Anxious

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Hunter miró el reloj. Ya había pasado más de una hora, no tenían tiempo de ir hasta el supermercado y volver al campamento. Sin embargo, recordaba que en la calle de al lado había un par de restaurantes, así que echarían un vistazo por si acaso. Se repartieron el peso de las armas y los cargadores, entregándole a Archie menos que al resto.

Salieron al exterior, y a lo lejos pudieron ver varios rabiosos corriendo en dirección a ellos. Probablemente, el ruido de los disparos les había atraído hacia allí. Tuvo que desechar su idea de las cafeterías, y ordenó la retirada.

Corrieron hacia la carretera, ocultándose entre las casas para intentar evitar que los vieran, y en cuanto salieron del pueblo se metieron en una zanja.

Archie se quedó rezagado, pero consiguió alcanzarlos cojeando y cayó en la zanja resoplando.

Apuntaron con sus armas hacia Eyota, y esperaron por si aparecían los rabiosos.

 

Rachel miró el reloj, sin poder ocultar su nerviosismo. Quedaban pocos minutos para que pasaran las dos horas marcadas por Hunter, y las únicas señales que habían tenido de ellos había sido el sonido de disparos.

Se rehízo la coleta por quinta vez, y revisó por décima el mapa de carreteras.

—¿Preocupada por tu soldadito?

Rachel se sobresaltó. No había oído a Rick acercarse.

—Vendrán enseguida, estoy segura.

—¿Y si no lo hacen? —Se acercó más a ella, haciéndola retroceder—. Ya casi es la hora, ¿no?

—Rick…

Lo empujó, pero él ni se inmutó, y la acorraló contra un árbol.

—Quizá esta noche me pase por tu tienda, ¿qué te parece?

—Rick, déjame en paz. Yo…

—Rachel, necesito que vengas conmigo.

Los dos se giraron hacia Erik, que se había acercado y los miraba con su arma colgada del cuello y el dedo en el gatillo. Rick lo miró de arriba abajo, como si fuera un mosquito insignificante.

—No me digas que te ha dejado a ti de niñera.

—Lo que yo haga o deje de hacer no te importa. Ahora, deja de molestarla.

—Muy bien. —Se apartó—. Me iré. Por ahora, al menos.

Fingió que le disparaba con los dedos, y se marchó. Rachel cogió aire, cansada de aquella situación y agradecida por la intervención casual de Erik.

—¿Qué tienes que enseñarme?

—Bueno, yo… —Enrojeció—. En realidad…

—Espera. —Frunció el ceño—. ¿No has venido a buscarme por casualidad?

—No te enfades conmigo. Él me lo pidió, y…

—¿Él? ¿Quién? ¿Y qué te pidió?

—El teniente Cooper. Me dijo que te echara un ojo por si Arthur o sus colegas te molestaban, y… no le digas que me has pillado, ¿vale? ¿Estás enfadada?

Rachel estaba tan asombrada que lo último que sentía era enfado. Hunter podía ir de duro y solitario, pero al dar esa orden a Erik le estaba demostrando que se preocupaba por ella. No era tan insensible como pretendía hacerle creer.

—No diré nada, no te preocupes. Y gracias por intervenir.

—No ha sido nada. —Miró su reloj con expresión preocupada—. ¿Qué hacemos, Rachel? Ya han pasado dos horas.

—Démosles unos minutos más…

Uno de los perros ladró. Corrieron hacia él, pero movía el rabo feliz mirando hacia los árboles. Hunter y el resto llegaron al campamento. Tenían aspecto cansado, pero estaban todos, y eso era lo más importante.

Dejaron las mochilas en el suelo. Hunter dio órdenes a dos chicas que había cerca para que inventariaran el contenido, mientras ellos descansaban.

Archie se dejó caer al suelo con gesto de dolor, y se quitó la bota. Su tobillo se había hinchado, así que Rachel se lo examinó rápidamente. Parecía un esguince, por lo que se lo vendó.

Después cogió una ración de comida y agua, y se acercó a Hunter intentando comportarse como si no hubiera estado preocupada por él en lo más mínimo.

Hunter se quitó el arma automática y la ballesta, y se sentó apoyando la espalda en un árbol. Cogió las raciones suspirando cansado.

—Gracias.

—¿Qué tal ha ido? —Se sentó junto a él—. Aparte de lo de Archie, quiero decir.

—Bien. Bueno, podría haber ido mejor, pero al menos tenemos munición y más armas. No ha habido tiempo de más.

—No importa. Tenemos comida de sobra.

—Danos una hora para descansar, y continuaremos, ¿de acuerdo?

—No hay problema. Lo que necesitéis.

Hunter empezó a comer, mirándola de reojo. Notaba algo extraño, pero no sabía qué.

—¿Y qué tal por aquí?

—Sin novedad.

Su cara se iluminó con una sonrisa, y eso lo desarmó por completo. Cuando se le marcaban aquellos hoyuelos parecía más joven, y su rostro aún más dulce. Apartó la vista con el ceño fruncido, ¿qué le pasaba? ¿Desde cuándo le afectaba una sonrisa?

—¿Ha pasado algo? ¿Por qué sonríes tanto?

—¿Estoy sonriendo? —Se levantó, encogiéndose de hombros sin perder la sonrisa—. No me había dado cuenta. Lo siento, señor serio. A lo mejor se te contagia algo y te duele la cara al mover algún músculo desconocido. Te dejo, voy a avisar a Erik de que nos vamos en una hora.

Y se alejó dejándolo aún más confuso.

