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Antifa. El manual antifascista

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Europa y Estados Unidos han sido testigos de una preocupante deriva derechista en los últimos años, como respuesta a la crisis económica de 2008, a las medidas de austeridad, a las tensiones de una economía crecientemente postindustrial, a cambios demográficos y culturales, a la migración o a la llegada de refugiados que huyen de la guerra civil en Siria —a la que la derecha europea se refiere como «crisis de los refugiados»—. Estos factores han impulsado el ascenso de partidos de extrema derecha «respetables», tales como el Frente Nacional francés, el Partido por la Libertad holandés, el Partido de la Libertad de Austria o de formaciones xenófobas, como los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, de Alemania, más conocidos como PEGIDA. En el capítulo 3 se analiza este ascenso y los retos que presenta para las organizaciones antifascistas.

En ese mismo capítulo se analiza el desarrollo de la derecha alternativa y el impulso que ha recibido la extrema derecha después del triunfo de Donald Trump en su campaña de 2016 a la presidencia de Estados Unidos. En apenas los primeros 34 días después de esas elecciones, se denunciaron 1.094 «incidentes discriminatorios», según el Southern Poverty Law Center, la organización de defensa de los derechos civiles que vigila el desarrollo de la extrema derecha en Estados Unidos. Los delitos de odio aumentaron el 94 % en la ciudad de Nueva York durante los dos primeros meses de 2017 con respecto al mismo periodo de 2016. Más de la mitad de ellos se perpetraron contra personas judías. Se han incendiado mezquitas en Texas, en Florida y en otras partes. Estos ataques están relacionados con un incremento en el número de los denominados «grupos de odio», sobre todo organizaciones específicamente islamófobas, y con los «esfuerzos de propaganda sin precedentes» de los supremacistas blancos para conseguir nuevos miembros en las universidades.[20] Y la lista sigue. Erradicar este odio reaccionario va a requerir un esfuerzo organizativo que cubra todos los frentes, para proponer una visión alternativa y revolucionaria. Pero a corto plazo, los antifascistas se cuentan entre los más comprometidos en la contención de racistas, antisemitas e islamófobos. Tal y como dice Walter Tull, cofundador de ARA de Montreal, «la tarea del movimiento es hacer que [los fascistas] tengan demasiado miedo como para actuar en público y actuar como objetivos voluntarios de sus ataques y de su odio. Tal vez así se pueda lograr que no piensen en ir a quemar la mezquita de su barrio».[21]

El subtítulo del libro, Manual de antifascismo, se debe a que es una obra relativamente breve de referencia, que espero que resulte útil y cuyo objetivo es contribuir a la organización en contra del fascismo, del supremacismo blanco y de todas las formas de dominación. Corresponde a quien lea el libro decidir su utilidad práctica, pero por lo menos el 50 % de los ingresos por derechos de autor se destinarán al Fondo Internacional de Defensa Antifascista, gestionado por más de 300 militantes de 18 países. Después de elegir el subtítulo, me enteré de que la Alianza de Activistas Gais de Londres editó en 1979 un folleto titulado Un manual de antifascismo, en medio del terror desatado por el Frente Nacional británico. Antifa pretende recoger el legado de estos escritos militantes de intención práctica y proyectarlo hacia la publicación futura de más manuales antifascistas. Espero que Antifa sirva de ayuda e inspiración a quienes se sumen a la lucha contra el fascismo en los años venideros, de modo que, algún día, libros como este ya no sean necesarios.

