

»También era holgazán, ésa era su mejor cualidad. Me hice con el gobierno de la casa con facilidad, atemperé su dureza, y empezaba a saber llevar el dominio. Habría acabado domándolo, pero entonces averiguó quién era yo.

—¿Lo averiguó?

Catherine asintió.

—Quería ponerse en contacto con mi familia, cómo no, pero le di largas durante mucho tiempo. Antes de que nos casáramos, envió a Callan en su busca sin decírmelo, pero Callan mintió por mí y dijo que mi familia había salido en peregrinación y no podían comunicarse con ella por asuntos mundanos. Pero Thenald le sacó más tarde la verdad. Descubrió que yo había mentido: yo no era nada. Dijo que se iba a divorciar de mí y que se aseguraría de que fuese expulsada para no volver, para que de esa forma la vergüenza cayera sobre mí.

»Pero al día siguiente lo asesinaron, y en lugar de ser expulsada fui elegida para gobernar Willdon.

—¿Sabe esto Henary?

—Sí. Él no me cuestionó ni dudó de mí en ningún momento.

—¿Alguien más?

—Callan. ¿Es que no te contó esto cuando recogiste su historia?

—No lo puedo decir, y lo sabes. Pero dímelo tú ahora, lo quiero oír de tu boca. ¿Asesinaste a Thenald?

—No —repuso con firmeza y sin vacilar—. Yo no lo maté.

—Perdona por esta pregunta impertinente, pero ¿por qué no?

Ella rompió a reír.

—¡Oh, Jay! ¿Por qué no? Es una buena pregunta, pero no me la he planteado nunca. Porque creo en…, ¿cómo lo llamarías? En el destino, si quieres. ¿Qué querrías que hiciera para protegerme? ¿Matar a Thenald y después derrocar a todo Anterwold? Podría invadir la tumba de Esilio, llevarme a Pamarchon y matarlo sin más. Podría silenciar a Henary, y a ti y a Callan, para siempre. Mis gentes me seguirían. Luego podría asumir el poder de Ossenfud y sojuzgarlo si fuera preciso: sus defensas no son muy buenas. Pero no quiero: una vez que se empieza nunca se termina.

—Entonces ¿crees que lo asesinó Pamarchon?

—Eso pensaba antes. Estaba convencida, por completo convencida, de que él era el responsable. Pero ahora, después de haberlo visto durante tres días, de haberlo visto con Rosalind… Ahora ya no estoy tan segura.

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