 

5.     Una parada en el camino

Llevaban ya varios días de viaje, y aún no habían alcanzado Forestville. Al alejarse de Eyota, el tiempo había empezado a empeorar. Llovía casi de continuo, y se encontraron un par de ríos inundados que les obligaron a dar rodeos para poder cruzarlos.

Avanzaban muy pocos kilómetros cada día, buscando lugares donde refugiarse del mal tiempo para intentar evitar que la gente acabara enfermando por el frío. La mayoría llevaba chubasqueros que habían conseguido en una gasolinera por la que habían pasado, pero aun así era difícil no mojarse.

Aunque a Hunter le pareció un poco frustrante al principio, enseguida lo vio como una oportunidad para poder entrenar más a la gente. Con esa idea en mente, organizaba grupos cada vez que tenía oportunidad para dar charlas o practicar sistemas básicos de defensa y ataque. Arthur y los que lo seguían se negaban a acudir, pero a Hunter le daba igual. Sabía que no podía contar con ellos para nada, así que no los tenía en cuenta.

 

Acamparon a pocos kilómetros de Forestville. Hunter calculaba que no estarían a más de un par de horas de distancia, pero ya estaba oscureciendo. Además, habían encontrado una granja escondida entre los árboles perfecta para pasar la noche. Había sido saqueada, pero aparte de un par de cadáveres en su porche, estaba vacía y se podía acceder fácilmente a su tejado.

Hunter colocó varios vigías en puntos estratégicos y organizó los turnos para la noche. Por el camino habían pasado por un restaurante de carretera, donde se habían aprovisionado de unas cuantas latas de comida. Cogió una y un abrelatas típico de camping, y se fue a buscar a J.J. Habían repartido a la gente por las habitaciones, y él estaba en el sofá del salón con Margorie a su lado, en un sillón.

Margorie, siguiendo su costumbre, se interpuso en su camino, abriendo los brazos en cruz para que no pasara.

—J.J. está muy cansado, no puedes molestarlo.

—No te preocupes, que no voy a mandarle hacer cien flexiones. —La cogió de la cintura, la levantó y la apartó a un lado—. ¿Cómo lo llevas, genio?

—Más o menos. —Hunter le lanzó la lata y el abrelatas, y él los miró—. ¿Y esto?

—Prueba número dos, a ver si lo abres.

—¿Con qué?

—¿Con el abrelatas que te he dado también?

—¿Esto es un abrelatas? —Le dio un par de vueltas en la mano—. ¿En serio? ¿De cuándo, de la segunda guerra mundial? ¡No tengo ni idea de cómo se usa!

—Seguro que encuentras la forma, porque no vas a comer hasta que lo abras. Y ya sabes lo que dicen.

—¿Qué?

—El hambre agudiza el ingenio.

Subió al cuarto que le había tocado por sorteo. Era una habitación infantil, toda pintada de rosa, con dos camas pequeñas y peluches por todas partes. Erik estaba dentro, mirando las paredes con la misma cara que se le había quedado a él.

—¿Qué te parece si hacemos un cambio? —propuso Hunter—. Creo que a Hannah y a sus padres les ha tocado otra, no creo que sea rosa.

—Por mí perfecto.

Fueron a buscarlos. Hannah aplaudió entusiasmada al ver la habitación rosa, encantada con el cambio.

La casa aún tenía agua corriente, por lo que se habían formado colas en todos los baños. Hunter decidió esperar al final, y se fue a cenar mientras tanto.

Se sentó sobre la encimera de la cocina, mirando los columpios del jardín trasero de la casa, que se mecían Suavemente con el viento. De pronto se abrió la puerta trasera, y entró Phil riendo y abrochándose los pantalones. Al verlo intentó ponerse serio sin conseguirlo.

—Señor teniente.

—¿De dónde vienes? En la calle solo pueden estar los de guardia.

—Relájate, solo ha sido un momentillo. Aquí al lado hay un cuartito de leña muy interesante, tú ya me entiendes.

Le guiñó un ojo, cogió un trozo de queso de la encimera y se marchó silbando. No había pasado ni un minuto cuando entró una chica por la misma puerta. Hunter la había visto mariposeando por el campamento. Sabía quién era porque estaba en su lista de gente por asignar tareas, pero aún no había hablado con ella directamente.

Al verlo, la chica dejó de arreglarse la ropa y se pasó las manos por el pelo para peinárselo. Lo miró sonriendo seductoramente, y se puso delante de él inclinándose para que pudiera ver bien su escote.

—Hola, teniente.

—Cassidy.

—¿Sabes mi nombre? —Le apoyó las manos en los muslos—. Bueno, no me extraña. Supongo que ya te habrás interesado por mí.

—No por lo que tú piensas.

Se metió en la boca el último trozo de comida. Cogió sus manos, las apartó y se bajó de un salto de la mesa. Ella lo miraba confundida.

—¿Te marchas?

—Aquí no se me ha perdido nada.

—Pero yo creía… ¿No quieres salir un poco a la calle conmigo? —Fue a acariciarle un brazo, pero él se apartó—. Te aseguro que te lo pasarás muy bien.

—Lo dudo. Vete a dormir con quien sea que te toque esta noche, y no vuelvas a acercarte a mí si no es para algo de utilidad. Ya me encargaré de que tengas algo más importante en lo que ocupar tu tiempo.

Salió a comprobar que todas las personas asignadas de guardia estaban en sus puestos, y tras ver que todo parecía tranquilo, regresó al interior.