[1] Jim Malewitz, «Investigators: fire that ravaged Victoria mosque was arson» [Según los investigadores, el incendio que destruyó la mezquita de Victoria fue provocado], Texas Tribune, 8 de febrero de 2017, en https://www.texastribune.org/2017/02/08/investigators-fire-ravaged-victoria-mosque-arson/; Mary Emily O’Hara, «Wave of vandalism, violence hits LGBTQ centers across nation» [Una oleada de vandalismo y violencia golpea los centros LGTBQ de todo el país], NBC News, 13 de marzo de 2017, en http://www.nbcnews.com/feature/nbc-out/wave-vandalism-violence-hits-lgbtqcenters-across-nation-n732761; «”Build that wall!” Latino school kids reduced to tears by classmates’ pro-Trump chant» [«¡Construye el muro!». Los cánticos de estudiantes pro-Trump hacen llorar a sus compañeros de clase latinos], RT, 11 de noviembre de 2016, en https://www.rt.com/viral/366540-build-thatwall-schoolchant/;Shawn Cohen et al., «White supremacist accused of murder says he came to NYC to kill blacks» [El supremacista blanco acusado de asesinato dice que vino a Nueva York a matar negros], The New York Post, 22 de marzo de 2017, en http://nypost.com/2017/03/22/white-supremacist-says-he-killedman-because-he-was-black/; Daniel J. Solomon, «Trump doesn’t mention jews in holocaust remembrance day message» [Trump no menciona a los judíos en su mensaje del día en recuerdo del Holocausto], Fast Forward, 27 de enero de 2017, en http://forward.com/fast-forward/361425/trump-doesnt-mention-jews-in-holocaust-remembrancedaymessage/; Walter Benjamin, «On the concept of history» [Sobre el concepto de historia], en https://www.sfu.ca/~andrewf/CONCEPT2.html.

[2] Michel-Rolph Trouillot, Silencing the past, Boston: Beacon, 2015, p. 15 [trad. cast.: Silenciando el pasado, Granada: Editorial Comares, 2017].

[3] Emilio Gentile, «Fascism as political religion» [El fascismo como religión política], Journal of Contemporary History 25, n.º 2/3 (mayo-junio de 1990), p. 234.

[4] Robert O. Paxton, The anatomy of fascism, Nueva York: Vintage, 2004, p. 17 [trad. cast.: Anatomía del fascismo, Barcelona: Ediciones Península, 2005].

[5] Walter Laqueur, Fascism: past, present, future [Fascismo: pasado, presente y futuro], Nueva York: Oxford University Press, 1996, p. 25.

[6] Paxton, The anatomy of fascism, p. 20.

[7] Alexander Reid Ross, Against the fascist creep [Contra el sigiloso avance fascista], Oakland: AK Press, 2017; Don Hamerquist et al., Confronting fascism: discussion documents for a militant movement [Enfrentarse al fascismo: documentos de debate para un movimiento militante], Chicago: ARA, 2002.

[8] Angelo Tasca, The rise of Italian fascism 1918–1922, Londres: Methuen, 1938 [trad. cast.: El nacimiento del fascismo, Barcelona: Editorial Crítica, 2000].

[9] Paxton, The anatomy of fascism, p. 218.

[10] Entrevista con Dominic, en http://scalp-reflex.over-blog.com/. Este libro no cubre organizaciones del movimiento «antirracista» institucional, como SOS Racismo, ni organizaciones antifascistas formales relacionadas con partidos políticos, como la británica Unite Against Fascism. Para el movimiento «antirracista» europeo, véase Stefano Fella y Carlo Ruzza (eds.), Anti-racist movements in the EU [Movimientos antirracistas en la UE], Nueva York: Palgrave Macmillan, 2013.

[11] Voltaire nunca escribió nada parecido. La frase apareció por primera vez en un libro de 1907 sobre Voltaire. Roger Pearson, Voltaire almighty: a life in pursuit of freedom [Todopoderoso Voltaire: una vida en busca de la libertad], Nueva York: Bloomsbury, 2005, pp. 409, 431.

[12] Entrevista con Dominic, marzo de 2017.

[13] Aimé Césaire, Discourse on colonialism, Nueva York: Monthly Review Press, 1972, p. 36 [trad. cast.: Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006].

[14] Isabel V. Hull, Absolute destruction: military culture and practices of war in imperial Germany [Destrucción total: cultura militar y práctica bélica en la Alemania imperial], Ithaca: Cornell University Press, 2013, pp. 8-85.

[15] Paxton, The anatomy of fascism, p. 8.

[16] Entrevista con Georg, mayo de 2017.

[17] Dave Renton, When we touched the sky: the Anti-nazi League 1977-1981 [Cuando alcanzamos el cielo: la Liga Antinazi, 1977-1981], Cheltenham: New Clarion, 2006; Nigel Copsey, Anti-fascism in Britain [Antifascismo en Gran Bretaña], Londres: Routledge, 2017. Entre las memorias de militantes se incluyen: Dave Hann, Physical resistance: or a hundred years of anti-fascism [Resistencia física, o cien años de antifascismo], Winchester: Zero Books, 2013; Sean Birchall, Beating the fascists: the untold story of Anti-fascist Action [Derrotar a los fascistas: la historia jamás contada de Acción Antifascista], Londres: Freedom, 2010; M. Testa, Militant anti-fascism: a hundred years of resistance [Antifascismo militante: cien años de resistencia], Oakland: AK Press, 2015.