Ya había oscurecido totalmente, y todo el mundo se había ido a sus habitaciones o lugares designados para pasar la noche. Subió hacia su habitación, donde Erik ya dormía, y vio que la cola del baño principal ya había desaparecido. Cogió una toalla y se metió en la ducha. El agua estaba fría, pero nada que ver en comparación con la del lago. Se quedó un rato dejando que le cayera sobre la cabeza y la espalda. Le parecía que habían pasado años desde la última vez que había hecho algo así.

 

A Rachel le había tocado lo que parecía haber sido la habitación principal. La compartía con Nancy, y ésta ya dormía profundamente.

Rachel se puso una camiseta y quitó todas las fotos que había a la vista. Le ponía nerviosa pensar qué habría ocurrido con la gente que sonreía feliz en ellas, y sabía que no podría dormir de otra manera.

Cogió un cepillo de dientes y pasta, esperando que ya hubiera desaparecido la cola del baño. Había conseguido ducharse de las primeras, pero aún no había podido lavarse los dientes. Encendió una vela para poder ver por dónde iba y salió al pasillo sin hacer ruido para no molestar a su compañera. Apenas se oían sonidos en la casa, por lo que supuso que la mayoría de la gente ya estaría durmiendo.

La puerta del baño estaba cerrada. Al acercarse más, oyó cómo se cerraba el agua de la ducha, así que se quedó fuera a esperar.

Poco después, la puerta se abrió y salió Hunter. Llevaba solo una toalla alrededor de la cintura, y ropa en la mano. Rachel se quedó momentáneamente sin aliento. Apartó la vela de su cara rápidamente, al darse cuenta de que casi la había apagado al echar el aire.

Él frunció el ceño.

—¿Qué haces levantada todavía?

—Baja la voz, están todos dormidos. Voy a lavarme los dientes.

—Esta frase te va a sonar machista, pero no deberías pasearte por ahí con tan poca ropa.

—¿Perdona? —Movió la vela iluminándolo de arriba abajo—. ¿Y me lo dices tú?

—A mí no me está acechando un pervertido.

—¿Te refieres a Rick?

—No, me refiero al vecino de enfrente. Pues claro que me refiero a Rick. Es mejor que no andes sola por ahí.

—Gracias por preocuparte, pero hay como tres metros de aquí a mi habitación. Si se me acercara alguien, creo que me daría tiempo a verlo y gritar. Y tampoco creo que sea tan idiota de ir aquí a por mí, con todos alrededor. No hace falta que te pongas así, señor gruñón.

Pasó junto a él para entrar en el baño, y le cerró la puerta en la cara sin esperar a que dijera nada más. Hunter estuvo a punto de golpear la puerta, pero se lo pensó mejor. Tampoco era cuestión de montar una escena, y además se dio cuenta de que ella tenía razón. Las puertas de las habitaciones estaban abiertas, había gente en el salón y vigilantes fuera… No era el escenario ideal para atacar a una persona sin que los demás se enteraran.

Se fue a su habitación enfadado consigo mismo, al darse cuenta de que lo que le había molestado realmente era aquella camiseta demasiado corta.

 

Por la mañana Hunter despertó con las primeras luces del amanecer. Todavía le quedaba una hora hasta su guardia, pero se levantó y vistió procurando no hacer ruido para no despertar a Erik, que acababa de volver del último turno de guardia de la noche. Miró por la ventana, y cogió un chubasquero, ya que llovía con bastante fuerza.

Avanzó en silencio por el pasillo. Nancy salía justo en aquel momento de la habitación, caminando de puntillas. Le saludó susurrando.

—Buenos días. Voy a aprovechar antes de que se levanten los demás para darme una ducha.

—¿Rachel sigue dormida?

—Sí, creo que ayer se acostó tarde.

Se metió en el baño. Hunter se asomó a la habitación, distinguiendo en la penumbra la figura de Rachel dormida en la cama. Siempre la había visto con coleta, pero en aquel momento dormía con el pelo suelto extendido por la almohada.

Hunter apretó la manilla con fuerza, molesto. Aquella visión le estaba evocando imágenes que prefería evitar, así que cerró la puerta y se fue a desayunar, pensando que aquello tenía que acabar. No podía distraerse con ella de esa manera.

En la cocina, se encontró con J.J. Reprimió una sonrisa al ver su cara de agobio, y se sentó junto a él con un paquete de galletas.

—¿Qué, no se abre?

—No me fastidies, teniente, que no he cenado.

Margorie había intentado explicarle cómo se abría, pero J.J. se había negado a escucharla. Quería ser capaz de hacerlo él solo, y apenas había dormido dándole vueltas a la cabeza.

Hunter apoyó las piernas en otra silla, empezando a comer galletas y ganándose así una mirada de odio.

—J.J., es por tu bien. Si te quedaras solo, ¿qué pasaría? No puedes depender así de la gente.

—Eso no me quita el hambre. Y tú ahí comiendo no ayudas, pero me imagino que lo estás haciendo a propósito.

—Puede. —Se metió una galleta pequeña entera en la boca y sacó otra, dejándola en la mesa—. Piensa.

—¿Esto qué es? ¿Como a los perros? ¿Una galleta de premio si acierto?

—No te disperses, anda. Concéntrate un poco.

J.J. suspiró fastidiado, pero ya le había bastado con no cenar, no quería quedarse también sin el desayuno o la comida. Cogió el abrelatas y le dio varias vueltas por millonésima vez, sacando la parte puntiaguda. Estaba seguro de que esa era la clave, pero cada vez que lo acercaba a la lata, se le cerraba de nuevo.

Que Hunter lo mirara no hizo sino mosquearlo aún más. Lo abrió de nuevo con gestos bruscos, y lo clavó en la lata. Casi se cayó de la silla al ver que, esa vez, sí se había quedado fijo y había hecho un agujero. Miró a Hunter asombrado.

—Sigue, no creo que por ese agujerito te salga nada.

Más animado, J.J. empezó a manipular las dos cosas. El abrelatas se le salió un par de veces, pero en cuanto consiguió abrir un poco más la lata, entendió cómo funcionaba y logró quitar toda la tapa. Estuvo a punto de saltar de la emoción.

—¿Lo ves? —dijo Hunter, arrimándole más la galleta—. Si sigues así, hasta puede que te deje un arma un día de estos.

Lo dejó solo en la cocina, llevándose el paquete con él para repartirlo con la gente de guardia.

J.J. se comió la galleta, sonriendo como un niño que hubiera abierto un regalo de Navidad. Después de todo, sí que sabía abrir una lata.

 

6.     Uno menos

West Lake County Park, Iowa. 10 de diciembre.

 

Tras pasar por Forestville, siguieron avanzando hacia el sur hasta llegar a las afueras de Davenport. Los días eran cada vez más cortos y fríos, pero al menos estaban teniendo más suerte y no llovía tanto.

En el camping se encontraron con algunos rabiosos, pero consiguieron eliminarlos sin muchas dificultades. Establecieron el campamento cerca de la orilla del lago, junto a una playa artificial, y con la cabaña de botes como centro. Distribuyeron las tiendas por las zonas de parking, y Hunter organizó el perímetro de seguridad. Los caminos de acceso tenían puertas de seguridad, lo que facilitaba mucho las cosas. Algunas estaban rotas o atascadas por el desuso, pero puso a gente a trabajar en ellas.

Otro grupo se dedicó a registrar los coches y caravanas abandonados en busca de ropa limpia y comida.

Cuando vio que todo el mundo estaba ocupado, se fue a buscar a Erik. Al principio había pensado no avisar a nadie, pero si desaparecía sin más iba a ser peor.

Le encontró revisando un coche, y le apartó del resto para que no le oyeran hablar.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Erik, preocupado.

—Voy a irme unas horas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tengo que ir a Davenport.

—¿Tú solo? Pero… Estará lleno de… ¿Para qué?

—Es personal.

—¿Personal? ¿Pero vas a volver?

—Sí, yo solo… tengo que comprobar una cosa.

Había pasado demasiado tiempo, pero tenía que ir. Quizá Nathan y Alexis habían logrado llegar y le habían dejado alguna nota, o quizá se habían refugiado en algún lugar cercano… Sea como fuere, no podía irse sin al menos intentarlo.

—¿Se lo has dicho a Rachel?

—No.

De hecho, llevaba varios días hablando con ella solo lo indispensable. Quería evitar involucrarse aún más emocionalmente, pero estaba logrando justo el efecto contrario: cada vez se sorprendía pensando en ella más a menudo.

—¿Y qué le digo cuando vea que no estás? Porque se va a dar cuenta.

—Que he ido a explorar.

—Esto no me gusta. —Negó con la cabeza—. ¿Por qué no dejas que te acompañe alguien?

—No quiero poner la vida de nadie en riesgo. Mira, quedan un par de horas para que anochezca, y pienso volver antes de que amanezca, ¿de acuerdo?

—No, pero sé que no voy a poder convencerte así que… cuanto antes te vayas, antes volverás.

—Exacto. Te veré por la mañana, entonces.

Se marchó a su tienda, dejando a Erik preocupado y poco convencido.

No quería llevar mucho peso para ir más rápido, así que preparó una mochila con agua, algo de comida y un spray de pintura. Se colgó la ballesta y unas cuantas flechas, guardó su cuchillo en el bolsillo del pantalón y cogió una pistola pequeña con un par de cargadores.

Tenía un par de horas al menos hasta el campo de béisbol, eso si no se perdía. Hacía muchos años que había estado en Davenport por última vez, no había vuelto desde que terminara el instituto. Esperaba que no hubieran construido demasiado, o no reconocería las calles.

Comprobó que la gente seguía ocupada en diferentes cosas y nadie le prestaba atención, y se escabulló del campamento sin que ninguno de los guardias se diera cuenta.

 

Antes de irse a dormir, Rachel se dio una vuelta por el campamento buscando a Hunter. No lo había visto desde que habían llegado, y quería confirmar con él que todo estaba organizado por su parte.

Después de recorrer todo el perímetro y las tiendas y no encontrarle, empezó a preocuparse. Ya hacía varios días que le notaba más taciturno de lo habitual, e incluso le daba la sensación de que estaba esquivándola, pero no encontrarle por ninguna parte le pareció demasiado extraño.

No quería alarmar a nadie más, así que tras preguntar a un par de personas y ver que nadie le había visto desde hacía horas, se fue directa a por Erik.

En cuanto lo encontró y vio su cara de culpabilidad, supo que él sabía algo, así que fue directa al grano.

—Hace horas que no veo a Hunter, y sé que tú sabes dónde está, así que no me vengas con rodeos.

—¿Explorando? —Hasta él se dio cuenta de que no sonaba convencido—. Está explorando.

—¿Explorando qué? Erik, no me tomes por tonta. —Palideció, pensando lo peor—. ¿Se ha ido? ¿Es eso?