[18] Gilles Vergnon, L’antifascisme en France: de Mussolini à Le Pen [El antifascismo en Francia: de Mussolini a Le Pen], Rennes: Presses universitaires de Rennes, 2009; Réseau No Pasaran, Scalp 1984-1992: comme un indien métropolitain [Scalp, 1984-1992, como un indio metropolitano], París: No Pasaran, 2005; Jan Jämte, Antirasismens många ansikten [Las muchas caras del antirracismo], tesis doctoral, Universidad de Umeå, 2013; Adrien Alexander Wilkins, Vold og motvold-antifascistisk voldbruk i norge 1990-2001 [Violencia y contraviolencia: el recurso a la violencia del antifascismo en Noruega 1990-2001], tesis de máster, de próxima publicación; Valerio Gentili, Antifa: storia contemporanea dell’antifascismo militante europeo [Antifa: historia contemporánea del antifascismo militante en Europa], Roma: Red Star, 2013.

[19] Dave Renton, Fascism: theory and practice [Fascismo: teoría y práctica], Londres: Pluto, 1999, p. 18.

[20] Mark Potok, «The year in hate and extremism» [El año en términos de odio y extremismo], SPLC, 15 de febrero de 2017, en https://www.splcenter.org/fighting-hate/intelligence-report/2017/year-hate-and-extremism; Adam Peck, «Hate crimes in New York city have skyrocketed this year» [Se disparan los delitos de odio este año en Nueva York], ThinkProgress, 2 de marzo de 2017, en https://thinkprogress.org/hate-crimes-in-new-york-city-have-skyrocketed-this-year-907ffb24cac8; Susan Svrluga, «”Unprecedented effort” by “white supremacists” to recruit and target college students, group claims» [Un grupo de estudiantes denuncia los esfuerzos «sin precedentes» de los «supremacistas blancos» dirigidos a reclutar universitarios], The Washington Post, 6 de marzo de 2017, en https://www.washingtonpost.com/news/grade-point/wp/2017/03/06/unprecedented-effort-by-white-supremacists-to-recruit-and-targetcollege-students-groupclaims/?utm_term=.568b82e1ce43.

[21] Entrevista con Walter Tull, mayo de 2017.

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¡No pasarán!

El antifascismo hasta 1945

El 23 de abril de 1925, por la tarde, había un acto político convocado en la rue Damrémont, en el barrio parisino de Montmartre. Desde luego, un encuentro como este no era nada fuera de lo común en esta zona, revolucionaria y de clase obrera. Pero no se trataba de una reunión cualquiera. Porque esa tarde de jueves que, por lo demás, no tenía nada de especial, el orador principal era Pierre Taittinger, el líder de las recién creadas Juventudes Patrióticas. Taittinger, que más tarde fundaría la famosa bodega de champán que lleva su nombre, estaba entonces al final de la treintena y su vida incluía algunas de las características comunes a los miembros del pujante movimiento fascista. Criado en el seno de una familia católica y nacionalista, trabajó como administrativo antes de luchar y ser condecorado en la Primera Guerra Mundial. Más tarde, consiguió fortuna y poder político cuando se casó con la hija de un influyente banquero. En la década de 1920 se encontraba a la cabeza de las Juventudes Patrióticas, una organización de más de 100.000 miembros organizados en destacamentos militares, que desfilaban al ritmo de tambores y cornetas por las calles de París, ataviados con camisas azules y boinas rojas. [22]

Los comunistas parisinos decidieron tomarse ese acto, que se iba a celebrar en su feudo de Montmartre, como lo que era: una amenaza. Cierto número de ellos consiguieron entrar en el encuentro y amenazar e insultar al líder fascista mientras pronunciaba su discurso, pero eso no fue suficiente para interrumpir el encuentro. Más tarde, Taittinger dijo que cuando él y sus paramilitares salían del local, a eso de las 11.30, «se olían disturbios en el aire. Una multitud inquieta se agolpaba en las aceras, dando rienda suelta a su odio y a su ira, cantando la Internacional, frente a una delgada línea de policía, que no podía hacer mucho».[23] Pronto descubrieron que alguien había roto las farolas para que un grupo de comunistas pudiese esperarles en las sombras. En palabras de Taittinger:

Se oyeron disparos de revólver. Habíamos caído en una emboscada. Algunos camaradas heroicos se lanzaron frente a su líder para protegerle con sus propios cuerpos. Dos de ellos cayeron al suelo […] Estallaron violentos enfrentamientos en todas las esquinas. Los heridos caían, sangrando. [Nos] retiramos hacia la estación de metro de Mont-Cenis, cargando con nuestros heridos [y] nos fuimos en metro.[24]

Cuatro miembros de las Juventudes Patrióticas yacían muertos. Otros treinta estaban heridos.[25] Al día siguiente, el periódico comunista L’Humanité no se andaba con ambages: «Los fascistas han recogido lo que han sembrado. Los trabajadores no vamos a tolerar que nadie nos desafíe en nuestro territorio. Las experiencias de Italia y Alemania están demasiado dolorosamente grabadas en el corazón de todos los proletarios, como para permitir que algo similar ocurra de nuevo aquí».[26]

¿Comunistas que disparan a fascistas por organizar un acto? ¿Cómo se ha podido llegar a esto? Para encontrar la respuesta, tal vez sea necesario remontarse en el tiempo hasta 1898, al momento álgido del caso Dreyfus en Francia. Entonces las tensiones llegaron a un punto sin retorno a cuenta del caso del capitán judío Alfred Dreyfus. Varios años antes, se había condenado (erróneamente) a Dreyfus a la cárcel por, supuestamente, revelar secretos militares a Alemania. Sin embargo, las pruebas de su inocencia que salieron a la luz dividieron a la sociedad francesa entre los defensores de Dreyfus, anticlericales y de izquierdas, y sus opositores, antisemitas y militaristas. Algunos de los ejemplos más destacados de estos últimos incluían a tres grupos protofascistas: la Liga Antisemita de Francia, la Liga de los Patriotas, organización de la que surgieron luego las Juventudes Patrióticas, y la Liga de Acción Francesa. Estas tres se oponían a ultranza al marxismo y al parlamentarismo de la Tercera República francesa, eran rabiosamente nacionalistas y mostraban una capacidad cada vez mayor de organizar el tipo de movilización tumultuaria y callejera que había sido la prerrogativa exclusiva de la izquierda durante décadas. Conforme crecía el movimiento de defensores de Dreyfus, estas ligas convocaron manifestaciones exaltadas en defensa del Ejército, con multitudes de varios miles de personas que atacaron establecimientos judíos al grito de: «¡Muerte a los judíos!».[27]

No obstante, donde había protofascismo, había también precursores del antifascismo. Anarquistas e integrantes del Partido Obrero Socialista Revolucionario, antiparlamentario, formaron una Coalición Revolucionaria, para «enfrentarse a las bandas de reaccionarios en la gloriosa calle, la calle de las protestas encendidas, la calle de las barricadas».

Y enfrentarse es lo que hicieron. La Coalición protegía a los oradores que defendían a Dreyfus y a los testigos que iban a declarar en el juicio a favor del capitán. Cubrieron la ciudad de carteles, para recuperar el espacio público frente a los antisemitas, y pasaron a la ofensiva contra los opositores a Dreyfus, convocando contramanifestaciones e incluso colándose e interrumpiendo una serie de concentraciones importantes de estos últimos. No obstante, cada vez se volvía más difícil para los revolucionarios acceder a estos actos, así que el anarquista Sébastien Faure falsificó unas invitaciones a un encuentro de los opositores en un restaurante en Marsella. Lamentablemente para Faure, se negó la entrada a los que llegaron con las entradas falsificadas. Así que dieron la vuelta al edificio, rompieron una puerta de cristal, entraron en tromba e interrumpieron el acto.[28]

Al año siguiente, en 1899, Dreyfus obtuvo el indulto, aunque tuvo que esperar hasta 1906 para que se le exculpara por completo. En cualquier caso, las ligas opositoras a Dreyfus consiguieron unir el nacionalismo militarista con un populismo callejero, lo que presagiaba el fascismo del siglo siguiente y significaba una novedad importante en la actuación de la derecha. Este era el caso especialmente de Acción Francesa, a la que el historiador Ernst Nolte se refirió como «el primer grupo político con cierta influencia o nivel intelectual que muestra rasgos inconfundiblemente fascistas».[29]

A pesar de esta cita de Nolte, el historiador Robert Paxton defiende que «el fascismo (entendido de forma funcional) apareció a finales de la década de 1860 en el sur de Estados Unidos»,[30] con el nacimiento del Ku Klux Klan (KKK). Paxton señala que sus característicos uniformes con capucha, sus métodos de intimidación a través de la violencia y su formación de redes alternativas de autoridad eran precursores del fascismo del siglo Xx.[31] En respuesta a la violencia del Klan contra la participación de personas de raza negra en la Liga de la Unión y en el Partido Republicano (y en contra de la comunidad negra en general), en las décadas de 1860 y 1870 los miembros de la Liga boicotearon a los integrantes del Klan, organizaron grupos armados de autodefensa y, en algunos casos, incluso prendieron fuego a las plantaciones de antiguos esclavistas.[32] Llegados a la década de 1890, Ida B. Wells lanzó una importante campaña en contra de los linchamientos, a través de su publicación Free Speech (Libertad de expresión) y con su folleto pionero Southern Horrors (Los horrores del sur). Wells, que siempre llevaba revólver adondequiera que fuese, era una apasionada defensora del derecho de las personas de raza negra a la autodefensa. Cuando un grupo de afroamericanos prendió fuego a un pueblo en Kentucky, en venganza por un linchamiento reciente, escribió en su publicación que habían «mostrado auténticos atisbos de hombría en su resentimiento […] Hasta que los negros no se alcen con todo su poderío y tomen en sus manos la respuesta a estos asesinatos a sangre fría, incluso aunque haya que quemar ciudades enteras, no se pondrá fin a los linchamientos generalizados».[33]

Aunque los orígenes históricos del fascismo italiano y del nazismo alemán, junto con los del antifascismo revolucionario al que dieron lugar, no están totalmente desconectados del terror racial de Estados Unidos, también se pueden descubrir aquellos analizando un conjunto de precedentes históricos diferentes, tomados a partir de la restauración del orden monárquico en Europa en 1815, después de la Revolución francesa. Desde ese momento, la política revolucionaria europea osciló, en buena medida, entre la amenaza latente del republicanismo liberal por la izquierda y la defensa aristocrática de la monarquía tradicional por la derecha. Este conflicto estalló en 1848 en Francia, Hungría, la actual Alemania y en otros lugares, cuando los republicanos y sus simpatizantes de las clases bajas se lanzaron a las barricadas para derribar los regímenes monárquicos del continente y sustituirlos por naciones Estado en la forma de repúblicas. En ese momento, el recientemente inventado concepto de nacionalismo era en buena medida una prerrogativa exclusiva de la izquierda, que lo oponía a la soberanía hereditaria de las dinastías que tradicionalmente habían regido Europa.

En última instancia, la mayoría de las revoluciones nacionales de 1848 fracasaron. Sin embargo, con el desarrollo de sus trágicos acontecimientos, las brechas que se estaban abriendo entre los aspirantes republicanos a políticos y el movimiento obrero, cada vez más potente y revolucionario, tuvieron el efecto de alejar a muchos liberales de las propuestas revolucionarias y de arrojarlos en los brazos de las élites tradicionales. Tal y como escribió el historiador Eric Hobsbawm, «enfrentados a la revolución “roja”, los liberales moderados y los conservadores acercaron sus posturas». Las élites tradicionales estaban dispuestas a conceder muchas exigencias económicas a sus nuevos aliados, a lo largo de la década siguiente, a cambio de que abandonasen la revolución.[34]