—No, no, va a volver, dijo que serían solo unas horas.

Rachel se sintió aliviada, aunque aquella respuesta tampoco le aclaraba demasiado.

—¿Dónde ha ido, Erik?

—Yo no te lo he contado, ¿vale? Me dijo que tenía que ir a Davenport, que era algo personal.

—¿Personal? ¿Tenía familia aquí o algo así?

—No lo sé, Rachel. No quiso decírmelo, ya sabes cómo es.

—Pero… ¿Y ha ido solo? Davenport… estará lleno de rabiosos, ¿cómo va a ir y volver sin que le pase nada?

—Te juro que intenté convencerlo, pero se iba a ir, daba igual lo que yo hiciera o dijera.

Ella suspiró, más preocupada que antes. Pero conociendo cómo era Hunter, hubiera dado igual que ella lo hubiera sabido. Estaba segura de que tampoco lo habría convencido.

—Rachel…

—No te preocupes, no es culpa tuya. —Movió la cabeza, intentando restarle importancia—. Ya volverá. ¿Aquí está todo organizado?

—Sí, no hay ningún problema.

—Vale, pues… Voy a ver si duermo algo.

Se marchó a su tienda de campaña, pero aunque intentó dormirse, le resultó imposible.

 

Casi sin aliento, Hunter saltó por encima de un muro y se ocultó tras él. Llevaba corriendo sin parar más de media hora, intentando esquivar rabiosos. Salían por todas partes, toda la ciudad estaba infectada y cada vez que evitaba un grupo, se encontraba con otro.

Los oyó pasar y se asomó con cuidado, viendo cómo recorrían la calle corriendo de un lado a otro, buscándolo sin parar.

Se agachó de nuevo y bebió un poco de agua, recuperando el aliento. El estadio estaba frente a él, solo tenía un aparcamiento en el camino.

Esperó unos minutos, asegurándose de que se habían alejado, y atravesó el aparcamiento corriendo hasta llegar a la puerta principal. Estaba abierta de par en par, con los cristales rotos y manchas de sangre seca por todas partes. El interior, como era de esperar, estaba totalmente a oscuras.

Revisó las paredes exteriores y la zona de taquillas, sin encontrar nada. Fue hasta las vallas exteriores del campo de béisbol, con el mismo resultado. Aunque era lo que había esperado, sintió que sus últimos restos de esperanza se rompían en su interior: Nathan y Alexis tampoco lo habían logrado. Todos los que conocía, todos los que habían significado algo para él en algún momento de su vida habían muerto… Y eso no era lo peor. Sus decisiones, sus órdenes aquel día eran lo que lo habían causado. Si no hubiera confiado en Thomas… Apretó los puños, deseando que estuviera muerto porque si alguna vez lo veía de nuevo, lo mataría.

Se quedó sentado en el suelo, mirando el campo de béisbol vacío, las gradas donde tantas tardes habían pasado Nathan y él animando al equipo de Davenport. Así era como se habían hecho amigos, la casualidad había hecho que los dos fueran fans del mismo equipo fuera de su ciudad. Un día se encontraron en el aparcamiento del estadio, los dos con la misma cara de extrañeza al verse. Por un lado, Nathan era el típico cerebrito que no hacía ningún deporte. Por el otro, Hunter era el quarterback del equipo de rugby del instituto. Ninguno de los dos había hablado nunca antes, y mucho menos se habían imaginado que al otro le gustara el béisbol, encima de una ciudad rival.

Así que de esa forma iniciaron su amistad, y fue su nexo de unión durante aquellos años.

Hunter se pasó la mano por la cara, golpeando la cabeza contra la valla con rabia. Pero no podía entretenerse más, vio sombras al otro lado de la calle corriendo. Y tenía que regresar al campamento.

Con lo que, aunque pensaba que era inútil, escribió una nota para Nathan con el spray de pintura en uno de los muros. Echó una última mirada al campo, y emprendió el regreso.

 

Rachel no conseguía dormir. No paraba de dar vueltas dentro de su saco de dormir sin encontrar postura, así que acabó por dejarlo por imposible. Estaba claro que no lograría descansar hasta saber que Hunter había vuelto sano y salvo, así que se vistió y salió de la tienda.

El campamento estaba en silencio, todo el mundo dormía excepto por los que montaban guardia. Se frotó los brazos, para entrar en calor. A pesar de la chaqueta que llevaba, se notaba bastante el frío.

Se fue hasta la playa artificial y se sentó en la arena, mirando el agua. No podía evitarlo, pero la incertidumbre podía con ella. ¿Estaría bien Hunter? ¿Y si había mentido a Erik, y los había abandonado? Eso explicaría su comportamiento de los últimos días… Había empezado a pensar que se llevaban bien, al menos funcionaban como equipo. No habían tenido ninguna discusión, pero estaba segura de que algo había pasado porque hablaba cada vez menos con ella. Se abrazó las piernas pensativa. O quizá tampoco tenía que ver nada que ver con ella, sino con el hecho de acercarse a Davenport. ¿Y si era de allí o tenía familia en la ciudad?

Suspiró frotándose los ojos. Tantas preguntas le estaban dando dolor de cabeza, y sabía que empeoraría si no dormía algo. Se levantó para ir a buscar una aspirina, pero de repente alguien se abalanzó sobre ella tirándola al suelo.

Se quedó sin aliento al caer, pero antes de que pudiera gritar una mano le tapó la boca.

—Por fin te pillo sola, puta.