Sea como sea, el espectro de los levantamientos populares iniciados desde abajo obligó a muchas élites conservadoras a tomarse en serio la política popular y el concepto, liberal y ajeno a ellas, de «opinión pública», probablemente por primera vez en la historia. En lo que es un preludio de algunos elementos del fascismo del siglo Xx, el emperador francés Napoleón III buscó acabar con el movimiento obrero, al mismo tiempo que intentaba atraer al pueblo mediante el culto a su imagen de masculinidad. Mientras, en Alemania, Otto von Bismarck recurrió al palo y a la zanahoria. Por un lado, desarrolló un Estado de bienestar embrionario, para privar al socialismo del apoyo de sus bases potenciales, y por el otro, se aprobaron las Leyes Antisocialistas de 1878. Al año siguiente el político liberal británico William Gladstone introdujo por primera vez en Europa las campañas electorales masivas, de ciudad en ciudad, lo que reflejaba una conciencia cada vez mayor del poder de la política popular. Con el paso del tiempo, la presión desde abajo y una comprensión creciente de la utilidad de las reformas desde arriba llevaron a la ampliación del sufragio y a unos limitados derechos de sindicación a través de Europa.

Aun así, a pesar de estas y de otras reformas pensadas para paliar el descontento popular, los conservadores tradicionales y sus miopes partidos no estaban dispuestos a plantearse, en general, un verdadero giro hacia políticas populistas. Conforme se aproximaba el fin del siglo Xix, el rápido avance de los sindicatos y partidos socialistas parecía presagiar la adhesión en cuerpo y alma de «las masas» a la izquierda revolucionaria. No obstante, al mismo tiempo había indicaciones obvias de que las cosas no se iban a quedar así. La década de 1880 asistió al nacimiento de una serie de organizaciones en Francia (tales como la anteriormente mencionada Liga de Patriotas), Alemania, Austria y otros países, que se dirigían sobre todo a un público pequeñoburgués y que a menudo estaban imbuidas del «socialismo de los tontos»: el antisemitismo.[35] Estos artesanos, administrativos y funcionarios, atrapados entre los dirigentes de la industria, por un lado, y lo que percibían como las terroríficas hordas rojas de la clase obrera organizada, por el otro, empezaron a formar sus propias ligas, asociaciones y partidos políticos. Es más, la expansión del imperialismo hacia finales de siglo, que se hizo evidente en el reparto de África y en la división de China, entre otros ejemplos, desplazó el nacionalismo hacia la derecha. Este sirvió para forjar un potente vínculo entre dirigentes y dirigidos, basado en el «prestigio» internacional de la conquista de territorios extranjeros. A la inversa, después de 1903 los nacionalistas italianos dirigieron sus ataques contra la élite de su país, por su fracaso a la hora de competir en el terreno del imperialismo. Una frustración que cristalizó en 1910 con la creación de la Asociación Nacionalista Italiana.[36]

El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 exacerbó las fricciones que ya existían en el panorama político europeo, lo que abrió las puertas al futuro nacimiento del fascismo. Tras la declaración de guerra de Austria-Hungría contra Serbia, como respuesta al asesinato en Sarajevo del archiduque de Austria, Franz Ferdinand, Alemania y Turquía acudieron en su apoyo. Mientras, Rusia, Gran Bretaña y Francia eran las principales potencias al otro lado de las trincheras. Durante años, los partidos socialistas de Europa habían hecho planes para convocar una huelga general masiva en todo el continente en caso de guerra, para frenar en seco al militarismo. No obstante, cuando sonaron los clarines, la mayor parte de ellos marcaron el paso con sus Estados respectivos. Una excepción digna de mención fue el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique) y su incendiario líder, Vladímir Lenin, para quien el conflicto no era más que «una guerra imperialista depredadora».[37] La postura belicista de la mayor parte de las organizaciones socialistas de Europa fue la gota que colmó el vaso para Lenin y el ala revolucionaria a la izquierda del socialismo internacional, la cual se había venido distanciando cada vez más del centro del movimiento. Cuando se formó la Segunda Internacional, en 1889, las disputas doctrinales no eran ni mucho menos tan enconadas entre ambos sectores. En aquel momento, el principal debate se centraba en la exclusión de los anarquistas, por su antiparlamentarismo y por su rechazo del papel del partido y del Estado en el proceso revolucionario (un tema que ya había escindido la Primera Internacional en la década anterior, entre los seguidores de Karl Marx y los del anarquista Mijaíl Bakunin). No obstante, la unidad inicial no iba a durar mucho. A finales de la década de 1890, el alemán Eduard Bernstein se desvió profundamente de la ortodoxia marxista al defender que, dado que las condiciones de vida mejoraban progresivamente para los trabajadores, el socialismo podría alcanzarse de forma gradual, mediante la participación en procesos electorales, sin necesidad de una revolución.