Rachel abrió mucho los ojos, más asustada que si hubiera sido un rabioso. Intentó soltarse de Rick, pero él le golpeó la cabeza, dejándola seminconsciente.

Mareada, apenas fue consciente de que la arrastraba hasta unos árboles cercanos. La tiró al suelo y se puso sobre ella, dándole un par de bofetadas.

—Espabila, quiero que estés despierta.

Le cubrió la boca con la mano, al ver que había logrado su propósito. Rachel sentía la cabeza como si fuera a explotar, notaba la sangre caer por su rostro, pero aun así sacó fuerzas para arañar su cara e intentar patearlo.

Con aquello lo único que logró fue divertirlo, porque empezó a reírse mientras le abría la chaqueta y le rompía la camiseta que llevaba debajo. La golpeó de nuevo, aturdiéndola unos segundos que aprovechó para abrir su pantalón.

El pánico se apoderó de Rachel. No podía gritar, ni quitárselo de encima… sintió ganas de vomitar al notar su aliento cerca de su cara y sus manos en el sujetador. Cerró los ojos con fuerza, reprimiendo las arcadas, y de pronto dejó de sentirlo sobre ella.

Rachel se apartó sentándose, mirando confusa a su alrededor. Tuvo que parpadear varias veces para aclarar la vista, hasta que logró ver lo que estaba ocurriendo, y a punto estuvo de llorar del alivio.

Hunter había apartado a Rick de una patada en las costillas, y siguió golpeándolo con sus botas sin darle tiempo a levantarse. Rick se intentó cubrir, gimiendo de dolor, pero no consiguió evitar que le rompiera un par de costillas.

—Espera… —intentó hablar, pero Hunter lo pisó entre las piernas, lo que lo dejó sin aliento—. Joder… tío, yo...

Hunter no estaba para discursos, directamente le pateó la cabeza y se puso de rodillas sobre él, asestándole puñetazos en su cara sin piedad. Había perdido totalmente el control y lo sabía, pero no le importaba. Veía todo rojo, sentía que no estaba pegando solo a Rick, en su mente tenía también a Thomas frente a él. Llevaba tanto tiempo con las emociones bajo control, que una vez empezó a golpear, no podía parar.

Tardó en oír la voz de Rachel junto a él, y cuando lo tocó el brazo, por fin se detuvo. Se miró las manos, tragando saliva al verse los nudillos rotos. Bajo él, Rick tosía. Tenía la cara hinchada, cubierta de sangre y la nariz rota. Levantó el puño para golpearlo de nuevo, pero Rachel le cogió la mano.

—Para, por favor. Vas a matarlo.

—Se lo merece.

—No somos como él. —Negó con la cabeza—. Déjalo.

Él la miró, dispuesto a replicar, pero al ver su aspecto no lo hizo. Ella temblaba visiblemente, e intentaba cubrirse con los restos de la chaqueta que Rick había destrozado.

Hunter cogió del cuello de la camisa a Rick, acercándose a su cara para que lo oyera bien.

—Lárgate y no vuelvas, hijo de puta, o te mataré.

Se incorporó y le dio una última patada en el estómago. Rick se levantó tosiendo, y se internó en el bosque a trompicones.

Hunter se quitó su chaqueta y se la puso a ella sobre los hombros, atrayéndola hacia sí. Rachel se dejó abrazar, apoyando la cabeza en su pecho. La dejó un rato desahogarse, esperando a que se tranquilizara. No sabía si había llegado demasiado tarde.

Cuando notó que dejaba de sollozar, la apartó un poco para mirarle la cara.

—¿Estás bien? Tienes sangre en la cara, y…

—Sí. —Se tocó la cabeza, haciendo una mueca—. Me va a salir un buen chichón, pero… Creo que estoy bien.

—Y… él… ¿Te ha hecho algo más?

—No. —Lo miró, intentando sonreír—. Has llegado a tiempo. Yo… Sé que no debería haberme alejado sola, pero…

—No ha sido culpa tuya, si yo hubiera estado aquí…

—¿Has… encontrado lo que buscabas en Davenport?

Él la colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, sin saber qué contestar.

—Digamos que… Algo así. Volvamos al campamento, hay que mirarte esas heridas.

Recogió la mochila y la ballesta, que había tirado al llegar y encontrarse con ellos. Cogió a Rachel en brazos, y se dirigió de vuelta a las tiendas. Ella se dejó llevar, aún en shock por todo lo que acababa de ocurrir, pero sintiéndose reconfortada al tenerlo junto a sí. No quería pensar en lo que hubiera pasado si no hubiera aparecido en aquel momento.

Hunter la llevó hasta la cabaña de botes, y la dejó sentada sobre una mesa mientras encendía unas velas y cogía el botiquín.

—¿Voy a buscar a Nancy?

—No. —Se estremeció—. No, por favor. No me dejes sola.

—Sé de primeros auxilios, pero tienes un golpe en la cabeza y…

—Uno no, varios. —Se tocó los bultos que habían empezado a salir—. Tampoco es que podamos hacerme un escáner o ponerme hielo, así que… solo desinféctame las heridas.

Él obedeció, preocupado, pero ella tenía razón. Sin nada con qué examinarla, lo único que podían hacer era esperar que fueran golpes superficiales.

Le limpió las heridas con cuidado, intentando hacer el menor daño posible.

—Tenías que haberme dejado matarlo. Si hubiera tardado un poco más, o si hubiera venido por otro camino…

—Pero no lo has hecho. —Le cogió una mano mirándolo a los ojos—. Probablemente tengas razón, y se lo merezca, pero ha muerto tanta gente que… Y no quiero ser como él, no quiero matar.

—Sabes que ese momento llegará. Hay más como él, la gente se vuelve más egoísta en estas circunstancias.

—Lo sé, pero… no quiero pensar que ya no hay esperanza. Y tú tampoco deberías.

Él le sostuvo la mirada. Si ella supiera lo que él sabía… Cómo había empezado todo por el ego de un solo hombre, la parte que él había tenido… No pensaría así. Una parte de él quería contárselo, pero antes de que pudiera decir nada, se abrió la puerta y el momento pasó.

Se separó de ella, mirando hacia la entrada.

Jake se quedó parado, sorprendido al verlos.

—Ah, sois vosotros. He visto luz, y me ha extrañado. —Entonces se fijó más en Rachel, y se acercó preocupado—. Dios mío, Rachel. ¿Qué te ha pasado?

—Estoy bien, no te preocupes.

Se lo contó por encima, intentando no darle demasiada importancia.

—Mañana habrá que hacer algo —dijo él, cuando terminó—. Quiero decir, cuando Arthur se dé cuenta de que su amigo del alma no está…

—Pues le daremos le opción de que se vaya con él —interrumpió Hunter—. Las gilipolleces y los jueguecitos ya se han acabado. Si quieren dividir al grupo, que lo hagan. Organiza una reunión para después del desayuno, este tema queda claro ya.

Jake asintió con la cabeza, y los dejó solos. Rachel bajó de la mesa, haciendo un gesto de dolor.

—Ponte ahí —ordenó.

—¿Qué?

—Tienes los nudillos destrozados, voy a curarte también.

Hunter se los miró, se había olvidado totalmente. Le dolían, pero no le parecía nada grave. Sin embargo, obedeció. La conocía, y había puesto su tono de «haz lo que te digo y calla». Así que se apoyó en la mesa y extendió las manos.

—Sé que no quieres que el grupo se separe, pero…

—No, no quiero, pero tienes razón. —Le pasó un algodón empapado en alcohol por los nudillos—. Se trata de sobrevivir, no de elegir alcalde ni atacarnos entre nosotros. Que escojan ellos.

Terminó de curarlo. Hunter fue a buscar ropa para que se cambiara, y después se quedaron en la cabaña juntos hasta que amaneció. El dolor de cabeza de Rachel fue remitiendo poco a poco. No sintió más mareos ni tuvo vómitos, y aunque tenía sueño, no se quedó dormida.

 

 

7.     Susurros y traiciones en la oscuridad

Una mano cubrió la boca de Arthur, que despertó sobresaltado. Se tranquilizó al ver a Rick, pero aunque estaba oscuro, pudo ver que tenía la cara llena de sangre.

—No grites, no nos atacan ni nada —susurró Rick, quitando la mano—. Sígueme.

Arthur obedeció, intrigado. Salieron de su tienda, agachados y sin hacer ruido. Rick lo guio por el campamento hasta unos árboles, esquivando los guardias, hasta que llegaron a una zona donde estaba seguro de que no les veían ni oían.

—¿Qué demonios te ha pasado? —preguntó Arthur.

—Ha sido el cabrón del teniente ese. Por fin tenía a Rachel solita para mí, pero tuvo que aparecer él y joderlo todo.

—Mierda. —Se pasó una mano por la cara—. Ya te dije que era muy arriesgado, que teníamos que buscar otra forma de acabar con ella.

—Eso ya da igual. Hay que terminar con esto definitivamente, y no pienso dejar que se vayan de rositas, ni ella ni su soldadito.

—No, ya me imagino, menos después de cómo te ha puesto.

—Porque me ha pillado desprevenido. Si no, no me hubiera aguantado un asalto, eso te lo aseguro.

Visto su aspecto, Arthur no estaba nada convencido de aquello, pero no pensaba discutir con él. Estaba más interesado en ver qué pensaba hacer.

—¿Vas a volver al campamento?

—No, me ha echado. —Escupió—. No sé quién se piensa que es, pero a mí no me echa nadie de ninguna parte.

—¿Qué necesitas?

Rick le contó su plan rápidamente. A Arthur le pareció bastante arriesgado, pero él también estaba harto de que le mandaran, harto de sentirse menospreciado por una mujer, así que le consiguió lo que necesitaba y después regresó al campamento a hablar con Phil. Necesitarían también su ayuda.

 

Una vez se hubo despertado todo el mundo, Jake fue avisando a la gente que formaba parte del grupo de decisión para que se reunieran en la cabaña tras desayunar.

Según iban llegando, todos se quedaban mirando a Rachel, preguntándose qué habría ocurrido. Tenía un par de moratones en las mejillas y un labio partido, pero por lo demás había salido mejor parada de lo que esperaba.

Arthur y Phil llegaron los últimos, y Hunter empezó a hablar mirándoles directamente.

—Voy a ir al grano. Esta noche he expulsado a Rick del campamento por intento de violación.

—¿Qué pruebas tienes contra él? —preguntó Arthur—. No puedes tomarte la ley por la mano así como así, si lo que dices es cierto tendrías que haberlo traído aquí.

—¿Dudas de mi palabra?

—Bueno. —Se encogió de hombros—. No es ningún secreto que ella y Rick no se llevaban bien, ¿quién me dice que no estáis mintiendo?

Hunter apretó los puños, pero Rachel le cogió un brazo para que no avanzara.