En los años posteriores surgieron facciones reformistas y revolucionarias en la mayoría de los partidos socialistas. Sus polémicas se hicieron más agrias durante la guerra y subieron todavía más de tono después de la toma del poder por los bolcheviques en 1917. El entusiasmo que generó la Revolución rusa fue el catalizador de la agitación económica y social que inundó Europa al acabar el conflicto bélico. Una oleada revolucionaria se extendió a través del continente e incluyó motines de soldados, revueltas, huelgas, ocupaciones y la formación de consejos obreros en Alemania, Austria, Hungría e Italia, desde los últimos días de la guerra hasta 1920. Este aumento significativo de la actividad insurreccional culminó en la formación de las repúblicas soviéticas de Hungría, en marzo de 1919, y de Baviera, en abril del mismo año. El líder bolchevique Grigori Zinóviev se mostraba tan optimista que dijo que «a nadie sorprenderá, no obstante, que para el momento en que estas líneas salgan de la imprenta, haya, no solo tres, sino seis o más repúblicas soviéticas. Europa se apresura hacia una revolución proletaria a una velocidad de vértigo».[38]

El optimismo de Zinóviev demostró ser infundado. Los regímenes revolucionarios de Hungría y Baviera duraron poco y a principios de la década de 1920 la marea insurreccional se retiraba. Hay muchas razones que explican el fracaso de los levantamientos posteriores a la guerra, pero una, que no escapaba a los contemporáneos, era el predominio general del ala reformista en el seno del movimiento socialista. Esto se vio claramente en Alemania en enero de 1919. Entonces, Friedrich Ebert, el líder socialdemócrata de la República de Weimar, envió a los paramilitares de los Freikorps a suprimir el levantamiento de los espartaquistas. Al hacerlo, los Freikorps, integrados en su mayoría por excombatientes de la Primera Guerra Mundial, curtidos en el frente de batalla, asesinaron a los destacados comunistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Los enconados y sanguinarios conflictos que dividieron al socialismo internacional después de la guerra acabarían por suponer enormes obstáculos a la hora de lograr una unidad antifascista en las décadas siguientes. Los comunistas no olvidaron nunca la «traición» socialdemócrata a la revolución, ni los asesinatos de Luxemburgo y Liebknecht. Por el otro lado, los socialistas acabaron por rechazar el modelo bolchevique de gobierno dictatorial y se sentían ofendidos por los intentos comunistas de derribar sus repúblicas parlamentarias. Estos problemas se exacerbaron aún más después de que el Segundo Congreso de la nueva internacional comunista (Komintern o Tercera Internacional) emitiera en 1920 un mandato a las facciones revolucionarias de los partidos socialistas para que se escindiesen de estos y formasen nuevas organizaciones comunistas. Mientras tanto, los anarquistas, que crearon su propia internacional anarcosindicalista en 1922, la Asociación Internacional de los Trabajadores, con una participación de más de dos millones de obreros a nivel mundial,[39] se oponían al reformismo socialdemócrata. También denunciaron los ataques bolcheviques de 1921 contra los marinos de Kronstadt y contra el ejército anarquista de Néstor Majnó en Ucrania, así como la represión en general de su movimiento en la recién fundada Unión Soviética.

En el momento de mayor división en el socialismo europeo, su misma supervivencia iba a depender poco después de que supiese responder a su reto más importante hasta la fecha.

* * *

A finales de marzo de 1921, Emilio Avon, un dirigente socialista de Castenaso, en las afueras de Bolonia, recibió una sorprendente carta: «Eres el secretario de la sección socialista. Queremos poner a prueba tu valor». A la noche siguiente, mientras la familia de Avon dormía, un grupo de hombres armados y enmascarados tiró a patadas la puerta de entrada de su casa, arrastró a Emilio a la calle y lo dejó inconsciente de una paliza, en medio de los gritos aterrados de su mujer y sus tres hijos. Recibió una «invitación para abandonar la ciudad antes de quince días, bajo pena de muerte», algo que se apresuró a hacer.[40]

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