—Rick intentó violarme anoche. Hunter lo impidió y lo echó. Puedes decir que es nuestra palabra contra la suya y todo lo que quieras, pero me da igual. Es lo que hay.

—¿Cómo dices?

—Digo que esto se ha acabado. Quien no esté de acuerdo, que se vaya. Las discusiones se han terminado.

—Así que es eso. Vais a cambiar la democracia por la dictadura.

—Esto es intolerable —intervino Phil—. ¿Qué es esto? ¿Tenemos que obedeceros ahora como si fuéramos tontos? Ni loco, vamos. No contéis conmigo.

—Pues ya sabes dónde está la puerta —dijo Hunter, señalándola.

Arthur y Phil se miraron, sin creer lo que acababa de decir.

—¿Nos echáis también? —preguntó Arthur.

—Os damos la opción —contestó Rachel, con tono conciliador—: podéis iros o quedaros, vosotros y los que piensan igual. Pero si os quedáis, se acabaron las discusiones.

Ellos volvieron a mirarse.

—Dadnos hasta mañana —dijo Arthur—. Lo vamos a hablar entre nosotros.

Rachel miró a Hunter, que se encogió de hombros.

—Mañana entonces —confirmó ella—. Entonces veremos si el grupo se separa.

Arthur y Phil se marcharon, seguidos por una mujer del grupo, y pegaron un portazo al salir.

Los demás se miraron entre ellos, pero ninguno dudaba de la palabra de Rachel.

—Sinceramente, espero que decidan irse —dijo Jake—. Bastantes problemas tenemos ya, tener gente que los causa no nos va a ayudar a sobrevivir.

El resto de comentarios fueron más o menos parecidos, así que poco después dieron la reunión por terminada y se marcharon de la cabaña.

Hunter se fue a hacer una ronda por el perímetro. Todo estaba tranquilo, por lo que pasó por su tienda para coger ropa limpia y fue a darse un baño en el lago.

Por el camino se cruzó con Hannah, que iba de la mano de otro niño que lloraba.

—Hola, Hunter.

—Hola. —Se detuvo y acarició al perro de Hannah, que se había acercado moviendo el rabo—. ¿Qué le pasa a tu amigo?

—No encuentra a su perrito. ¿Lo has visto?

—¿Cuál era?

—«Sparky» —contestó el niño entre lágrimas—. Era así de grande, negro.

Se refería a uno de los rottweilers, de los más fuertes que tenían y que Hunter no entendía cómo lo habían llamado así.

—No te preocupes, seguro que está dando una vuelta por ahí. Preguntaré a los guardias a ver si lo han visto, ¿de acuerdo?

Los niños afirmaron, y se marcharon para seguir buscando. Hunter esperaba que no se hubiera escapado, no era tan fácil encontrar perros como él. Avisó a Erik para que estuvieran atentos, y siguió hasta el lago.

 

A Hunter le tocó uno de los primeros turnos de guardia aquella noche. Teniendo en cuenta que no había dormido la anterior y apenas había descansado durante el día, en cuanto se metió en su tienda se quedó dormido.

Era el momento que estaba aprovechando Arthur. Esperó unos minutos hasta que estuvo seguro de que dormía, y se fue a despertar a Phil.

Se dirigieron hacia uno de los puntos de vigilancia, separándose antes de llegar.

Jason estaba encargado de aquella zona, y al oír ruido tras él se giró. Frunció el ceño extrañado al ver a Arthur.

—¿Qué haces aquí?

—Nada, solo estaba dando una vuelta.

El chasquido de una rama le hizo darse la vuelta de nuevo, pero antes de que se diera cuenta de lo que ocurría Phil le había golpeado la cabeza con un bate. Cayó al suelo, inconsciente.

Entre los dos pusieron el cuerpo debajo de un banco. Arthur se encargó de atar y poner bozales a los perros, mientras Phil se metía en el bosque.

Los perros comenzaron a moverse inquietos en sus sitios, tirando de sus correas intentando soltarse para correr hacia aquella zona. No podían ladrar, pero empezaron a gemir tan alto que no tardaron en llamar la atención de los demás que estaban vigilando.

Sin embargo, ya fue demasiado tarde.

Arthur inició un incendio en la cabaña de los botes, distrayéndolos también hacia allí. Mientras se daba la alarma, Phil y Rick regresaron al campamento.

Pero no estaban solos. Llevaban cada uno una vara, que terminaba en una cuerda atada en el cuello de un rabioso. Este se retorcía intentando alcanzarlos, sin lograrlo.

En cuanto llegaron al campamento, entre los dos lo empujaron hacia el cuerpo inmóvil de Jason. Inmediatamente, el rabioso se lanzó a su cuello. Ellos aprovecharon ese momento para soltarlo, coger a varios perros por la correa y salir corriendo.

Hunter despertó bruscamente, alertado por los gritos de alarma. Se puso las botas y salió rápidamente, quedándose parado sin poder creer lo que veía.

La cabaña de botes ardía, mientras varias personas intentaban apagar el fuego. Entonces oyó los disparos. Buscó el origen con la mirada, y vio a varias personas corriendo en la entrada. Por cómo se movían, le quedó claro lo que eran.

Erik llegó a su lado, sin aliento.

—Ha sido Arthur, lo he visto. —Señaló hacia la entrada—. ¡Tenemos un problema, han metido uno y está expandiéndose!

—Saca a todos los que puedas, corre la voz de que vayan hacia el río, al otro lado hay una reserva. Nos encontraremos allí, y esperaremos a todos un par de días.

—De acuerdo. Suerte.

—Tú también.

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